La lluvia caía en el campamento. Elendil parecía ensimismado escuchando el sonido del agua al caer. Sus pensamientos se remontaban en su juventud, en Akallabêt, la isla perdida de Númenor. Los prados eran verdes y manchados por flores de muchos colores, las aguas eran limpias y cristalinas, las montañas de pendiente suave y... El mar. ¡Oh, el mar! Aún se acordaba del sonido de las olas al romper en la proa de los altos navíos Númenoreanos y la sensación del viento que hincha el blanco velamen del barco en la cara y de las muchas puestas de sol en la cubierta...
Sacudió la cabeza rechazando los pensamientos pasados para volver a la realidad. En la tienda de los Capitanes se celebraba consejo y todos los capitanes se encontraban levantados y dando voces de sus planes siempre distintos al los de los demás. Elendil miró a su derecha, donde se sentaba el rey de los elfos, Gil-Galad, y él le devolvió la mirada. En la corta mirada se entendieron. Era llegada la hora. Tenían que planear lo mejor posible el ultimo ataque. El ataque definitivo a la Torre Oscura de Sauron. Si fracasaban, toda la Tierra Media se vería sumida en las tinieblas; si lograban ganar, la Tierra no tendría que temer más el poder ningún señor Oscuro.
Hacía ya siete años que tomaran el valle de Gorgoroth y sitiaran la Torre. Hombres y elfos se arrebujaban en sus capas protegiéndose del frío y la lluvia. Cansados, montaban guardia en el Campamento Aliado, esperando ordenes de los Capitanes, temiendo la última tempestad. La Última batalla. No lo sabían, pero estaba más cerca de lo que se imaginaban.
En el consejo, Elendil y Gil-Galad se levantaron de sus sillas, altos como reyes de antaño, e hicieron enmudecer a los otros capitanes.
- Caballeros - Saludó Elendil al consejo - Ha llegado la hora en que el destino de la Tierra Media va a ser decidido. Sauron lleva siete años encerrado en la Torre preparándose para el ataque. Demasiado tiempo... - Dijo suspirando- Es astuto y sabe de casi todos nuestros movimientos. Digo casi porque ahora el poder de los Tres va aparecer abiertamente ante él obligándolo a salir de Barad-Dûr. Galadriel va camino de Minas Ithil con el anillo del Agua. Círdan, el Hacedor de Barcos, aquí presente, tiene el
anillo de Fuego. Y el anillo de Aire, también aquí presente, pertenece a Gil-Galad, Rey de los Elfos en la Tierra Media. Galadriel tomará Minas Ithil y retendrá a los cinco Nazgûl que moran allí. Círdan y Gil-Galad saldrán de aquí mostrando los Anillos para que el Oscuro los vea y los tema. Desde ese momento tendremos unos tres días para prepararnos. Isildur, hijo, ¿cómo están las cosas?- Todo lo que dijo, en parte conocido en parte oculto para la mayoría de los presentes, resultó en algunos corazones casi como una victoria. El Rey proclamaba quienes eran los guardianes de los Tres y muchos pensaron que eso era una victoria asegurada. Algo bastante lejano a la realidad.
- Salve, Padre. Ahora mismo tenemos casi mil arqueros apostados a quinientos metros de le Torre fuera del alcance de los dardos del enemigo. Son todos los que tenemos. La caballería, después del ataque del mes pasado está bastante deshecha. El grueso de nuestro ejercito está en el Norte: seis mil espadas de Númenor. De aquí a unos días, si Galadriel toma Minas Ithil, llegarán mas hombres de Gondor. Unos dos mil. -Mirando a su padre con lástima, añadió:- Padre, los hombres están desanimados y cansados. Faltan medicinas en las enfermerías que se ven inundadas por hombres enfermos por el Aliento Negro. Les falta valor; necesitan alguien que les muestre que
tenemos posibilidades de ganar.
-Pocas tenemos, en verdad. Elrond, ¿cómo está tu gente?
- Salve, Elendil. Tenemos tres mil arqueros apostados aquí en el Sur del Valle. Nuestra infantería no es tan numerosa como la tuya pero cuatro mil espadas doradas están preparadas para luchar. Algunos de los elfos del bosque verde se dirigen hacía aquí para ayudarnos. Tardarán cuatro días.
- Cuatro días... si no llegan a tiempo, llegarán para estropear la fiesta a esos orcos. Bien, Gil-Galad creo que tu y Círdan ya podéis salir a mostrarle a Sauron nuestro poder.
- Si, ahora iremos. Elendil, creo que no solo con los Anillos bastará. Vendría bien que sacaras a Narsil de su vaina y nos acompañases.
