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Findon
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Desde: 30/01/2007

#448 Respondiendo a: Namsis

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La noche avanzaba mientras continuabamos la huida a través de varios callejones
oyendo cada vez más lejano, o almenos eso parecia, el alboroto de nuestros perseguidores.
Yo corro cerca de Îbal, siguiendo de cerca a Entaguas, Findon va el último tocandose el golpe de la cabeza no merecido...

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Menudo golpe. Con la mano derecha me frotaba la herida que Namsis me había hecho con el bastón. ¿No había forma más amable para pedirme que me levantase? Marchaba el último del grupo, tras Namsis e Îbal. No me preocupaba por escudriñar los oscuros callejones por los que deambulábamos. El bastonazo no había ahuyentado aquel adormecimiento. Siempre me pasaba tras muchos días sin dormir, el sueño se acumulaba. Pero no sabía hacia dónde se dirigían mis compañeros. Tras muchos recodos e intrincados callejones, encontramos un edificio que me resultaba extrañamente familiar. ¡Pues claro! Era el cuartel elfo al que nos había conducido Entaguas al llegar a la ciudad. Pero no nos deparó una grata sorpresa, ya que la multitud enfurecida, nuestras amistades del bar que habíamos derrumbado, nos esperaban ceñudos y cubiertos de escombros en la puerta del cuartel elfo.

El general que nos había permitido “desahogarnos” antes de nuestra partida conversaba con el elfo capitán de la guardia con el que Ulbar y Miquel tan bien se llevaban. El general elfo nos indicó acercarnos y seguirle hacia el interior del cuartel. En medio de un silencio sepulcral, sólo perturbado por las risas histéricas de Aravir, quien o estaba borracho o loco. Lo primero era más probable, sin duda. Sin embargo, Namsis le amenazó con la vara y sus risas cesaron. Entramos en la conocida estancia, donde nos esperaba el general y el capitán de la guardia, acompañados de unos 20 soldados elfos. El general comenzó a hablar y yo me recosté a la pared junto a Îbal, sin escuchar ni una palabra de lo que el elfo decía. Terminó su discurso y sin poder reprimirlo solté un bostezo descomunal, que fue seguido de estruendosas carcajadas de Aravir, que fue acallado por un codazo de Ulbar. Me fijé en ese momento en el enano, que estaba sentado encima del barril. A ver quién era el bonito que se atrevía a arrebatárselo. Volví a mirar al techo, sin saber bien por qué. Finalmente, una frase del general me sacó de mi ensimismamiento:

- ...Supongo que ya sabéis donde vais a pasar el resto de la noche hasta nueva orden.

Al calabozo, claro. Bueno, mientras hubiese cama, a Carn Dûm me podían mandar je, je. Mis compañeros no parecían de acuerdo, pero a mí me traía sin cuidado, pero los lanceros elfos nos amenazaron con sus hojas. Luego nos pidieron las armas, muy educadamente, claro, como es propio de elfos, pero no accedimos a su petición. Yo me dirigí dócil como un cordero conducido por los guardias al calabozo, donde me tiré en la cama, al fin.

A la mañana siguiente unos extraños tintineos me despertaron. Me di la vuelta, ya que miraba a la pared, y me encontré con la figura de Aravir junto a la cerradura de la puerta. Sonreí para mis adentros y me senté en la cama, incorporándome. En poco tiempo estuvieron en pie todos mis compañeros, y no pasó mucho tiempo antes de que Aravir consiguiese forzar la cerradura. Una vez abierta la puerta, Ulbar preguntó a quien le tocaba cargar con el barril. Yo bajé la cabeza, ya que recién despierto no me apetecía cargar con 10 kilos de cerveza en brazos. Para convencernos, Ulbar decidió vaciar un poco la carga, y ante mis insistencias me dio la jarra llena y el líquido me quitó las prisas. Era deliciosa. Tras este nutritivo desayuno, salimos de las mazmorras y caminamos por la sala principal del cuartel, que estaba desierta. Solté el puñal, que tenía medio desenfundado, ya que no hacía falta. Salimos a la calle y la brisa matinal con olor a salitre me despertó por completo. Entaguas nos guió hasta los cuarteles, donde el general elfo ya nos esperaba, para nuestra sorpresa. Tras unos breves comentarios nos envió a Gondor, tras darnos unos caballos para el viaje. Salimos de la ciudad y tras cabalgar un poco veo unas figuras distantes: las Colinas Lejanas. Detuve mi caballo y saqué mi mapa de la tierra media, que tanto tiempo me había acompañado en mis viajes. Lo extendí y señalé hacia delante, hacia donde estaban las montañas:
--Eso que hay ante nosotros son las colinas lejanas. La frontera entre el antiguo reino de Arnor y Lindon. Debemos cruzarlas pues al otro lado, comienza el camino que une el antiguo reino del norte con el reino del sur.
Esto pareció animarles y espoleé a mi caballo hacia delante, aunque sin forzarlo, ya que el camino que nos esperaba era muy largo.
"La vida tiene el sentido que nosotros le damos y en ello reside la grandeza del hombre" -Friedrich Nietszche.