Derufod El Mensajero de Boromir
Derufod, miembro de la guardia de Boromir, le acompaña a éste en sus citas amorosas secretas. Pero en esta ocasión, se encuentra con una gran sorpresa. ACTUALIZADO con los dos últimos capítulos (nº 13 y 14)

1. Encuentros en la noche

Derufod  sentía gran admiración y lealtad por Boromir, su señor. El orgulloso hijo del Senescal Denethor II, era un gran capitán y un excelente compañero en la lucha, fuerte y diestro con las armas, rápido de mente, sabía mantener con valentía a sus hombres en el combate y sus enemigos poco podían hacer.
Además de sentirse complacido de pertenecer a su guardia, Derufod le debía la vida a su capitán y eso nunca lo olvidaría, estaba en deuda con su señor y no sólo por salvarle la vida arriesgando la suya propia, sino por todos lo que Boromir había hecho por él.
Derufod meditaba estas cosas mientras cabalgaba en solitario por un páramo desierto, se sentía tranquilo y confiado. El sol había caído por el horizonte del Oeste y los brillantes colores del crepúsculo tornaron el cielo desde un azul oscuro, hasta un púrpura encendido. A su izquierda, las impresionantes Montañas Blancas parecían de fuego con el reflejo del atardecer.
Se dirigía por el Camino del Oeste hacia el punto de encuentro acordado entre Boromir y su dama, ambos amantes en secreto se reunían en fechas predeterminadas y la misión de Derufod era la de acompañar y proteger a la dama hasta el lugar donde su señor la esperaba.
Boromir había confiado en Derufod aquel amor que existía entre él y la mujer de Rohan y que nadie más conocía. Así Derufod se convirtió en mensajero y confidente personal del hijo primogénito del Senescal de Gondor, un cargo que jamás había soñado conseguir.
A pesar de que la noche sería cálida, un ligero viento proveniente de la altas montañas, hizo que el hombre se arropara aún mejor su gruesa capa de viaje, llevaba aguantadas las manos y aferró las riendas con seguridad mientras su cabalgadura iba a buen ritmo. Derufod sonrió para si mismo recordando su infancia y comparando toda aquella vida con la posición que ahora ocupaba.
Él había nacido en una pequeña aldea a orillas del río Morthond y su único futuro allí estaba en llegar a ser un pescador de río con su propia barca. Toda su familia eran pescadores de las riveras y él era el segundo hijo de tres hermanos; sus padres, de origen muy humilde, tenían una choza cerca de una arenosa orilla rodeada en algunos tramos por altos juncos.
Su trabajo, recordaba quizás con nostalgia, había consistido en ayudar a su padre con las redes y trampas para el río y acompañar a su madre a los mercados llevando la pesada carga en las cestas. Cuando se encontraba en los mercados de los pueblos más bulliciosos, siempre hallaba la oportunidad de escabullirse y vagar por entre tenderetes y callejas imaginando que era un gran guerrero, un caballero de hermosa armadura y reluciente espada y así, las gentes se volvían al pasar él contemplándolo admirados de tanta gallardía. Cuando jugaba con sus primos y otros niños de su edad, él era el capitán de un grupo de valientes que luchaban contra enemigos imaginarios. Pero fue haciéndose mayor y a la edad de quince años se dio cuenta de que nada de aquello se haría realidad. Se sentía inquieto y apesadumbrado, siempre fantaseando con sus amigos, intentado convencerles de marchar lejos en busca de aventuras.

***

Las primeras estrellas comenzaban a reinar y el crepúsculo tocaba a su fin, la luna se alzaba mostrando su cara luminosa y completa, su luz plateada arrojaba misteriosas sombras sobre los campos y Derufod llegó al lugar acordado. Refrenó su montura al entrar en los lindes de un bosque, no era demasiado denso, pero los árboles, viejos y de corteza nudosa, tenían la copa amplia y espesa. Se sentía fatigado por el largo trayecto, apenas si se había tomado un respiro, y su caballo no parecía mejor que él, sudoroso y con las comisuras cubiertas de espuma, sin embargo, era un buen caballo, resistente y veloz, ambos se habían encontrado en situaciones mucho más extremas, así que confiado, pero alerta, se introdujo en el bosque: sabía que ella se encontraba allí, escondida entre las protectoras sombras de los árboles, oculta por su capa oscura, silenciosa, expectante, no se mostraría hasta que Derufod se hubiese internado.
