La Odisea de Jeralith

Al verse abandonada por su marido, la madre de Jeralith no es capaz de hacerse cargo de su hija, por lo que decide partir y dejarla al cuidado de su tia... Hasta que un dia la propia Jeralith decide marcharse... Y es aquí donde comienza su odisea particular.

Tras las palabras de Montath, los tres amigos y Ewynt aceleraron su paso y pronto fue difícil distinguirlos en la distancia. Jeralith se giró tan sólo un instante para despedirse con la mirada de su madre, que como Lidel de los humanth debía permanecer con el pequeño ejército e ir en busca de la gente de su raza.

Ninguno de ellos había salido jamás de Esculth ni había visto más tierras que las de éste o donde nacieron. Jeralith sabría cruzar Edorkin y Filialt pero más allá tendrían que confiar en la orientación de la dama monjath.
No podían tardar más de dos días, era el tiempo que tardarían Dalaith, Perentir y Arcanth en llegar al Monte del Tiempo y allí debía alcanzarlos Ewynt llevando a La Dama del Clavel. La misión que ellos llevarían a cabo era esencial para poder albergar alguna esperanza de victoria.
 Llegaron antes de lo previsto, no se había puesto el Sol todavía, cuando Jeralith y sus compañeros de viaje se encontraron  ante las puertas del Primer Paisath. Sólo Ewynt había contemplado antes tal belleza, ni Golaz podía recordar el lugar que le vio nacer pues pronto fue enviado a Esculth. Si había un lugar que pudiera alcanzar la hermosura de los verdes y nacientes arboleth de Esculth, sólo podía ser ése. Jeralith creía perderse entre las hojas que caían, desde lo más alto llegaban hasta la tierra y había que apartarlas con la mano para poder pasar. Tras cada puerta formada de forma natural por aquella naturaleza salvaje, descubrían una especie de casas construidas con ramas, con un techo tan redondo como un escudox y tan fuertes que se sostenían unas encimas de otras.
Una vez dicho que venían de parte de Montath, los guardian les llevaron hasta la casa más grande del lugar, en su puerta esperaba un ser que quedó grabado en los ojos de Jeralith. Desde que lo vio, supo que se trataba de Rien, el medio elphoth y medio duendez.  Era posiblemente, el único ser nacido de aquellas dos razas. Él también la miró a ella y fue casi un momento de sonido imperceptible, como si más allá de la fronteras no estuviera teniendo lugar una guerra. La paz del lugar y que Rien desprendía, cautivaron a la humanth.
A su llegada, gran parte de la población elphoth había partido ya hacia el campo de batalla. Los pocos que quedaban como Rien, esperaban la llegada del monjath Montath y su Lidel para ir a luchar. Todos eran parecidos a Golaz y no eran muchas las elphoth o al menos ni Madeth ni Jeralith las distinguían pues eran muy parecidos.
Acostumbrados ya a Golaz y los otros como él de Esculth, no se sorprendían ante aquellos que tenían delante. Sólo Rien llamaba la atención del horranth y su amiga, especialmente de ésta que no había dejado de observarle desde que llegaran.
Recordando la descripción de los duendez, a diferencia de estos, si tenía cabello, negro, incluso algo más largo que el de los elphoth pero sus orejas eran tan curiosas como la de los duendez, con aquel cascabel que iba sonando a cada paso. Vestía las mismas ropas que los del lugar y sus ojos eran verdes. Cuando aquellos ojos se clavaron por segunda vez en Jeralith, ella supo que jamás podría dejar de amarlo.
En aquel momento salió a su encuentro La Dama del Clavel, tan majestuosa como Los Libros contaban. Su aspecto y sus ropas radiaban como el Sol y sus pies y su cabello parecían fuego. No había hecho falta que Jeralith dijera nada, pues La Dama ya conocía el mensaje que le traía al leerlo en la mente de ésta. Ewynt la contemplaba con ojos que disimulan asombro, tampoco la había visto hasta entonces. Tan sólo hizo gesto de llevarla hasta el unicorn. Y bajo las miradas de Golaz, Madeth y Jeralith, subieron y partieron enseguida.
Antes de que La Luna se alzara, ya había transcurrido largo tiempo desde que Ewynt partiera y desde entonces, todo elphoth que todavía quedaba en el Primer Paisath se había preparado para ir a la Guerra en cuanto llegara su Lidel. Rien dio de comer a los tres amigos y Golaz desapareció por un instante contemplando el que debiera haber sido su hogar.
Caminaron largo rato por los extraños y húmedos parajes del lugar y mientras Madeth se entretenía a jugar con los jóvenes elphoth todavía en el renglón de la niñez, Rien dirigió su primera palabra a Jeralith.
- Jamás había visto a una humanth y nunca pensé que la primera que viera sería como tú. Tus ojos esconden sufrimiento y parece que ansias el momento de alzar tu espadantir en la batalla. ¿No habrás elegido el bando incorrecto?
Pues es la sed de guerra la que ya nos convierte en nuestros enemigos, si esa sed no existiera no tendríamos que luchar.
A pesar de la tranquilidad que éste le proporcionaba y la seducción de su sola presencia, cuando la joven humanth le oyó hablar sintió un escalofrío. Sonaba como aquella criatura que ha de resurgir en la oscuridad, como Los Libros describían a los duendez. Una habilidad en el habla capaz de convencer hasta los más fuertes. Y cuando Jeralith se giró un momento para contemplar el rostro de quien la hablaba, no le gustó descubrir un brillo desconocido en los ojos de aquel ser que hasta la caída del Sol, la había mirado. ¿Eran bondad y maldad paradójicamente unidas en el mismo ser o era sólo la sensación que en ella despertaba? Por un momento temió lo que estaba sintiendo por Rien. Y sin embargo, él la tomó de la mano como si supiera lo que estaba pensando.
- Mi sed de lucha se debe a una sola razón. Y es acabar con aquellos que perturban la tranquilidad de todos cuantos vivimos en paz. Jamás caería ante la tentación de aquellos que me quisieran llevar al lado de la oscuridad.
Jeralith no sabía porque había dicho eso, como si Rien le hubiera tentado, quería pensar que no había sido así. Y  a pesar de lo que podía ser, se dejó besar por él.
- ¡Jeralith! ¿Dónde estás?. Han llegado, debemos partir.

