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Ver tema#422 Respondiendo a: Findon
Narración 10 (versión buena?)
Tras el cegador rayo que expulsó la vara de Namsis, todo se oscureció de nuevo. Las únicas luces procedían de las llamas de la hoguera que habían encendido. En el suelo todavía estaban los harapos que habían pertenecido al malévolo sirviente del rey Brujo. Se oyó revue...
Narración 10 (versión buena?)
Tras el cegador rayo que expulsó la vara de Namsis, todo se oscureció de nuevo. Las únicas luces procedían de las llamas de la hoguera que habían encendido. En el suelo todavía estaban los harapos que habían pertenecido al malévolo sirviente del rey Brujo. Se oyó revuelo por algún sitio. El rayo de luz de Namsis había sido tan intenso que seguramente había sido visto en millas a la redonda. A pisotones, Aravir apagó la hoguera y todos recogieron su equipaje y provisiones, poniéndose en marcha a toda prisa. Siguieron corriendo toda la noche mientras el frío viento les congelaba la cara. Findon se puso su banda, y Aravir también se cubrió. Los demás se tapaban con la mano o como podían. Aquel viento les mantenía despiertos. Al fin llegó el amanecer, pero el grupo proseguía con la marcha cansina, a un paso no muy rápido pero constante.
Todos se pusieron en marcha ahora cuesta abajo a toda prisa, en dirección oeste. Una flecha silbó por delante de la nariz del señor enano y se clavó en un árbol. Todos se quedaron quietos, excepto los dos montaraces, Findon y Aravir, que se agacharon y rodaron a unos arbustos. Ulbar apretaba los dientes con furia, y Miquel no se contuvo:
-Da la cara si te atreves, cobarde. –dijo, pero no obtuvo respuesta.
Namsis tenía la capucha puesta, pero miraba alrededor con atención. Ibal tenía su arco dispuesto, pero no alcanzaba a ver el objetivo. Aravir le señaló a Findon la flecha. Obviaron que había venido de la derecha del camino. Se fueron reptando hasta el lugar. Allí vieron una figura subida a un árbol.
-No es un orco –dijo Findon susurrando. Aravir asintió.
Siguieron reptando rodeando al desconocido, que tenía un arco en la mano, pero descargado. El desconocido bajó de repente. Tenía una capucha y no era alto, pero sí algo delgado, aunque no supieron si era un hombre o un elfo, pues no le veían el rostro. El desconocido avanzó, y los dos montaraces le siguieron. En el camino, los demás estaban desconcertados. Estaban confusos y furiosos. Los montaraces, agachados, alcanzaron casi al individuo y saltaron sobre él, haciendo que se revolviera.
-Lo tenemos! –gritó Aravir. En un momento, Findon le quitó la capucha. Era un elfo. Se presentó y se explicó. Lo soltaron, y gracias a Eru que lo hicieron, porque Miquel había descargado su hacha, que se quedó incrustada en el suelo a gran profundidad donde antes había estado el elfo derribado. Se presentó de nuevo a todos. Se llamaba Entaguas, y rondaba los caminos para otear la venida del enemigo de Angmar.
Hechas las explicaciones, el elfo se ofreció a conducirles a Mithlond, aunque todavía quedaba un buen trecho.
Tras el cegador rayo que expulsó la vara de Namsis, todo se oscureció de nuevo. Las únicas luces procedían de las llamas de la hoguera que habían encendido. En el suelo todavía estaban los harapos que habían pertenecido al malévolo sirviente del rey Brujo. Se oyó revuelo por algún sitio. El rayo de luz de Namsis había sido tan intenso que seguramente había sido visto en millas a la redonda. A pisotones, Aravir apagó la hoguera y todos recogieron su equipaje y provisiones, poniéndose en marcha a toda prisa. Siguieron corriendo toda la noche mientras el frío viento les congelaba la cara. Findon se puso su banda, y Aravir también se cubrió. Los demás se tapaban con la mano o como podían. Aquel viento les mantenía despiertos. Al fin llegó el amanecer, pero el grupo proseguía con la marcha cansina, a un paso no muy rápido pero constante.
Todos se pusieron en marcha ahora cuesta abajo a toda prisa, en dirección oeste. Una flecha silbó por delante de la nariz del señor enano y se clavó en un árbol. Todos se quedaron quietos, excepto los dos montaraces, Findon y Aravir, que se agacharon y rodaron a unos arbustos. Ulbar apretaba los dientes con furia, y Miquel no se contuvo:
-Da la cara si te atreves, cobarde. –dijo, pero no obtuvo respuesta.
Namsis tenía la capucha puesta, pero miraba alrededor con atención. Ibal tenía su arco dispuesto, pero no alcanzaba a ver el objetivo. Aravir le señaló a Findon la flecha. Obviaron que había venido de la derecha del camino. Se fueron reptando hasta el lugar. Allí vieron una figura subida a un árbol.
-No es un orco –dijo Findon susurrando. Aravir asintió.
Siguieron reptando rodeando al desconocido, que tenía un arco en la mano, pero descargado. El desconocido bajó de repente. Tenía una capucha y no era alto, pero sí algo delgado, aunque no supieron si era un hombre o un elfo, pues no le veían el rostro. El desconocido avanzó, y los dos montaraces le siguieron. En el camino, los demás estaban desconcertados. Estaban confusos y furiosos. Los montaraces, agachados, alcanzaron casi al individuo y saltaron sobre él, haciendo que se revolviera.
-Lo tenemos! –gritó Aravir. En un momento, Findon le quitó la capucha. Era un elfo. Se presentó y se explicó. Lo soltaron, y gracias a Eru que lo hicieron, porque Miquel había descargado su hacha, que se quedó incrustada en el suelo a gran profundidad donde antes había estado el elfo derribado. Se presentó de nuevo a todos. Se llamaba Entaguas, y rondaba los caminos para otear la venida del enemigo de Angmar.
Hechas las explicaciones, el elfo se ofreció a conducirles a Mithlond, aunque todavía quedaba un buen trecho.
"La vida tiene el sentido que nosotros le damos y en ello reside la grandeza del hombre" -Friedrich Nietszche.