El bosque permanecía en silencio, sólo podía escuchar el zumbido de los insectos nocturnos. Derufod comenzó a sentir cierta duda, era posible que la dama no se encontrara allí, algún percance podía haberla retenido en algún lugar o retrasado en su llegada. Derufod intentó observar el cielo, pero el follaje se lo impedía, sólo la luz plateada de la luna se filtraba en algunos claros.
Entonces, detrás de él escuchó un leve sonido, se giró con rapidez y a la vez, tocó la empuñadura de su espada para desenvainarla. Derufod sintió una gran tensión, algo se movía en la oscuridad, su caballo tomó posición de ataque al sentir la presión de las piernas de su amo. Estaba a punto de alzar su espada cuando retuvo ese movimiento instantáneo de defensa, pues el presunto atacante se descubrió.

Eolywyn se mostró retirando la amplia caperuza de su capa, su pelo dorado brilló al caer sobre ellos algunos rayos de la serena y blanca luz de la luna, que se colaba a través del espeso ramaje. La dama sonreía, le había tomado desprevenido; Derufod, aún sabiendo que no estaba solo, no pudo evitar la sorpresa, la mujer había sabido ocultarse bien, ni siquiera su montura se había percatado de la presencia de un jinete. El hombre se enderezó en su montura y se acercó a ella:
-Señora -la saludó con un gesto cortés.
-Has llegado tarde, la luna hace rato que salió -dijo ella con voz suave, mirándole directamente a los ojos, se erguía orgullosa y su amplia capa negra ocultaba sus formas, pero Derufod sabía que iba montada como un jinete, vestida como los hombres rohirrim y así pasaba inadvertida. Para cualquiera que los observara sólo verían a dos hombres que cabalgaban juntos. Derufod miró a su alrededor con un ligero gesto de su cabeza y se dirigió a ella, no deseaba excusarse ante la mujer, pero debía hacerlo:
-Lo siento señora -dijo mirándola a los ojos, en aquel momento le pareció algo mágica y misteriosa -pero mi capitán se retrasó en una misión cerca de Cair Andros. Mi señor Boromir no creyó oportuno mandaros un mensaje, y hemos viajado durante días sin apenas descansar; quizás es que nuestros caballos no son  tan veloces como los de la Marca.
Eolywyn no apartó la vista de su rostro, sonreía ligeramente y tras una breve pausa le contestó:
-Entonces habrá que poner remedio a eso, la próxima vez traeré un caballo de mi Casa para que te sirva en tu cometido, y si vuelves a llegar tarde..., la culpa será del jinete.
Dicho esto se encaminó hacia las afueras del bosque, Derufod la observó, ella volvió a colocarse la caperuza ocultándose el rostro. Por un momento, Derufod se sintió ofuscado, la mujer le pareció tan orgullosa y a la vez fascinante, sin miedo de aventurarse  sola por lo caminos para encontrarse con su amado; de corazón intrépido y una belleza casi élfica, no era de extrañar que Boromir recorriera millas para estar con ella.
Cabalgó junto a ella durante todo el trayecto, atento a cualquier cosa extraña que pudiera salirles al paso. La mujer iba silenciosa y manejaba con soltura su caballo. El pelaje de ésta parecía de plata bajo la luz de la luna, pero sus crines y cola eran negras. Derufod miraba a Eolywyn de reojo de vez en cuando y ella parecía presentir sus ojos observándola, giraba levemente el rostro y le dedicaba una sonrisa, entonces azuzaba a su montura para aligerar el paso, ansiosa quizás por llegar allí donde Boromir la esperaba o quizás desafiándolo.

***

Llegaron al lugar de encuentro antes de la media noche, Derufod observó que la dama parecía nerviosa. En la casa grande había luz, provenía de la única ventana de la fachada principal y del tiro de la chimenea botaba humo que la brisa nocturna movía como si de alguna danza se tratara. La puerta se abrió derramando un charco de luz sobre la entrada empedrada, Boromir estaba allí, su perfil alto y fuerte destacaba, avanzó con paso firme hacia ellos, Eolywyn desmontó dando un salto y corrió hacia él.
