Esta historia comienza antes de la caída del anillo, incluso antes de la guerra de los cinco ejércitos, antes de que Smaug posara su mirada en Erebor, esta historia comienza en el Bosque Verde, cuando una sombra cubrió lo bellos arboles y pasó a llamarse el Bosque Negro
Año 1050 TE
El rey Thranduil acababa de acomodar a su pueblo en el Río del Bosque, lejos del peligro
de la fortaleza de Dol Guldur, pues una sombra los amenazaba.
Los elfos de los bosques corrían hacia todos los lugares buscando rutas y caminos transitables que llegaran a su nueva morada, muchos construían puentes para atravesar el río que quien caía en él le producía una gran somnolencia, pero eso a ellos no les preocupaba, solo deseaban seguir viviendo en paz en su apartado reino.
Entre el pueblo de Thranduil se contaban grandes arqueros y cazadores: Anarmo sobrino del rey, Varyar pariente del rey y de Anarmo y el mismo hijo del rey Legolas, que por entonces era el más joven de los cazadores, un niño elfo.
Todos los días marchaban por el bosque en busca de presas para guardar en sus despensas los alimentos necesarios para el invierno, Anarmo, Varyar y Legolas, junto con cuatro de los mejores hombres marchaban hacia el oeste del palacio cruzando el río, donde había ciervos y jabalíes. Y ocurrió nuestra historia un día tranquilo de primavera, mientras la compañía marchaba en busca de caza.
- Legolas, Anarmo, es hora de irse, el sol comienza a despuntar por el este.- dijo Varyar, el mayor de los tres. Los dos jóvenes le siguieron sin queja, puesto que Varyar era de voz poderosa, un elfo de pelo negro y ojos penetrantes, un gran capitán al que la gente seguía sin dudar, pero él no tenía ansias de poder y se contentaba cuidando de sus despreocupados primos. - Si seguís aquí no llegaremos nunca, daos prisa.
- ¡Ya vamos primo! Tenemos todo el tiempo del mundo para ir de caza.- dijo Anarmo con las risas de Legolas a su espalda. Era mayor que Legolas, pero más despreocupado, aunque físicamente se parecían, solo que Anarmo tenía el cabello negro plateado (muchos decían que los descendientes puros teler tenían el pelo con destellos de plata) y los ojos de un verde oscuro.
- No deberías hablar así, eres joven y no comprendes que el don de nuestra raza es muy preciado pero también muy peligroso, cuando hallas vivido durante muchas edades pensaras dos veces lo que has dicho hoy.- Los dos jóvenes dejaron las risas, siempre les hablaba con severidad, pero sabían que nunca tendrían un amigo como Varyar.
Los tres compañeros salieron del palacio del rey cuando los primeros rayos del sol aparecían entre las hojas del bosque. Años atrás la suave luz rojiza había dado un bello resplandor dorado a las hojas verdes del bosque y reflejando en el agua del río, pero la sombra que ahora lo gobernaba hacía que los rayos fuesen impenetrables. Varyar portaba una pequeña lampara de cristal e iluminaba el camino delante de ellos, los hombres que los acompañaban parecían absortos mirando el bosque ahora negro y maldiciendo en sus adentros al monstruo de Dol Gulgur que les hizo marchar de sus antiguas casas y maldijo el bosque.
Caminaron durando varias horas cuando llegaron a una zona del río con una gran corriente, el deshielo de las montañas había vuelto peligrosas las aguas y ellos tenían que atravesar el río.
- Anarmo, tus perros deberían haber llegado ya. Es tarde
- Tranquilo Varyar, quizás estés perdiendo vista, están al otro lado del río agazapados.- entonces Anarmo silbó y del otro lado del río ladraron como respuesta cinco lobos plateados, el mayor de ellos de color negro azabache no ladraba y le miraba fijamente con tristeza.- Que raro, Ancadú no me ha saludado, temo que ocurra algo.
- Pues descubramos que es. Legolas y yo iremos delante, tu y dos de los hombres seguidnos.- Varyar apartó unos juncos que nacían en la orilla del río y sacó una pequeña barca que estaba sujeta con una cuerda. El extremo opuesto de la cuerda estaba atado a un tocón de madera, Legolas lo desató, lo ató de nuevo a una flecha y al dispararla se clavó en un árbol al otro lado del río, así cruzaron sin peligro.
