El Herrero de Ost-in-edhil
Uno de los herreros de Eregion buscará sin descanso una herramienta imprescindible para la forja de los Grandes Anillos.
Mi nombre es Caran-Gond, aunque eso es quizá lo menos importante, porque los nombre se quedan pequeños ante determinados hechos, sobre todo si los nombres son indignos de quienes los llevan, como me dispongo a relatar. Vivo en Lórien y soy uno de los herreros que colaboran con Khazad-dûm en la forja de armas necesarias para dotar a la actual alianza entre Eldar y Hombres que se planea para derrocar a Sauron del horroroso trono que pretende. Hoy hago una mirada hacia un pasado que es y no es, porque domina el tiempo en que vivo, aquí desde este bendecido reino de Lórien, con la paz que nos otorga nuestra blanca señora dirijo mi mirada a un lejano pasado para relatar no con poca pesadumbre, los acontecimientos en que participé y que quiero ahora, con mi sabiduría en el manejo de los metales, redimir para siempre.
En Ost-in-Edhil transcurría el año 1560 de la segunda edad, yo pertenecía al Gwaith-i-Mírdain, el Gwaith, Pueblo de los Orfebres, era el Gremio de la forja. Para mí la forja era la vida, la pertenencia al Gwaith era el camino y mientras la alta forja desarrollábamos nuestro destino íbamos escribiendo puesto que nunca en todas las edades existió nadie como nosotros, solamente Feänor se nos pudo llamar igual.
Y de todos nosotros, Celebrimbor, el gran orfebre de Eregion, hijo de Curufin, era el que más sabiduría acumulaba, solamente verle manejar era aprender, su lucha con el fuego no tuvo más que el asombro de cuantos le conocieron. En otras partes, ser herrero era un oficio más, pero en Ost-In-Edhil era pertenecer a una selecta hermandad que controlaba económica y políticamente la ciudad. Nuestra influencia en aquellos años era absoluta y el dominio incuestionable, y nuestro pensamiento era que estabamos en el camino correcto, nuestro trabajo y esfuerzo no iba más que orientado a que Eregion se convirtiera en una tierra tan bella como Valinor.
Llevaba yo casi cuatro siglos en el Mírdain pues había logrado entrar en el 1200, en aquellos tiempos el Mírdain no era más que el gremio principal, sin inmiscuirse en más temas que los suyos propios, y eran Galadriel y Celeborn los que sabiamente administraban Ost-In-Edhil, pero la llegada de Annatar lo cambió todo por completo.
Annatar, "El Señor de los Dones". Jamás nadie poseyó un nombre tan falso e impropio, porque jamás hubo nadie que tanto quitara, a veces pienso que quizás su nombre no fue más que una ironía y una burla, para recordarnos y sumirnos en la vergüenza de los que en él confiamos. Annatar llegó prometiendo "¿por qué la Tierra Media ha de seguir siendo desolada y oscura cuando los elfos podrían volverla tan hermosa como Valinor?, ¿No es nuestra misión trabajar juntos para enriquecerla? Rápidamente el Gwaith-i-Mírdain acogió a Annatar, mientras que Galadriel desconfiaba de él, no creo que por aquel entonces intuyera su propia naturaleza, pero los enfrentamientos y las intrigas comenzaron tan pronto como llegó El Señor de los Dones. La ciudad se dividió en dos bloques: el bloque partidario de Galadriel-Celeborn y el bloque Annatar-Mírdain-Celebrimbor, durante casi dos siglos las diferencias fueron constantes y enormes, la cosa aún era más complicada si tenemos en cuenta que al parecer Galadriel ocupaba por completo el corazón de Celebrimbor.
En aquella época yo pensaba que mi deber era obedecer al Mírdain, y no pensaba más que trabajar para engrandecerlo, estaba empeñado sobre todo en aprender todo lo que me pudieran enseñar los altos herreros del gremio, y cuando veía que no había maestros disponibles remontaba el río Sirannon hasta Khazad-dûm, donde colaboraba con los enanos, a los que nos unía una gran amistad y trabajaban el metal tan bien como la piedra.
Finalmente, y después de dos siglos y medio de disputas, el Gwaith-i-Mírdain acrecentó su influencia de tal manera que se hizo con el control de la ciudad, Galadriel y Celeborn se marcharon quedando la ciudad bajo nuestro dominio absoluto. Aquello no me gustó, a pesar de mi adhesión inquebrantable a los herreros, prefería que Galadriel estuviera junto a nosotros a que no lo estuviera, de lo cual me di cuenta los primeros años de notar su falta, también Celebrimbor la echaba en falta aunque fuera su mayor adversaria política. Pero Annatar constantemente le sacaba de dudas, "Ahora que ya no tenéis obstáculos ni incordios, los altos herreros demostrareis cuan grande puede ser el esplendor de esta vuestra amada tierra".
En el 1500 comenzamos la obra por la cual debíamos llenarnos de orgullo y que supuestamente serviría para hacer la Tierra Media tan hermosa como Aman, los Anillos del Poder, por ellos los elfos de Ost-In-Edhil íbamos a ser recordados para siempre, con ellos ni la luz de los Simarils nos haría sombra.
Y así llegamos al 1560, completamente dedicados a la forja de los Anillos que ahora se llaman menores. Yo pertenecía al grupo que dirigía el gremio, aunque realmente este grupo estaba casi siempre de adorno porque lo normal es que Annatar y Celebrimbor tomaran las decisiones y los demás obedecieran, había un grupo que se suponía dirigía las riendas, pero que solamente tomaba decisiones de baja importancia, y ninguna relacionada con los Anillos.