Se abrazaron y se besaron, Derufod tomó las riendas del caballo rohir mientras los miraba parado a una distancia prudente de aquellos dos amantes secretos. Contemplaba la escena con cierto resquemor, ¿qué era lo que le ocurría, se sorprendió así mismo consentimientos contradictorios. Él sentía gran admiración y devoción por su señor, le debía la vida. Pero, a la vez, se sentía atraído por aquélla mujer, y de pronto, al verla junto a otro hombre besándola con pasión, hizo que algo en su corazón brotara, un sentimiento que no había creído tener, estaba celoso.
Sacudió la cabeza para desechar esos pensamientos y se dirigió silencioso hacia el pequeño establo que se encontraba en la parte posterior. Atento a todos los sonidos, Derufod oyó como la puerta de la casa se cerraba con un portazo ligero. Desensilló los caballos y los dejó tranquilos que comieran en sus pesebres; se sentía cansado por la larga cabalgata y un viaje de varios días sin a penas descansar, pero aquello le vendría bien, se quedaría dormido pronto. Subió las escalerillas del establo, en el piso superior había preparada una estancia, pequeña pero confortable, el granjero y su esposa encargados de la casa hacían bien su trabajo: un catre cómodo y limpio, con una buena manta; sobre la mesita había un cuenco con queso, pan, carne guisada, algo de fruta y un par de jarras de vino.
Después de cenar y terminar con el vino, Derufod se dejó caer en la cama, el único sonido que llegó hasta él era la respiración de los caballos que parecían dormidos y él pronto terminaría igual, se cubrió con la manta y dejó vagar su mente sin centrarse en ningún pensamiento. Imágenes de su juventud acudieron trayéndole recuerdos y emociones.
Él, sus dos primos y tres amigos habían decidido escapar de sus hogares para buscar aventuras, viajar lejos y llegar hasta la ciudad de los senescales y enrolarse en sus ejércitos para luchar contra los Enemigos y hacerse honorables y ricos, al menos ésta era la idea del joven Derufod. Se organizaron bien y llevaron bastantes alimentos, ropa de abrigo y algunas monedas, tomadas en secreto a sus padres, para comprar menesteres por el camino. Avanzaban siempre hacia el Este y Norte, y como tenían el espíritu animoso nada parecía hacerlos echar de menos sus casas ni a sus familiares. Llevaban bastantes días de viajes y en algunas ocasiones, asaltaban el huerto de algún granjero tomando aquello que necesitaban, entraban a hurtadillas en los ponederos de gallinas para llevarse los huevos y ordeñaban alguna que otra oveja para beberse la leche, aquellas eran hasta entonces sus aventuras.
Pero ocurrió un hecho desgraciado y decisivo que haría cambiar el rumbo de todo lo que estaban viviendo.
 Sin saber  cómo ni de dónde salieron, fueron asaltados por un grupo de proscritos ladrones y se quedaron con todas sus pocas pertenencias, dejándolos casi desnudos y desamparados, pero Derufod los alentó a atacar a los proscritos cuando éstos, borrachos y dormidos, bajaran la guardia. Así hicieron y una noche, cerca ya de la madrugada, se echaron encima de los ladrones con palos y piedras, casi habían conseguido lo que se proponían, pero uno de aquellos bandido hirió de muerte a uno de los amigos, esto hizo que los proscritos huyeran y ellos se  quedaron viendo impotentes como el compañero de aventuras, el más joven de todos, perdía la vida con la sangre que emanaba a borbotones de la cruel herida.
Derufod no podría olvidar nunca la mirada vacía y la palidez cadavérica en el rostro de su amigo, era el que siempre le apoyaba, nunca discutía lo que él proponía, siempre estaba de su lado, le admiraba y en aquella maldita hora le había llevado a la muerte.
