El Cuento de la Dama y la Luna

Relato breve pero realmente bonito sobre la soledad de la Luna, siguiendo el estilo de los cuentos clásicos.
Ya todos se encaminaban hacia el pequeño claro abierto en el bosque con rostros expectantes, deseosos de oír una nueva historia del anciano. Su "Viejo Bardo", así lo llamaban desde hacía muchísimo tiempo, desde que por primera vez regalara a sus oídos con increíbles y fantásticos cuentos que guardaban en su memoria como los más preciados tesoros, tesoros que les hacían soñar. El viejo sólo les pedía a cambio un techo donde cobijarse una noche, un plato de comida caliente y un pellejo de vino.
Aquella noche, como otras tantas, el anciano ya les esperaba en el claro junto a una hoguera crepitante, dando cuenta de los últimos pedazos de su cena.
Se sentaron alrededor del fuego, niños y mayores con los ojos iluminados por las danzantes llamas, esperando en un silencio apenas contenido que su "Viejo Bardo" les hiciera participes de la magia que salía de sus labios en forma de cuentos y leyendas.
El anciano recorrió con la mirada el círculo de personas, echó un último trago de vino, sacó su pipa, tan vieja como él, la encendió, le dio una profunda calada y comenzó el relato con voz profunda y suave.
" Este es El Cuento de la Dama y la Luna.
Hace ya largos años, cuando las guerras aun azotaban las tierras de norte a sur, la Luna, en su alto sitial de las esferas celestes, se sentía sola. Sola porque no tenía con quién hablar, con quién compartir sus sentimientos. Y así, noche tras noche, la Luna lloraba; lágrimas de plata caían del cielo a la tierra sin que nadie lo advirtiera y aquello desconsolaba más a la Luna, pues pensaba que en verdad los hombres la habían olvidado y jamás volverían su rostro hacia ella buscando consejo.
Así, los días o, mejor dicho, las noches se sucedieron sin que nadie viniera a hacer compañía a la Luna que vagaba, solitaria, por el cielo silencioso. Pero una noche, cuando se encontraba derramando sus rayos azulplateados sobre un pequeño bosque, oyó lo que le parecieron unos quedos sollozos. Intrigada, se acercó a una pequeña colina y allí, en lo alto del pequeño montecillo vio a una mujer sentada con la cabeza enterrada entre los brazos dejando escapar su pena.
La luna, compasiva, bajó unos metros del cielo y le habló con voz suave y cálida.
- Dime, joven dama, ¿qué es lo que tanto te hace sufrir?, ¿qué provoca tus lágrimas?
La mujer, sorprendida, miró hacia todas partes en busca del dueño de aquellas palabras, pero no viendo a nadie, al fin, lentamente levantó la mirada hacia el cielo nocturno y vio que la Luna estaba cerca y la miraba con ojos llenos de amor y compasión, y creyendo estar en un sueño le contestó al blanco astro.
- Mi esposo ha muerto en esta absurda guerra- dijo apenas es un susurro notando como el corazón se le estremecía y las lágrimas acudían presurosas a sus ojos.
La Luna sintió pena de la mujer y comprendió su dolor, pues al igual que ella, ahora estaba sola.
- ¡Oh! Luna, Señora de la Noche, no sabes cuán dura es esta soledad después de haber compartido media vida con la persona más amada.
No, la Luna no sabía cómo podría ser esa soledad, ese vacío que deja el ser amado . pero si conocía la soledad muda y fría que le había rodeado desde años innumerables.
De repente la mujer alzó de nuevo la mirada hacia la Luna, pues había notado como sus lágrimas caían sobre ella bañándola en luz plateada.
-¿Por qué lloras Luna?- preguntó.
- Porque como a ti, la soledad me acompaña y me rodea cada noche y porque siento pena por ti, por tu pérdida. Porque se que la soledad es fría y el vacío está lleno de silencio ensordecedor.
La mujer miró entonces con nuevos ojos a la Luna y vio los cientos de años pasados a solas, en silencio, solo acompañada por las frías estrellas y supo en ese momento que algo las unía, algo triste y doloroso, pero que quizás, si sabían escucharse, podrían superar.
- ¿Y qué te apena a ti, Luna?- le preguntó pensando que a lo mejor aquello no era un sueño y que de verás la Luna, que todo el mundo miraba como un astro frío y distante, necesitaba un espíritu amigo. Y se prometió que cada cierto tiempo volvería a la colina y haría compañía a la Luna.
Y la Luna le contó aquella noche sus penas, anhelos y esperanzas y la dama la escuchó y por unos momentos olvidó su propio dolor.
De esta manera, cada veintiocho días, momento en que la Luna lucía completa sobre la colina, la mujer se reunía con ella y durante algunas noches ambas compartían sus sueños, sus consejos y sus pensamientos más profundos. E incluso, después que la mujer volviera a desposarse y tuviera hijos, mantuvo la promesa silenciosa que le hiciera a la Luna de hacerle compañía y hablarle. Y enseñó a sus hijos a hacer lo mismo trasmitiéndoles su historia y estos lo hicieron con sus propios hijos y así se convirtió en tradición subir a la colina a hablar con la Luna.
Y la Luna, por su parte, mientras viajaba por las bóvedas celestes alrededor del mundo, siempre estuvo atenta de oír los llantos de almas tristes y siempre estuvo presta a dar su consejo y compañía a quiénes lo necesitaban y nunca jamás volvió a estar sola.
Por eso, cuando la Luna luce llena en el cielo se dice que alguien está hablando con ella y la Luna lo escucha y le habla aliviando sus pesares como antaño lo hiciera la dama con ella".
El anciano calló y un silencio profundo y reverencial inundó el claro y poco a poco todos los rostros se volvieron hacia el cielo y sobre ellos vieron la Luna llena que pareciera haberse detenido a oír el cuento, su propio cuento, de los labios del "Viejo Bardo".
Desde aquella noche el anciano logró que nuevas personas siguieran la tradición de hablar con el blanco y viejo astro y legaran la historia a sus descendientes.