Un día salía de las herrerías cuando noté la voz de Celebrimbor que me llamaba a mis espaldas "¡¡Caran!!", me giré y por instinto me erguí, -Caran, tengo que hablar contigo, tenemos un problema con nueve de los Anillos que estamos forjando.
Es extraño - le contesté- que pidas la ayuda para un tema relacionado con los Anillos, porqué siempre creí que entre Annatar y tú podrías resolver cualquier obstáculo sin necesidad de nadie más en Eregion.
No digas eso, - me contestó sin pasar por alto mi ironía- yo cuento con todos los hermanos del gremio para todas nuestras obras, y lo sabes, he requerido la ayuda de muchos para el problema que ahora nos acontece.
Me explicó que había en los nueve Anillos un estancamiento desde hacía varios meses por no disponer de un cincel adecuado para unas marcas interiores que debían hacerse. para hacer estas marcas, las herramientas de que se disponían no eran adecuadas, y podían arruinar la obra, había requerido la ayuda de casi un tercio del Gwaith-i-Mírdain para que buscara un cincel que permitiera continuar la forja de los Nueve. No me gustó nada aquello, porqué suponía parar importantes obras que además de los Anillos se estaban realizando, pero acepté el encargo de Celebrimbor, con la esperanza de que si lo conseguía me permitiera participar en la forja de los Anillos, secretamente en mi interior, sólo pensaba en unir mi nombre al mayor logro de nuestra orfebrería.
Pasé varias semanas descorazonado viendo el tipo de señales que se querían hacer en los nueve, no sabía que material debía aplicar, ni tan siquiera sabía donde buscar. Muchos habían sido los que habían partido en la busca y volvieron con las manos vacías. Finalmente y tras no ver otra opción, marché como tantas veces había hecho por el Sirannon hasta Khazad-dûm, allí busqué a Darin, un enano que pertenecía a una familia a la que me unía una gran amistad y en la que era siempre bien acogido, de su abuelo había aprendido mucho de lo que entonces sabía y él había heredado lo mejor de la orfebrería enana.
- Lo que pretendéis, - me dijo tras explicarle la situación- no es sencillo, ese tipo de marcas no pueden hacerse con los materiales que hay en la Tierra Media, por Aüle que esta vez no te puedo ayudar, Caran, lo siento.
- Es como una luz que quiere irse pero que se queda, es un color que aún no ha sido creado, y sin embargo sé que puede lograr, lo presiento, ¡Oh,Darin! Es tan importante para nosotros, ¡Es tan importante para mí!
- Mí recomendación es que busques cinceles que provengan de Aman, tengo noticias de herramientas excelentes están llegando a Lindon, quizás allí puedas encontrar algo pero lo veo extremadamente difícil Caran.
Regresé a Ost-In-Edhil con pocas esperanzas, si debía ir a Lindon debía recorrer casi 700 millas y no disponía de medios para realizar ese viaje. Pasé varios días estudiando mapas, estudiando las posibles alternativas, no quería que nadie en el gremio me ayudara, puesto que deseaba unir mi nombre a la gloria de encontrarlo por mí mismo, sin saber a quien recurrir para tal empresa, me vino a la mente un nombre, quizás el aceptara ayudarme, puesto que me constaba que su única intención era la de forjar los Anillos sin más, ¿pudiera ser que el Señor de los Dones me entregara lo que le pidiera sin decir a nadie del resto del gremio nada de mi plan?
A la mañana siguiente los nervios se mezclaban con el aire fresco mientras me dirigía al palacio de Annatar, nunca antes había estado. Al entrar me sorprendió enormemente la sala de audiencias por su majestuosidad, y también por la ausencia de guardia, no era normal que un recinto así careciera de protección pero al parecer o Annatar confiaba en su poder para mantener a raya cualquier incursión o tenía plena confianza en las gentes de Eregion.
No solo me recibió de inmediato, sino que además me trato de una forma adorable llenándome de halagos y escuchando mi intención de viajar a Lindon con sumo interés, así como mi petición de que si encontraba algo que fuera de utilidad personalmente debía entregárselo a Celebrimbor.
-Sabio eres- me decía- de entre todos los herreros, porque has podido comprender que lo que no se halla en la Tierra Media, por fuerza debe hallarse fuera de ella, haré que dispongas de los medios necesarios para el viaje, tendrás provisiones, caballería y dos guardias de mi confianza que te acompañaran hasta Lindon. Celebrimbor debe saber tu valor, y debe reconocer tu valía.
Partí para Lindon la mañana siguiente, asombrado por lo que en tan poco tiempo había conseguido de Annatar, estaba enormemente sorprendido del resultado de mi visita, más que nunca El Señor de los Dones merecía ese nombre. Pero el poco tiempo que había pasado junto a él me había degradado. Mi natural humildad estaba desapareciendo y me estaba convirtiendo en un ser demasiado altivo, los días pasaban y los Sindar que me acompañaban también parecían contagiados de ese orgullo y superioridad que emanaba Annatar. Tardamos cincuenta días en llegar las Colinas de la Torre, muy cerca ya de Lindon, y allí sorprendentemente Annatar, nos estaba esperando.
- He venido en la creencia de que puedo resultarte útil aquí- me dijo.
-A que estamos esperando entonces, vayamos a Mithlond y comencemos a trabajar.
- No, yo no puedo entrar en Lindon, Caran, has de saber que se me tiene prohibida la entrada por Gil-Galad, quien no comprende en su poder que otros hay que también pueden hacer grandes obras sin que pertenezcan a ninguna estirpe, yo te esperaré en estas colinas, y si de mi requieres algo, aquí te esperaré pacientemente.
