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Ver tema#343 Respondiendo a: Namsis
Otro off-topic
¡Pues anda que! Era la segunda vez que intento meter la acción y me ha pasado lo mismo. Si que es raro que los Off-Topic si salgan, pero bueno lo intentare más tarde a ver si al ordenador se le pasa la tontería. A la tercera ira la vencida, digo yo![]()
Que los Valar nos acompañen....
Acción (a ver si entra)
Con todo preparado avanzamos por el túnel de escape, en silencio y oyendo los ruidos del combate que seguían manteniendo los pocos defensores de la ciudadela contra el enemigo. Yo me tapé la cara, pues sabía como eran las tierras del norte, y tiré de las riendas del caballo. Tras un rato salimos al exterior, y el rey nos ordenó que explorásemos el terreno. Aravir y yo marchamos juntos, reconociendo aquel terreno frío y seco, buscando alguna amenaza, aunque no la encontramos. Tras varios días de exploración tranquila, y tras montar campamento en una pequeña elevación, salimos de nuevo de noche a reconocer el terreno. Encendieron varias hogueras, necesarias para combatir el frío, pero no me gustaba la idea de hacer fuego con el enemigo seguramente a nuestras espaldas. Aravir y yo bajamos con los caballos, y batimos el terreno. Oí un ruido y bajé del caballo, ocultándome en un árbol cercano con él. Alrededor de 150 trasgos avanzaban rápidos hacia el campamento a pie. No lo dudé un instante y me encaminé rápidamente hacia el campamento junto con Aravir, arrollando a los orcos por la espalda. Noté cuando sobrepasamos su línea que mi caballo empezaba a cojear, pero no parecía grave. Entramos en el campamento, y Aravir dijo:
-¡Yo avisaré al rey!
Seguí hasta la hoguera, donde estaban nuestros amigos, que se sobresaltaron por mi llegada.
-¿Qué pasa? –me preguntó una voz.
-El fuego nos ha delatado. Se aproximan alrededor de 150 trasgos. –dije distraído mientras sacaba el puñal y extraía la flecha del cuarto trasero izquierdo del caballo, y curándole la herida con algunas hierbas.
-¡Por fin movimiento! –dijo la alegre voz de Ulbar.
Acto seguido nos retiramos junto con los caballos lejos del fuego, donde el enemigo no pudiera vernos. No tardamos mucho en eliminarlos a todos, y emprendimos la marcha al día siguiente hacia el norte, para huir del enemigo.
Todos discutían sobre la situación, y decidimos informar al rey sobre nuestra opinión. De esto se encargó Aravir, mientras los demás nos quedábamos junto al fuego. Yo cogí la recién repuesta cantimplora de anís y lo olí antes de beber. Su aroma me calmó los ánimos.
-¿Quieres un poco Namsis? –le pregunté.-¿Queréis alguno? Es balsámico y da ánimos.
-¿Más que una buena jarra de cerveza? –rió Ulbar.
-Claro que sí. –La fueron pasando y cuando llegó a mis manos estaba casi vacía. Al menos habían dejado algo, pero no importaba, tenía otra de reserva.
Cuando Aravir regresó, yo estaba quitando la montura y la manta al caballo, para usarla de almohada y manta.
-¿Qué te ha dicho, Aravir? –pregunté, pero Aravir se limitó a hacer un leve movimiento con la mano y se acostó.
Me encogí de hombros y me dispuse a dormir.
Al día siguiente nos despertaron las vocees de unos exploradores que decían que el enemigo se nos echaba encima. Proseguimos marcha y tras muchos días al trote divisamos las colinas de Evendim, que eran la frontera natural de la antigua capital de Arnor, Annúminas. Pero esta ciudad ahora estaba en ruinas, y su esplendor era cosa del pasado. Los caballos empezaban a respirar dificultosamente, y yo bajé del mío para darle un respiro. Los demás me imitaron, pues los animales necesitaban descansar. La noche se echó sobre nosotros, y unos aullidos resonaron en la distancia. Sin dudarlo, di una palmada a mi caballo fuerte en los cuartos traseros para que huyera y escuché lo que ya había pensado:
-¡A los árboles, majestad! –pero Arvedui se alejaba con el resto de la hueste y nosotros quedamos sin caballos a merced de los lobos. Todos empezaron a encaramarse a los árboles, pero yo cogí un palo y restregué excrementos de caballo por la base de los árboles. Hecho esto, empecé a trepar a un alto árbol, y me senté en una de las ramas. Vi cómo el olfato de los lobos les guió y siguieron la ruta que el insensato rey había tomado. Pero ¿qué haríamos ahora? Ahora nuestra única esperanza era encontrar al menos un refugio para cobijarnos del enemigo que se aproximaba por momentos por la retaguardia y del frío.