Con la llamada de Madeth, Jeralith y Rien se reunieron a las puertas del Primer Paisath con Montath que acababa de llegar con el ejército y Los Lidel. No había tiempo para descansar en aquel mismo momento, salieron para la Guerra que necesitaba pronto de su ayuda.
El número de soldados no había aumentado demasiado. Muchos humanth no habían querido unirse pues tenían que cuidar de sus familias. Era de esperar que la gente de Filialt, tierra de Las Familias, no acudiera a luchar. Pero los doscientos congregados allí, estaban dispuestos a dar todo y caminaban a paso ligero pues sabían que en el campo de batalla otros como ellos habían estado aguantando demasiado tiempo.
 Tardaron dos salidas de sol en llegar a las fronteras de gloriosos y horranth con el oeste. Y habían transcurrido cuatro desde que salieran de Esculth y diez desde que Dalaith mostrara sus primeras inquietudes. Ocho Lunas fueron las que presenciaron del primer ataque enemigo al último.
Muchos gloriosos y horranth habían caído, si quedaban elphoth y humanth de los que habían acudido a las Olympiath era porque se habían dedicado a la curación de los que caían. Jeralith no podía creer la destrucción que veían sus ojos. Más allá de la frontera elphoth no quedaba nada de lo que fuera tierra de gloriosos y horranth y de estos quedaban también pocos. En cambio los diez mil enemigos no parecían disminuir ni agotarse nunca. Los tres amigos se preguntaron hacia sus adentros como ellos, que no eran más de dos mil podrían vencer a la oscuridad.
En cuanto les vieron venir, los resistentes sacaron fuerzas de la nada y gritaron de valor. Golaz usó su espadantir por primera vez en tiempos de guerra y Jeralith, seguida de Madeth y Rien, alzó su arcot para que todos cuanto supieran usar los suyos empezaran a disparar. Una nueva batalla había empezado.
Montath y Los Lidel corrieron con sus unicorn y manejaron sus espadantir como nunca antes lo habían hecho, caía un duendez tras otro y los gnomir intentaban huir espavoridos.
La esperanza parecía resurgir pero en aquel momento aparecieron los monjath oscuros.