Bajé solo hasta Mithlond, los puertos Grises, junto al Golfo de Lhûn, Lindon prosperaba bajo la mirada de Gil-Galad hijo de Fingon. Rápidamente me mezclé entre barqueros, mercaderes comerciantes y pescadores que allí había, la actividad era enorme y no sabía donde empezar a buscar. Tras varios días tuve noticias que varias herramientas habían sido regaladas a Lindon por Tar-Aladarion, rey de Númenor hacía casi ochocientos años, era época de amistad entre Lindon y la isla, y frecuentemente los reyes se intercambiaban presentes para demostrar su amistad. El tesoro estaba expuesto en uno de los puertos, y pude comprobar que Númenor comerciaba bastante con Aman (a pesar de que los hombres no podían pisar la tierra bendita), pues era seguro que ese tesoro venía de Valinor: incrustadores, pulidores, y cinceles que nunca antes había tenido la suerte de poder usar, estaban allí para que todos pudieran ver el esplendor de la orfebrería Eldar.
Pasé varios días estudiando la situación, la colección era tan grandiosa que sólo con uno de aquellos cinceles podríamos seguir la gran obra de los nueve, sería el alba cuando llegué al muelle y pude comprobar que la torre que guardaba el tesoro estaba no más custodiada que por un hombre rubio barbudo y de estatura media, el cual no me parecía de la isla de Númenor. Mi desprecio a la raza de los hombres era grande por aquellos días, los consideraba muy culpables de la decadencia de la Tierra Media, nunca hubo para mí semejante escoria que pudiera venderse por tan poco, pueblos enteros se alineaban junto al enemigo, algo que jamás hacíamos los Eldar que nunca nos venderíamos y que veníamos luchando sin mas ansia de gloria o riqueza que la de poder seguir siendo libres en la tierra que pisábamos. Más los hombres eran capaces de venderlo todo, de venderse por nada, su ambición les hacía de tan grande fragilidad que su voluntad era nula, ni siquiera los numenoreanos, los fieles, me merecían demasiado respeto, puesto que ya surgían voces de algunos traidores, lo cual a mi no me extrañaba ni lo más mínimo, porque los hombres nunca alcanzarían la consistencia de ningún Noldor o Sindar.
Me acerqué al guardia y le pedí permiso para pasar, tras lo cual volví a observar las preciadas herramientas que se exponían tras los vidrios, el guardia aunque con disimulo estaba siempre cerca de mí.
- Bello tesoro tenéis en este puerto- le dije
- Tan alto como lo puede ser un regalo del que fuera rey Tar-Aldarion, el gran marinero de Númenor que tanto amó a vuestro pueblo.
- Sé bien de las hazañas de aquel rey-marinero, pero poco parece interesar en esta época este preciado tesoro, a juzgar por las pocas visitas que recibe, ¿nunca os habéis planteado venderlo?
- Jamás - me contestó- pues lo que se cede para la visión como regalo no es lícito de vender.
- Mira -le dije mirándolo fijamente- te voy a ser directo, necesito ese cincel que esta expuesto en la segunda vitrina.
- Te repito que ninguna pieza de este tesoro está en venta, elfo.
Saqué una bolsa que contenía una buena cantidad de monedas de oro y se la puse en la mano, mientras le decía: - Creo que con esto será suficiente para llevar a cabo el intercambio, ya que no lo quieres llamar venta.
Miró la bolsa, acto seguido la soltó, me mostró su lanza y dijo con altos gritos:
-¡¡¡ En nombre de nuestra soberana y gran reina Tar-Telperien, date preso por intento de falaz soborno!!!
No había acabado de soltar aquella frase cuando ya estaba intentando escabullirme, me cogió con gran fuerza de un brazo, no sabía que hacer pero pude soltarme y acto seguido conseguí mover con las dos manos un armario que contenía varios estantes y que estaba junto a nosotros. Cayó el armario y le golpeó con tal fuerza que quedó inconsciente a pesar del casco de guardia que portaba, vi entonces mi oportunidad, puesto que libremente podría llevarme el cincel. Cogí varios elementos pesados de hierro e intenté romper el vidrio, pero era de tal resistencia (resistencia numenoreana) que fueron en vano mis intentos, pude ver que la única forma sería rajarlo con algún objeto punzante, pero ni siquiera con la lanza pude rajarlo, necesitaba algo más punzante así, que usando mi experiencia de herrería, pensé en pulir la lanza, empecé a pulirla frotándola con los marcos de las ventanas que eran de bronce niquelado. Así estuve durante buen tiempo pues el pulido de la lanza era bastante lento.
Imprudentemente me olvidé del guardia, me acordé cuando sentí un golpe en la espalda que me tiró al suelo y me hizo soltar la lanza, cuando me levanté vi que había cogido la lanza y que se dirigía hacia mí, vi la puerta tras de mí y salí corriendo. El guardia me perseguía por las calles de Mithlond, pero él aún estaba bastante herido y pude escaparme ya que la salida de la ciudad de los muelles no estaba lejos, corrí hasta que vi que ya no me seguía y exhausto, descansé.
Durante un buen rato estuve bajo los olmos reflexionando sobre lo ocurrido, ¿dónde había estado el error?, estaba claro que el único error era el peso de la bolsa, "con una mayor cantidad de oro nada habría ocurrido, claro está" me decía, pero de repente mis pensamientos se rompieron. Una flecha de orco salió de la nada y cayó cerca. Horrorizado cómo nunca lo había estado me levanté y pude ver el orco entre algunas ramas, por instinto empecé a correr y a correr pero para mi pesar sentía cada vez pasos más numerosos que me seguían, por un momento giré atrás la cabeza y vi que no menos de diez orcos me seguían, algunos portaban arcos y a veces sentía flechas poco amistosas rozándome. No sabía para dónde estaba corriendo pero entonces vi que había llegado al lugar donde Annatar me esperaba, grité para advertirle de que se fuera, pero no pareció oírme, distraído tropecé y caí.
