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Ver tema#466 Respondiendo a: gandalf el beis
Accion(muerte)
Ayudo a meter a Findon en una de las casas.
-No es nada grave, pero algo de athelas es imprescindible para curarlo.-dice Aravir.
-Bien yo tengo un poco- le respondo mientras saco la bolsita de cuero de mi cinto.- Voy al monte a buscar más.
Me dirigí hacia el norte y encontré unas...
Accion
La lluvía invocada por nuestra compañera, no mostraba tregua alguna, de la misma manera que tampoco los orcos mostraban tregua alguna.
Îbal y yo decidimos ir a un gran montículo y disparar desde allí nuestras flechas. Los orcos no tenían piedad alguna, y nosotros tampoco les ofrecíamos piedad alguna.
La lluvia era intensa, y hacía más difícil el apuntar con el arco. Yo con mi vista élfica, no tenía de todos modos ningún problema.
Llegó Aravir y le cubrimos, y luego a Findon. Parecía muy herido. De todos modos, aquel no era el momento adecuado. Los orcos no ofrecían tregua alguna.
- ¡Por la Comarca!
Ulbar, para sorpresa de los orcos sale de una casa con un grupo de hobbits, valientes y decididos a luchar hasta la muerte. Algunos ni si quieran llevaban alguna arma, y utilizaban los meros puños para defenderse. Otros tiraban piedras, o atacaban al oponente con vulgares cuchillos de cocina, o simples palos de madera. De todos modos, el ataque sorpresa resultó muy exitoso.
La batalla terminó, con victoria para nosotros. Casi todos estabamos heridos. El señor enano tenía una profunda herida en el costado, y la sangre brotaba sin césar.
- ¿Pero qué crees que eres, un elfo o qué? ¡Por favor, ponedle una venda y dejad de darle vino, que ya ha bebido suficiente! ¡Los enanos son muy débiles y no aguantará mucho más tiempo consciente!
Miguel gruñe y se muerde el labio, y Aravir ríe.
Tras esto, metemos a Findon en una casa para intentar curarlo. Necesita Athelas, según la opinión de Aravir. Îbal da un poco de Athelas y se va, al monte a buscar más.
- No debería de ir solo. Es una imprudencia ir solo, a saber si hay orcos sueltos por ahí.
Esto no lo dije, solo lo pensé, pues preferí callar.
Un saludo.
La lluvía invocada por nuestra compañera, no mostraba tregua alguna, de la misma manera que tampoco los orcos mostraban tregua alguna.
Îbal y yo decidimos ir a un gran montículo y disparar desde allí nuestras flechas. Los orcos no tenían piedad alguna, y nosotros tampoco les ofrecíamos piedad alguna.
La lluvia era intensa, y hacía más difícil el apuntar con el arco. Yo con mi vista élfica, no tenía de todos modos ningún problema.
Llegó Aravir y le cubrimos, y luego a Findon. Parecía muy herido. De todos modos, aquel no era el momento adecuado. Los orcos no ofrecían tregua alguna.
- ¡Por la Comarca!
Ulbar, para sorpresa de los orcos sale de una casa con un grupo de hobbits, valientes y decididos a luchar hasta la muerte. Algunos ni si quieran llevaban alguna arma, y utilizaban los meros puños para defenderse. Otros tiraban piedras, o atacaban al oponente con vulgares cuchillos de cocina, o simples palos de madera. De todos modos, el ataque sorpresa resultó muy exitoso.
La batalla terminó, con victoria para nosotros. Casi todos estabamos heridos. El señor enano tenía una profunda herida en el costado, y la sangre brotaba sin césar.
- ¿Pero qué crees que eres, un elfo o qué? ¡Por favor, ponedle una venda y dejad de darle vino, que ya ha bebido suficiente! ¡Los enanos son muy débiles y no aguantará mucho más tiempo consciente!
Miguel gruñe y se muerde el labio, y Aravir ríe.
Tras esto, metemos a Findon en una casa para intentar curarlo. Necesita Athelas, según la opinión de Aravir. Îbal da un poco de Athelas y se va, al monte a buscar más.
- No debería de ir solo. Es una imprudencia ir solo, a saber si hay orcos sueltos por ahí.
Esto no lo dije, solo lo pensé, pues preferí callar.
Un saludo.
¡Oh Orofarnë, Lassemista, Carnimirië!
¡Oh hermoso fresno, sobre tu cabellera qué hermosas son las flores!
¡Oh fresno mío, te vi brillar en un día de verano!
Tu brillante corteza, tus leves hojas, tu voz tan fresca y dulce:
¡qué alta llevas en tu cabeza la corona de oro rojo!
Oh fresno muerto...
¡Oh hermoso fresno, sobre tu cabellera qué hermosas son las flores!
¡Oh fresno mío, te vi brillar en un día de verano!
Tu brillante corteza, tus leves hojas, tu voz tan fresca y dulce:
¡qué alta llevas en tu cabeza la corona de oro rojo!
Oh fresno muerto...