Cuando Varyar y Legolas hubieron cruzado, Anarmo trajo de vuelta a la orilla la barca y montó con otros dos. Al montar el lobo negro aulló y daba pequeños saltos en la orilla el río turbulento, Anarmo estaba preocupado, nunca había visto a Ancadú de este modo. El lobo no se tranquilizó mientras los elfos cruzaban el río, sino que pareció ir en aumento, pero al fin Anarmo comprendió. Cuando cruzaban el río la barca comenzó a hundirse, el agua parecía entrar por cualquier pequeña brecha, Anarmo creyó ver como miles de manos de agua balanceaban la barca queriendo que volcara, cosa que consiguieron, y los tres elfos cayeron a las turbulentas aguas. Los dos elfos que acompañaba a Anarmo salieron del agua sin problemas, entre risas y maldiciones, pero Anarmo no salió.
- ¿y Anarmo?.- Legolas no acabó la frase cuando Ancadú saltó de su lado hacia las aguas en busca de su amo.
Ancadú pudo ver a Anarmo luchar contra dos grandes manos transparentes que le sumergían una y otra vez, pero él debía de sacarlo del agua. Con sus grandes mandíbulas le agarró por la chaqueta verde oscura, pero el agua era mas fuerte que él, entonces alguien se sumergió en el agua. Varyar con una soga a la cintura se había lanzado y se acercaba, pero paró en secó asombrado, haciéndole tragar agua. Agarrando la cintura de Anarmo, ya casi inconsciente, no habían dos manos, sino una mujer, igual de bella que terrible, transparente, cristalina, pero con los ojos brillantes como dos perlas nacaradas. Reaccionó, agarró a Anarmo y a Ancadú que aún estaba mordiendo la chaquetilla. Al salir del agua todos corrieron para ayudar. Anarmo tosía sin parar, había tragado mucha agua. Varyar estaba sentado, con Ancadú encima de él que dormía por el hechizo del río, pero el elfo estaba pálido, no podía apartar la mirada del río, de la mujer que sujetaba a su pariente ¿Quién era? Y un nombre le vino a la mente... Uinen. "No puede ser, es imposible, ¿por qué Uinen querría ahogarle? Quizás fue un espíritu maligno venido de Dol Guldur" pero sabía que no era así, a pesar de su terrible mirada, pudo ver que la mujer era esplendorosa, como una reina de la tierra, incluso recordó a su antigua reina Melian y aquella duda le atormentaría siempre.
Anarmo puedo levantarse con ayuda de Legolas, al parecer se había dado un golpe al caer de la barca y la corriente lo había arrastrado.
- Será mejor que regresemos a casa, Anarmo no esta recuperado del todo.- dijo Legolas
- No primo, no es importante, mientras ande en tierra firme y crucemos el río por un puente no creo que ocurra nada.- dijo sonriendo.- ¿cómo está Ancadú?
- Lo he puesto bajo unas matas, esta totalmente dormido, casi tuve que sacaros a los dos.
Siguieron caminando por el bosque en busca de caza y parecía que los elfos mejoraban mientras que sus ropas se secaban. Cerca de un claro pudieron ver un ciervo que pastaba, parecía que aquella noche tendrían un gran festín con ese venado y algunos conejos que cogerían en las cercanías del castillo. Pronto los elfos sacaron sus arcos y rodearon al ciervo, ya todos apuntaban con precisión para que un solo disparo bastara. Cuando sonó un estornudo y una flecha salió disparada al cielo atravesando la copa de los arboles. El ciervo se espantó y huyó delante de decenas de flechas que esquivaba con experiencia. Todos entraron en el claro, extrañados, era la primera vez en mucho tiempo que fallaban una presa, pero mas extraños estaba al ver a Anarmo llevándose la mano a la nariz.
- Anarmo ¿qué haces?
- No lo sé, tuve un escalofrío y... estornudé
- ¿Pero algo te hizo cosquillas en la nariz?.- pregunto el joven Legolas
- No, simplemente estornudé. Creo que fue por el frío.
