1. Un día cualquiera
En una cabaña de madera situada debajo de un roble muy viejo del bosque de Hator vivía un urami, una raza antigua pero poderosa. La raza urami era un cruce de los elfos y los duergars. Se llevaban muy bien principalmente con los medianos, pero no querían tener nada que ver con las razas malignas, aun que normalmente se mostraban neutrales. Los uramis vivían en los pueblos que construían en los bosques ya que eran muy independientes y se encerraban en su mundo, pero les agradaba mucho la presencia de seres de otras razas que no fueran malignas. También había algunos pueblos de uramis que estaban situados cerca en pantanos, estos sabían nadar perfectamente, pero no escalaban tan bien como los que vivían en los bosques. Los uramis acostumbraban a medir un metro cincuenta, no más. Tenían las orejas algo puntiagudas, y eran muy robustos y solían ser muy fuertes. Solían tener el pelo castaño oscuro o negro, nunca rubio y tenían barbas. Sus barbas eran cortas comparadas con las de los duergars, era como si creciesen hasta un punto y no crecieran más. La piel la tenían como la de los humanos, pero un poco más oscura, debido al ser un cruce de duergars y elfos. Los ojos los tenían como los de los felinos, con la pupila en forma de raya y el iris de colores vistosos, esta característica, no la adoptaron de ninguna de las dos razas, solo que al cruzar las dos razas, les salieron un montón de virtudes y de defectos. Eran hábiles con los arcos y las hachas, ya que habían tomado las mejores propiedades de los elfos y los duergars, como una poderosa vista, y una fuerza extraordinaria. Algunos eran muy fuertes y violentos, pero otros también eran sabios y pacíficos. Como a los duergars, les gustaban las bebidas alcohólicas, como la cerveza y el aguardiente. La raza de los uramis estaba situada a los bosques del Sur, a las Tierras Cálidas, y en los fangosos pantanos que rodeaban sus bosques. Estaban adaptados al calor, pero también resistían el frío, ya que en sus tierras existían algunas zonas donde la temperatura era muy baja e incluso había nieve.
La raza urami era una raza muy antigua, pero muchas de las otras razas no les conocían, ya que vivían en frondosos y salvajes bosques a los cuales era difícil entrar y poder salir sin conocer el territorio, lo mismo sucedía con los que vivían en los pantanos.
La cabaña estaba hecha de madera de roble muy oscura y pero estaba pintada. Tenía una puerta rectangular de color verdoso, y tres ventanas, una que miraba hacia el Este, otra hacia el Oeste y otra hacia el Norte. Ninguna cabaña urami tenía una ventana mirando hacia el Sur, ya que creían que traía mala suerte. La cabaña estaba pintada de un color rojizo marrón y se parecía al color del árbol en que estaba. En la cabaña del roble vivía un urami, alto por su raza, robusto, con el pelo castaño oscuro y corto, la barba también. Tenía los ojos amarillos con la pupila negra, su edad era de ciento veinte años, pero los uramis tenían una media de vida de seiscientos ochenta y cinco años. Su piel era oscura y tenía algunas cicatrices. También tenía un tatuaje en el brazo izquierdo, con formas curvas y puntiagudas y de tinta verdosa (los uramis fueron los primeros seres en pintar tatuajes sobre sus pieles. Lo hacían para parecer más feroces y asustar a sus enemigos). Sus ojos tenían una penetrante mirada. Vestía con unos pantalones verdes, un chaleco marrón y un gorro algo puntiagudo de color rojo. Ese urami se dedicaba a la cacería, y gracias a ello podía vivir. Vivía solo en la cabaña, no tenía familia, pero si tenía muchos amigos y conocidos. Ese urami era Hafirienth Singollo, hijo de Aegnor Singollo, un Noble muy respetado de los uramis, que murió en un ataque de los gigantes a su principal ciudad, Trelba, que quedó totalmente arrasada. Hafirienth era también un gran guerrero especializado en la alabarda, ni en el arco ni en el hacha como la mayoría de los uramis, él dominaba en arte de la alabarda, y era respetado por los que lo conocían. Estaba especializado en la alabarda porque todos los uramis estaban especializados en el hacha o en el arco, y creían que todos los uramis tenían que especializarse en una de esas dos armas, pero a Hafirienth le gustaba la lanza, y decidió que si no podía utilizar la lanza, usaría la alabarda que era como una lanza y una hacha unidas, y ningún de su pueblo se dio cuenta. Ese urami era de la ciudad del pantano llamada Trelba, aun que ahora vivía en la ciudad del bosque de Hator llamada Dursluh. Hafirienth, no tenía ningún familiar ya que su madre murió en el parto y su padre, sus hermanos, tíos y abuelos, todos murieron en el ataque de los gigantes a Trelba, pero él en ese momento no estaba en Trelba, estaba en la catedral de Durlush, dónde tenía que ser bendecido por los dioses, ya que es costumbre bendecir a los recién nacidos uramis, pero no lo hicieron, ya que todos sus familiares estaban muertos y los sacerdotes no permitieron que lo hicieran, a causa de no haber sido bendecido, muchos uramis lo despreciaban y lo odiaban. Desde entonces Hafirienth vivió en Durlush, que evolucionó y creció hasta ser uno de los pueblos más importantes para los uramis.
