Sangre, Frío y Espíritu
Sangre derramada por los hombres de antaño en batallas que la memoria ya apenas recuerda, dolor y sufrimiento que la humanidad jamás debió olvidar en la noche de los tiempos. Ven espíritu, acércate y cuéntanos las historias que atormentan tus recuerdos, que te han hecho salir de tu lecho eterno, aquellas que han perturbado tu oscuro sueño.
Filos destemplados salían de sus fundas preparados para arrebatar la vida en sesgos mortales. Tintos en rojo sangre subían una y otra vez buscando el corazón enemigo con sed de muerte. Metal contra metal, armadura y cuero desgarrados, hueso y carne rotos. Rostros enemigos y amigos teñidos de dolor. Ensangrentados los campos donde los muertos y heridos yacían en sus tumbas al aire y silenciosas. Festín de cuervos. La victoria es a veces tan amarga como la derrota.
Procesión de vivos al atardecer, hacia sus frías cenas, sus fríos lechos, embutidos aun en sus frías armaduras.
Frío, siento frío. La vida, mi vida fluye y se escapa entre mis manos junto con la sangre que mana de la terrible herida abierta. Salgo de la tienda, la vista nublada por el dolor y el agotamiento, apenas atino a mantenerme en pie, camino en la noche del campamento y de mi mente y siento como mi savia vital me abandona lentamente en una eterna agonía. Quiero gritar, más los labios no responden a la orden. Ayuda, necesito ayuda, pero las palabras mueren en mi garganta. Un paso más, solo uno más. Caigo, me siento caer y caer en una oscuridad infinita. Solo ansío llegar al final de la caída, pero éste nunca llega. Deshonrosa mi muerte, esta muerte que no he hallado en el campo de batalla, me maldigo, maldita mi suerte, que la eternidad no me perdone.
El guardia de la silenciosa noche se dirige a dar descanso a su agotado cuerpo, nunca una vigilia fue tan larga. El camino se hace borroso a los agotados ojos, solo el deseo de un lecho más cómodo que el suelo le hace seguir. De repente se detiene, los ojos y los sentidos son despertados bruscamente, sangre, sangre en el camino, en medio del campamento. Siguiendo el horrible rastro encuentra el cuerpo de su capitán, parece descansar, recobrar el aliento después de un tropezón que el agotamiento le hizo dar. Pero los ojos, ya despabilados, del guardia se llenan de lágrimas y pidiendo a voz en grito ayuda se arrodilla junto al capitán, empapándose su ropa de la sangre espesa que rodea en un charco el cuerpo del hombre.
Poco a poco llegan los demás, no hay nada que hacer, el capitán ha muerto. Tristeza por el magnífico guerrero y jefe, por el amigo, por el hermano. Lágrimas de soldados, de hombres fuertes, de guerreros inundan el campamento y la tormenta, largamente anunciada, estalla sobre el lugar frío, muerto, ensangrentado y destrozado de la batalla, como si el mismísimo cielo llorara la muerte de aquel hijo de los hombres.
El capitán es enterrado cerca del campo de batalla, junto a su cuerpo, engalanado con la armadura, lustrada para la ocasión, disponen, sus afligidos hombres, las armas de los enemigos derrotados por la mano ya inerte del hombre. Sobre su pecho, que el aliento vital ya no mueve, entre unas manos frías, colocan la espada fiel que tantos enemigos se llevó a la muerte. A sus pies el escudo, abollado tras la batalla, que no pudo detener el golpe mortal.
La pena embarga a todos los presentes, pues en el bello y aun joven rostro del capitán no aprecian la paz de la muerte, sino una amarga mueca. Nadie dijo nunca que la muerte fuera justa. Una vez el cuerpo descansa bajo el túmulo, uno a uno, en silencio sepulcral, los hombres abandonan el lugar, deseos de venganza, pena y dolor se mezclan en sus semblantes y corazones.
Sólo un hombre queda ya, su fiel escudero y amigo. Posa la mano sobre la tierra removida del túmulo, pena, pena y sólo pena tiñe su rostro juvenil, pero endurecido por los pesares y el dolor. Desenvaina su espada y clavándola sobre el túmulo pide descanso y paz eterna para su amigo.
Por fin la caída ha cesado, aun siento frío. Despierto en el campo de batalla, antes de que ésta suceda. Todo está presto ya para la hora gloriosa. Pero no siento el calor que hace bullir mi sangre antes del combate, siento frío, todo lo que me rodea es frío, mis hombres no son más que frías sombras que apenas distingo. Y en el frío día intemporal comprendo que mi castigo es revivir día tras día, durante toda la eternidad la batalla buscando una muerte más gloriosa, en un día, en un campo donde los colores están apagados, donde los hombres no son más que meras sombras, donde los sonidos son apenas murmullos y el frío inunda y abraza todo.
Así, el espíritu vaga solo por el olvidado campo de batalla para toda la eternidad. El silencio y el olvido se ciernen sobre aquellos que cayeron hace ya innumerables años. Y el tiempo, indiferente, pasa por el lugar que antaño quedo teñido de sangre, dejando caer su frío manto durmiendo la memoria de los hombres. Pero quién sabe escuchar, en la noche intemporal podrá oír los gritos de guerra de cientos de soldados y en el límite del alba el viento le susurrará "la victoria es a veces tan amarga como la derrota" y verá pasar una fría sombra en busca de la gloria que el destino le negó.