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Entaguas
Entaguas
Desde: 21/04/2005

#425 Respondiendo a: Namsis

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-Mornië alantië.
Oigo el susurro de Îbal, cuando la luz de mi vara se extinguió y de nuevo todo quedo inundado por la oscuridad de la noche. En aquel momento fuimos alertados por un lejano revuelo. Recogimos el campamento y echamos a correr sin detenernos hasta que llego el alba. Mientras r...

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Difícil tarea la encomendada. Avisar la llegada del enemigo, sus movimientos... para ese trabajo había que ser muy astuto y rápido. Por eso me eligieron a mí... aunque me pasara parte del día roncando. Quizás había pasado un orco y no me había enterado; afortunadamente, no estaba solo. Un par de elfos también habían sido mandada detrás de mí, aunque estaban muy lejos ahora. Pero es sabido, que nadie puede igualar la rápida carrera de un elfo de los noldor, ni si quiera un enano mosqueado.
Para hacer guardia aquella noche, decidí subirme a un árbol. Aunque no me hacía mucha gracia, era un lugar elevado y que seguramente me permitiría pasar desapercibido. De repente, el aire se volvió gélido. Poco después, a la lejanía me pareció ver un pequeño fogonazo de luz en la oscuridad de la noche. Fue solo un momento, un instante... realmente, solo había sido un enanísimo punto a la lejanía que de repente, había brillado. Quizás había sido mi imaginación. De todas maneras, debía de estar alerta.
Estube toda la noche en guardia. Alerta, con el arco preparado. El viento me daba en la espalda, acariciando mis largos cabellos, y yo vigilaba atento el paisaje con mi mirada, atento, a cualquier peligro amenazante. Pero aquel estado de vigilancia no duró mucho, pues ya se acercaba el alba y tenía un poco de hambre.
- Bah, por un momento en que descuide mi mirada para comer y beber, no creo que pase nada...
Pero no fue un momento, pues estube un poco de tiempo holgazaneando. No me dormí, pero si que estube en cierto estado mental que se acerca mucho a estar totalmente dormido. Cerré los ojos y permitirme echarme en un sitio del tronco que encontre cómodo. Sin embargo, oí una voz cercana semejante a la de un orco, o peor aún, juré que era la de un desagradable enano.
Sin demorarme nada me levanté. Vi un grupo formado por varios hombres, una mujer y un enano. ¡Un enano, esa maldita raza barbuda! Dada la extraña apariencia del grupo no me pareció insensato, al menos, matar con el enano. Quizás fueran supervivientes de alguna batalla... pero tal y como estaba la cosa, no podía arriesgarme a preguntar. Así, que sin apenas pensarlo mucho y de forma inmediata, disparé una flecha dirigida al enano. Desgraciadamente fallé.
-¡Serás desgraciado!. ¡Justo ahora que íbamos a echar un buen trago!. ¡Sal y da la cara si te atreves, que te la voy a arreglar a hachazos, jodido pedazo de imbecil!.
El enano alzaba su hacha propinando otro par de insultos. Sin embargo, el resto de la compañía (que parecía haberse percatado del peligro) pareció desaparecer de repente. Quizás se habían agachado. Bajé del árbol impoluto y sereno, tras darme cuenta de que quizás acabando con el enano se arreglara la situación, o quizás para aclarar un malentendido. Sin embargo, de repente, dos personas se me echaron encima por sorpresa y me agarraron. Pero al bajarme la capucha, se dieron cuenta de que no era ningún orco y me libraron aún desconfiados. En el justo momento para esquivar un golpe del enano.
- Enano tenía que ser...- susurré.
Aquel comentario no pareció agradar mucho al enano, aunque no me sorprendió en absoluto la forma en la que se comportaba.
- Mi nombre es Entaguas, soy un explorador al servicio de Cirdan de los puertos grises. Y mi misión, como podréis suponer, es montar guardia para vigilar los movimientos del enemigo- dije yo, presentándome ante aquella compañía.
- ¿Enemigos? ¿Te parecemos enemigos?- gritó el enano alzando su haca todavía.
Sin embargo, me quedé boqueabierto al ver como la mujer le habló al enano en extraños murmullos, y los demás parecieron ver divertido esto. Finalmente, todos desenvainan las espadas y apuestan por beber ron.
- Yo no quiero ron... es el único líquido alcohólico que no...- les digo.
- ¡Eso es porque no lo has probado! ¡JAJAJA!- dice el gondoriano, dándome una palmadita en la espalda. Miró al señor enano. Ambos seguimos sosteniendo una mirada asesina.
En ese momento, algo extraño sucede. Silencio. Luego, un aullido.
- ¿Huargos?- pregunta uno de los hombres.
- Sí, más de uno...- digo yo en un tono desconfiado- una patrulla de cacería... y ya sé por quien ha sido enviada...
- Ya te explicaremos, no hemos estado haciendo turismo precisamente...
Varios lobos se acercan. Yo subo al árbol junto al resto de hombres que portan arco. Mientras veo como los huargos se acercan a la lejanía, les digo a los que suben conmigo al árbol:
- Oye a todo esto, no nos hemos presentado...
- îbal, señor elfo.
- Aravir.
- Encantado.
Disparó varias flechas certeramente. Realmente es un combate bastante bueno. Sin embargo, de repente, algo extraño pasa... la mujer parece tener grandes poderes mágicos, pues hizo crear una gran columna de fuego que acaba con casi todos los lobos, con un par de palabras y un movimiento de su vara... . No consigo guardar la sonrisa que aparece en mi rostro y en mi pensamiento, pues al ver su poder, vienen a mi mente las palabras que Círdan mencionó...
- Si encontráis a algún superviviente, traedlo aquí inmediatamente y si veis a alguien con poderes mágicos, hacermelo saber. Serían un buen aliado, y aunque esto es excepcional, os daría una fuerte recompensa...
La sonrisa que de repente tenía era imposible de contener. ¿Supervivientes? ¿A alguien con poderes mágicos? ¿Por qué no? En aquella compañía, podía encontrar una poderosa suma de dinero, sobre todo en la mujer. No tenía ni idea para que podía querer a Círdan a aquella compañía o a una mujer con cierto poder, pero en aquel momento, mi vena mercenaria brillaba al ver un gran baúl de oro. Solo tenía convencerlos de que fueran a Mithlond. Quizás la suerte me fuese propicia. Pero de mientras, seguía acabando con la vida de muchos huargos, y de sus jinetes orcos, que caían al suelo tras caer su bestia, muriendo en el tremendo golpe que su cara se pegaba contra el suelo. Aunque con la cara que tenían, quizás ya se habían estrellado contra el suelo un par de veces.
¡Oh Orofarnë, Lassemista, Carnimirië!
¡Oh hermoso fresno, sobre tu cabellera qué hermosas son las flores!
¡Oh fresno mío, te vi brillar en un día de verano!
Tu brillante corteza, tus leves hojas, tu voz tan fresca y dulce:
¡qué alta llevas en tu cabeza la corona de oro rojo!
Oh fresno muerto...