La magia de Dandil hizo caer a las primeras defensas, tras él Delenor y Balrath con sus poderes volvían débiles a los fuertes, locos a los cuerdos.. y muchos cayeron. Con la llegada del monjath Jaramith, la naturaleza y el territorio se puso en contra de los aliados. Jeralith pudo notar como bajo su unicorn, el suelo se tambaleaba.
En ese ataque perdieron la vida al menos cien soldados, entre ellos Lesiart, ambos esposos, Lidel de gloriosos y horranth perecieron junto a los suyos. Pero Galimath, Lidel de los elphoth seguía gritando que lucharan.
- ¡No podemos rendirnos! Ellos serán más pero lo que no haremos es quedarnos quietos mientras destruyen nuestras tierras y a nuestros hermanos. ¿Lucharéis conmigo o preferís rendiros?
Fue entonces cuando Jeralith vio por primera vez a su madre luchando. Salida de la nada, Rizod, Lidel de los humanth, respondió al grito de Galimath y alzó su escudox y su espadantir. Todos los humanth la siguieron, incluso Jeralith, y nuevamente volvieron a ganar posiciones. La fuerza de sus gritos eran como cien soldados más y les protegían de las argucias mágicas de los duendez y gnomir.  Y entonces una luz estalló tras las líneas enemigas. Más allá de donde un elphoth podía alcanzar a ver, más allá de las tierras de gloriosos y horranth ocupadas, alguien había causado verdadero dolor al enemigo. La oscuridad parecía dejar pasar un rayo de luz por primera vez en las últimas diez salidas de sol.
 El enemigo no se dejó asustar por lo sucedido y volvió a la carga, intentando hacer retroceder las defensas, cada vez ocupaban más tierras del oeste. El Primer Paisath estaba a punto de caer a pesar del esfuerzo de los humanth y elphoth.
Aquel fue el momento precisó, cuando menos se lo esperaban y por detrás, aparecieron los monjath con Dalaith a la cabeza. Como si fueran uno solo, Dalaith, Ewynt, Perentir y Arcanth extendían sus bastones hacia el enemigo y estos eran destruidos como el viento que se lleva las hojas en Otomh. Entonces los monjath oscuros que se encontraban atacando a los Lidel, se giraron y no podían creer lo que tenían ante ellos. Convencidos de que ya tenían la victoria asegurada, vieron en manos de Dalaith una rosa, que aunque ahora blanca, tenía el poder de La Dama de La Rosa Negra.
Nuevamente la balanza estaba desequilibrada pero esta vez a favor de la alianza de elphoth, humanth, horranth y gloriosos.
El monjath de los elphoth miraba con satisfacción al horizonte pues había confiado en que sus hermanos llegarían.
 Dalaith alzó su bastón como señal a los Lidel y todo el ejército aliado atacó sin piedad. Unos donde estaban y los monjath por detrás, tenían al enemigo acorralado.
Y entonces fue cuando los duendez decidieron utilizar su última arma, a aquellos débiles que habían hecho caer, ahora despertaban con sus cánticos en La Lengua Antigua haciendo que tomaron las armas y se pusieran a favor del enemigo. Los ojos de Jeralith fueron más negros que nunca porque la oscuridad que veían era más grande que la que se cernía sobre toda la Tierra, pues se estaba apoderando del ser al que más amaba. Rien, como medio duendez había respondido a la llamada de los de su media raza. Jeralith le gritaba, bajó del unicorn y corrió hacia él, pero entonces Rien alzó su espadantir y a quien tenía delante no era otra que Rizod, madre de Jeralith. Y fue a matarla, la joven humanth dudó por un momento hasta que finalmente clavó su espadantir en el corazón de su amado, demasiado tarde porque su madre caía del unicorn con la espadantir de Rien en el pecho.

Golaz y Madeth corrieron en su ayuda pero jamás podrían imaginar el dolor que sentía Jeralith en aquel momento. No podía detenerse a despedir a sus seres más amados y dejándolos allí, volvió a la lucha que ya estaban ganando. Los cuatro monjath cayeron bajo el bastón de Dalaith y los suyos, con quienes se había reunido Montath. El poder de los Cinco finalmente había destruido a los cuatro oscuros.
Fueron jornadas largas, dos Lunas y dos Soles tendrían que salir para que la Guerra fuera finalmente ganada. No consiguieron matar a todos los duendez y gnomir pues desde el principio fueron mayores en número pero en cuanto cayeron sus monjath y vieron que Nadieh y La Dama Oscura habían desaparecido, huyeron hacia sus Paisath sin mirar atrás.
Los aliados con Jeralith, Golaz y Madeth a la cabeza no se molestaron en perseguirlos porque su corazón era más puro de lo que jamás podrían ser esos seres y tuvieron piedad de sus vidas.