Con todo preparado avanzamos por el túnel de escape, en silencio y oyendo los ruidos del combate que seguían manteniendo los pocos defensores de la ciudadela contra el enemigo. Yo me tapé la cara, pues sabía como eran las tierras del norte, y tiré de las riendas del caballo. Tras un rato salimos al exterior, y el rey nos ordenó que explorásemos el terreno. Aravir y yo marchamos juntos, reconociendo aquel terreno frío y seco, buscando alguna amenaza, aunque no la encontramos. Tras varios días de exploración tranquila, y tras montar campamento en una pequeña elevación, salimos de nuevo de noche a reconocer el terreno. Encendieron varias hogueras, necesarias para combatir el frío, pero no me gustaba la idea de hacer fuego con el enemigo seguramente a nuestras espaldas. Aravir y yo bajamos con los caballos, y batimos el terreno. Oí un ruido y bajé del caballo, ocultándome en un árbol cercano con él. Alrededor de 150 trasgos avanzaban rápidos hacia el campamento a pie. No lo dudé un instante y me encaminé rápidamente hacia el campamento junto con Aravir, arrollando a los orcos por la espalda. Noté cuando sobrepasamos su línea que mi caballo empezaba a cojear, pero no parecía grave. Entramos en el campamento, y Aravir dijo:
-¡Yo avisaré al rey!
Seguí hasta la hoguera, donde estaban nuestros amigos, que se sobresaltaron por mi llegada.
-¿Qué pasa? –me preguntó una voz.
-El fuego nos ha delatado. Se aproximan alrededor de 150 trasgos. –dije distraído mientras sacaba el puñal y extraía la flecha del cuarto trasero izquierdo del caballo, y curándole la herida con algunas hierbas.
-¡Por fin movimiento! –dijo la alegre voz de Ulbar.
Acto seguido nos retiramos junto con los caballos lejos del fuego, donde el enemigo no pudiera vernos. No tardamos mucho en eliminarlos a todos, y emprendimos la marcha al día siguiente hacia el norte, para huir del enemigo.
Todos discutían sobre la situación, y decidimos informar al rey sobre nuestra opinión. De esto se encargó Aravir, mientras los demás nos quedábamos junto al fuego. Yo cogí la recién repuesta cantimplora de anís y lo olí antes de beber. Su aroma me calmó los ánimos.
-¿Quieres un poco Namsis? –le pregunté.-¿Queréis alguno? Es balsámico y da ánimos.
-¿Más que una buena jarra de cerveza? –rió Ulbar.
-Claro que sí. –La fueron pasando y cuando llegó a mis manos estaba casi vacía. Al menos habían dejado algo, pero no importaba, tenía otra de reserva.
Cuando Aravir regresó, yo estaba quitando la montura y la manta al caballo, para usarla de almohada y manta.
-¿Qué te ha dicho, Aravir? –pregunté, pero Aravir se limitó a hacer un leve movimiento con la mano y se acostó.
Me encogí de hombros y me dispuse a dormir.
Al día siguiente nos despertaron las vocees de unos exploradores que decían que el enemigo se nos echaba encima. Proseguimos marcha y tras muchos días al trote divisamos las colinas de Evendim, que eran la frontera natural de la antigua capital de Arnor, Annúminas. Pero esta ciudad ahora estaba en ruinas, y su esplendor era cosa del pasado. Los caballos empezaban a respirar dificultosamente, y yo bajé del mío para darle un respiro. Los demás me imitaron, pues los animales necesitaban descansar. La noche se echó sobre nosotros, y unos aullidos resonaron en la distancia. Sin dudarlo, di una palmada a mi caballo fuerte en los cuartos traseros para que huyera y escuché lo que ya había pensado:
-¡A los árboles, majestad! –pero Arvedui se alejaba con el resto de la hueste y nosotros quedamos sin caballos a merced de los lobos. Todos empezaron a encaramarse a los árboles, pero yo cogí un palo y restregué excrementos de caballo por la base de los árboles. Hecho esto, empecé a trepar a un alto árbol, y me senté en una de las ramas. Vi cómo el olfato de los lobos les guió y siguieron la ruta que el insensato rey había tomado. Pero ¿qué haríamos ahora? Ahora nuestra única esperanza era encontrar al menos un refugio para cobijarnos del enemigo que se aproximaba por momentos por la retaguardia y del frío.
"La vida tiene el sentido que nosotros le damos y en ello reside la grandeza del hombre" -Friedrich Nietszche.