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Ver tema#418 Respondiendo a: Aravir
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Por fin hemos decidido el camino a seguir, antes de abandonar la cueva, me preocupo de desarmar todos los cepos para evitar algun accidente. Luego de hacer esto, doy la señal a mis compañeros y seguimos nuestro camino. Nuestro viaje por las colinas de Evendrim es larga y agotadora, el frio s...
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Nos ponemos en marcha, aunque antes Aravir se adelanta para desactivar los cepos que había puesto. Cuando ha terminado, nos indica que podemos continuar. Sin demora, nos ponemos en marcha por las colinas de Evendim en dirección oeste. Marchamos a buen paso, y de vez en cuando los guío yo o Aravir, explorando el terreno para cerciorarme de que es seguro. Una mañana, escucho algo de que Ulbar se había vuelto abstemio, ante lo que río con ganas, pues eso es una de las pocas cosas imposibles en el mundo. Tras muchos días de marcha, por fin nos sentimos algo seguros como para encender fuego y calentarnos, aunque las provisiones escasean. De todas formas, era evidente que por allí habitaban animales, pues yo ya había visto sus rastros por el camino. Mientras Ulbar encendía el fuego yo me pongo la banda de la cara para no exhalar mi aliento y alertar a los animales que serían mi presa. Cojo el arco y me echo al carcaj a la espalda, con lo que Aravir se pone alerta y me pregunta si todo va bien. Le explico que voy de caza, y él decide acompañarme, al igual que Îbal. Cazamos algunos conejos y un jabalí, y al volver al campamento nos reciben con alegría, aunque claro está, no por nuestra vuelta sanos y salvos, sino por la comida. Para conservar los alimentos, al menos tendríamos que ahumarla o hervirla. Pero ninguno teníamos cacerolas ni instrumentos de cocina. Ulbar pide el casco a Miquel, pero este rehúsa, ya que le es muy querido. Pero Namsis hace uso de sus encantos femeninos, y consigue convencer al enano. Me pone fácil hacer la broma al señor enano para que se lavase y me paso un poco con la broma, por lo que me disculpo, previendo el salto del furioso enano sobre mí, aunque Aravir, Îbal y Namsis lo contenían yo sabía que al final todos terminaríamos riendo, como de costumbre. Ulbar avió los conejos y yo me ocupé de algo de la carne del jabalí. Esto serviría para subsistir algún tiempo. Casi tranquilo por completo, me acuesto arropado en mi capa. No soñé nada absolutamente, y mis sueños fueron perturbados por los pies furiosos de Namsis, que me patearon las costillas. El corazón casi se me escapa por la boca, pero conseguí recomponerme, sacando el puñal no sabiendo bien por qué.
-¡¡En pie!! A las armas, está aquí –entendí todavía con legañas en los ojos.
Unos harapos ocultaban un ser oscuro con ojos brillantes y rojos.
-No sois aquel a quien debo cazar. Pero no importa. Esta noche, serán vuestras vidas las que terminen. Y será así porque así me place que sea. –habló. Era un tumulario.
La figura oscura lanzaba mandobles a Ulbar, quien se defendía como podía, este consiguió descubrir la brillante armadura de mithril del enemigo. Aravir también empezó a ayudar. Yo estaba quieto, pensando qué hacer. El mithril no podía romperse con nada. Tenía que buscar puntos débiles. Los demás también contribuían al ataque contra el tumulario, menos Namsis y yo. Namsis estaba quieta, con la espada desenvainada en una mano y la vara en la otra, murmurando algo. El tumulario dirigió sus luminosos ojos hacia ella, y yo instintivamente salté hacia ella, sacándola de la trayectoria de lanzamiento de un mandoble que el tumulario había arrojado. Mi tirón de brazo la arrojó al suelo, pero la ayudé a levantarse y envainé el puñal, apuntando con una flecha puesta en el arco a los ojos del maldito espíritu.
-¡Hay que darle tiempo a Namsis! –gritó alguien.
Vi como algunos de mis compañeros intentaban prender fuego a los harapos con bastante dificultad. Yo miré a Namsis, que seguía murmurando mirando al tumulario, y disparé una flecha, que dio de lleno en la cara del tumulario. Este se enfureció ante mi disparo, pero los demás compañeros lo mantenían entretenido. Otra vez disparé, y vi cómo el tumulario sacaba una daga más o menos de larga como la mía y me la arrojaba. Se clavó en un árbol a 2 centímetros de mi oreja, y furioso saqué el puñal de nuevo y me lancé al ataque cuerpo a cuerpo.