Tiempo después se sabría que aquel estallido durante la batalla que parecía la derrota para los aliados, fue el momento en que La  Dama del Clavel llegó donde estaba Dalaith. El camino desde El Monte del Tiempo hasta los túneles de Nadieh, fue largo y duro. Los enemigos se extendían a cada uno de los lados de la frontera pero consiguieron atravesarlo. Dalaith, Perentir y Arcanth quedaron luchando allí, donde se encontraron con la criatura Nadieh a la que vieron más vieja de lo que imaginaban y apenas podía guiar a sus esclavos o luchar. Mientras Ewynt y La Dama del Clavel marcharon al encuentro de La Dama de La Rosa Negra.
La misma Dama Oscura salió a su encuentro en cuanto percibió su presencia y fue la mayor confrontación de poderes que jamás se hubiera visto. Pero quedaría un triste recuerdos para todos, en especial para el monjath de los elphoth, Montath. La Dama del Clavel cayó en su lucha con La Dama de la Rosa Negra, siendo el fin de las dos. Ewynt tomó en sus brazos el cuerpo inerte de la Dama y vio como éste desaparecía para convertirse en una simple luz blanca y pura. Ésta fue en busca del cuerpo de La Dama Oscura convertida en rosa y de las dos surgiría una rosa que ya no era negra como su antigua dueña, si no blanca. La florek que Dalaith llevaría al campo de batalla. Sería gracias a ella parte de la victoria. Y por siempre sería guardada en el Monte del Tiempo.
 Tras vencer a La Dama de La Rosa Negra, se reunieron todos y fueron en busca de la criatura Nadieh. Fue una lucha larga pero el poder de todos ellos juntos era muy superior al de Nadieh. Lanzada a los abismos del túnel del que no se conocía fin, nunca más se supo de ella.
De allí partieron hacia el oeste donde estaba teniendo lugar la batalla más cruel. Y llegaron justo a tiempo, su repentina aparición permitió la victoria de los aliados.


Un seglodath había transcurrido desde que La Guerra acabara.  La Tierra había cambiado mucho desde entonces. Existían ahora sólo Cinco Paisath, el Primero seguía siendo el de los elphoth, que fue totalmente reconstruido; los humanth se extendían todavía desde Filialt hasta Edorkin y los pocos horranth y gloriosos que sobrevivieron reconstruyeron bajo un mismo paisath sus antiguas tierras. El Cuarto Paisath abarcaba desde el lugar que ocupaba El Monte del Tiempo hasta a aquella que fuera La Tierra de Nadieh, ya purificada por los monjath. Y finalmente, aquellos caminos, senderos y tierras que un seglodath antes vivieron bajo la oscuridad, allá al norte y al sur, serían por siempre conocidos como el Quinto Paisath y deberían ser trabajados por los duendez y gnomir supervivientes, como castigo por su maldad.
 Muchos fueron los que la Guerra se había llevado consigo. Los Cinco Monjath habían sobrevivido y aquella misión que habían iniciado antes de la Guerra la continuaron para ayudar en la reconstrucción de La Tierra. Dalaith permaneció en Esculth, mientras Montath y Arcanth quedaron con los elphoth, y Perentir y Ewynt convivieron con gloriosos y horranth. Uno nuevo Lidel hubo que elegir para estos últimos.
Y aquella que había de suceder a su madre como Lidel de los humanth tampoco estaba. Tal fue el sufrimiento de Jeralith tras la Guerra a pesar de la victoria, que se quitó la vida. Pero su recuerdo quedaría por siempre, la más valerosa humanth por encima incluso de su padre y su madre.
Golaz y Madeth contemplaban el lugar donde yacía Jeralith cuando La Luna se alzaba tras cumplirse un seglodath de su muerte. Posaron sobre él la dagath verde con que dio fin a su vida. Abajo se leía: He aquí la gran Jeralith.
A partir de aquel día los paisajes de La Tierra no conocerían más tierras oscuras y las florek ya no serían negras y blancas, pronto sus colores pasarían a ser los del fuego, sol, arboleth y cielo. Nuevos seglodath estaban por venir y Jeralith había marcado su comienzo.


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