Hafirienth cogió su alabarda y salió de su cabaña, hacía una mañana espléndida de verano, pero aun no se veía el sol. La brisa era suave y fría. Se dirigió hacia la cabaña de Aldarith, su mejor amigo del poblado y compañero de empleo, para ir a cazar algunos ciervos como cada día. Hafirienth golpeó la puerta de la cabaña con el puño y pronto se abrió la puerta. Un urami bajo abrió la puerta, tenía el pelo oscuro como los otros uramis de Durlush. Sus ojos eran verdes, un verde muy intenso y resaltaba sobre la piel de su cara. Estaba empuñando un arco y llevaba unas flechas colgadas de la espalda. Ese urami era Aldarith.
-¿Estáis preparado para ir a cazar algunos ciervos? -preguntó Hafirienth sonriéndole.
-Supongo que sí, pero espero no dormirme -le contestó Aldarith en tono bromista pero sin hacer ninguna gracia.
-Bien, pues entonces vamos -dijo Hafirienth subiéndose los pantalones que le caían.
Se fueron al establo a por sus monturas, dos enormes jabalís negros con unos grandes y afilados colmillos, los montaron y se adentraron en el bosque montando sus enormes jabalís. Mientras cabalgaban iban charlando, pero pasó mucho tiempo mientras cabalgaban hasta que vieron el primer ciervo, Aldarith lo apuntó con su arco, disparó hacia el ciervo, pero a causa del movimiento del jabalí la flecha se desvió y se clavó en un árbol que estaba detrás del ciervo El ciervo empezó a correr asustado hacia dentro del bosque. Hafirienth y Aldarith le siguieron tan rápido como pudieron, pero cuando el ciervo los vio se asustó aún más y empezó a correr con todas sus fuerzas, se estaba alejando, los estaban perdiendo de vista y cada vez estaba más lejos, era ahora o nunca, Aldarith debía disparar o lo perderían.
-¡Disparadle! -gritó Hafirienth
Aldarith disparó la flecha, el ciervo no tardó en caer al suelo, le habían dado. El ciervo seguía moviéndose intentando huir pero estaba agonizado y perdía mucha sangre, sufría mucho, y no tardó en parar de moverse, pero aún respiraba. Mientras respiraba iba perdiendo sangre.
-¡Bah! -dijo Hafirienth-. Esto es lo que odio más de las cacerías, tener que arrebatarle la vida a un pobre ciervo que está indefenso.
Hafirienth bajó de su jabalí, alzó en el aire su alabarda y le golpeó al ciervo en el cuello de manera que se lo arrancó. Lo hizo con tal fuerza que se salpicó sangre a la cara. Cogieron el cuerpo del ciervo y lo ataron al lomo del jabalí en que montaba Aldarith.
-Lo siento -se disculpó Aldarith-. Debí darle en la cabeza para que no sufriera y vos no tuvierais que hacer eso.
-No os preocupéis, si no le hubierais dado tendríamos que buscar a otro ciervo -le contestó Hafirienth-. Y ya sabéis que últimamente no se ven muchos por aquí.