Estaba tirado en el suelo. Muy cansado por las dos carreras en las que había tomado parte, sabía que debía de levantarme para seguir huyendo pero casi no tenía fuerzas, estaba demasiado agotado. Por lo que resignado pensaba que aquello era el fin para nosotros, pero de repente vi que los orcos se habían detenido, ¿qué ocurría?, estaban parados, e incluso indecisos, ¿porqué no se movían?, quietos y silenciosos estaban mirando a Annatar. Me pareció que estaban sorprendidos por la presencia del Señor de los Dones, tendido en el suelo y a media distancia entre el batallón de orcos y Annatar yo estaba completamente confuso. Pero lo más increíble fue que Annatar levantó una mano y los orcos dieron media vuelta y se fueron con tanta rapidez que en un solo instante donde ellos estaban no había más que tierra en el aire.
Cuando me pude levantar y antes de que pudiera hacerle alguna pregunta sobre el significado de lo que había sucedido, fue él quien me interrogó sobre lo que había ocurrido en Mithlond. Le expliqué detalladamente cuanto me había sucedido, y mi impresión que con una bolsa más grande bien fácil lograríamos nuestro objetivo. Él estaba de acuerdo conmigo, y antes de partir al siguiente día hacia Mithlond me otorgó una bolsa con tanto oro que incluso costaba llevarlo con una mano.
Pasado el alba arribé de nuevo al muelle donde había estado el día anterior, vi al guardia con la cabeza vendada, custodiando el tesoro en la puerta, esperé a que entrara, y volví a entrar.
Me vio y antes de que hiciera hacer algún movimiento, le dije:
- Sois duros por estos lares a la hora de hacer tratos.
Enseguida vio que iba a hacerle una buena oferta y sintió curiosidad, no obstante, pude ver perfectamente como tenía la mano en la empuñadura, sin duda, el golpe del día anterior aún le dolía y mucho.
Pero se le pasó el dolor cuando dejé sobre su mano la bolsa que Annatar me había dado, cogió la bolsa abrió la vitrina y me dejó coger el cincel.
- Aquí tienes, elfo, tú preciada baratija, cógela y desaparece de este puerto porque no quiero verte por aquí nunca más.
Sonriente y feliz como nunca lo había estado, salí de Lindon, con mi preciada pieza, aquello era algo grandioso, sin duda mi posición en el Gremio iba a mejorar y mucho, ¡estaba convencido de ello!. Mi destino parecía girar con buen viento y seguramente Celebrimbor me iba a dejar participar junto a Annatar y él mismo en la grandiosa obra de los Anillos.
Cuando volví a Ost-In-Edhil, Annatar respetó lo que conmigo había pactado y me dejó entregar al Gremio personalmente la pieza, Celebrimbor estuvo muy feliz tras las primeras pruebas puesto que le fue de gran ayuda para continuar su gran obra. Para gran disgusto mío, los Anillos se continuaron creando de una forma más secreta y personal, contrariamente a lo que había creído.
Al poco tiempo Annatar se marchó y Celebrimbor siguió solo y con un poder inmenso trabajando en lo que hoy se conoce como los tres anillos élficos. El fuego era indescriptible, yo planeaba dejar el Gremio ya que me asustaba lo que se manejaba en Ost-In-Edhil. Celebrimbor estaba en la cumbre de su maestría, toda la tierra media estaba junto a él en la cumbre del poder, no había nada que se le pudiera igualar.
Me equivocaba.
Nunca olvidaré el horror que sentí aquel tiempo, nunca olvidaré la memoria de aquel terrorífico día, aquel que fue lugarteniente de Melkor, aquel que dominaba la oscuridad, había engañado durante siglos al Gremio para su propio provecho. Desde algún lugar sentíamos su poder, desde algún lugar Celebrimbor sabía que su Anillo del Poder era el que dominaba todos los que habíamos creado.
- Annatar, Sauron, El Señor de los Dones, todo nos lo va a quitar.- Repetía Celebrimbor.
El tiempo pasaba y el deterioro de la luz que alimentó durante tantos siglos el Mírdain era cada vez palpable, ya no éramos los altos herreros, éramos el pueblo engañado, ¿cómo pudo nadie poseer aquel disfraz, cómo era posible poseer en tan seductora apariencia el ser que el Enemigo entrañaba?
Celebrimbor determinó entonces deshacerse de los 3 Grandes Anillos. En la misión en la que se decidió otorgar el Anillo del Agua a Galadriel fui uno de los escogidos para su custodia. Cuando se preparaba la vuelta a Ost-In-Edhil le dije a Celebrimbor que abandonaba el gremio para siempre y que había decidido quedarme en Lórien, pues quería alejarme de todos los recuerdos de los que me fuera posible.
En Lórien Celebrimbor se despidió de Galadriel, vi entonces en el sabio rostro de la Dama la tristeza, ella bien sabía que era la última vez que veía a Celebrimbor, pienso ahora.
Después llegó Sauron, supe que en su ambición Celebrimbor se defendió hasta el final en las mismas puertas de la herrería, desde mi refugio en Lórien las noticias me inundaban de tristeza, todo quedó arrasado por el que sólo deseaba nuestra completa aniquilación.
Y en mi interior siempre sabré que fui utilizado por Sauron, mi vergüenza es la de conocer que se sirvió de mi ambición en aquel desdichado viaje que hice a Lindon, yo que tanto desprecié a los humanos, ahora me doy cuenta que cedí mi voluntad por la búsqueda de gloria que ahora se ha convertido en desdicha.