Enterraron a su amigo como pudieron y tomaron sus cosas, todos querían regresar menos Derufod, que se sentía incapaz de volver y decirle a los de la aldea que era el culpable de la muerte de su amigo, él le había convencido para embarcarse en una estúpida aventura y de atacar imprudentemente a un grupo de proscritos que eran mejores y más fuertes que ellos. Se despidieron llorando, y Derufod siguió adelante, sin mirar atrás, sin volver la vista a la tosca tumba de aquel desdichado.


2. Misterios en la aldea

El suave relincho de uno de los caballos despertó a Derufod, las primeras luces del día asomaban por el respiradero de la cuadra y a lo lejos se oyó el canto de un orgulloso gallo. Se levantó sin pereza y se dirigió a la alberca que se encontraba cerca del huerto, detrás del cuidado sembrado, estaba la casa de los granjeros de forma circular y con el tejado de chamizo, de allí provenía un aroma a pan recién horneado.
Derufod se aseó con el torso desnudo sintió el fresco de la mañana que le terminó de desentumecer  los músculos, llevaba varios días sin asearse bien y notó que la barba, que le gustaba llevar rala y bien cuidada, estaba espesa. Metió la cabeza en una cubeta, el agua estaba fría, pero le gustó, se frotó el cabello corto y oscuro, sus ojos verdes y de mirada fiera quedaron limpios y su rostro, normalmente serio, dibujo una suave sonrisa al ver al granjero que se acercaba a él levantando la mano derecha a modo de saludo. El hombre era algo mayor, un rohirrim orgulloso paro servicial, le faltaban dos dientes y una cicatriz en el labio superior, indicaban que no siempre fue un sencillo granjero:
-Buenos días, señor -dijo con cortesía- mi esposa ha preparado un buen desayuno, ¿no haría el honor de compartirlo?
-Los desayunos de tu esposa son todo un honor, no he tomado desayuno mejores que los de tu casa -dio con sinceridad Derufod mientras se vestía, al rohir le complació oír aquello y sonrió orgulloso mostrando una dentadura dispareja.
Entró en la choza circular seguido del granjero, la vivienda era muy rústica, pero sobre la mesa había muchas viandas, la mujer se levantó al verlo entrar, no parecía una rohir, más bien parecía provenir del Sur de Gondor, tenía el pelo y los ojos oscuros y en cierto modo le recordó a su madre. La mujer sonrió y su cara regordeta brilló complacida a ver que tendría de invitado a un caballero de Minas Tirith. El granjero puso delante de él salchichas y patatas asadas, un cuenco con mantequilla, pan recién hecho y la mujer le ofreció leche, galletas de centeno, tortitas dulces con mermelada de arándanos y unos suaves bollos hechos con manteca. Derufod no sabía por donde empezar, todos aquellos alimentos caseros le parecían apetitosos, se decidió primero por la leche y migó el pan en ella, mientras el granjero, sentado a su lado comenzó a hablarle:
-Espero que durante el viaje nocturno no hayan sido molestados.
-¿Por qué?, ¿qué ocurre? -dijo Derufod mirándole.
-Bueno..., porque, en las tierras altas cerca del páramo no hemos notado nada extraño, pero los del valle llevan varios días siendo atacados por una misteriosa criatura -la voz del granjero bajó de tono, su mujer seguía comiendo silenciosa y con los ojos muy abiertos. Derufod miró a los azules ojos del rohirrim:
-¿Qué clase de criatura, de qué se trata? -preguntó Derufod interesado.

-Ellos, los de la aldea, dicen que es algo parecido a un lobo enorme, pero ya sabe señor, que lo lobos en esta región son pocos y no se atreven a salir de los bosques que circundan el río, pero hay un pastor que dice que vió a la criatura en la noche de antes de ayer y que tenía aspecto de hombre y lobo a la vez.
Derufod seguía comiendo mientras escuchaba atento al historia, el granjero parecía disfrutar con ello:
-Los del valle tienen miedo, dicen que ataca de noche y no sólo a pollos y conejos, sino también a sus caballos; que saltó por una de las ventanas de una casa atacando a sus moradores e hirió a un niño que desde entonces padece fiebre alta.
-Eso no es normal en un lobo, pero si en alguien, quizás, enfermo, rabioso -comentó Derufod que prefería pensar en lo lógico y más razonable que en la superchería.
