Acción

Dejando atrás el vocerío de la taberna, cuyos asaltantes eran mantenidos a raya por algunos valientes que tambien habían plantado cara, tuvimos vía libre hasta la maltrecha atalaya. Una vez allí, apenas tuve tiempo para preguntar si alguien tenía idea de a que vino el repentino asalto a la taberna: el ambiente se cargó y todos miraron con inquietud a la cueva mencionada por el elfo Entaguas, de la que ahora salía todo un enjambre de trasgos que arremetían con furor. Instantes después, habiendo disparado Abârmil apenas un par de flechas (mortalmente certeras), una reducida caballería elfa cargó contra el costado del grupo enemigo. Disparé a los trasgos más alejados del encontrón, cubriendo al resto de los camaradas que también se habían sumado a la contienda.
Un grito de auxilio provino desde el flanco derecho. Un elfo había sido derribado de su montura y se defendía a duras penas de cinco trasgos. Avancé hasta quedar a unos cuatro metros del desigual combate y acabé con dos de ellos a flechazos y el elfo cayó al suelo herido por un corte en la pierna. Contuve, esta vez con el sable, a los tres restantes y un caballero arroyó a dos, lo cual decantó la pugna a mi favor. El elfo se arrastró hasta mí agradeciéndome la intervención.
- ¡Un placer compañero, pero no seas necio y arrastrate hacia la espesura, donde no te vean, y ya me lo agradecerás después, que esta cuadrilla de ovejas sin pastor no va a acabar conmigo!- dije sonriénole.
“Espero que su ilustrisimo señor pueda aclararnos algo de los motivos de la presencia de esta manada de cerdos en su bosque” pensé mientras me arrojaba al combate.