El Salón del Fuego (I)
Relato que narra los primeros momentos de la estancia de Erelwë hijo de Eriol en Tol Eresëa
En el salón del Fuego
Por "El Dúnadan" Para elfenomeno.com
Parte I
Y he aquí, que en un amanecer que pareció precipitado a los ojos del mundo Occidental, otro marino errante puso pies en Tol-Eresëa. Su nombre - aunque no bien pocos allí lo sabían -, era Erelwë, hijo de Eriol , quien ya una vez había estado allí, pero hacía muchísimos años, pues Eriol era un Elfo, de aquellos que se regían bajo el rey Thingol de Doriath, al este de Beleriand, en la Tierra Media.
Al igual que su padre, Erelwë se había enamorado del mar a temprana edad, y, por tanto conocía mucho del Norte de la Tierra Media; ya en dos ocasiones había cruzado desde la isla de Balar, casi llegando hasta Nevrast, donde vivían los hijos de Fingolfin, a quienes él tenía gran estima, pero nunca siguió más allá, pues temía a los gritos del yermo de Lammoth, como cualquier corazón cálido que en esos días hubiese en el mundo. Desde sus primeras incursiones en el Gran Mar, siempre le había sido un anhelo encontrar la isla Solitaria, de la cual Eriol, su padre, había traído muy buenas nuevas.
Decíase de ese lugar, que los Noldor podían vivir en paz y armonía olvidando los tormentos del maleficio del Miedo Insondable que el Señor Oscuro había lanzado sobre todos ellos.
Pese a no ser de los Noldor - pues sí, Erelwë, al parecer descendía de los Sindar-, al ver la costa de Eresëa luego de mucho tiempo divagando en alta mar, se sintió con gran alegría, pues al fin - y por una extraña razón -, su corazón encontraría paz y tranquilidad, o tal vez, más dolor del que jamás había sentido, aunque eso él no podía saberlo.
Ahora bien, Erelwë se encontraba en una tierra que solo conocía por razón de historias breves, pero concisas. Por ello mismo, el acontecer de todo a su alrededor le parecía casi tan extraño como seguir viviendo después de tanto tiempo a la deriva. Sí, pensó, tal vez Ulmo se había apiadado de él en desmedida, y probablemente, en vez de estar allí, contemplando la alba llegada del invierno, debía de estar justo en ese momento, compareciendo ante Mandos.
-Pero no estoy en ese lugar - se dijo a sí mismo, tratando de calmar su corazón para poder sentirse plenamente feliz de haber encontrado lo que durante tanto tiempo había buscado-. Frías son, no obstante las aguas del Belegaer, y su recuerdo, el que me dominó, en realidad hasta antes de llegar, permanecerá para siempre, aun cuando a la hora de partir Varda me lleve de vuelta a Cuiviénen.
Luego de sacar algunas de su pequeña barcaza, muchas de las cuales le eran indispensables en tierra tanto como en el mar, se echó a andar por las playas exteriores de la Isla Solitaria. Así transcurrió su primer día en aquel lugar, pero ni las gaviotas trajeron para él novedades. Se sentía extrañamente equívoco, y ya comenzaba a sentir en su corazón una duda que presionaba a medida que el sol de invierno subía en el cielo. ¿Estaba realmente en Tol Eressëa?
"Si una mañana descubres un banco de niebla frente a ti una vez que hayas dejado atrás la Isla de Balar, no dudes en perderte dentro de él, pues sin duda Ulmo habrá sido amable contigo. Verás la Isla Solitaria al cabo de unos días, si es que no son años"
Las palabras de Eriol le sonaban extrañamente verosímiles en el momento que las recordó. Había sí, dejado la Isla de Balar, pero ninguna neblina había marcado su azar, ni tampoco había sentido la presencia del Señor de las Aguas.
Para el anochecer dejó atrás las playas exteriores luego de cruzar un mar de dunas que lentamente ascendían hacia un trío de picos dentados a los cuales sucedían dos colosales paredes de roca. Del otro lado, por debajo y por encima de un bosque muy poblado de árboles, asomaban muchas luces de linternas y faroles. Si no estaba en Tol-Eressëa, por lo menos estaba en un lugar poblado y tendría posibilidades de alimentarse y reabastecerse.
***
Erelwë se encontró frente a un portón de piedra que ascendía en una alta loza de piedra oculta tras un denso ramaje de enredaderas. El que nadie lo hubiese visto llegar, ya era algo que ciertamente le sorprendía. Al encontrar lo que más se parecía a la puerta de la guardia, dio dos golpes pausados, como los elfos solían hacerlo en esos días. Pensaba, tal vez, en que la gente de aquella ciudad, reconocería la costumbre - propia también de su padre -, y le recibiría como el hijo de un amigo al cuál no habían visto hace mucho tiempo.
Pero nadie respondió.
Llamó entonces más fuerte, pero el intervalo entre cada llamada era largo. Sucedieron un par de minutos de profundo silencio.
Por fin, un chirrido sordo llegó desde algún lugar de la muralla, al tiempo que desde muy arriba, apoyado sobre el borde mismo del muro, un elfo joven, de cabellos negros, saludaba con la mano.