-Es posible señor, pero los aldeanos tienen mucho miedo y los rastros que deja esa extraña criatura no corresponden a un hombre, sus huellas son mucho mayores que las de un lobo, pero camina a dos patas y su dentellada es enorme, al parecer, le gusta beberse la sangre...
La esposa del granjero dejó escapar un gritito, estaba muy pálida:
-¡Eso no me lo habías dicho! -le reprimió a su marido.
-Bueno, mujer, no quería asustarte.
-¿Habéis avisado al señor de estas tierras? -quiso saber Derufod.
-Pues... no, veréis señor, los hombres de la aldea son valientes, yo los he visto luchar contra bandidos dunlendinos, pero están aterrados y no quieren alejarse de sus hogares; la casa del Mariscal está a más de cinco jornadas de viaje y hay que pasar por los lindes del bosque, lugar donde se refugia de día esa cosa. Además los acontecimientos son muy recientes. Bueno... señor, yo había pensado... -decía el granjero sirviendo a Derufod  en un vasito un aguardiente producido por él mismo - que como vos y vuestro señor habéis viajado mucho y sois hombres de ciudad, versado en muchos temas..., quizás pudierais ayudar a esos humildes aldeanos del valle...
Derufod miró algo perplejo al granjero y después a su mujer que estaba muy colorada:
-Mi señor Boromir no ha venido hasta aquí para tratar asuntos que no le son competentes, somos extranjeros en estas tierras.
-Tenéis razón, vuestro capitán no debe verse inmiscuido en estos asuntos, pero vos, ¿podríais visitar la aldea?, la gente se sentiría más tranquila, ellos saben que aquí hacen posta los mensajeros de Gondor y reconocerán vuestras insignias, os acogerán bien y les daréis un poco de aliento...
A Derufod le pareció extraño que insistiera tanto el granjero, pero parecía verdaderamente angustiado e inquieto. Conocía la  aldea, estaba a menos de un día de viaje bajando por las quebradas; en un estrecho, sinuoso y boscoso valle se encontraban apiñadas algunas casas parecidas a la del granjero y algunas otras de planta rectangular y tejado a doble vertiente.
Derufod meditó mientras se tomaba el licor que le sentó bastante bien, Boromir pasaría varios días y él no tenía nada mejor que hacer que descansar y pasear a caballo por aquellas tierras. Quizás si fuera al valle, se divirtiera un poco.
-Debo consultarlo con mi señor, nos veremos más tarde -dijo muy serio y se levantó.
-Por supuesto, señor -dijo inclinándose el granjero cuando Derufod salió de su casa.
Iba meditando sobre la historia de el supuesto hombre-lobo, mientras se dirigía hacia los establos, se dio cuenta que la puerta de la casa principal estaba abierta y su señor se encontraba sentado en un banco de madera disfrutando del cálido sol de la mañana, parecía relajado y feliz, se acercó par saludarle, se encontraba solo, puedo observar Derufod, la dama no estaba en la casa:
-Mi señor, he estado hablando con el granjero -le dijo Derufod.
Boromir le sonreía, sabía de lo que habían estado hablando, nada más llegar él aquella tarde, le narró los hechos acaecidos en el valle y lo asustados que estaban todos, pero el granjero, prudente no se atrevió a pedirle que bajara a la aldea para investigar:
-Te ha contado la historia, ¿verdad?
-Incluso me pidió que fuera al valle para poder aclarar el asunto, esto me parece muy extraño, esos rohirrim son gente valiente que difícilmente se amedrenta, ¿por qué tenerle miedo a algo que posiblemente sea alguien enfermo?
-Puede que sea un huargo -dijo Boromir poco interesado en el tema.
-Pero esas bestias negras no andan a dos patas y, además, van siempre en manadas, habría más por la zona...
Boromir alzó la vista observando el cielo limpio y de un azul resplandeciente que le recordó a los ojos de su amada; iba vestido con un pantalón y un jubón suelto, ni si quiera se había calzado las botas, se puso en pie y colocó su mano sobre el hombro de Derufod:
-Si quieres puedes pasar unos días allí abajo, averigua que sucede realmente -dijo Boromir sonriente y con mirada de complicidad -pero si descubres algo importante y peligroso, no dudes en mandarme llamar, iremos juntos a cazar a ese ser misterioso.