-¡Date prisa, Namsis, por favor! –le dije a Namsis al oído antes de lanzarme como un poseso hacia el tumulario.
Nos ponemos en marcha, aunque antes Aravir se adelanta para desactivar los cepos que había puesto. Cuando ha terminado, nos indica que podemos continuar. Sin demora, nos ponemos en marcha por las colinas de Evendim en dirección oeste. Marchamos a buen paso, y de vez en cuando los guío yo o Aravir, explorando el terreno para cerciorarme de que es seguro. Una mañana, escucho algo de que Ulbar se había vuelto abstemio, ante lo que río con ganas, pues eso es una de las pocas cosas imposibles en el mundo. Tras muchos días de marcha, por fin nos sentimos algo seguros como para encender fuego y calentarnos, aunque las provisiones escasean. De todas formas, era evidente que por allí habitaban animales, pues yo ya había visto sus rastros por el camino. Mientras Ulbar encendía el fuego yo me pongo la banda de la cara para no exhalar mi aliento y alertar a los animales que serían mi presa. Cojo el arco y me echo al carcaj a la espalda, con lo que Aravir se pone alerta y me pregunta si todo va bien. Le explico que voy de caza, y él decide acompañarme, al igual que Îbal. Cazamos algunos conejos y un jabalí, y al volver al campamento nos reciben con alegría, aunque claro está, no por nuestra vuelta sanos y salvos, sino por la comida. Para conservar los alimentos, al menos tendríamos que ahumarla o hervirla. Pero ninguno teníamos cacerolas ni instrumentos de cocina. Ulbar pide el casco a Miquel, pero este rehúsa, ya que le es muy querido. Pero Namsis hace uso de sus encantos femeninos, y consigue convencer al enano. Me pone fácil hacer la broma al señor enano para que se lavase y me paso un poco con la broma, por lo que me disculpo, previendo el salto del furioso enano sobre mí, aunque Aravir, Îbal y Namsis lo contenían yo sabía que al final todos terminaríamos riendo, como de costumbre. Ulbar avió los conejos y yo me ocupé de algo de la carne del jabalí. Esto serviría para subsistir algún tiempo. Casi tranquilo por completo, me acuesto arropado en mi capa. No soñé nada absolutamente, y mis sueños fueron perturbados por los pies furiosos de Namsis, que me patearon las costillas. El corazón casi se me escapa por la boca, pero conseguí recomponerme, sacando el puñal no sabiendo bien por qué.
-¡¡En pie!! A las armas, está aquí –entendí todavía con legañas en los ojos.
Unos harapos ocultaban un ser oscuro con ojos brillantes y rojos.
-No sois aquel a quien debo cazar. Pero no importa. Esta noche, serán vuestras vidas las que terminen. Y será así porque así me place que sea. –habló. Era un tumulario.
La figura oscura lanzaba mandobles a Ulbar, quien se defendía como podía, este consiguió descubrir la brillante armadura de mithril del enemigo. Aravir también empezó a ayudar. Yo estaba quieto, pensando qué hacer. El mithril no podía romperse con nada. Tenía que buscar puntos débiles. Los demás también contribuían al ataque contra el tumulario, menos Namsis y yo. Namsis estaba quieta, con la espada desenvainada en una mano y la vara en la otra, murmurando algo. El tumulario dirigió sus luminosos ojos hacia ella, y yo instintivamente salté hacia ella, sacándola de la trayectoria de lanzamiento de un mandoble que el tumulario había arrojado. Mi tirón de brazo la arrojó al suelo, pero la ayudé a levantarse y envainé el puñal, apuntando con una flecha puesta en el arco a los ojos del maldito espíritu.
-¡Hay que darle tiempo a Namsis! –gritó alguien.
Vi como algunos de mis compañeros intentaban prender fuego a los harapos con bastante dificultad. Yo miré a Namsis, que seguía murmurando mirando al tumulario, y disparé una flecha, que dio de lleno en la cara del tumulario. Este se enfureció ante mi disparo, pero los demás compañeros lo mantenían entretenido. Otra vez disparé, y vi cómo el tumulario sacaba una daga más o menos de larga como la mía y me la arrojaba. Se clavó en un árbol a 2 centímetros de mi oreja, y furioso saqué el puñal de nuevo y me lancé al ataque cuerpo a cuerpo.
-¡Date prisa, Namsis, por favor! –le dije a Namsis al oído antes de lanzarme como un poseso hacia el tumulario.
"La vida tiene el sentido que nosotros le damos y en ello reside la grandeza del hombre" -Friedrich Nietszche.