- Cierto. Isildur, quédate aquí y dirige los movimientos de tropas hacía la puerta. Saca de las enfermerías a mil hombres más que puedan luchar. Elrond, tu si puedes, consigue algunos elfos más.
Los dos reyes salieron de la tienda seguidos por Círdan y Elrond, escudero de Gil-Galad. Seguía lloviendo en el campamento, pero había un poco mas de luz y el aire de Mordor era menos espeso. Los Reyes se dirigieron a sus tiendas. Elrond entró en la alta tienda de su rey y volvió con un bulto alargado. Después de eso fueron al campamento de los hombres. En el centro estaba la tienda del Rey. El escudero real les salió al encuentro. Enseguida cumplió ordenes y fue en busca de una vaina ornamentada con
numerosas piedras preciosas y Mithril brillante.
La compañía volvió a ponerse en marcha dirigiéndose hacía la puerta Negra de la Torre. Muchos capitanes de renombre se unieron a la compañía por el camino y fue poderosa a ojos de todos. El Temor de Sauron la llamaron después, tan grande era el poder y tan brillantes las armaduras de los Capitanes.
Llegaron al cerco de arqueros y lo pasaron hasta tener la puerta a doscientos metros. Ningún dardo ni ninguna flecha salió aquel día de Barad-Dûr. Los Capitanes desenvainaron sus espadas y gritaron: "Sauron, tu enemigo y tu perdición te saludan!" Nunca supieron si Él los escuchó pero de algún modo el mensaje le llegó y los temió más que nunca. Gil-Galad, Rey supremo de los Elfos de la Tierra Media, con su larga lanza Aeglos en mano, y Círdan Carpintero de Barcos, se acercaron sin esconder los Anillos. Elendil desenvainó a Narsil, que centelleó con un resplandor frío, la más orgullosa de entre todas la espadas, y se unió a los Anillos. Su suerte y su destino estaban echados. La lluvia y la tormenta empeoraron y un relámpago iluminó el cielo y retumbó el trueno en las paredes del valle.
En la mañana siguiente tuvieron las nuevas de que Minas Ithil había sucumbido y que cinco de los Espectros estaban prisioneros allí por Galadriel. Casi dos mil hombres de Gondor estarían la mañana siguiente en el campamento para combatir. Los corazones de todos se regocijaron con las noticias y a muchos les pesaban las horas de larga espera para la Batalla. El mañana traería nuevas del mundo.
Isildur se levantaba en medio del ejercito, alto e inflexible, preparado para el destino de la Tierra. Filas y filas de hombres altos y morenos, con atavíos negros y el emblema del Árbol Blanco en los escudos, esperaban impacientes la batalla. Allí cerca, compañías enteras de bellos elfos engalanados con armaduras doradas y espadas y lanzas afiladas, esperaban ordenes con paciencia. Al mando de ellos Elrond, el Sabio. Ya todo estaba pronto. Elendil y Gil-Galad esperaban en medio de los dos ejércitos. En
ambos la llama de la batalla quemaba con fuerza y sus corazones estaban prontos para ganar o... perecer.
Un trueno aislado y la tempestad volvió de nuevo. La Puerta de la Torre se había abierto y por el puente ejércitos de orcos malcarados y trolls armados con grandes mazas de guerra marchaban a la batalla. Una y otra vez, millares de flechas salían zumbando del ejercito Aliado y mataban a muchos orcos; pero siempre había más. Y de repente el más temido de los sirvientes del Oscuro, el Rey Brujo con su corona de hierro montado a caballo, salió de la puerta y cruzó como un relámpago el puente.
El torrente de orcos ya había llegado al ejercito enemigo y muchos hombres y orcos cayeron en el choque. En la primera refriega del ataque dirigido astutamente por el Rey Brujo, los ejércitos de elfos y hombres fueron separados. Elrond y Gil-Galad unieron a toda su gente y empezaron a avanzar hacía la Torre que no paraba de escupir más y más orcos. Isildur consiguió rechazar el primer ataque con grandes perdidas y siguió al
ejército de elfos. Barad-Dûr, la Inexpugnable; la prisión de Hierro; los Mil Hornos; la Torre Oscura, entonces solo parecía un pequeño pináculo, una pequeña isla, el último refugio del mal, envuelta por millares de hombres y elfos contentos, corriendo de aquí para allá cantando y matando orcos.
Elendil, en medio de todos, con su alta cimera y con Narsil, dirigía a sus hombres hacía el Puente. Y los orcos huían de él y de su espada. Y todos estaban contentos y creían que la batalla estaba acabada y volvían a soñar en sus casas y en sus familias, y a muchos se les asomaron lagrimas a los ojos de felicidad.