Se adentraron algo más en el bosque para intentar cazar a otro ciervo y volver al pueblo, pero tardaron mucho hasta que vieron el segundo ciervo. Esta vez Aldarith bajó del jabalí y apuntó en la cabeza del ciervo con su arco. Dejó volar la flecha que se dirigió rápidamente hacia la cabeza del ciervo y lo mató instantáneamente. Se dirigieron hacia el cuerpo del ciervo montados en sus jabalís, pero vieron un gran y robusto trasgo verde que estaba de pie y media aproximadamente un metro ochenta o noventa que había visto como el ciervo caía muerto y quería llevarse el cuerpo. Hafirienth se interpuso entre el ciervo y el trasgo de tal manera que el trasgo no llegaba a coger el ciervo, mientras el trasgo hablaba en un idioma desconocido para Hafirienth. El trasgo se enrabió y golpeó fuertemente a Hafirienth en la cabeza haciéndole un corte y lo hizo caer de su jabalí y rodó por el suelo. Aldarith en cuanto vio al trasgo acercarse al ciervo le disparó una flecha en la espalda de manera que se enrabió aún más y empezó a correr hacia Aldarith de manera muy rápida. Aldarith estaba petrificado de miedo y faltaba poco para que el trasgo le alcanzase, pero en ese momento Hafirienth saltó hacia el trasgo empuñando su alabarda con las dos manos y se la clavó en lo profundo del pecho del trasgo con una fuerza extraordinaria, este intentó levantarse para acabar con la vida de Hafirienth, pero no lo consiguió a causa de la gran herida que le había causado y pronto murió y cayó sobre el brazo derecho Hafirienth.
-¡Aaaahhhh! -gritó Hafirienth de dolor-. Sacadme esto de encima.
Aldarith se acercó al cuerpo del trasgo y intentó levantarlo, pero no pudo. Entonces ató el cuerpo a los jabalís para que tiraran de él y pudieran mover a ese monstruoso trasgo. Pronto el brazo de Hafirienth estaba libre del peso del cadáver del trasgo.
-Gracias por matarlo -le agradeció Aldarith.
-No fue nada, mi deber es proteger a los del pueblo -le contestó Hafirienth mientras se hacía un masaje al brazo-. ¡Qué bien! Hoy podremos hacer una fiesta con cerveza y este precioso y grande trasgo (aun que los trasgos eran repugnantes y provocaban nauseas, los uramis creían que eran preciosos y su carne de la mejor calidad), los del pueblo estarán muy contentos.
-Sí. Se nos está haciendo tarde, el sol empieza a bajar -respondió Aldarith sacando la flecha de la espalda del trasgo para volver a utilizarla-. Deberíamos ir al pueblo, tardaremos un rato arrastrando a este trasgo y los dos ciervos.
Ataron el segundo ciervo al lomo del jabalí que montaba Hafirienth y se dirigieron al pueblo con paso lento para que los jabalís no se cansaran demasiado. Tardaron unas dos horas en llegar al pueblo donde les daban la bienvenida ya que nadie les había visto en todo el día porque habían marchado a primera hora. Cuando llegaron vieron que en el centro del pueblo había colgado de un mástil una bandera negra, eso significaba que algo malo había sucedido. Hafirienth cortó las cuerdas del trasgo y del ciervo que estaban atadas a su jabalí y Aldarith cortó las suyas también mientras se dirigían al establo a toda prisa para dejar descansar a los jabalís. Hafirienth se fue a su cabaña a descansar y a desinfectarse la herida que le había causado el trasgo. Mientras dejaba su alabarda en la mesa alguien llamó a la puerta.
-¿Quién va? -preguntó Hafirienth seriamente.
La puerta se abrió y apareció una preciosa urami. Tenía el pelo negro, largo y liso, sus ojos eran castaños con una penetrante mirada. No era muy alta a pesar de ser un urami. Se quedó de pie en la puerta y dijo:
-¿Se puede entrar?
-¡Ah! Sois vos, Etzila, sí, pasad -respondió Hafirienth sonriéndole- Estaba intentando desinfectar la herida.
-¡Uffff! Tiene muy mal aspecto -dijo Etzila acercándose a Hafirienth para observar bien la herida-. Dejadme echar un vistazo, con mis poderes curativos en un momento lo arreglo. ¿Os la hizo el trasgo?
-Sí. ¡Aaaahhhh! -Etzila le había pasado la mano por la herida haciendo que Hafirienth gritara de dolor.
-Disculpad, era para comprobar que estaba infectada -dijo Etzila.
Etzila pronunció unas palabras en el idioma de los uramis (los uramis utilizaban el mismo idioma que los elfos, pero se lo hacían suyo, y además también sabían hablar la lengua común), sonaban algo como esto: "Laitale yulma" y sus manos empezaron a brillar en un color rojizo, pasó sus manos por encima la herida y esta cicatrizó rápidamente.
-Gracias-dijo Hafirienth mientras se tocaba la herida-. Si no fuera por vuestros poderes mágicos tardaría mucho en recuperarme de esta.
-No hay de qué -dijo Etzila-. Y si no fuera por vos y los otros hombres, el pueblo ya estaría arrasado desde hace mucho. Suerte que mantenéis a raya a esos malditos trasgos.
Entró un olor de carne asada muy intenso en la cabaña.