Él posee su anillo y nosotros jamás poseeremos los que contribuimos a forjar, ruego que con esta alianza de Elendil, Gil-Galad y Elrond que ahora se dibuja, pueda con mi ayuda contribuir a cerrar las heridas que voluntariamente con nuestro fanatismo creamos. Ruego para que venzamos pues de caer derrotados será el fin de nuestra tierra y miles de losas pesaran sobre los Mírdain, los mayores Orfebres que jamás existirán al este del Mar.
En Ost-in-Edhil transcurría el año 1560 de la segunda edad, yo pertenecía al Gwaith-i-Mírdain, el Gwaith, Pueblo de los Orfebres, era el Gremio de la forja. Para mí la forja era la vida, la pertenencia al Gwaith era el camino y mientras la alta forja desarrollábamos nuestro destino íbamos escribiendo puesto que nunca en todas las edades existió nadie como nosotros, solamente Feänor se nos pudo llamar igual.
Y de todos nosotros, Celebrimbor, el gran orfebre de Eregion, hijo de Curufin, era el que más sabiduría acumulaba, solamente verle manejar era aprender, su lucha con el fuego no tuvo más que el asombro de cuantos le conocieron. En otras partes, ser herrero era un oficio más, pero en Ost-In-Edhil era pertenecer a una selecta hermandad que controlaba económica y políticamente la ciudad. Nuestra influencia en aquellos años era absoluta y el dominio incuestionable, y nuestro pensamiento era que estabamos en el camino correcto, nuestro trabajo y esfuerzo no iba más que orientado a que Eregion se convirtiera en una tierra tan bella como Valinor.
Llevaba yo casi cuatro siglos en el Mírdain pues había logrado entrar en el 1200, en aquellos tiempos el Mírdain no era más que el gremio principal, sin inmiscuirse en más temas que los suyos propios, y eran Galadriel y Celeborn los que sabiamente administraban Ost-In-Edhil, pero la llegada de Annatar lo cambió todo por completo.
Annatar, "El Señor de los Dones". Jamás nadie poseyó un nombre tan falso e impropio, porque jamás hubo nadie que tanto quitara, a veces pienso que quizás su nombre no fue más que una ironía y una burla, para recordarnos y sumirnos en la vergüenza de los que en él confiamos. Annatar llegó prometiendo "¿por qué la Tierra Media ha de seguir siendo desolada y oscura cuando los elfos podrían volverla tan hermosa como Valinor?, ¿No es nuestra misión trabajar juntos para enriquecerla? Rápidamente el Gwaith-i-Mírdain acogió a Annatar, mientras que Galadriel desconfiaba de él, no creo que por aquel entonces intuyera su propia naturaleza, pero los enfrentamientos y las intrigas comenzaron tan pronto como llegó El Señor de los Dones. La ciudad se dividió en dos bloques: el bloque partidario de Galadriel-Celeborn y el bloque Annatar-Mírdain-Celebrimbor, durante casi dos siglos las diferencias fueron constantes y enormes, la cosa aún era más complicada si tenemos en cuenta que al parecer Galadriel ocupaba por completo el corazón de Celebrimbor.
En aquella época yo pensaba que mi deber era obedecer al Mírdain, y no pensaba más que trabajar para engrandecerlo, estaba empeñado sobre todo en aprender todo lo que me pudieran enseñar los altos herreros del gremio, y cuando veía que no había maestros disponibles remontaba el río Sirannon hasta Khazad-dûm, donde colaboraba con los enanos, a los que nos unía una gran amistad y trabajaban el metal tan bien como la piedra.
Finalmente, y después de dos siglos y medio de disputas, el Gwaith-i-Mírdain acrecentó su influencia de tal manera que se hizo con el control de la ciudad, Galadriel y Celeborn se marcharon quedando la ciudad bajo nuestro dominio absoluto. Aquello no me gustó, a pesar de mi adhesión inquebrantable a los herreros, prefería que Galadriel estuviera junto a nosotros a que no lo estuviera, de lo cual me di cuenta los primeros años de notar su falta, también Celebrimbor la echaba en falta aunque fuera su mayor adversaria política. Pero Annatar constantemente le sacaba de dudas, "Ahora que ya no tenéis obstáculos ni incordios, los altos herreros demostrareis cuan grande puede ser el esplendor de esta vuestra amada tierra".
En el 1500 comenzamos la obra por la cual debíamos llenarnos de orgullo y que supuestamente serviría para hacer la Tierra Media tan hermosa como Aman, los Anillos del Poder, por ellos los elfos de Ost-In-Edhil íbamos a ser recordados para siempre, con ellos ni la luz de los Simarils nos haría sombra.
Y así llegamos al 1560, completamente dedicados a la forja de los Anillos que ahora se llaman menores. Yo pertenecía al grupo que dirigía el gremio, aunque realmente este grupo estaba casi siempre de adorno porque lo normal es que Annatar y Celebrimbor tomaran las decisiones y los demás obedecieran, había un grupo que se suponía dirigía las riendas, pero que solamente tomaba decisiones de baja importancia, y ninguna relacionada con los Anillos.
Un día salía de las herrerías cuando noté la voz de Celebrimbor que me llamaba a mis espaldas "¡¡Caran!!", me giré y por instinto me erguí, -Caran, tengo que hablar contigo, tenemos un problema con nueve de los Anillos que estamos forjando.
Es extraño - le contesté- que pidas la ayuda para un tema relacionado con los Anillos, porqué siempre creí que entre Annatar y tú podrías resolver cualquier obstáculo sin necesidad de nadie más en Eregion.