-Enseguida te abren, forastero - le gritó-. Erelwë sintió entonces, que esas palabras llenas de una paz aparentemente inquebrantable, pertenecían a la melodiosa lengua de los Noldor, que él conocía mucho.
La puerta se abrió poco tiempo después. El mismo pequeño le esperaba, blandiendo un farolillo.
-¡Esperábamos para mucho después tu venida, hijo de Eriol el marino! Vëannë y los suyos te vieron esta mañana, pero tu estabas tan ensimismado que ni te percataste.
-¿En verdad Vëannë, la pequeña adepta a las historias de mi padre, me ha estado esperando? - exclamó Erelwë.
-Pequeña, tal vez, en los tiempos en que teníamos el agrado de tener a Eriol el errante en la isla, pero ahora ha de alcanzar tu madurez. ¡Alégrate, pues ella sabe y espera por ti desde antes que hubieses oído de ella!
-¿Entonces si estoy realmente en Tol-Eressëa?
-Estás, en efecto, pero no diré nada más hasta la hora de las historias y las noticias. Cansado estás, así se te ve. Entra bajo la protección del Lothgalen, pues durante esta noche y lo que quieras del día de mañana, descansarás en paz.
-Sé que tal vez no respondas esta pregunta -dijo Erelwë, dejando atrás la inhóspita noche y adentrándose bajo una techumbre de altos y hermosos árboles -, pero de saber tu nombre, tal vez me sentiría realmente a gusto.
-¡Oh, me llaman Ausir, pero no creo que tu padre pueda recordarme! - respondió el elfo-. Yo era el niño del cual cuidaba Vëannë cuando él estaba en la isla. ¡Las cosas han cambiado mucho desde ese tiempo hasta ahora!
Erelwë no se sintió capaz de responder.
Ausir lo llevó entonces por un sendero que ascendía entre los árboles, en una pendiente de mediana inclinación. Súbitamente, se encontraron frente a un bello portón de madera que conducía hacia un espacioso claro, donde ambos pudieron ver las estrellas.
-El salón del fuego que tu padre conoce bien solía estar aquí, antes de que viviera Altáriel, la hija de Finarfín, la que ahora conocen como Galadriel. Ella trajo semillas de tierras lejanas; el resultado es lo que hoy ves: lo que era nuestra ciudad, ahora se ha convertido en un verdadero bosque.
-¿Galadriel ha estado aquí antes? - exclamó Erelwë-. Debía haberlo imaginado, pues cuando fui a Nevrast, su primo, Turgon, hijo de Fingolfín no supo darme noticias. Feliz estoy entonces de que alguien conocido además de Eriol, mi padre, haya pisado este lugar antes que yo.
Se quedó contemplando las estrellas un momento más, sin notar que sus ojos lentamente se inclinaban hacia la luz de lo árboles.
-Mallorn - vociferó-. Y hay Elanores y niphedrels creciendo bajo la sombra de ellos. Dichosos sean los corazones que pueden vivir en este sitio, alejado de toda la malicia y perversidad de Morgoth.
Un viento que provino del norte perturbó el luminoso rostro de Erelwë.
-El Señor Oscuro que reina desde Angband - dijo a media voz, resignándose al lejano temor que le había invadido. Ausir le animó con una palmada.
-No pienses en el Angmor mientras estés en la isla Solitaria, pues su legado no nos alcanza; los Valar protegen esta isla, que es el último lugar donde los Eldarin aun pueden estar en paz.
-Que así sea, por más tiempo - suspiró Erelwë. Luego de ver por última vez en esa noche las estrellas, debieron continuar internados en el bosque, pues no se supo de ellos hasta que encontraron la casa de Vëannë, en las horas del Alba.
-¡Mira a quién te traigo de visita, dama resplandeciente! - exclamó Ausir, de pie frente a las escaleras de madera que subían hasta la casa de la hermosa Vëannë, a la cima de un árbol.
Una voz clara, resplandeciente y alegre respondió con un canturrear, desde el otro lado de la puerta.
¿De quién puedo yo esperar el cálido saludo del sol?
¿Son estas las noticias que me trae el viento de Eressëa,
cuando he extrañado la silueta de aquel que conocí otrora
bajo la siempre sabia figura de su padre?
¿Es Erelwë, el joven marino a quien me traes el día de hoy,
cuando he dejado de brillar?
Pues el viento de Eressëa te concede hoy un respiro
Y una alegría bajo la enseña de estos verdes andares
de nuestra gente.
Hijo es del mar al igual que su padre,
Aunque entre los lejanos parientes se le es conocido.
Como Erelwë, hijo de Eriol, quien deseoso está de conoceros.
-¡Si es él, entonces pedidle perdón por no poder recibirlo inmediatamente! El sol ha salido sí, pero yo hasta hace poco aun jugueteaba en mi lecho con las estrellas de la gentil noche que se ha ido. ¡Esperad, que enseguida estoy abajo!