-Oíd, ¿sabéis que el rey Thalat ha muerto? -preguntó Etzila.
Hafirienth puso una cara de sorpresa.
-¿En serio? -preguntó Hafirienth desconcertado- Yo sabía que ya estaba muy viejo, pero creía que aun aguantaría un poco más. ¿Por eso hay la bandera negra?
-Sí. Pues murió hoy por la mañana -respondió Etzila.
-Entonces, el nuevo rey será su hijo mayor, Trestar -dijo Hafirienth triste-. Esto no puede ser, es el peor urami que jamás he conocido, ¡a saber lo que hará!
-Solo deseo que nos deje vivir en paz y que no nos meta en problemas -dijo Etzila-. El entierro será de aquí a unos días, no se sabe del todo todavía.
-¿Y la coronación de Trestar?
-Tampoco se sabe, pero será después del entierro.
Etzila se fue a su cabaña a dormir después de haber comido su porción de carne en la cabaña de Hafirienth.
La mañana siguiente, Hafirienth y Aldarith fueron a cazar juntos en el bosque como cada día. Adentrándose en el bosque, vieron que había una cueva que nunca antes habían visto. Entraron en la cueva, esta era muy grande, y había numerosas grietas y túneles que partían de la cueva. Se aventuraron a entrar dentro del túnel que había a la derecha. Caminaron y caminaron durante mucho rato. El suelo era fangoso, el aire frío, y todo estaba oscuro. Finalmente llegaron al final del túnel, allí todo era más grande y estaba más iluminado. Todo estaba vacío, pero había un saco con un bastón al lado con unas escrituras así gravadas: Miedo de la humanidad. Hafirienth se acercó cautelosamente hacia el saco, era bastante grande, y dentro había algo que se movía, y se oían una especie de gemidos. Hafirienth abrió el saco de repente y allí encontró una criatura muy bella. Era una elfa. Preciosa elfa se encontró en el saco, con la piel clara y fina, unos cabellos rubios como el oro, y los ojos azules como el agua de los ríos.
-¿Qui... Quién sois vos? -preguntó Hafirienth impresionado.
-Me llamo Iltar, ¿y vos noble urami? -dijo la elfa tranquilamente.
-Soy Hafirienth, un cazador de Durlush, la ciudad urami más cercana -respondió Hafirienth quitándose el rojo sombrero para mostrar respeto.
-Encantada de conoceros, Hafirienth -dijo Iltar-, pero siento deciros que debemos marchar rápidamente, o mis secuestradores nos matarán a todos.
-No os entiendo -dijo Hafirienth.
-Ya os lo contaré después, ahora llevadme a vuestra casa, por favor, os lo ruego, Hafirienth -pidió Iltar.
En ese momento un gran trasgo apareció en la cueva y se acercó furiosamente a Hafirienth y Aldarith. Hafirienth se puso delante del trasgo para impedirle pasar mientras Aldarith disparaba flechas. No tardó mucho en caer muerto. Los uramis cogieron el cuerpo y lo ataron a los jabalís.
-Gracias, pero tenéis que llevarme a vuestra casa -dijo Iltar mientras cogía el bastón del suelo-, aquí no estoy a salvo, y espero que no me queráis matar.
Hafirienth no quería llevar a la elfa a su casa, pero finalmente cedió y llevó a Iltar a su casa seguido por Aldarith. Cuando llegaron a casa con un trasgo para comer y una elfa desconocida, Etzila rápidamente se dirigió hacia la cabaña de Hafirienth dónde estaban él, Aldarith y Iltar. Entró en su casa y se sorprendió al ver que el ser una preciosa elfa.
Hicieron las presentaciones y empezaron a hacerle preguntas a Iltar.
-¿Qué hacíais vos en una cueva? -preguntó Aldarith.
-Unos trasgos que asaltaron el pueblo donde vivía, me raptaron y me llevaron a su cueva. Querían que les dijese donde estaban los otros pueblos más cercanos, pero yo no les dije nada y entonces me pusieron en un saco -explicó Iltar-. Entonces los trasgos abandonaron la cueva en busca de pueblos para saquear y al cabo de unas horas, vosotros dos, Hafirienth y Aldarith me encontrasteis, me salvasteis de ese maldito trasgo y me llevasteis aquí.
-Os estoy agradecido que no revelaseis la existencia de Durlush -dijo Etzila.
-No hay de qué, yo os estoy agradecida que me ofrezcáis hospitalidad -dijo Iltar.
-¿Y que sucedió con vuestro pueblo? -preguntó Hafirienth interesadamente.