No digas eso, - me contestó sin pasar por alto mi ironía- yo cuento con todos los hermanos del gremio para todas nuestras obras, y lo sabes, he requerido la ayuda de muchos para el problema que ahora nos acontece.
Me explicó que había en los nueve Anillos un estancamiento desde hacía varios meses por no disponer de un cincel adecuado para unas marcas interiores que debían hacerse. para hacer estas marcas, las herramientas de que se disponían no eran adecuadas, y podían arruinar la obra, había requerido la ayuda de casi un tercio del Gwaith-i-Mírdain para que buscara un cincel que permitiera continuar la forja de los Nueve. No me gustó nada aquello, porqué suponía parar importantes obras que además de los Anillos se estaban realizando, pero acepté el encargo de Celebrimbor, con la esperanza de que si lo conseguía me permitiera participar en la forja de los Anillos, secretamente en mi interior, sólo pensaba en unir mi nombre al mayor logro de nuestra orfebrería.
Pasé varias semanas descorazonado viendo el tipo de señales que se querían hacer en los nueve, no sabía que material debía aplicar, ni tan siquiera sabía donde buscar. Muchos habían sido los que habían partido en la busca y volvieron con las manos vacías. Finalmente y tras no ver otra opción, marché como tantas veces había hecho por el Sirannon hasta Khazad-dûm, allí busqué a Darin, un enano que pertenecía a una familia a la que me unía una gran amistad y en la que era siempre bien acogido, de su abuelo había aprendido mucho de lo que entonces sabía y él había heredado lo mejor de la orfebrería enana.
- Lo que pretendéis, - me dijo tras explicarle la situación- no es sencillo, ese tipo de marcas no pueden hacerse con los materiales que hay en la Tierra Media, por Aüle que esta vez no te puedo ayudar, Caran, lo siento.
- Es como una luz que quiere irse pero que se queda, es un color que aún no ha sido creado, y sin embargo sé que puede lograr, lo presiento, ¡Oh,Darin! Es tan importante para nosotros, ¡Es tan importante para mí!
- Mí recomendación es que busques cinceles que provengan de Aman, tengo noticias de herramientas excelentes están llegando a Lindon, quizás allí puedas encontrar algo pero lo veo extremadamente difícil Caran.
Regresé a Ost-In-Edhil con pocas esperanzas, si debía ir a Lindon debía recorrer casi 700 millas y no disponía de medios para realizar ese viaje. Pasé varios días estudiando mapas, estudiando las posibles alternativas, no quería que nadie en el gremio me ayudara, puesto que deseaba unir mi nombre a la gloria de encontrarlo por mí mismo, sin saber a quien recurrir para tal empresa, me vino a la mente un nombre, quizás el aceptara ayudarme, puesto que me constaba que su única intención era la de forjar los Anillos sin más, ¿pudiera ser que el Señor de los Dones me entregara lo que le pidiera sin decir a nadie del resto del gremio nada de mi plan?
A la mañana siguiente los nervios se mezclaban con el aire fresco mientras me dirigía al palacio de Annatar, nunca antes había estado. Al entrar me sorprendió enormemente la sala de audiencias por su majestuosidad, y también por la ausencia de guardia, no era normal que un recinto así careciera de protección pero al parecer o Annatar confiaba en su poder para mantener a raya cualquier incursión o tenía plena confianza en las gentes de Eregion.
No solo me recibió de inmediato, sino que además me trato de una forma adorable llenándome de halagos y escuchando mi intención de viajar a Lindon con sumo interés, así como mi petición de que si encontraba algo que fuera de utilidad personalmente debía entregárselo a Celebrimbor.
-Sabio eres- me decía- de entre todos los herreros, porque has podido comprender que lo que no se halla en la Tierra Media, por fuerza debe hallarse fuera de ella, haré que dispongas de los medios necesarios para el viaje, tendrás provisiones, caballería y dos guardias de mi confianza que te acompañaran hasta Lindon. Celebrimbor debe saber tu valor, y debe reconocer tu valía.
Partí para Lindon la mañana siguiente, asombrado por lo que en tan poco tiempo había conseguido de Annatar, estaba enormemente sorprendido del resultado de mi visita, más que nunca El Señor de los Dones merecía ese nombre. Pero el poco tiempo que había pasado junto a él me había degradado. Mi natural humildad estaba desapareciendo y me estaba convirtiendo en un ser demasiado altivo, los días pasaban y los Sindar que me acompañaban también parecían contagiados de ese orgullo y superioridad que emanaba Annatar. Tardamos cincuenta días en llegar las Colinas de la Torre, muy cerca ya de Lindon, y allí sorprendentemente Annatar, nos estaba esperando.
- He venido en la creencia de que puedo resultarte útil aquí- me dijo.
-A que estamos esperando entonces, vayamos a Mithlond y comencemos a trabajar.
- No, yo no puedo entrar en Lindon, Caran, has de saber que se me tiene prohibida la entrada por Gil-Galad, quien no comprende en su poder que otros hay que también pueden hacer grandes obras sin que pertenezcan a ninguna estirpe, yo te esperaré en estas colinas, y si de mi requieres algo, aquí te esperaré pacientemente.
Bajé solo hasta Mithlond, los puertos Grises, junto al Golfo de Lhûn, Lindon prosperaba bajo la mirada de Gil-Galad hijo de Fingon. Rápidamente me mezclé entre barqueros, mercaderes comerciantes y pescadores que allí había, la actividad era enorme y no sabía donde empezar a buscar. Tras varios días tuve noticias que varias herramientas habían sido regaladas a Lindon por Tar-Aladarion, rey de Númenor hacía casi ochocientos años, era época de amistad entre Lindon y la isla, y frecuentemente los reyes se intercambiaban presentes para demostrar su amistad. El tesoro estaba expuesto en uno de los puertos, y pude comprobar que Númenor comerciaba bastante con Aman (a pesar de que los hombres no podían pisar la tierra bendita), pues era seguro que ese tesoro venía de Valinor: incrustadores, pulidores, y cinceles que nunca antes había tenido la suerte de poder usar, estaban allí para que todos pudieran ver el esplendor de la orfebrería Eldar.