Erelwë sonreía, pues no estaba acostumbrado a ser alguien de respeto, por lo menos entre la gente de su mismo linaje. Parecía ser que Eriol y todo cuanto se relacionara con él estaba muy vinculado a Tol-Eressëa, o a Vëannë.
-Si estás impaciente, continúa aguardando - dijo Ausir, caminando hacia la cerca que separaba el jardín de árbol donde vivía la blanca dama con un camino con vista hacia unas elevaciones montañosas. La voz del joven elfo se marchó en pos de una canción, hasta que el ruido calmo y apacible de la isla lo hizo desaparecer por completo. Erelwë continuaba esperando sin saber por qué, preso de una incertidumbre absoluta. A ciencia cierta, no sabía bien por qué esperaba a Vëannë, pero sí sabía que debía ser paciente por el tiempo que fuera necesario.
El asunto es que la blanca doncella salió alrededor de media hora más tarde, vestida de azul verdoso. Su piel, tersa, blanca y brillante, saludó a Erelwë de manera simultánea a lo que lo hicieron sus ojos y su sonrisa.
-El hijo de Eriol el viajero - dijo ella, tiernamente alcanzando su mano a la del elfo. En el aire se oían los repetidos y amenos cantos de innumerables aves.
-Sí, Eriol es mi padre - contestó Erelwë, manteniendo luego un silencio mientras miraba la joven a los ojos. Estaba seguro de haber distinguido en ellos lo mismo que le habría relatado Eriol luego de su retorno. "Ojos que eran como cristales finos y transparentes, por los cuales nunca había pasado luz antes. Casi tan incorruptos como la luz misma de los Silmarils antes de ser tomados por el Señor Oscuro".
-El viento me dijo que vendrías - susurró ella-, que vendrías pasado el tiempo oportuno luego de la partida del señor Eriol, tu padre.
-Hace mucho, no obstante, que Eriol estuvo aquí, señora. Gondolin ya había caído cuando él regresaba a Doriath. Su viaje, por todo el oeste, al parecer le dejó tan cansado que no ha vuelto a hacerse a la mar desde ese entonces.
Vëannë se mantuvo en silencio, reflexionando.
-Qué inestimable pérdida es la que dices al referirte a Gondolin, pero no es menos cierto, que las nuevas de Eriol también gustan amargamente a mis oídos. Aun así, algo me alegra, pues en falta del padre, el hijo sabrá llevar bien las cosas.
Sonrió.
-¿Vendrás esta noche al Salón, supongo, Erelwë? - volvió a decir Vëannë, después de un silencio-. Tu padre no perdía ocasión para contarnos historias.
-¿Y qué quieres oír tú de mí, si mi padre te ha contado todo lo que he visto en mi vida? Un marino conoce muchas cosas, solamente cuando ya la edad ya se ha apoderado de su corazón. Son los hijos de los Eldar, a ciencia cierta, más longevos que los hijos de Bëor, padre de los hombres, aunque el corazón de ambas razas se cansa con la misma facilidad al cabo de determinado tiempo. Quizá quieras que repita el cuento de Tinúvel, o el de Tuor con la dama Celebrindal, pues esas historias yo bien las conozco.
-Si tú me las cuentas, estoy seguro que no serán iguales a las del Señor Eriol. Anda, ven esta noche a sentarte con nosotros. Y si por último te has quedado sin historias, la tuya me parecerá propia y hermosa, más que todas las de Arda y Valinor.
-Mi historia, por cierto, te parecerá aburrida, pero ante esta petición - y viniendo de ti, hermosa Vëannë -, no puedo hacer más que aceptar.
-Entonces, te quedas ¿no? - insistió ella-.
-Si aun os reunís después del crepúsculo, y antes de cenar, como mi padre muchas veces me dijo, entonces sí.
-¡Ve entonces y descansa! Lothgalen, la hermosa ciudad de la floresta te recibirá bien el día de hoy. Una hora antes del crepúsculo busca a Ausir en el monumento que han erigido en honor a los Valar, en la plaza central. Él te guiará hasta donde estamos.
-Será hoy entonces, en el Salón del Fuego - se comprometió Erelwë, besando suavemente la mejilla de Vëannë, y con una expresión de sorpresa, como si los Valar hubiesen puesto en él un bello y hermoso destino a partir de ese momento, se marchó cruzando el camino, en silencio.
Vëannë lo contemplaba desde el jardín, con una cálida expresión. Ambos se habían enamorado.
Siempre hay a quién dedicar las obras que uno escribe, pero de verdad duele cuando la persona a la cual va dedicada específicamente, no puede recibir plenamente la dedicatoria. Además de ella, esta suerte de relato, está -evidentemente -, dedicada a la memoria del maestro Tolkien, en especial agradecimiento por ser mi más grande guía en el camino de la Literatura. Así también esta historia, que cuenta de tres o cuatro partes, va también para todos los seguidores de Tolkien, para elfenomeno.com, y, por supuesto - recalco-,para quién me inspiró en esta ocasión :-)
Con aprecio...
"El dúnadan"
Cualquier contacto, crítica o sugerencia, hacerla llegar a Hildgourd@hotmail.com.