-Lostra, el pueblo donde vivía hace tan solo unos días, quedó totalmente arrasado por los trasgos. Yo fui una de los pocos prisioneros que hicieron, y a todos los otros les mataron.
-¿Y donde están ahora los otros prisioneros? -preguntó Etzila.
Iltar se entristeció y no respondió.
-Entiendo -dijo Etzila.
-Por suerte, mi pueblo natal no era ese, sino que era Rathma, un pueblo elfo del Este. Allí me comprendían bien, aun que no tuviera familia allí.
-Buff, lo siento -dijo Aldarith.
-No os preocupéis, por suerte, en Lostra no tenía ningún familiar, ni siquiera un amigo, ya que nadie me quería.
-¿Por qué nadie os quería? -preguntó Hafirienth.
-Por que desde pequeña practico el arte de la magia y todos los ciudadanos de Lostra creían que estaba poseída por el mal y era un ser maligno, más de una vez intentaron echarme de la ciudad o quemarme -explicó Iltar.
-Creía que los elfos eran más inteligentes -dijo Etzila.
-Pues los de Lostra no es que lo fueran mucho, excepto unos viejo elfos que estaban tan atormentados que ya no podían ni hablar -dijo Iltar-, esos si que eran buenos elfos.
-Sabéis, yo también practico las artes de la magia -dijo Etzila-. Pero practico la magia urami, no la elfa.
Iltar sonrió
-Me alegro, juntas podremos aprender muchas cosas -dijo Iltar sonriendo.
Pasaron unas horas hablando conociéndose aun más para poder ser lo más amigos posibles, y otras cosas. Al cabo de un rato, Aldarith salió de la casa ya que decía que tenía trabajo en su casa.
El día oscureció y el sol se fue a descansar de su dura jornada. Entró un gran olor de carne asada en la casa.
-Ya debe estar preparado el trasgo que habéis cazado -dijo Etzila mirando fuera por la ventana-. Supongo que tendréis hambre, no creo que tarde mucho en llegar el repartidor de carne.
Y así fue, al cabo de un rato, mientras hablaban, alguien llamó a la puerta y la abrió. Un joven urami entró en la cabaña con una bandeja llena de carne. Y Aldarith detrás que intentaba entrar.
Acabaron de comer y empezaron a hablar al lado de la chimenea sobre tesoros.
-¿Sabéis alguna cosa de algún tesoro? -preguntó Hafirienth.
-No, de momento no tengo información de nada, creo que deberíamos aventurarnos y salir a buscar alguno -dijo Aldarith.
-Yo tampoco sé nada, de momento -dijo Etzila-. Pero no creo que sea necesario ir a buscar tesoros, ya llegará información, además si vamos a buscar tesoros, no sabremos por donde empezar.
-La verdad es que yo no sé nada -dijo Iltar-. Estuve tanto tiempo en ese saco que hace mucho que no sé lo que ocurre en el mundo.
Como nadie tenía información de ningún tesoro, todos empezaron a contar historias de dragones y guerras que habían oído de extranjeros que pasaban por Durlush. Al cabo de un rato todos se fueron a dormir en sus casas, excepto Iltar, que siempre dormía en la casa de Hafirienth, ya que él le había salvado del trasgo y se sentía segura allí.
La mañana siguiente, Hafirienth y Aldarith se levantaron muy temprano para ir a cazar. Volvieron por la tarde con solo un ciervo, nada más.
Como de costumbre, Hafirienth, y Etzila se reunieron para hablar, pero esa vez también estaba Iltar, la elfa. Aldarith no estaba, de momento, por que tenía trabajo en su casa y decía que vendría más tarde. No tardó mucho en llegar el repartidor de carne, esta vez con un solo trozo de carne.
-Ah, hola, ¿interrumpo algo? -preguntó el repartidor tímidamente. No se había sorprendido por la presencia de Iltar, ya que Durlush era una ciudad llena de todo tipo de seres-. Pensaba que aquí solo estaría Hafirienth, ahora traigo más carne.
-No hace falta -dijo una voz fuera de la cabaña, era Aldarith-. Aquí traigo unas cuantas, así que no te molestes y termina tu tarea -entonces echó al repartidor y entró Aldarith con tres trozos de carne en una bandeja.
-Oh, gracias -dijo Etzila mientras cogía su trozo.
-No hay de qué -respondió Aldarith.
Los tres uramis y la elfa se sentaron en la mesa que había al lado de la chimenea y empezaron a comer mientras hablaban.
