Acción

Continuaba asestando heridas mortales a todo enemigo cercano, había entrado en una especie de frenesí asesino, la mente estaba en blanco, sentía como si mi mano fuera más rápida que mi cerebro, mataba sin pensar, simplemente me dejaba llevar por un ímpetu desmesurado. Me di cuenta de que matar se había convertido en algo tan natural como respirar, me asusté. Detuve mi sanguinaria embestida y mire en derredor confundido, alcancé a ver, entre aquella jungla de aceros decorados con sangre, el rostro de Burzumgad, me hizo un gesto que orientó mis ojos a un enorme oriental cuya indumentaria reconocí como la clásica de la nobleza del este. El orco se abalanzó sobre el fornido hombre dejándolo traspuesto momentáneamente, instante que Burzum aprovechó para socorrer a un enano de barba parda trenzada que yacía herido en el suelo. Salí corriendo para defender a los dos camaradas y en el camino me vi luchando codo con codo con un enano de barba pelirroja y un solo ojo. Al poco estábamos enhiestos ante el noble oriental con Burzum y un furioso enano a nuestras espaldas. El hombre del este ya estaba plenamente recuperado, clavó sus lacerantes ojos sobre nosotros dos, levantó su espada con ambas manos hasta la altura del pecho, apretó los dientes y se encaminó hacia nuestra posición.
- ¡Aquí camaradas, aquí! - grité a la improvisada compañía que habíamos formado y que ahora estaba un tanto dispersa. - Vamos enano - le dije a mi nuevo compañero -, mandemos a ese ser al infierno, nadie toca a un enano y queda sin castigo.
Una sonrisa se esbozó entre la barba pelirroja y en su ojo sentí una fuerza descomunal. Miramos al frente hacia nuestro enemigo, el suelo temblaba.