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Findon
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Desde: 30/01/2007

#457 Respondiendo a: Aravir

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La travesía continuaba, y pronto nos hallábamos cruzando Las montañas blancas...de pronto se escucha un fuerte golpe... como voy conectrado en guiar a mi caballo, no me doy vuelta para mirar que sucedía, pero las carcajadas de Ulbar me obligan a mirar. Al parecer el señor enano se ha caído,...

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Mientras caminamos rodeando las Quebradas Blancas, se oye un pequeño golpe sordo de algo contra el suelo. Me giro y veo al señor enano farfullando en el suelo y sacudiéndose. Se levanta sin problemas y prosigo, aunque las carcajadas de Ulbar hacen enrojecer a Miquel, intento defenderlo, pero el enano, orgulloso, contraataca a todas las burlas, y hace caso omiso. Tras esto, proseguimos y yo miro el mapa, intentando ubicar nuestra posición en él, lo que no me resulta fácil. Mi idea es encontrar el gran camino que unía los antiguos reinos del Norte y del Sur. Intentando no perderme en aquellas tierras desconocidas y a mis amigos conmigo, sigo caminando hacia donde en teoría debía estar el camino. Finalmente lo encontramos y muy cerca de él podemos ver una pequeña población de medianos, aunque sólo podemos ver algunos, ya que la mayoría se ocultan. Con el mapa levantado sigo caminando, pero al mirar atrás veo como el grupo se dirige hacia un edificio bastante peculiar de una sola planta, que parecía ser sin lugar a dudas por la velocidad en que Ulbar se dirigía a él una taberna, en versión reducida, claro. Allí entramos, doblándonos para entrar por la pequeña puerta y nos sentamos como podemos en una mesa, al tiempo que Ulbar pide una ronda, que el tabernero trae al poco tiempo. Al parecer el tamaño de aquellos seres nos refrena ante una nueva furia devastadora, además, parecían más pacíficos que los elfos de Mithlond. Sin embargo, un mediano irrumpe en la taberna al grito de ¡¡Fuego!! Y saltamos de nuestras sillas hacia fuera, y al poco tiempo desenvainamos todos nuestras armas preparados para despellejar a unos orcos que arrasan la aldea. Namsis parece que conoce una forma de salvar de las cenizas al pacifico pueblo mediano, pero necesita protección. El señor enano, firme protector de la señorita y yo, que en ese momento desmembraba a un orco y estaba cerca de ellos dos, me ofrezco como protección. Namsis comienza a murmurar. El hacha del señor enano, ahora teñida del característico negro de la sangre de orco, trabaja sin cesar, y yo defiendo la línea con mi puñal como puedo. Veo como Aravir lucha también ferozmente con un orco, Ibal y Entaguas usan sus arcos. Ulbar también anda de acá para allá, eliminando a todo engendro maligno que se le interpone. En un respiro saco el arco y disparo certeramente algunas flechas, pero de nuevo me veo obligado a usar el puñal. Una gota proveniente del cielo me cae en la mano, luego otra, y así veo como la lluvia comienza a hacerse más y más fuerte. Las llamas se van apagando, algunos medianos armados con horcas y estacas intentan ayudarnos, los orcos van disminuyendo, pero al poco arrecia una lluvia afilada de virotes lanzada por los orcos. No veo a mis compañeros, tengo las ropas embarradas, el puñal todavía en la mano tiene más barro que acero en la hoja. Un virote me pega en la rodilla, otro unos centímetros más arriba. Me tiro al suelo y ruedo hasta una pequeña barricada montada por los medianos. El dolor es punzante, saco el arco e intento apuntar a las difusas figuras de los orcos que distingo con más o menos claridad.
"La vida tiene el sentido que nosotros le damos y en ello reside la grandeza del hombre" -Friedrich Nietszche.