Este relato narra un hecho importante en la vida de Andira Gandalfa, guerrera gondoriana nacida en Minas Tirith. Está narrado en primera persona.
Salí de Gondor en la tarde a lomos de mi fiel Terlo. Había venido Dahél de Lórien a buscarme para un asunto desconocido.
-Dahél, ¿adónde nos dirigimos?.-Le pregunté mientras nuestros corceles cortaban el viento en su carrera.
-Lo sabrás cuando estemos allí. Ahora hemos de viajar deprisa. Nuestro destino aún queda lejos.
Viajamos varios días. Dahél era uno de los pocos que tienen mi confianza, y aunque no quiso decirme adónde íbamos yo le seguí. Fue un duro trayecto. Cruzamos por el Paso de Rohan y descansamos en el bosque de Fangorn. Nuestras provisiones se agotaban, debíamos depender de las lembas que el Elfo había traído consigo. No habían salido enemigos a nuestro encuentro, pero por las noches montábamos guardia por si acaso llegaran Orcos o Huargos.
Tras varios días de viaje, agotados caballos y jinetes, avisé a Dahél.
-Amigo, nuestros caballos se retuercen a cada paso que dan, y nosotros apenas podemos sujetar las riendas. ¿Adónde vamos exactamente?
-A Lórien, que a una milla de aquí se encuentra.
-¿A Lórien? ¿Por qué vamos allí, y contra mi voluntad?
-Sabes que ha llegado la hora, Andira. Debes ver a la Dama. Es tu destino; no puedes evitar este día eternamente.-Me respondió con serenidad.
-Mi destino no está escrito. Ahora mismo regreso a mi hogar. No pisaré Lothlórien.- Le dije dando media vuelta.
-Andira.- Me hizo parar con su voz.- Terlo se muere de fatiga, y no tardará ésta en alcanzarte a ti. Es una locura intentar llega hasta Gondor ahora. Iremos a Lothlórien. Allí os recuperaréis y tú verás a Galadriel, tal y como se dijo que harías.
Me dí cuenta de que mi propósito era un disparate y obedecí a Dahél. En mi mente había mucha rabia, y culpé a Dahél de haber traicionado mi confianza; pero antes de abrir la boca para decir algo de lo que me arrepentiría, recapacité y vi claro: él sólo cumplía con su cometido, y debía colaborar. A fin de cuentas tenía razón. No escaparía a mi destino.
Llegamos a Lothlórien con las luces caídas. Por ir con él, no aparecieron guardias para detenerme. Dejamos a nuestros caballos junto a dos árboles por consejo de Dahél, y caminamos entre la maleza. Me sentía incómoda en el bosque, como una intrusa, pero me convencí de que eran los nervios por mi encuentro con Galadriel. Por mi mente pasaron imágenes de antaño; la profecía que hizo Galadriel acerca de mí, repetida por Gandalf. El doloroso rechazo de mi madre. Mi marcha a la triste Osgiliath con mi padre. Tiempos tristes para mí, una era de llantos en mi corazón mientras mis ojos permanecían secos.
Cerca de Caras Galadhon, Dahél habló arrancándome de mis recuerdos.
-Vamos Andira, es hora de que veas a Galadriel.
Le seguí resignada. A medida que avanzaba podía sentir su presencia cada vez más cercana. Estaba envenenando mis pensamientos, haciendo que me obcecara en una idea que me prometí olvidar. Galadriel, la terrible hechicera del Bosque me llamaba. Quería embrujarme, quería dañarme... Aquella imagen que yo tenía de ella por palabras de mi padre me perseguía conforme andaba detrás de Dahél, hasta que no pude soportarlo y me paré.
-¿Andira?.-Dahél se volvió hacia mí.
Ardía por dentro. No le contesté. Me limité a mirarle orgullosa.
-Andira, sé que temes a Galadriel, pero ella no es maligna. Abandona la descripción que los Hombres hacen de ella.
-No pienso verla. Gandalf me habló de su predicción. Vio tiempos negros para mí, Dahél, ¿cómo sabes que no hizo que así fueran? Tiene mucho poder. ¡Quizá lo usara para que yo sufriese!
-No, no es así. Estás muy equivocada, Andira. Ella vio tu futuro, tal como tu madre le pidió. Lo vio, pero no lo quiso así. Ella es pura y no hay ningún mal en su ser. No le desearía el Mal ni tan siquiera a Sauron.
-Mientes... estás defendiéndola con palabras falsas. Es perversa, puedo oír su voz, y nunca la he escuchado. Sus palabras son frías y mortales como carámbanos de hielo.-Mi voz tembló al declararlo... era como si un veneno me entrara en la sangre.
