Yo soy Éowyn
Éowyn expone en primera persona sus reflexiones, dudas y anhelos en este personal relato.
Antes de comenzar, trascribo aquí lo que nos cuenta la autora sobre su trabajo: Éowyn es a mi manera de ver la dama de Tolkien por excelencia, y aunque su final es feliz, no me parece que deba renunciar a su primer amor, nacido en el fragor de la lucha y no en el simple adormecimiento de la dulzura, Arwen es una elfa, hermosa y digna, pero Éowyn es hermosa, digna y luchadora, además, fuerte, aguerrida y ambiciosa, cualidades relacionadas con el carácter masculino, pero que no desmedran la calidad femenina en ella.
Por eso he escrito un final más venturoso, en el que ella expresa dudas, miedos y anhelos, para llegar a un final más justo y humano, Éowyn es real, merecedora de su objetivo y no sólo un personaje que llena un vacío que el romance Arwen-Aragorn en su etereidad y lejanía no puede llenar.



¡Yo soy Éowyn!, doncella guerrera, heredera de Theoden, rey de la Marca, dama blanca de Rohan.
Mi canto es dulce pero firme y las palabras que pronuncio incomodan la molicie y la inconstancia de todos, amigo o enemigo.
Mi hermano, Éomer, y yo nacimos bajo la égida del sol, de quien nuestros cabellos han tomado el color y el fuego nuestras pupilas.
Nacida entre doncellas, mi mano es a la espada tan natural como para las damas es la hebra, mi tejido tiñe de sangre las huestes enemigas que pagan caro confiar en mi fragilidad. Mi estirpe es luchadora, creadora de caminos, orgullosa en su razón, terrible en su cólera.
Mi corazón aún recuerda, en los albores de la humanidad, el grito de júbilo de mis antepasados al contemplar a la majestuosa Arien reina y señora de la mañana.
Mi nombre es Éowyn, vencedora de pruebas, herida mortalmente en el calor y la grandeza de unos ojos grises que vi, errantes de triunfo anunciado, posados en los míos, su destino es muy alto para mí. Triste discurre mi existencia porque he amado sin amar, sin la promesa que la dichosa Tinúviel escuchó de Beren, soy sólo una doncella, el mar enmudece mi semblante, más mi orgullo renacerá si conquisto una gloria que, aún ante la muerte, me pueda acercar a su nobleza...

El propio Manwe ha enaltecido la constancia de ese hombre grave, errante y solitario, y su paciencia le ha conquistado la esperanza; más sus ojos refulgen y la luz brilla en su presencia; si él habla nadie duda, su voz acaricia y aclara mentes, las sombras huyen de sus pisadas; es su fuerza que domina batallas la que muestra a mi mirada en toda su ternura y la grandeza con que domina ejércitos ha penetrado en mi corazón.
Discurro extraviada entre el amanecer de una esperanza y el crepúsculo de una ilusión que se va difuminando en las sombras de la oscuridad que todo toca ya.
Pero mi sino es artero, y mi música está ya hecha en la mente de Erú el Grande, mi mente no es dominada, nació para dominar y para que, venciendo, sea derrotada; ...no hay triunfo final en el lance en el que todos pierden.

El camino por el que transito es el señalado en las primeras edades, cuando aún los hombres fundadores eran niños y su destino no estaba marcado por la futilidad y lo efímero, y los túmulos reales de mi noble casa no se alzaban amenazantes.
Cabalgo antes que la luna se oculte, en el viento frío siento su esencia cerca de mí, a la vez tan lejos; venzo sombras, no me detengo; las dudas surgen desde el abismo y tratan de envolverme con sus dedos helados, sigo avanzando.
El fragor de la batalla es música dulce a mis oídos, Los Campos del Pelennor me llaman..., los hierros entrechocando fabulosamente..., los tambores mañaneros inundan el aire..., las siluetas se dibujan turcas y veloces..., horrorosas mutilaciones..., campo de batalla...¡Es el momento por el que nací!
¡Yo soy Éowyn!, mi mano certera atraviesa hechiceros negros con su delicadeza femenina, arrebato títulos oscuros y diademas renegridas de maldad con el suspiro de mi tierna alma.
Voy cayendo fuera de la luz, las tinieblas me rodean, es el fin, el objetivo postrero, la gloria anhelada y temida; ya nunca sabré si tejería o bordaría finos lienzos en los campos maravillosos y bendecidos de mis ancestros, soy diestra en las armas, aunque admiro la belleza; ya nunca cuidaré de mis reales parientes en su vejez imperturbable de largos días; nunca cantaré canciones de alegría plena a la luz del día, ni peinaré con dientes de plata mi cabellera en el río que cascabelea de diamantes a la aurora; nunca podré decir a Éomer que la tarde refresca y nos llama a la meditación conjunta; ya nunca veré nuevamente esos ojos reales...

Me llamo Éowyn, he nacido nuevamente, los cantos no dicen cuantas veces nací, pero nací tres.
La primera del vientre bendito de Théodwyn, doncella Númenóreana, de la raza mortal e iluminada de los primeros hombres.
La segunda cuando la luz me llamó dulcemente por mi nombre para que dejara de errar por las tinieblas del mal.
¡Éowyn, despierta!, las aguas de la desesperanza no mojarán tus pies, contemplé tus ojos en el albor de la lucha cuando la desdicha trataba de conquistar tu alma; no podía erigirme entonces ante ti, más ahora extiendo mi mano y reclamo mi reino.
¡Doncella que turbó mi sueño y dirigió mi espada!¡Regresa a tu señor!


La tercera, el día en que la corona de vida ciñó mis cabellos delante de todo el pueblo, y dijo:
"Éowyn, princesa de Rohan no serás más guerrera, pero serás reina, mucho luché y mucho vencí para que tomarás mi mano en la oscuridad que te envolvía alejándote del mundo, la sangre de tu pueblo y de mis hermanos nutren esta tierra bienamada; eres ahora quien dispensa la vida, en tus venas corre el latido de quien será el heredero de Aragorn, rey de Gondor, cambia las armas por la cítara y tu desdicha por el amor, pues grande gloria has conquistado ya, y estarás en los cantos de todas las edades hasta el fin de los días.
¡Eres Éowyn, nacida nuevamente, escanciadora de mi copa y veladora de mi sueño, madre de generaciones y dueña para siempre de mis esperanzas!

Yo asiento reverente a mi rey, por vez primera sometida, amando el yugo que me imponen, bendiciendo las manos que secuestran las mías, fuertes y valientes, dominantes y tiernas... ¡ He aquí a tu sierva primera, al canto de tu amanecer, el tesoro rescatado por tu voz!
Yergo ardiente la mirada, busco su luz, oigo la voz que llena mi corazón, porque las anheladas palabras tienen por dueño un par de bellos y altivos ojos grises.