-Iltar, nosotros tenemos la costumbre de compartir nuestra información de tesoros cada noche, como pudisteis ver ayer, así que si tenéis alguna información, por favor, compartidla con nosotros -dijo Etzila cortésmente.
-De momento no sé nada, ya os lo dije ayer. Estuve aislada del mundo un tiempo. -contestó Iltar.
-Yo sí -dijo Aldarith de repente. Todos los otros se sorprendieron y se interesaron por escuchar lo que tenía por decir-. He oído de un extranjero que en las Tierras del Este, existen grandes tesoros olvidados.
-¿Quién mencionó eso? -preguntó Etzila.
-Un comerciante humano que es ciego lo comentaba con unos tipos en la taberna. Creo que se los contaba porque quería que le acompañasen.
-Humano, ¿eh? No suelen ser mentirosos, ¿qué os parece si nos dirigimos hacia allí?-preguntó Iltar.
-Pero no sabemos donde están los tesoros exactamente -respondió Etzila.
-No hay problema -dijo Aldarith-, el humano estará en Durlush durante unos días, puede darnos información. Ahora estará en la taberna.
-Pues vayámosle a ver -dijo Hafirienth.
Se comieron la carne y salieron de la cabaña y se dirigieron hacia la taberna. El aire era frío y la noche oscura. Travesaron algunas calles hasta que llegaron a la puerta de la taberna y entraron.
2. Primeras informaciones
Dentro hacía calor y estaba iluminado, y estaba todo lleno de humo ya que había gente fumando con sus pipas y una enorme hoguera. La taberna era grande, habían muchas mesas redondas para unas cuatro personas, repartidas en toda la sala, principalmente cerca del fuego. En las mesas había todo tipo de gente: uramis, elfos, enanos, humanos y otro tipo de razas.
-Allí -dijo Aldarith señalando una mesa en que había un hombre de unos sesenta años con una águila en el hombro-. Ese es el hombre que dijo lo del tesoro.
Se dirigieron hacia la mesa, cogieron unas sillas y se sentaron al lado del hombre.
-Saludos, humano -empezó Hafirienth. El humano parecía asustado-. No pasa nada, solo queremos hacerte un par de preguntas.
-Saludos, uramis y elfo -contestó el humano tranquilizándose-. Decidme, ¿qué queréis saber?
-¿Cómo sabe que somos uramis y una elfa si está ciego? -preguntó Aldarith.
-Esta águila son mis ojos -dijo señalando una grande águila de ganchudo pico y plumaje marrón que se posaba sobre su hombro-. Decidme buenos uramis, ¿queréis algo? Tengo mucho que hacer y poco tiempo para utilizar.
-Ah, ya veo -dijo Aldarith.
-Creemos que tiene cierta información de un tesoro de las Tierras del Este -dijo Etzila en tono cortés.
-Er... Sí, pero no tengo intención de abrir la boca sobre este tema -dijo el humano mientras ponía algo de tabaco en su pipa.
-A ver -empezó Hafirienth en tono amenazador-, ¿cómo se llama?
-Lardos, ¿y vos?
-Hafirienth Singollo. Pues mire Lardos, queremos saberlo todo sobre ese tesoro.
-Solo hablaré con una condición -dijo Lardos-. Tenéis que llevarme con vosotros a la búsqueda y una parte del tesoro me pertenece. Y cuando digo llevarme con vosotros, me refiero a que nadie estará por encima de nadie.
-No creo. Lardos, si no nos cuenta todo lo que sabe de ese tesoro le mataremos aquí mismo -dijo Hafirienth descontrolándose.
-Adelante, matadme, pero así seguro que no conseguís información.
-De acuerdo, vamos fuera, hacemos un duelo, cada uno con su arma, si gano yo, me decís donde está el tesoro y mañana os largáis.
-Y si perdéis -dijo Lardos-, me acompañaréis hasta el tesoro, pero os daré una parte, claro.
-Acepto el trato.
Salieron de "El Dragón de dos cabezas" (así se llamaba la posada) y se pusieron de cara a unos cuatro metros de distancia mientras Aldarith, Etzila y Iltar se lo miraban desde una distancia prudente.
-Empecemos -dijo Hafirienth.
El humano corrió hacia Hafirienth mientras lo apuntaba con su grueso bastón de madera y el águila hacía algunos chillidos para guiar a Lardos. Cuando estaba a punto de alcanzarle, Hafirienth se apartó y el humano cayó de bruces al suelo y el águila voló para evitar la caída. En ese momento Hafirienth aprovechó y puso su fría alabarda en el cuello de Lardos.
-Ha sido muy fácil -se alegró Hafirienth.