-Entra en razón.- Dijo agarrándome de los hombros.- Galadriel es bondadosa y sabia, es...
-¡Es más seguro enfrentarse a las huestes de Mordor que cruzar una mirada con ella!.-Grité con toda mi ira.
Dahél me soltó y dio un salto hacia atrás. Estaba furioso, nunca había visto en sus ojos semejante mirada. Con la misma agilidad retrocedí yo también mientras sacaba mi espada de la vaina y me cubría con el escudo. Fue una acción involuntaria que los años de guerrera me han enseñado, y me sorprendí cuando observé que al tiempo en que yo hacía esto, Dahél se había descolgado el arco y me apuntaba una afilada flecha a la cabeza.
Me miraba con ojos gélidos, como si fuese su peor enemiga en toda la Tierra. La diestra le temblaba tensando la cuerda y pasado un momento dejó caer la saeta y el arco y empezó a llorar.
-¡Por Eru! ¿Qué he estado a punto de hacer?
Se cubrió el rostro con las manos mientras sollozaba. Bajé mis armas aún sorprendida. No podía moverme, estaba petrificada viendo aún a mi amigo a punto de darme muerte. Recuperé la completa consciencia y contemplé a Dahél. En otras circunstancias le habría consolado, pero su acción me había impactado tanto que sólo se me ocurrió echar a correr hacia las afueras del bosque.
En mitad de mi carrera, lejos de Dahél dejé de recordar y vi que no recordaba aquella zona del bosque. O los árboles habían crecido o estos eran más altos. Todo me parecía igual y no distinguía senderos por los que cruzar. Me quedé pensativa, buscando caminos donde no los había cuando escuché una voz cercana e inconfundible que pronunciaba unas frases escondidas en mis recuerdos.
La que en noche clara nació tendrá un mañana sombrío.
Hay en su ser una sombra, una ráfaga de poder maldito que desea Sauron para sí.
Criadla ahora, mortales, pero llegada la hora mis Elfos la buscarán y se criará junto a nosotros.
No sé por donde llegó, pero al mirar a mi derecha vi a Galadriel por primera vez, y supe que era ella porque no había visto nunca Elfa más hermosa. Su cara era noble, y me miraba con compasión. Los cabellos estaban trenzados como hebras de oro y le asomaban las orejas puntiagudas.
-Aiya, Andira Gandalfa, que has llegado a Lothlórien. ¿Recuerdas estas palabras? Fue mi predicción para ti cuando Adalfan me la pidió. Ella y tu padre nunca siguieron mi consejo; no te dejaron a nuestro cuidado.
-Por suerte no lo hicieron.- Le dije sin miedo.- ¿Qué quieres de mí?
-Le pedí a Dahél que te guiara hasta aquí para advertirte.- Dijo, y luego de una pausa, como adivinando mis pensamientos respondió una pregunta que no formulé.- Sé lo que ha sucedido entre él y tú hace un momento. Hubo un duelo entre lealtad y amistad. Sin duda ha escogido defender a su reina.
-Entonces se ha inclinado por la lealtad.- Repliqué.
-No.- Negó ella.- Y su elección no la sabemos ni tú ni yo. Me es leal, e igualmente a ti. A quien tenga como amiga, sólo él lo sabe. Y no estás aquí para adivinar conmigo sobre sus sentimientos, sino para escuchar mi aviso. Sígueme.
Me llevó a Caras Galadhon, y de allí a un claro. Vi que llenaba una vasija con un fluido que a mis ojos parecía agua, pero lo que fuese en realidad, pocos lo saben realmente. Me miró y preguntó:
-Escucha ahora mis palabras, y responde después libremente, sin sentirte atada ni amenazada; este es mi espejo, y se ven aquí cosas que sucedieron, ocurren y las que aún no podemos adivinar. Lo que muestra es cierto, y a la vez falso; no todas las visiones tuvieron lugar, y algunas es posible que se hagan realidad. Responde, Andira, ¿mirarás en el Espejo?
Atendí a sus palabras y le reté con otra pregunta.
-Si me pides una respuesta libre, decirte sí o no como crea yo más conveniente, dime entonces, ¿por qué llenaste el Espejo? ¿Dabas por hecho que miraría?
Sonrió y volvió a hablar.
-Eres fácilmente predecible. Esperaba que formularas una pregunta semejante.
Galadriel calló, sin darme una respuesta concreta. Aunque yo la sabía de sobra; anduve hacia el Espejo y miré en sus aguas.