- ¿Frío?.- se preguntaban unos a otros y Varyar lo miraba con preocupación.
- Volvamos a casa, será mejor que el rey te vea.
- No es nada primo, solo un ...- pero de pronto sonó otro segundo estornudo y por un momento pareció perder el equilibrio.
Eso si asustó a los elfos que lo agarraron por los brazos y corrieron de vuelta al hogar. Con una cuerda atada en un árbol cruzaron el río, pero tuvieron que poner otra mas para que Anarmo no cayera de nuevo.
Entraron pronto al castillo de Thranduil. Anarmo no había parecido mejorar en el camino, estaba congestionado, con la cara roja y parecía tener fiebre, cualquiera hubiera creído que se trataba de un hombre mortal, pero él era elfo.
- Padre, ¿que le ocurre?.- decía Legolas, que estaba junto a Anarmo. Este yacía en una cama con los ojos cerrados, respiraba por la boca y tenía una gran fiebre. Thranduil lo miraba entristecido, había cuidado de Anarmo desde niño y era prácticamente hermano de Legolas desde que la madre de Anarmo, Herene, partiera a los puertos dejándole con su padre, muerto en Dol Guldur.
- No lo se hijo... no lo se.- todos miraban extrañados al Anarmo y les resultaba difícil decir que aquel joven elfo estaba "enfermo", nadie nunca había enfermado en la raza de los elfos.
Dos días pasaron desde que cayó al río y Anarmo empeoraba. Tenían que darle baños de agua fría para bajar la temperatura de su cuerpo, las athelas y otras plantas medicinales no parecían hacer nada. Al anochecer del segundo día Varyar trajo al palacio a un hombre, de piel morena y ojos oscuros, era sin duda uno de los Beornidas.
- Señor elfo, me trajeron con gran urgencia por un problema que no me han revelado, pero ahora veo la preocupación. Si no fuera por la raza de ustedes, diría que este joven se ha enfriado y la enfermedad puede con él. Los hombres sabemos defendernos de esta afección si la curamos con mucho adelanto, pero temo que, con vuestro perdón, ustedes no saben curar las enfermedades más simples de los hombres. No se como uno de la bella raza a conseguido enfermar, pero aquí no encontrareis sanamiento, quizás en el reino de los hombres tengáis mayor suerte.- Todo eso sabía el Beornida, pero los elfos no entendían la enfermedad.
Al amanecer Varyar tomó a Anarmo y con el caballo más veloz partió al sur, a Gondor, junto con Ancadú. Al anochecer de aquel día, cuando su caballo acababa casi con su aliento, llegó a los muros de Minas Thirith ante el asombro de los guardias.
* ¿Quiénes sois? En la guardia os dejaron pasar sin que dieseis vuestro nombre.- dijo un hombre de la guardia de la quinta puerta que por orden del rey fue en busca de los extranjeros. Ahora se encontraban en una pequeña casa para los heridos graves que no pueden llegar a las casas de curación.
* Mi nombre es Varyar, del reino del Bosque Negro, capitán del rey Thranduil. Él.- dijo mirando a Anarmo, que los curanderos habían puesto sobre una cama y ya observaban lo que le pudiese pasar.- él es Anarmo, vigilante de Thranduil. Este es Ancadú, el señor de los lobos del Bosque y compañero inseparable de mi amigo y pariente.
* ¿Y porque estáis aquí? Al parecer vuestro compañero esta enfermo y todos saben que la mejor medicina es la que practican los elfos
* Es cierto, pero no del todo exacta. Los elfos somos curanderos de graves heridas, capaces de sanar un cuerpo atravesado, de curar el mayor veneno, y de sacar sin daño una flecha incrustada. Pero no conocemos vuestras enfermedades, las más simples de ellas no son desconocidas y creemos que nuestro compañero padece de una de ellas.- el hombre le miró extrañado.- Es cierto, mi primo esta enfermo y según sabemos porque se enfrió. Calló a un río y tras dos días está así, tememos por él, nos dijeron que aquí nos podríais ayudar.- el hombre se acercó al elfo que dormía entre sueños
* ¿Qué le ocurre?.- preguntó el hombre a los curanderos
* A cogido frío, puede que el elfo tenga razón, pero parece que su cuerpo no quisiera luchar... o que una fuerza lo arrastrara.- Varyar miró gravemente al curandero de Gondor y recordó la imagen del río
Otro día amaneció y los curanderos entraba y salían de la casa con mas y más pócimas, emplastes, hiervas de todas clases. En todo el tiempo no recupero Anarmo la conciencia. Al cabo de tres amaneceres otro elfo llegó a Minas Thirith, Legolas llegaba a la primera puerta de la ciudad.