Pasé varios días estudiando la situación, la colección era tan grandiosa que sólo con uno de aquellos cinceles podríamos seguir la gran obra de los nueve, sería el alba cuando llegué al muelle y pude comprobar que la torre que guardaba el tesoro estaba no más custodiada que por un hombre rubio barbudo y de estatura media, el cual no me parecía de la isla de Númenor. Mi desprecio a la raza de los hombres era grande por aquellos días, los consideraba muy culpables de la decadencia de la Tierra Media, nunca hubo para mí semejante escoria que pudiera venderse por tan poco, pueblos enteros se alineaban junto al enemigo, algo que jamás hacíamos los Eldar que nunca nos venderíamos y que veníamos luchando sin mas ansia de gloria o riqueza que la de poder seguir siendo libres en la tierra que pisábamos. Más los hombres eran capaces de venderlo todo, de venderse por nada, su ambición les hacía de tan grande fragilidad que su voluntad era nula, ni siquiera los numenoreanos, los fieles, me merecían demasiado respeto, puesto que ya surgían voces de algunos traidores, lo cual a mi no me extrañaba ni lo más mínimo, porque los hombres nunca alcanzarían la consistencia de ningún Noldor o Sindar.
Me acerqué al guardia y le pedí permiso para pasar, tras lo cual volví a observar las preciadas herramientas que se exponían tras los vidrios, el guardia aunque con disimulo estaba siempre cerca de mí.
- Bello tesoro tenéis en este puerto- le dije
- Tan alto como lo puede ser un regalo del que fuera rey Tar-Aldarion, el gran marinero de Númenor que tanto amó a vuestro pueblo.
- Sé bien de las hazañas de aquel rey-marinero, pero poco parece interesar en esta época este preciado tesoro, a juzgar por las pocas visitas que recibe, ¿nunca os habéis planteado venderlo?
- Jamás - me contestó- pues lo que se cede para la visión como regalo no es lícito de vender.
- Mira -le dije mirándolo fijamente- te voy a ser directo, necesito ese cincel que esta expuesto en la segunda vitrina.
- Te repito que ninguna pieza de este tesoro está en venta, elfo.
Saqué una bolsa que contenía una buena cantidad de monedas de oro y se la puse en la mano, mientras le decía: - Creo que con esto será suficiente para llevar a cabo el intercambio, ya que no lo quieres llamar venta.
Miró la bolsa, acto seguido la soltó, me mostró su lanza y dijo con altos gritos:
-¡¡¡ En nombre de nuestra soberana y gran reina Tar-Telperien, date preso por intento de falaz soborno!!!
No había acabado de soltar aquella frase cuando ya estaba intentando escabullirme, me cogió con gran fuerza de un brazo, no sabía que hacer pero pude soltarme y acto seguido conseguí mover con las dos manos un armario que contenía varios estantes y que estaba junto a nosotros. Cayó el armario y le golpeó con tal fuerza que quedó inconsciente a pesar del casco de guardia que portaba, vi entonces mi oportunidad, puesto que libremente podría llevarme el cincel. Cogí varios elementos pesados de hierro e intenté romper el vidrio, pero era de tal resistencia (resistencia numenoreana) que fueron en vano mis intentos, pude ver que la única forma sería rajarlo con algún objeto punzante, pero ni siquiera con la lanza pude rajarlo, necesitaba algo más punzante así, que usando mi experiencia de herrería, pensé en pulir la lanza, empecé a pulirla frotándola con los marcos de las ventanas que eran de bronce niquelado. Así estuve durante buen tiempo pues el pulido de la lanza era bastante lento.
Imprudentemente me olvidé del guardia, me acordé cuando sentí un golpe en la espalda que me tiró al suelo y me hizo soltar la lanza, cuando me levanté vi que había cogido la lanza y que se dirigía hacia mí, vi la puerta tras de mí y salí corriendo. El guardia me perseguía por las calles de Mithlond, pero él aún estaba bastante herido y pude escaparme ya que la salida de la ciudad de los muelles no estaba lejos, corrí hasta que vi que ya no me seguía y exhausto, descansé.
Durante un buen rato estuve bajo los olmos reflexionando sobre lo ocurrido, ¿dónde había estado el error?, estaba claro que el único error era el peso de la bolsa, "con una mayor cantidad de oro nada habría ocurrido, claro está" me decía, pero de repente mis pensamientos se rompieron. Una flecha de orco salió de la nada y cayó cerca. Horrorizado cómo nunca lo había estado me levanté y pude ver el orco entre algunas ramas, por instinto empecé a correr y a correr pero para mi pesar sentía cada vez pasos más numerosos que me seguían, por un momento giré atrás la cabeza y vi que no menos de diez orcos me seguían, algunos portaban arcos y a veces sentía flechas poco amistosas rozándome. No sabía para dónde estaba corriendo pero entonces vi que había llegado al lugar donde Annatar me esperaba, grité para advertirle de que se fuera, pero no pareció oírme, distraído tropecé y caí.