Derufod asintió y se despidió dirigiendo sus pasos hacia el establo, prepararía sus cosas y ensillaría su caballo cuanto antes, si salía pronto llegaría a la aldea antes del atardecer. Nada mas entrar en el establo se percató de la presencia de Eolywyn, la dama estaba junto a su corcel, le susurraba con suavidad utilizando el idioma de los Elfos y acariciaba sus crines oscuras.
Derufod se quedó allí de pie, como petrificado, la visión de la mujer sola acompañada únicamente por su caballo, con su reluciente y larga melena rubia que caía ondulante como una cortina dorada sobre su capa negra y vestida con un vaporoso camisón que dejaba insinuar sus sutiles formas femeninas. Le pareció que era irreal, una imagen de cuentos élficos de la  Antigua Edad y él había quedado hechizado por aquella visión,  le pareció tan hermosa y frágil, tan sensual y misteriosa. En ese momento deseó que la delicada mano, de largos y blancos dedos, de la dama acariciaran sus cabellos y se deslizaran sinuosos y atrevidos por su espalda, deseó sentir su aliento susurrante y mágico en su cuello, aquellas hermosas palabras dirigida por entero a él, deseaba tocarla, abrazarla con fuerza, besarla...
Eolywyn giró la cabeza con un movimiento delicado y la cortina dorada de sus cabellos se movió con lentitud. Le estaba mirando, Derufod pestañeó desviando con gran esfuerzo la vista hacia el interior del establo y le dio los buenos días. Su voz brotó extraña, tenía la garganta seca: cuando volvió a mirarla, ella había cambiado su postura, ahora la capa oscura la cubría por entero:
-Buenos días, Derufod, ¿ya has desayunado?
-El granjero y su esposa me ofrecieron un buen desayuno, y ahora me disponía a ensillar mi caballo...
Derufod se acercó a ella, dirigió la vista hacia el suelo y tomó la brida de su caballo
-Partiré cuanto antes para la aldea del valle, están ocurriendo cosas extrañas.
Eolywyn pareció interesarse y le hizo varias preguntas, Derufod le narró la historia del hombre-lobo y su opinión sobre que podía ser un enfermo de rabia.
-Pero, ¿y si es un gaurhoth? -dijo ella algo preocupada.
A Derufod el término le sonó familiar, pero no sabía a que se refería con aquel nombre. Le colocó la silla a su montura y procuraba mirar lo menos posible a la dama:
-No sé a lo que os referís con gaurhoth.
-Un licántropo, un espíritu maligno y torturado encerrado en el cuerpo de un ser parecido a un lobo -dijo ella sin dejar de observarlo.
-¿De dónde sacáis esas ideas? -preguntó él intrigado, la mujer parecía muy convencida.
-Cuando pequeña -prosiguió ella a explicar acercándose a la entrada de la cuadra - a mi casa venían algunos Elfos del Norte, a veces nos contaban historias antiguas...
Derufod volvió a mirarla, ahora le parecía más mágica con la luz del sol dándole desde el exterior y la penumbra del sombreada cuadra en el interior, ella estaba en medio de aquel juego de luces.
-Nos avisarás, ¿verdad?, si descubre que es un licántropo.
Hubo un silencio, los pensamientos del hombre iban por otro camino:
-Sí, siempre -dijo en un susurro y la dama, tras ofrecerle una sonrisa, desapareció como desaparece una hermosa visión en un sueño, dejando una sensación placentera, pero a la vez, llena de insatisfacción.

***

Derufod se dirigía por el Camino de las Quebradas hacia la aldea, más que un camino parecía un ancho sendero libre de peñascos y matojos, las gentes del lugar lo mantenían limpio, pues era lo único que comunicaba la aldea con la casa de posta y el Gran Camino del Oeste.
Descendía silencioso y solitario, marcharse de allí le vendría bien, en esa ocasión, Derufod no echaría en falta el descanso, prefería la actividad y, por el momento, encontrarse lo más alejado y entretenido de la dama Eolywyn, era lo mejor. Desde el primer momento que vio a aquella mujer, quedó fascinado, no sólo por su belleza, sino por todo lo que ella era, nunca había conocido a una mujer como esa, tan decidida y libre, orgullosa y misteriosa, valiente... cuanto más la conocía más se sentía atraído por su sensualidad, sus movimientos, el sonido de su voz, la forma en que lo miraba:
-¡Olvídala! -se dijo en voz alta.