La Puerta no paraba de vomitar orcos y trolls, y el Rey Brujo cabalgaba a su antojo por en medio del ejercito aliado. Isildur, persuadía a sus hombres para que se mantuvieran unidos y no echaran a correr ante el Espectro Montado. Elendil, al tanto de lo que ocurría en todo el valle, fue en busca del Rey Brujo para presentarle batalla y eliminar al mayor de los recursos de Sauron. Se encontraron y el Espectro habló con voz estridente, pero poderosa y llena de malicia.
- Salve, Rey de los Hombres! Debes saber que esto es solo una de las muchas compañías que esperan dentro. Lo sabes, verdad? Estáis perdidos, todos y cada uno de vosotros. Estúpida Alianza. ¿De veras creías que teníais alguna posibilidad? ¡Incrédulo!
Los dos reyes de los hombres se batieron en duelo, solos, apartados del clamor de la batalla y a muerte. Elendil hacía estocadas en vano porque su enemigo era rápido y astuto y se anticipaba a sus movimientos. Pero el Rey de verdad no cedería. Espero con paciencia que su oponente confiara en la debilidad de los vivos, para darle una estocada en el costado y arrancarle todos sus harapos negros y su corona Oscura obligándolo a partir hacía la Torre privado de su poder y convertido en un simple espíritu.
El ejercito aliado se regocijó aún más de la victoria contra el más cruel de los capitanes oscuros y gritó aún mas alto sus canciones. Pero el Capitán Oscuro tenía razón: Esa no era más que una de las muchas compañías de orcos que esperaban en la Torre. Miles y miles de orcos volvieron a ocupar todo el valle y los hombres y los elfos fueron echados con grandes perdidas hacia el Sur. Los trolls mataban, con sus grandes mazas, a hombres y elfos y orcos sin control, y nuevas huestes de orcos salían de la Torre.
Isildur apiñaba a sus hombres para plantar cara a un grupo de trolls y Elendil llevándose la mayor parte del ejercito, fue en busca de Gil-Galad. Elrond y Gil-Galad se esforzaban por mantener a su gente unida. Muchos hombres de altas casa y no menor coraje murieron en aquella batalla y numerosos bellos elfos se perdieron mas allá del mar sin posibilidad de regreso.
Elendil encontró al rey elfo justo delante de la puerta con muchos elfos, pero no los suficientes. Elrond iba de aquí para allá con algunos de los mejores elfos de Rivendel persiguiendo a trolls y orcos que campaban libremente por el valle. Isildur, al derrocar a los trolls, hizo lo mismo. El valle volvía a pertenecer a los Aliados, aunque a un alto precio. Muchos elfos habían perecido por los trolls del Norte y algunos otros de alto valor, al intentar plantar cara al Rey Brujo. Muchos hombres perdieron la vida en el Sur con el torrente de orcos que los había dividido y luego por los trolls. En la puerta, muchos de ambos lados habían caído al vacío o muerto por los dardos. Pero el enemigo estaba ahora todo disuelto en pequeñas compañías que Elrond e Isildur habían muerto sin gran esfuerzo.
Gil-Galad se unió a Cidan y decidió ir en busca del Oscuro para derrocarlo por fin. Elendil no les dejó.
-Es mucho más fuerte de lo que nos hace creer. Ni con Galadriel podríais eliminarlo. No con magia. Los Tres son fuertes; pero pertenecen al Regente. Él los controla. Solo puede ser vencido en combate cuerpo a cuerpo.- Elendil sabía lo que eso implicaría y Gil-Galad también.
-Elrond, el Sabio. Grande en verdad eres.- Dijo Gil-Galad que sabía cual era su destino y lo aceptaba.- Y más grande serás aún. Ahora toma mi anillo, Vilya, el anillo del Aire. Quedaos tu y Círdan fuera del alcance de la batalla, pero lo bastante cerca para que Sauron note los Anillos. Adiós.
-Pero, ¿y vos? ¿Qué os pasará? ¿Quiere decir eso que renunciáis a la vida?.- Elrond, que para Gil-Galad era casi un hijo, lo comprendió todo. Cogió el Anillo sin discutir más y, junto a Círdan, fue detrás del un espolón de la montaña que había cerca.
-A mi, me ha llegado el destino. Lo se. Me enfrentaré al Señor del Trono Oscuro solo con mi poder, no con el de los Anillos.- Decidido, emprendió el camino hacía las Puertas de la Torre en compañía de Elendil e Isildur.
