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Ver tema#488 Respondiendo a: Aravir
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Mientras nos alejabamos de Tharbad, yo me sentia levemente mejor. En verdad era muy agotador tener que mirar aquellas ruinas con tanta melancolía, pero bueno ya estabamos caminando hacia nuestro destino una vez mas. A unas millas, armamos el campamento cerca de algunas rocas que nos serviría...
Acción
Tras pasar las ruinas de Tharbad el paisaje se volvió más acogedor, aunque no era muy difícil superar el clima tenebroso y húmedo de la antigua ciudad, ahora en ruinas. Los días pasaban, todavía gélidos y montábamos campamentos de noche donde encontrábamos refugio. El camino continuaba sin posible pérdida, ya que sólo debíamos seguir la vía adoquinada. Una noche encontramos un pequeño grupo de árboles y allí nos resguardamos de la lluvia que estaba cayendo. En un pequeño refugio, que no aislaba del agua lo suficiente como nos hubiera gustado, se sortearon las guardias y le tocó el primer turno a Miquel. Yo me arropé con mi manta e intenté protegerme de una gotera que me caía justamente en la nariz. Tras un rato desistí, y recogiendo la manta y mis armas fui donde Miquel hacía la guardia. En el refugio deje a Namsis, Aravir e Ibaldoin, que dormían plácidamente, lo que yo no había conseguido. Por un momento me extrañó ver que Ulbar y Entaguas no estaban en el improvisado refugio, pero tras avanzar unos metros hacia donde Miquel había comenzado la guardia vi tres figuras sentadas, conversando entre ellas. Saludé a mis compañeros y me senté también en otra roca, mojada por cierto, que me hizo blasfemar por lo bajo. Tras un rato en silencio, se escucharon desde el bosque los ronquidos de Ibaldoin. Al poco Ulbar comentó:
-Desde luego, no se que es peor. Si la afición a la mugre de nuestro enano e siempre o la afición musical de nuestro enano enjoyado.
Ante la broma del gondoriano sonreí, aunque las telas que ocultaban parte de mi cara no lo mostraron. El enano respondió con furia, alzando incluso su hacha. Yo simplemente negaba con la cabeza y me encogía de hombros, mirando a los participantes de la discusión. Entaguas, que hasta entonces había estado divirtiéndose con las bromas, se levantó y miró en una dirección, con cara de que las cosas no iban a ir bien. Tomé el arco en una mano y me puse el carcaj. De pronto una masa se abalanzó sobre Ulbar, pero Miquel no tardó en abatirlo con su hacha. Recordando que nuestros compañeros todavía seguían ajenos al peligro, silbé con todas mis fuerzas llevándome dos dedos a la boca. En unos segundos a nuestro alrededor se escucharon múltiples aullidos, y también nuestros compañeros llegaron dispuestos a hacer frente a la manada de lobos que parecía acercarse. En varias ocasiones vi claramente los cuerpos de los lobos y no dudé en disparar, a lo que casi siempre seguía un aullido lastimero. Entaguas también disparaba con rapidez su arco, y los lobos que se acercaban eran victimas de los aceros de los demas compañeros. De pronto, Aravir nos apremió para que fueramos a proteger a los caballos, que relinchaban aterrados. Corrí todo lo que pude y llegué al lugar donde los caballos se encabritaban ante los enormes lobos que les acosaban. Dispare a uno que abati por la espalda y a un segundo le hice una grave herida en el costado con el puñal. Ahora los lobos nos arrinconaban, pero algunos compañeros cogieron algunos palos ardiendo de la pobre hoguera que habíamos conseguido encender aquella noche, y con ellos asustaban a los lobos. En cuanto a mí, había empezado a disparar contra los lobos con el arco, pero paré cuando al echar la mano atrás para coger otra flecha, me encontré vacío el carcaj. Me uní a mis compañeros, mientras los enanos se quedaban protegiendo a nuestras monturas y nos abrimos paso hendiendo cuerpos de lobos. Tras una larga refriega, y verse diezmados, los lobos comenzaron a retirarse. Por suerte, ningún caballo había sido dañado de gravedad, gracias a Eru. Volvimos a la pequeña base y nos mantuvimos alerta el resto de la noche, con el pensamiento de partir con las primeras luces. Al menos un poco de ejercicio, no viene mal de vez en cuando –pensé mientras recogía flechas de los lobos caídos, limpiándolas y devolviéndolas al carcaj.
