La espada del Alba

Nuestro amigo Mithrandir83 nos ha enviado la primera parte de su relato "La espada del Alba". En su correo nos asegura que pronto nos enviará la segunda y última parte. Esta primera parte, consta de siete capítulos: "La marcha", "Regreso a Anthios", "Nora", "Dolorosos recuerdos", "El reencuentro", "Hacia lo desconocido" y Korho".

Capítulo Dos: Regreso a Anthios

El viaje fue rápido y silencioso. El jinete apenas hablaba. Linnod tampoco tenía la intención de entablar una conversación con él, pese a que deseaba hacerle mil preguntas. Linnod sólo consiguió sacarle que efectivamente se dirigían a Anthios, por una orden directa de Kaenor, y su nombre. El jinete se llamaba Gerald y por lo que Linnod pudo descubrir pertenecía a un alto nivel dentro del ejército del rey, y éste gozaba de su confianza desde hacía años. Aparentaba tener alrededor de 40 años, y a Linnod no le pareció que tuviese demasiada experiencia militar real.

El viaje transcurrió sin novedades. Al atardecer de la tercera jornada llegaron a los límites del territorio de la capital. A ambos lados del camino se encontraron dos torres de guardia, con tres hombres en cada una. Gerald les hizo un gesto y abrieron las puertas. Continuaron a través del ahora pavimentado camino hasta llegar a un angosto trecho que pasaba entre la ladera del monte Banarad y un macizo rocoso adyacente al acantilado del Norte. Linnod pudo oir a las gaviotas y el cercano sonido del mar. Salieron del cañón, a una enardecida luminosidad que les hizo cerrar los ojos. La imagen que Linnod pudo ver en ese momento se le grabó en la memoria para siempre. No recordaba que Anthios fuera tan grandiosa, una colosal construcción de piedra adosada a la montaña, como si formara parte de ella. La brisa del mar y su apagado pero intimidatorio ruido contra las rocas golpearon a Linnod desde su derecha. Respiró profundamente ese aire que tanto había tardado en olvidar y volvió a mirar la ciudad. El muro exterior levantaba al menos como treinta hombres. En su centro, una gran puerta de doble hoja con los bordes dorados comenzó a abrirse. Linnod no pudo contar cuántos guardias había allí, pero todos y cada uno de ellos los miraron brevemente y volvieron a su firme posición. En el centro del gran semicírculo que formaban las murallas con la montaña se alzaban dos torres. La más pequeña, en el extremo Norte de la ciudad, medía por lo menos el triple que el muro. Era la torre de la Reina, una construcción dañada por el paso de los años, pero que mantenía su belleza intacta. A su lado, se erigía colosal la torre del Rey, algo más alta que aquélla y más cuidada y ornamentada. Linnod bajó la vista y atravesaron las puertas. Un escalofrío recorrió su cuerpo al pasar bajo el inmenso dintel. La zona de viviendas de los habitantes de la ciudad había cambiado poco, y había sido a peor. Todo ese sentimiento de grandeza y majestuosidad que Linnod había sentido hacía unos instantes desapareció de súbito al ver las casas semiderruidas, a muchas de ellas les faltaba parte del tejado, o incluso la puerta. La suciedad se acumulaba por todas partes y las miradas de la gente parecían apagadas y tristes.

Cruzaron el pueblo y entraron en la Torre del Rey. Gerald mandó que llevasen los caballos al establo y ordenó a Linnod que le siguiera. Subieron varios pisos por la angosta escalera de caracol iluminados por las antorchas de las paredes. Gerald guió a Linnod hasta una zona de habitaciones. No eran las más confortables de la torre, de hecho debían estar destinadas a celdas cuando éstas escaseaban. Abrió la puerta de madera y metal y le hizo entrar

.- Traerán la comida dentro de poco- dijo Gerald- Puedes ir acostumbrándote a tus aposentos y descansar un rato. Tras la comida te llevaré ante Kaenor-

Gerald se fue sin dar tiempo a responder a Linnod, aunque verdaderamente éste no tenía nada que decirle. Se sentía como un prisionero, un ladrón al que encierran hasta que llegue su juicio. Observó la estancia. No era como una celda, tenía una ventana amplia que dejaba pasar bien la luz y un camastro viejo pero cómodo. Se sentó y pudo pensar con relativa tranquilidad por primera vez en ese día, pero enseguida vinieron a su cabeza imágenes de Kaenor. Imágenes de la reina y de dos niños. Imágenes de su hermano. Se tumbó confuso en la cama y trató de dormir. Al cabo de un tiempo Linnod se tranquilizó y se sumió en un sueño intranquilo, y soñó con fuego, muerte y metal.


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