Solidaridad
"En los Primeros Días, en uno de los reinos Humanos, había un monarca ya adulto, arrogante y egoísta. Su anciana madre siempre intentó hacerlo cambiar, pero nunca vio cumplido su objetivo, y su hijo creció soberbio y ambicioso." Así es como empieza esta historia... Para saber como acaba... basta con leerla ;·)

En los Primeros Días, en uno de los reinos Humanos, había un monarca ya adulto, arrogante y egoísta. Su anciana madre siempre intentó hacerlo cambiar, pero nunca vio cumplido su objetivo, y su hijo creció soberbio y ambicioso.

Una mañana, el rey mandó que ensillaran su caballo y marchó a cazar solo; él no necesitaba a nadie para hacerse con algunas presas, pensaba.
Cabalgó durante toda la mañana intentando cazar a un alto y veloz ciervo, pero le resultaba imposible.
-Si regreso con tan solo un conejo todos se reirán de mí. Debo insistir y hacerme con ese ciervo.
El rey continuó persiguiendo al ciervo,  pero nunca lograba acertarle con las flechas ni a golpe de lanza. Enfurecido, bajó de su montura y dejó sus armas junto a su caballo.
-Está bien, señor ciervo, puede que logres huir de mis flechas y mis lanzas, pero no escaparás a la hoja de mi espada.
El ciervo, al ver acercarse a aquel obstinado hombre echó a correr cuesta abajo. El monarca lanzó un grito de ira y lo persiguió bajando a todo correr la empinada colina espada en mano, pero su armadura era demasiado pesada y le frenaba. En un intento por aumentar su velocidad dio un salto y tropezó con un arbusto. El varón cayó al suelo y rodó hasta chocar con una gran roca ya abajo. Tras la dura caída se desmayó, y al despertar se encontró sin su coraza, su cota de malla y sus guanteletes. Alzó la vista y vio a unos hombres que cargaban con su armadura y se alejaban a toda prisa llevándose también su corcel.
-¡Rufianes!¡Cuando regrese a palacio os perseguiré y os mandaré ahorcar!
Pero toda amenaza era vana; los ladrones estaban ya lejos y a él no le quedaban más que el jubón, las calzas y las botas. Había logrado conservar su espada, aunque le pareció algo inútil, ya que no sabía usarla bien. Observó dónde se encontraba: a la orilla de un arroyo, en las sombras del bosque. Vio su reflejo en el agua, y se apartó al contemplar su desaliñado aspecto.¡Si lo vieran los miembros de la corte! Parecía un mendigo más que un rey.
Decidió subir de nuevo y regresar a su residencia, pero no pudo ponerse en pie.
-¡Mi pierna! Hoy me persigue la desgracia allá adónde voy.¿Qué haré ahora?
Para su suerte, un pobre comerciante que llevaba una vieja carreta tirada por un buey pasaba por allí. El rey trató de esconderse. Él, soberano de todo un reino, rescatado por alguien que ni en sus sueños podría medirse con su majestad; como sus piernas no le respondían no consiguió moverse, y el hacendado le encontró.
-Buenas tardes.-Saludó el hombre desde el carro.-¿Qué te ha pasado?
El rey se indignó: ¡tuteado por alguien inferior! Era lo único que le faltaba.
-Nada de tu incumbencia, campesino.-Respondió soberbio.
-¿Campesino?.-Rió el trabajador.-¿Acaso tú eres noble? ¿Por qué no lo dicen tus ropajes y tu rostro. ¿Qué te ha sucedido?
El rey se dio cuenta: no tenía su armadura real ni su caballo, su aspecto era deplorable.
-Me caí por aquella colina, y sospecho me he roto una pierna.
El comerciante bajó de su carreta y examinó su pierna derecha. La dobló ligeramente y el rey se estremeció de dolor.
-¿Cómo osas tocar a tu...,.-Se tapó la boca al darse cuenta de que para aquel hombre no era más que un igual.
-Tranquilízate. En efecto el hueso está partido, y teniendo en cuenta tu edad tardará largo tiempo en unirse de nuevo. Ven, agárrate a mi hombro. Te llevaré a mi casa y te dejaré en cama.
El rey aceptó avergonzado. Tras un no muy largo viaje en carro, llegaron a una pequeña cabaña aislada en mitad del campo. El comerciante entró con el rey bien agarrado. Su mujer y sus dos hijos salieron a ver qué ocurría.
-Querida, prepara una infusión bien caliente y comida; hijos, destapad la cama. Tenemos un huésped.
Aquella noche, el rey cenó y durmió en la modesta casita de la familia. La mujer entró a desearle buenas noches y a tratarle la pierna, y dejó la puerta entornada para escucharle si necesitaba algo. Por la rendija el monarca pudo ver a los niños jugando con su padre en el vacío salón y pensó:
-En esta casa apenas hay comida y objetos, y sin embargo tienen más fortuna de la que tendré yo nunca porque se tienen los unos a los otros.

A la mañana siguiente, la mujer le llevó leche, y los niños entraron a hablar con él. El rey les contó todo lo que le había sucedido amablemente y les mostró su espada, sin revelarles cómo la había obtenido, pero sí que les relató muchas de sus hazañas, sin mencionar que era su majestad.
Esa misma tarde, el rey envió un mensaje al castillo utilizando una de las palomas mensajeras del comerciante, y esperaba que llegase. Pasó esperando la llegada de sus hombres toda la tarde, hasta que cayó la noche.
La familia dormía hasta que la puerta se abrió violentamente y entraron unos salteadores. La mujer y los niños gritaron, y el padre salió a hacerles frente. Se oyó un grito, y un ruido sordo. El rey lo oyó desde la habitación y temió lo peor. Bajó arrastrándose de la cama y salió del cuarto. Los ladrones iban armados con cuchillos. El rey sacó su gran espada y luchó contra ellos, pero le superaban en número, sin mencionar que no estaban heridos. Entonces se oyeron cuernos en la cercanía y el rey sonrió. Eran sus soldados.

Los ladrones fueron apresados y el rey regresó a su castillo. Estaba en deuda con el comerciante y su familia, y les pagó una gran cantidad de dinero durante muchos años. Aquella familia le había cuidado y gracias a ellos aprendió a valorar más a las personas que a los objetos, y que uno debe dar de lo que tiene a los demás si quiere recibir algo a cambio. Y lo mejor que se puede recibir es una sonrisa como la que le dedicaron los niños.