Estaba tirado en el suelo. Muy cansado por las dos carreras en las que había tomado parte, sabía que debía de levantarme para seguir huyendo pero casi no tenía fuerzas, estaba demasiado agotado. Por lo que resignado pensaba que aquello era el fin para nosotros, pero de repente vi que los orcos se habían detenido, ¿qué ocurría?, estaban parados, e incluso indecisos, ¿porqué no se movían?, quietos y silenciosos estaban mirando a Annatar. Me pareció que estaban sorprendidos por la presencia del Señor de los Dones, tendido en el suelo y a media distancia entre el batallón de orcos y Annatar yo estaba completamente confuso. Pero lo más increíble fue que Annatar levantó una mano y los orcos dieron media vuelta y se fueron con tanta rapidez que en un solo instante donde ellos estaban no había más que tierra en el aire.
Cuando me pude levantar y antes de que pudiera hacerle alguna pregunta sobre el significado de lo que había sucedido, fue él quien me interrogó sobre lo que había ocurrido en Mithlond. Le expliqué detalladamente cuanto me había sucedido, y mi impresión que con una bolsa más grande bien fácil lograríamos nuestro objetivo. Él estaba de acuerdo conmigo, y antes de partir al siguiente día hacia Mithlond me otorgó una bolsa con tanto oro que incluso costaba llevarlo con una mano.
Pasado el alba arribé de nuevo al muelle donde había estado el día anterior, vi al guardia con la cabeza vendada, custodiando el tesoro en la puerta, esperé a que entrara, y volví a entrar.
Me vio y antes de que hiciera hacer algún movimiento, le dije:
- Sois duros por estos lares a la hora de hacer tratos.
Enseguida vio que iba a hacerle una buena oferta y sintió curiosidad, no obstante, pude ver perfectamente como tenía la mano en la empuñadura, sin duda, el golpe del día anterior aún le dolía y mucho.
Pero se le pasó el dolor cuando dejé sobre su mano la bolsa que Annatar me había dado, cogió la bolsa abrió la vitrina y me dejó coger el cincel.
- Aquí tienes, elfo, tú preciada baratija, cógela y desaparece de este puerto porque no quiero verte por aquí nunca más.
Sonriente y feliz como nunca lo había estado, salí de Lindon, con mi preciada pieza, aquello era algo grandioso, sin duda mi posición en el Gremio iba a mejorar y mucho, ¡estaba convencido de ello!. Mi destino parecía girar con buen viento y seguramente Celebrimbor me iba a dejar participar junto a Annatar y él mismo en la grandiosa obra de los Anillos.
Cuando volví a Ost-In-Edhil, Annatar respetó lo que conmigo había pactado y me dejó entregar al Gremio personalmente la pieza, Celebrimbor estuvo muy feliz tras las primeras pruebas puesto que le fue de gran ayuda para continuar su gran obra. Para gran disgusto mío, los Anillos se continuaron creando de una forma más secreta y personal, contrariamente a lo que había creído.
Al poco tiempo Annatar se marchó y Celebrimbor siguió solo y con un poder inmenso trabajando en lo que hoy se conoce como los tres anillos élficos. El fuego era indescriptible, yo planeaba dejar el Gremio ya que me asustaba lo que se manejaba en Ost-In-Edhil. Celebrimbor estaba en la cumbre de su maestría, toda la tierra media estaba junto a él en la cumbre del poder, no había nada que se le pudiera igualar.
Me equivocaba.
Nunca olvidaré el horror que sentí aquel tiempo, nunca olvidaré la memoria de aquel terrorífico día, aquel que fue lugarteniente de Melkor, aquel que dominaba la oscuridad, había engañado durante siglos al Gremio para su propio provecho. Desde algún lugar sentíamos su poder, desde algún lugar Celebrimbor sabía que su Anillo del Poder era el que dominaba todos los que habíamos creado.
- Annatar, Sauron, El Señor de los Dones, todo nos lo va a quitar.- Repetía Celebrimbor.
El tiempo pasaba y el deterioro de la luz que alimentó durante tantos siglos el Mírdain era cada vez palpable, ya no éramos los altos herreros, éramos el pueblo engañado, ¿cómo pudo nadie poseer aquel disfraz, cómo era posible poseer en tan seductora apariencia el ser que el Enemigo entrañaba?
Celebrimbor determinó entonces deshacerse de los 3 Grandes Anillos. En la misión en la que se decidió otorgar el Anillo del Agua a Galadriel fui uno de los escogidos para su custodia. Cuando se preparaba la vuelta a Ost-In-Edhil le dije a Celebrimbor que abandonaba el gremio para siempre y que había decidido quedarme en Lórien, pues quería alejarme de todos los recuerdos de los que me fuera posible.
En Lórien Celebrimbor se despidió de Galadriel, vi entonces en el sabio rostro de la Dama la tristeza, ella bien sabía que era la última vez que veía a Celebrimbor, pienso ahora.
Después llegó Sauron, supe que en su ambición Celebrimbor se defendió hasta el final en las mismas puertas de la herrería, desde mi refugio en Lórien las noticias me inundaban de tristeza, todo quedó arrasado por el que sólo deseaba nuestra completa aniquilación.
Y en mi interior siempre sabré que fui utilizado por Sauron, mi vergüenza es la de conocer que se sirvió de mi ambición en aquel desdichado viaje que hice a Lindon, yo que tanto desprecié a los humanos, ahora me doy cuenta que cedí mi voluntad por la búsqueda de gloria que ahora se ha convertido en desdicha.
Él posee su anillo y nosotros jamás poseeremos los que contribuimos a forjar, ruego que con esta alianza de Elendil, Gil-Galad y Elrond que ahora se dibuja, pueda con mi ayuda contribuir a cerrar las heridas que voluntariamente con nuestro fanatismo creamos. Ruego para que venzamos pues de caer derrotados será el fin de nuestra tierra y miles de losas pesaran sobre los Mírdain, los mayores Orfebres que jamás existirán al este del Mar.