-Ya lo creo -respondió Lardos, y en ese momento pateó la pierna de Hafirienth haciendo que este cayera.
Lardos se levantó y puso su bastón en el cuello de Hafirienth mientras apartaba la alabarda de sus manos y el águila se volvía a posar sobre su hombro.
-Supongo que sois un hombre de palabra -dijo Lardos.
Lardos era un humano, no muy alto, con el pelo gris y largo llevaba una venda que le cubría la zona de los ojos, tenía unos sesenta años. Vestía con una larga túnica con una capucha y se posaba sobre un bastón de madera. Una gran águila marrón se posaba en su hombro.
Hafirienth y sus compañeros aceptaron de mala gana, pero algo alegrados de que Lardos fuera tan poderoso. Se pusieron de acuerdo que en un mes partirían en busca de ese tesoro. En esa noche entraron en la posada y empezaron a beber cerveza hasta emborracharse y perder el sentido. Pero antes de perder el sentido tuvieron una conversación.
-Bien, Lardos, ¿qué os trae por estas tierras? -preguntó Etzila interesadamente.
-Iba en busca de unos guerreros que me pudieran acompañar en mis viajes hacia tierras hostiles y para que me ayudaran a encontrar el tesoro -dijo Lardos, y hizo un sorbo a su cerveza.
-Nosotros no somos guerreros, pero podemos ayudarle en busca del tesoro de las Tierras del Este -dijo Aldarith.
-¿No sois guerreros?
-No, pero dominamos mucho el arte de las armas -dijo Hafirienth haciendo un trago de cerveza y derramándosela por encima.
-Ya lo vi en cuando hicimos el duelo -respondió Lardos haciendo otro trago de cerveza.
-¿Lo vio? -preguntó extrañada Iltar.
-Me refiero a que me di cuenta. Mi águila me lo dijo -explicó Lardos.
-Ah, así que se puede comunicar con los animales -dijo Etzila.
-No, lo que pasa es que me entiendo el lenguaje de algunos animales, pero no me puedo comunicar con ellos, y gracias a este puedo moverme y andar sin miedo -explicó Lardos.
-Oíd, contad todo lo que sepáis del tesoro, queremos estar totalmente informados -pidió Iltar.
-Por lo que me dijo mi hermano Darmed, el tesoro está en tierra de trasgos, no sé donde exactamente, pero primero nos dirigiremos a Sartam, la ciudad donde vive mi hermano y le pediremos que nos ayuda en todo lo que pueda -dijo Lardos.
-¿Pero no sabéis como consiguieron los trasgos ese tesoro? -preguntó Aldarith.
-Pues no. Puede que lo ganaran en una batalla, o que fueran robando en diferentes ciudades, también puede ser que los seres que vivían antes allí lo tenían y cuando llegaron los trasgos se lo quedaron.
-Ya veo -dijo Aldarith bebiendo de su jarra.
-Así que no sabe si puede que no volvamos -dijo Hafirienth.
-Puede que volvamos con el tesoro, puede que volvamos sin nada, y puede que no volvamos. No sé mucho de esas tierras, pero tengo algunos amigos que nos podrán ayudar -dijo Lardos.
-Y dinos, ¿a qué se dedica? -preguntó Etzila.
-Antaño fui un gran guerrero que participó en la batalla de "Las Grutas de Trithonier". Hasta que un día perdí mis ojos -explicó Lardos.
-¿Cuál fue la batalla de "Las Grutas de Trithonier"? -preguntó Aldarith- Nunca he oído hablar de ella.
-Esa batalla se hizo en las grutas que hay dentro de las montañas de Trithonier. Unos enanos que cavaban en las montañas en busca de oro y otro minerales, fueron emboscados por orcos que entraron en las grutas y los mataron a todos y se apoderaron de las montañas. Entre los enanos que murieron estaba Trithonier, el rey de esas tierras y el propietario de las montañas también. Los enanos se enfurecieron al saber que su rey había muerto y pidieron ayuda a muchos pueblos de alrededor para atacar a los orcos -hizo una pausa mientras hacía un trago de cerveza.