Lo que me mostró me heló la sangre. Minas Tirith, y allí Orcos. Arcos y flechas en sus manos, y un hombre atravesado por varias saetas. Tenía la espada fuertemente agarrada, y reconocí la empuñadura. Una décima flecha voló hacia él y cayó finalmente mostrando su cara. La cara de un guerrero ya adulto. La cara de mi padre.
-No... No...,.-Gemí mirando las imágenes.
Alcé la cabeza esperando encontrar en el semblante de Galadriel esperanza. Ella hizo un gesto afirmativo con la cabeza y fue suficiente para sentenciar a mi padre.
-A ti te dicen la que cabalga por el aire en el caballo de las Pesadillas, y tú alardeas por ello, y por teñir la tierra de rojo con la sangre de tus enemigos. Pues bien, marcha ahora rauda como el viento enfurecido, porque se abalanza la muerte con crueldad sobre la persona que te ha dado todo su amor.- Dijo con un tono que me pareció frío.
Yo estaba ardiendo por dentro. Ya no era rabia, no era ira; era odio, un enorme odio por ella, por Galadriel, Dama de la Luz.
Cegada por este oscuro sentimiento golpée la vasija con el brazo izquierdo y la hice caer del pilar, derramando su agua en la hierba. Galadriel no cambió su mirada, ni tampoco su expresión impasible.
Salí corriendo de allí, y corrí tanto como pude, manteniendo encendida mi pequeña llama de esperanza hasta que vi a mi caballo castaño. Me subí de un salto y galopó raudo.
No exagero si digo que descansamos una noche en todo el viaje. Terlo corría como si la vida le fuera en ello, y aunque no era la suya la que peligraba, debíamos llegar urgentemente a Gondor.
Bordeamos el Bosque de Firien en poco tiempo, siguiendo el Gran Camino Oeste. No podíamos detenernos.
Al fin llegamos a Minas Tirith, y antes de entrar en la Ciudad vi a los Hombres luchar contra los Orcos de Mordor. Cruzamos las puertas aniquilando a todos aquellos que intentaban hacerme caer del caballo. No iban a detenerme, no podían hacerlo.
De nuevo era Sárelle Artamornië, la Alta Sombra de la Desgracia, a lomos de su temerario corcel, pero esta vez, la Sombra vestía la armadura gondoriana. Luché con fiereza contra los Orcos, recordando aquellos días en los que se me conocía con el nombre que he dado anteriormente. Maté a muchos, había gritos, el sonido del entrechochar de las espadas, y sangre y muerte por todas partes. Un completo Caos, pero así se vive en Gondor, con las Montañas Blancas como muro entre nuestro reino y Mordor. Me abrí paso a espadazos y escuché gritos de ayuda. ¡Padre!
Cabalgué colina abajo, hasta que una flecha cayó cerca y Terlo se sobresaltó. Caí del caballo y rodé, esquivando como podía a los enemigos. Los gritos me guiaron hasta un grupo de Orcos que rugía y luchaba contra un Hombre al que reconocí.
-¡Padre!¡Aguanta!.- grité corriendo hacia él.
Unos orcos trataron de detenerme. Decapité a uno, y otro me clavó la cimitarra por la espalda, pero sólo me rasgó la capa. Le atravesé el abdomen con mi espada y seguí abriéndome paso como pude. Mi padre me vio, y estuvo a punto de sonreír cuando una bandada de flechas le cayó encima. Se echó atrás sobresaltado, sin poder creerlo. El tiempo paró para nosotros; él respiró con dificultad y le cayó una más, que le hizo precipitarse al suelo.
Mi ira llegó y repartí mandobles a los feroces Orcos. Al fin llegaron más soldados, capitaneados por Boromir. Éste me agarró para retirarme de allí, pero me debatí y tuvieron que agarrarme entre cuatro para conseguir apartarme. Varios guerreros se ocuparon de los Orcos mientras dos de ellos levantaban el cadáver del gran Heder de Gondor.
Y así, viendo el cuerpo inerte de mi padre, agarrando aún su espada, se derrumbó mi muralla y me asomaron lágrimas en los ojos. Me agarré al brazo de mi capitán y éste me ofreció consuelo. Pero yo no lo veía.
Tras tanto tiempo sin conocer las lágrimas, éstas habían aparecido. Y tenía que suceder algo así para que pudiese ver allá donde mi encomiable orgullo no me dejaba mirar.
Después de tantos años sin llorar, al fin llegó ese llanto perdido.
FIN