Tras pasar las ruinas de Tharbad el paisaje se volvió más acogedor, aunque no era muy difícil superar el clima tenebroso y húmedo de la antigua ciudad, ahora en ruinas. Los días pasaban, todavía gélidos y montábamos campamentos de noche donde encontrábamos refugio. El camino continuaba sin posible pérdida, ya que sólo debíamos seguir la vía adoquinada. Una noche encontramos un pequeño grupo de árboles y allí nos resguardamos de la lluvia que estaba cayendo. En un pequeño refugio, que no aislaba del agua lo suficiente como nos hubiera gustado, se sortearon las guardias y le tocó el primer turno a Miquel. Yo me arropé con mi manta e intenté protegerme de una gotera que me caía justamente en la nariz. Tras un rato desistí, y recogiendo la manta y mis armas fui donde Miquel hacía la guardia. En el refugio deje a Namsis, Aravir e Ibaldoin, que dormían plácidamente, lo que yo no había conseguido. Por un momento me extrañó ver que Ulbar y Entaguas no estaban en el improvisado refugio, pero tras avanzar unos metros hacia donde Miquel había comenzado la guardia vi tres figuras sentadas, conversando entre ellas. Saludé a mis compañeros y me senté también en otra roca, mojada por cierto, que me hizo blasfemar por lo bajo. Tras un rato en silencio, se escucharon desde el bosque los ronquidos de Ibaldoin. Al poco Ulbar comentó:
-Desde luego, no se que es peor. Si la afición a la mugre de nuestro enano e siempre o la afición musical de nuestro enano enjoyado.
Ante la broma del gondoriano sonreí, aunque las telas que ocultaban parte de mi cara no lo mostraron. El enano respondió con furia, alzando incluso su hacha. Yo simplemente negaba con la cabeza y me encogía de hombros, mirando a los participantes de la discusión. Entaguas, que hasta entonces había estado divirtiéndose con las bromas, se levantó y miró en una dirección, con cara de que las cosas no iban a ir bien. Tomé el arco en una mano y me puse el carcaj. De pronto una masa se abalanzó sobre Ulbar, pero Miquel no tardó en abatirlo con su hacha. Recordando que nuestros compañeros todavía seguían ajenos al peligro, silbé con todas mis fuerzas llevándome dos dedos a la boca. En unos segundos a nuestro alrededor se escucharon múltiples aullidos, y también nuestros compañeros llegaron dispuestos a hacer frente a la manada de lobos que parecía acercarse. En varias ocasiones vi claramente los cuerpos de los lobos y no dudé en disparar, a lo que casi siempre seguía un aullido lastimero. Entaguas también disparaba con rapidez su arco, y los lobos que se acercaban eran victimas de los aceros de los demas compañeros. De pronto, Aravir nos apremió para que fueramos a proteger a los caballos, que relinchaban aterrados. Corrí todo lo que pude y llegué al lugar donde los caballos se encabritaban ante los enormes lobos que les acosaban. Dispare a uno que abati por la espalda y a un segundo le hice una grave herida en el costado con el puñal. Ahora los lobos nos arrinconaban, pero algunos compañeros cogieron algunos palos ardiendo de la pobre hoguera que habíamos conseguido encender aquella noche, y con ellos asustaban a los lobos. En cuanto a mí, había empezado a disparar contra los lobos con el arco, pero paré cuando al echar la mano atrás para coger otra flecha, me encontré vacío el carcaj. Me uní a mis compañeros, mientras los enanos se quedaban protegiendo a nuestras monturas y nos abrimos paso hendiendo cuerpos de lobos. Tras una larga refriega, y verse diezmados, los lobos comenzaron a retirarse. Por suerte, ningún caballo había sido dañado de gravedad, gracias a Eru. Volvimos a la pequeña base y nos mantuvimos alerta el resto de la noche, con el pensamiento de partir con las primeras luces. Al menos un poco de ejercicio, no viene mal de vez en cuando –pensé mientras recogía flechas de los lobos caídos, limpiándolas y devolviéndolas al carcaj.
"La vida tiene el sentido que nosotros le damos y en ello reside la grandeza del hombre" -Friedrich Nietszche.