Las puertas estaban abiertas por completo y de la boca de la Torre salía un aire de muerte que hacía retroceder a muchos de los más valientes. Sauron, el Señor Oscuro, dueño de la Torre Oscura en el país Oscuro, Señor de los Anillos, Hacedor del Único, estaba allí, erguido y alto, bajo el umbral de la puerta Negra. Muchos hombres de gran valor le fueron al encuentro para presentar batalla y salieron despedidos por los aire pues no eran rivales suficientemente poderosos para el Oscuro. Cada vez que Sauron
daba una estocada con su larga maza oscura, muchos hombres y elfos salían
volando a gran distancia.
Se abrió paso hasta el centro de las huestes aliadas e hizo mucho daño. Gil-Galad corrió hacia él y Elendil fue tras él. No pocos hombres y elfos pudieron ver cómo Gil-Galad, Rey supremo de los Elfos en la Tierra Media y Aeglos en mano, se acercaba a la mole oscura de Sauron radiando una luz blanquecina en medio de las tinieblas. Y parecía pequeño de estatura pero de igual o mayor poder.
Muchas canciones cuentan como el Rey Dorado evitaba todos los golpes de su oponente con habilidad y rapidez, pues era un Rey de la alta estirpe de edades pasadas. Y logró herir en las piernas y en la espalda al Oscuro. Pero Sauron, cuya malicia no era menor que su estatura, aprovechó un error del Rey y lo arrojó lejos con una estocada mortal en la espalda. Moriría pero su destino no estaba cumplido todavía.
Elendil junto a Isildur fueron al encuentro del enemigo. Isildur acobardado por la enorme estatura del enemigo, fue a ver al caído. Elendil, el Alto, Rey de Númenor, Poseedor de Narsil la Espada, sólo parecía una mancha a los pies de Sauron. Elendil corrió con furia hacía el enemigo. Sauron ante el ataque pareció un tanto asombrado y lleno de dudas pues no había supuesto en sus planes que los Reyes Aliados serían tan poderosos y temió que hubiera más de igual destino. Elendil no cesaba de atacar y Narsil centelleaba con una llama azul cada vez que su amo hacía ademán de atacar. El Señor Oscuro retrocedía ante la furia del Rey de los Hombres, y su gran armadura y cota de malla hechas hierro por él mismo en alguna de las herrerías mas profundas de la Torre, se llenaba de cortes hechos por la Espada del Rey. Y altos honores y mayores alabanzas recibió el Rey de Númenor en abrir una herida en el pecho de la armadura del Oscuro que nunca habría esperado que un simple hombre pudiese hacerle tanto daño. Pero, al igual que con Gil-Galad, Sauron aprovechó un despiste del Rey para lanzarlo
cerca de Gil-Galad, muerto.
Isildur corrió a arrodillar-se al lado de su padre, le besó la frente pues lo quería mucho. Pero Isildur era orgulloso, más que muchos otros. No permitiría que Sauron, el Señor Oscuro de Mordor matase al Rey de Númenor sin saber de la furia y el orgullo de los Hombres de Númenor.
Isildur cogió a Narsil que estaba al lado de su padre. Pero estaba rota y su fulgor azul se había vuelto un triste resplandor apagado. Sauron, empeñado en acabar la faena lo mejor posible, se dispuso a aplastar al heredero del Trono. Nunca pudo.
Gil-Galad, que lo había visto todo desde cerca esperando su oportunidad y conservando un último suspiro de vida, cogió su lanza Aeglos y la clavó en el costado del Oscuro. La ira de Sauron fue tremenda y las paredes del valle crujieron con el grito de horror; fue entonces cuando Isildur, Heredero del trono de Númenor, el más Orgulloso de los Hombres de la Tierra Media, cortó de la mano de Sauron el Anillo Regente.
El poder de Sauron encerrado en el Anillo era tan grande que su cuerpo se consumió ante la mirada de los presentes y del Señor Oscuro no quedó más que un espíritu maligno, un recuerdo borroso en el corazón de la gente, un mal condenado a vagar por bosques y por valles esperando el regreso de su poder encerrado en el Anillo.
Isildur cogió el Anillo del lado del antiguo cuerpo del Dueño de los Anillos y se lo puso como prenda por la muerte de su padre. Elrond, que lloraba la muerte de Gil-Galad, se llevó al Heredero de Elendil hacía los Recintos de Fuego para arrojar al vacío del monte Orodruin el Anillo Soberano. Isildur, el Orgulloso, no lo tiró y su destino quedó ligado al del Anillo... Pero esa es ya otra historia.