Se concentró en el camino, bajaba por aquel sendero que atravesaba una tierra muy erosionada por la lluvia  y el viento, parecía quebrada y rota como si algo la hubiera golpeado rompiendo su superficie, no había demasiados árboles que sombrearan el recorrido, pero sí abundantes arbustos de plantas aromáticas que perfumaban el ambiente, bulliciosos insectos voladores visitaban sin descanso estos setos altos y verdes que, en aquélla estación del año, estaban floreados.
A lo lejos veía grupos de cinco o seis caballos que al verlo, alzaban sus cabezas curiosos, eran hermoso y fuertes, como todos los animales que los rohirrim criaban, los mejores caballos de aquella parte de Tierra Media.
El sol del mediodía comenzaba a caldear con fuerza el ambiente, Derufod se desprendió de casi toda su ropa e hizo un alto para tomar algo de comida. El granjero, antes de partir, le entregó un zurrón repleto de alimentos y una bota de vino. Le gustaba la soledad, viajar de aquella manera le hacía recapacitar sobre las cosas vividas, a menudo realizaba largos viajes llevando despachos de su señor Boromir, iba y venía por caminos difíciles hasta ciudades lejanas, conocía gente cuya amistad no llegaba más allá de un par de días, para volver nuevamente a Minas Tirith, la ciudad fortificada que había convertido en su verdadero hogar.
Atravesando aquellas quebradas rocosas y desnudas de árboles, recordó los distintos paisajes que había conocido, y el más hermoso e imposible de describir para él fue el misterioso Bosque de Lórien. Era el lugar más alejado al que había tenido que desplazarse, fue un viaje secreto en el que llevaba una misiva secreta para el Señor de los elfos Galadrim.
Fue presentado al Senescal Denethor por su propio hijo Boromir: "De total confianza, leal a su casa, valiente, inteligente y eficaz", le había descrito Boromir ante su padre, Faramir, el hermano de su señor, lo había corroborado y así con el beneplácito de Denethor, Derufod partió hacia Lórien envuelto en un halo de secretismo.
El viaje fue largo y no exento de peligros, pero consiguió llegar sano y salvo al lugar y su montura con él.
Lo sucedido en aquel mágico reino élfico no conseguía recordarlo con exactitud, se sintió tan fascinado y extraño entre los Elfos, la Gente de los Árboles, como se les solía llamar, pues habían hecho de aquellos magníficos mallorn, los árboles de flores doradas, sus hogares.
Ni si quiera recordaba cuanto tiempo transcurrió en aquella tierra, para él todo era como un sueño vivido despierto, podía ver en su mente los momentos importantes: el primer contacto con un grupo de elfos silvanos, que a modo de guardianes vestidos con capas de un verde gris y altos arcos, le salieron al paso; la entrada a la ciudad, la entrega de la misiva al propio señor Celeborn, una deliciosa tarde rodeado de hermosa mujeres elfas que cantaban y baliaban en un claro del bosque..., pero los recuerdos se escapaban, como imágenes de los sueños que viene a la memoria y no pueden ser retenidos. El tiempo parecía transcurrir allí de forma diferente, Derufod sentía el pasar de los días y las noches, pero los elfos hacía que todo pareciera estático, impasible.
Sin embargo, no habían transcurrido dos meses desde su llegada, cuando sus sentimientos comenzaron a cambiar, sin saber por qué, Derufod empezó a sentir anhelo, añoranza, deseo de estar con otros hombres y mujeres; los elfos lo trataban bien, quizás con un poco de indiferencia, pero en general, eran amables y corteses, a pesar de todo, Derufod notaba que era un intruso,  extraño, bárbaro y demasiado joven a sus ojos, deseaba partir y volver a su hora, a sus quehaceres diarios, y así, algo apenado por dejar atrás tanta hermosura  y saber que difícilmente volvería a Lórien, partió de nuevo hacia Gondor.