* ¡¡Quién es!! .- gritaron os guardias al ver cinco hombres encapuchados, Legolas se adelantó y quitó el manto.
* Legolas Hojaverde, hijo del rey Thranduil del Bosque Negro, uno de los nuestros está enfermo en las casas de curación.- mucho tiempo les hicieron esperar, según los acompañantes del príncipe, pero se vio recompensado cuando ante la puerta apareció el rey.- señor Ciryandil Hyarmendacil, saludos
* Saludos príncipe Legolas.- dijo el rey, acompañado por su escolta mientras invitaba a pasar al elfo.- Hace cinco días que dos de los vuestros llegaron a mi ciudad. Al parecer vuestro hombre no ha mejorado, pero parece que por fin descansa mejor, mis curanderos hacen lo posible por sanarle ¡hay! Si lo hubieseis traído desde el principio menos males habría sufrido, temo que nuestra ciencia no pueda salvarlo.- Legolas miró apenado y con el permiso del rey corrieron por las puertas de la ciudad hasta llegar a la casa donde Anarmo yacía
Ahora Varyar parecía mas cansado que nunca, mas de lo que ningún elfo lo había estado, si quiera puedo sonreír al ver a su otro primo en la puerta. Se levantó y le abrazó con lagrimas en los ojos, entonces Anarmo habló.
-¡Legolas!.- dijo en un susurro.- ¡Legolas que me ocurre!.- los dos elfos fueron a su lado.- ¡Legolas, Varyar!.- mas el joven Legolas no pudo resistir y las lagrimas corrieron por su rostro viendo a su primo moribundo.
* ¡Anarmo! No te rindas, quédate a nuestro lado.
* No puedo primo... siento que algo me arrastra. ¡Hay Legolas! Cuanto siento no poder acompañarte en tus aventuras
* No te despidas primo querido, no quiero que te marches.- Legolas cogía la mano de Anarmo, y estaba ardiendo como la espada de un Balrog
* Varyar, cuida de Ancadú, se que sentirá mi ausencia. ¡Hay! La vida no está hecha para mi y ahora me aparta de vosotros. Legolas... Varyar...
Legolas agacho la cabeza sobre el pecho de Anarmo y sus lagrimas mojaron las suaves sabanas. Dos curanderos que vieron la despedida rompieron en llantos y Varyar permaneció erguido diciendo:
* Esto no debió ocurrir, los Valar debieron impedirlo. Han negado la vida de Anarmo y yo los niego ahora.- Varyar salió de la casa pero Legolas aún permaneció junto a su querido primo, sin creer que ya nunca correrían juntos entre los arboles ni reirían nunca más a la sombra del Bosque Negro. Fue entonces cuando Legolas maduró, ya nunca rió como con Anarmo y solo hablaba cuando era necesario.
"...no quiero que te marches..."
Estas palabras resonaban una y otra vez en su cabeza. Abrió los ojos y se encontró en una estancia pequeña y oscura, de piedras grises. Tras de él una puerta de madera, la abrió y vio un pasillo de piedras plateadas, tan brillantes que parecían diamantes tallados. Una mujer se le acercó, no era una elfa, notaba en ella una majestuosidad mayor a la más poderosa reina, era una Maiar.
- Saludos Anarmo, espero que este bien. Bienvenido a las estancias de Mandos.
IV - ... A Aman
Anarmo se dejó guiar por la Maiar, sin hablar pues no se atrevía. ¿En verdad había muerto?