>>Vinieron a Sartam, la ciudad de humanos más cercana, y pidieron que les ayudáramos a reconquistar las montañas. Entonces yo tenía tan solo treinta años, y estaba entrenándome para poder formar parte del ejército de Sartam, ir a esa batalla era mi sueño, pero luego se convirtió en mi pesadilla -hizo otra pausa y dio otro trago-. Pude alistarme en el ejército y nos dirigimos a las montañas de Trithonier seguidos por centenares de enanos y otras razas. Una vez dentro de las montañas los orcos nos tendieron una trampa, y empezaron a lanzarnos piedras y dispararnos flechas desde un punto más alto. Eran muchos los orcos que nos atacaban desde arriba, y entonces un montón de orcos armados con poderosas lanzas y espadas se puso delante nuestro para impedir el paso hacia los arqueros. Los enanos corrieron hacia ellos y lucharon cuerpo a cuerpo, también muchos humanos lo hicieron, pero yo con otros hombres más subimos para empezar a matar los orcos que lanzaban piedras y disparaban flechas, yo fui uno de los primeros en ser alcanzado, un orco me lanzo una piedra en la cara y me hirió los ojos, entonces perdí el conocimiento.
-No puedo contaros muchos detalles, pero lo que sé es que me desperté y no podía ver nada. Entonces oí la voz de mi madre, decía que en esa batalla murieron muchos hombres, excepto unos pocos que huyeron. Me decía que había perdido la vista y que todos los enanos y humanos que fueron a la batalla y se quedaron luchando murieron allí.
-¿Cómo sobrevivió si perdió el conocimiento? -preguntó interesado Aldarith mientras bebía de su cerveza.
-Un amigo de mi padre me vio tendido allí en el suelo con vida aun y decidió ayudarme a huir, se cargó mi cuerpo a sus hombros y corrió hacia la salida. Consiguió escapar ya que fue uno de lo primeros en huir. Por desgracia ese hombre murió al cabo de unos años por una enfermedad -explicó Lardos bebiendo de su jarra de cerveza.
-¿Y que pasó con las montañas y las grutas? -preguntó Etzila.
-Los orcos siguieron en ella, y hoy en día todavía están allí -dijo Lardos-. Ah, por cierto, este águila se llama Samrok, y me la regaló mi padre que la cazó para que fueran mis ojos. Durante unos años la enseñó pala guiarme y avisarme de cualquier peligro, y ahora no puedo vivir sin él.
Siguieron hablando y bebiendo cerveza, Lardos les regaló una pipa a cada uno para que pudieran fumar. Los uramis y aceptaron el regalo, pero Iltar no. Aceptaron las pipas aun que fumar tuviera mucho perjuicios, pero ellos no lo sabían. Las pipas que les regaló estaban hechas por humanos, eran preciosas, incluso tenían algunas piedras incrustadas de adorno.
En un rato todos cayeron borrachos y salieron de "El dragón de dos cabezas" y pasearon por Durlush hasta que perdieron el conocimiento en medio de las calles y durmieron toda la noche.
La mañana siguiente Hafirienth se despertó tirado en el suelo justo delante de su casa, al lado de Iltar. Iltar estaba dormida, durmiendo aun era más bella, con sus ojos cerrados y su rubio pello brillando. Le dolía mucho la cabeza a causa de la borrachera de la noche anterior, no tenía ni la menor idea de donde estaban sus compañeros y Lardos, ni de cómo había llegado allí. El sol aun no había salido, y todo estaba oscuro, se había desperado por un ruido, decidió no hacerle caso. Cargó con el cuerpo de Iltar y entró en su casa y dejó a Iltar estirada en un sillón. Al cargar con el cuerpo de Iltar, pudo notar que su piel era la más fina que jamás había tocado, y también la más dulce y frágil. Era la piel de una preciosa elfa.
Descansó un rato para ver si le disminuía el dolor, pero no, aún tenía mucho dolor de cabeza y el corte ya cicatrizado que le provocó el trasgo. Entonces se sentó en el sillón que había al lado de la chimenea y quedó dormido allí, ya que estaba muy cómodo al lado del fuego. Unas horas más tarde, cuando le había disminuido el dolor de cabeza, alguien llamó a su puerta despertándolo. Hafirienth abrió la puerta y vio que todo estaba oscuro, aun era muy temprano. Pero Iltar ya no estaba en su casa.
-Hay un montón de trasgos rodeando el pueblo -dijo Aldarith nervioso-. Quieren saber que le pasó a Ormeth. Les hemos dicho que vos le matasteis hace unos días, ya que el que buscan es el trasgo que nos quería matar cuando salvamos a Iltar.
-¿Me quieren ver? -contestó Hafirienth.
-Sí, y dicen que si no os presentáis ante ellos, atacarán el pueblo -dijo Aldarith nervioso-. Debéis ir, o nos matarán a todos.
-Bien, voy a ver que se le puede hacer -contestó Hafirienth seriamente.
Hafirienth cogió su alabarda y se fue junto con Aldarith a la fortificación para hablar con los trasgos.