Capítulo I
La noche les había sorprendido cerca del Valle del Colmillo Muerto, muy lejos de las ruinas del templo en el que habían aparecido. Sabían poco de aquel mundo, pero su escasa información les sobraba. Durante su viaje habían encontrado a varios campesinos, que huían aterrorizados hacia el único castillo de la comarca en la que estaban. Pararon a una mujer y le preguntaron qué sucedía. Lo único que pudieron entender antes de que huyera despavorida fue "Atacan". Tras eso, decidieron abandonar ese mundo. No les interesaba verse sumidos en una nueva lucha. No teniendo aún recientes las heridas de su última batalla. Y ahora, con la oscuridad creciente rodeándolos, sintieron caer a plomo el cansancio sobre ellos.
-Ya no puedo más, Garhet. Necesito descansar.
-No podemos detenernos. Algo, o alguien va a atacar la zona, y no estamos en condiciones de prestar resistencia. Si nos quedamos, moriremos.
-Me da igual. Aún conservo algo de Poder.
-Por favor, Amina. Tenemos que llegar al templo. Luego podrás descansar todo lo que quieras. Haz un último esfuerzo.
Continuaron su marcha. Apenas se les veía, cubiertos como estaban por unas capas negras, que absorbían todo vestigio de luz. Eran dos agujeros negros en medio de la negrura. La luna apareció en el horizonte, inundando todo el Valle con su luz mortecina. El hombre lanzó una maldición ahogada. Aquello les haría más vulnerables de lo que ya eran. Aceleraron el paso, deseosos de llegar a las ruinas. La mujer se detuvo, la cabeza erguida, la espalda en tensión.
-¿Lo has oído?
-No he oído nada, Amina -Gareht avanzó unos pasos.
-Se está acercando. Es.... -Se estremeció- ¡Nos ha encontrado!
-¡Eso es imposible! No hemos utilizado el Poder desde que escapamos.
-Pues se acerca -Amina se dejó caer al suelo- Ya nada nos puede salvar.
El hombre permaneció en silencio junto a su compañera. Sabía que ella tenía razón. Estaban demasiado agotados para plantar cara a su perseguidor, y sólo podían contar con el escaso Poder de ella, y con la habilidad de ambos con la espada. Instintivamente acarició el medallón que colgaba de su cuello. Lo había llevado los últimos veinte años, desde que encontró a Amina, que llevaba la otra mitad del medallón. Sonrió amargamente al pensar que muy pronto el medallón, Amina y él dejarían de existir.
-Ya falta poco -la voz de Amina era ronca- Lo siento muy cerca. Nos está buscando. Aún no nos ha visto.
-Entonces huyamos -Gareht la levantó bruscamente del suelo.- Podemos llegar al templo. Puedo verlo desde aquí.
-Yo no llegaría -La mujer abrió la capa. Una terrible herida en su costado sangraba copiosamente.
-¿Por qué demonios no me has dicho nada?
-Tú nada puedes hacer. Estás tan desvalido como un recién nacido. -Sonrió dulcemente.- Corre, Gareht. Sálvate tú.
-No pienso dejarte sola. Estamos juntos.
-Pero tienes que poner a salvo el medallón. No dejes que caiga en malas manos. No corrompas el Poder sólo por intentar salvarme a mí.
Le tendió su mitad del medallón. Gareht la miró fijamente, sin moverse. Sabía que ella tenía razón. Su herida era mortal. Y si ambos morían, el Poder quedaría corrompido para siempre, y el Cosmos se vería amenazado por una Oscuridad tal, que todo vestigio de bien desaparecería. Alargó la mano y cogió el cálido metal. Amina sonrió suavemente.
-Debes partir. Ha encontrado mi rastro. -Le abrazó con fuerza.- No te preocupes. En algún otro lugar nos volveremos a ver.
Gareht emprendió la marcha. Primero caminó lentamente, intentando resistirse a la idea de dejarla allí. Luego comenzó a correr más y más rápido. Las ruinas del templo se acercaban cada vez más. Cuando pudo sentir la fría dureza del mármol pulido bajo sus pies, se detuvo. Estaba en el Templo. Buscó en la oscuridad la piedra blanca que antaño había sido el Altar. Cuando localizó sus restos, cogió los dos medallones con la mano izquierda, y apoyó la derecha en la superficie lisa y fría del altar. Entonó un cántico tan antiguo como el Cosmos, y se preparó para su viaje. Mientras sentía que dejaba aquel mundo atrás, pudo oír el grito agónico de Amina. Apretó fuertemente los ojos e intentó no pensar en ella. Como le había dicho, volverían a encontrarse.