* Si, has muerto.- Respondió la mujer a sus pensamientos.- Mandos me ha ordenado que te presentes ante él en cuanto llegaras
* ¿Mandos?.- Dijo asustado, su primera palabra en Aman y le pareció como si nunca antes se hubiese escuchado
* Si, quiere verte. Sabrás que tu muerte fue extraña.- Entonces recordó lo ocurrido, su caída al río, Varyar llevándole a Minas Thirith, Legolas llorando sobre su cama...
Caminaron por un pasillo cubierto donde a ambos lados había un jardín con cientos de elfos conversando alegremente. La Maiar le advirtió que aquel lugar era donde esperaban a ser juzgados los elfos muertos por una causa injusta o aquellos sobre los que no pesaba la vergüenza. Cientos de metros mas adelante el jardín acabo y llegaron a un edificio donde miles de celdas se repartían en la oscuridad, de ellas salían gritos y maldiciones, la locura se respiraba en el ambiente, tal era la angustia que Anarmo calló al suelo con las manos sobre los oídos, pero la mujer sujetó su mano y el miedo pasó, los dos continuaron su camino, habían pasado por las estancias de los malditos.
Al cabo de bastante tiempo caminando llegaron a una tercera estancia, un gran salón de paredes grises, muros altos con cúpulas talladas, pero algo noto Anarmo, en cada momento que pasaba las estancias "crecían" sus paredes se alargaban, como queriendo hacer sitio a todos los que llegaban. Cruzaron la sala hacía otra de plata brillante. Una alfombra blanca la cruzaba de lado a lado y al fondo un gran sillón, tan grande como lo fuera el palacio completo de su tío Thranduil y sentado en él estaba Mandos. El impacto de Valar nunca pudo borrarlo, temido y la vez honrado, sus piernas flaquearon, pero al mirar a la Maiar recuperó las fuerzas y fue hacía donde Mandos lo miraba. Cuando por fin habló su voz resonó en las paredes del salón con gran fuerza.
* ¡Aiya Anarmo! Llegaste a Aman por mandato de los Valar, si eso te resuelve alguna de tus dudas.- Anarmo lo miró extrañado, sentía tener a alguien importante ante él, pero a la vez parecía que fuese un viejo amigo.
* Aiya. ¿Por mandato de los Valar? ¿Los Valar quisieron que muriera?
* No Anarmo, los Valar quisieron que vinieras a Aman. Recuerda tu vida, tu madre partió de los puertos, quiso traerte pero tu padre lo impidió y con ello impidió que estuvieras en el lugar al que perteneces.
* ¿Pero porque? Yo era feliz en la Tierra Media, tenía amigos, era feliz
* Es cierto, lo eras... - dijo Mandos mientras le miraba.- Un pájaro es feliz cantando mas no es esa su función en Arda. Tu tienes una función que solo se te podía ser revelada por Manwe, por eso estas aquí
* ¿Manwe? ¿Veré a señor de Arda?
* ¡Claro que lo veras!.- dijo Mandos sonriendo.- En la Tierra Media tenéis una visión de los Valar muy poderosa, es cierto que somos poderosos, nosotros creamos Arda tal y como la conoces, pero también convivimos como los primeros nacidos. Varda, Yavanah, Manwe, Ulmo y los demás Valar conviven con los Vanyar, Noldor y Falmari, sin que hayan problemas. Ahora mismo partirás, tu escolta ya ha llegado a las puertas de mis estancias, ella te guiara.
La Maiar que lo había guiado desde que llegó lo llevó hacía un gran portón de madera. Tan grande que era mas de diez veces de alto que los mallorn de Laurelindorean y con hojas de árboles en hierro forjado decorandola. Al parecer era fácil de abrir, pensó, pero recordó que aquella mujer delgada y grácil era una Maiar, sería capaz de derrumbar las montañas con un chasquido de sus dedos. Al salir la luz del día iluminó una gran pradera, tan verde que parecía un jardín de esmeraldas. En las cercanías habían dos elfos con tres caballos, uno de ellos le daba la espalda y tenía el cabello sumamente plateado, como mithril puro. Pero se sorprendió por el elfo que hablaba con el otro. Tenía el cabello corto y castaño, los ojos de color miel clara, casi anaranjados, pero su piel también era morena, de un suave tostado, nunca había visto uno de la bella raza de piel morena.