Rey de Poderes
Alberto nos ha enviado el primer capítulo de su relato "Rey de Poderes", que comenzó a escribir, según nos cuenta él mismo en su prefacio, tras la lectura de El señor de los Anillos. ACTUALIZADO con el segundo y el tercer capítulos.

Prefacio

Comencé a darle forma a este relato poco después de acabar por primera vez la lectura de la siempre presente obra "El Señor de los Anillos". 

Mi ilusión era contar una historia parecida pero a la vez distinta que, mientras la leyera,  me evocara la épica maravillosa y mágica de ESDLA, pero que a la vez me diera la certeza de  no estar leyendo de nuevo la misma obra. 

No obstante, cuando empecéis a leerla, os recordará mucho a la obra maestra de Tolkien, pero a la vez, descubriréis por supuesto una nueva aventura, con nuevos seres y  nuevos peligros, y una nueva misión peligrosa y fascinante que llevar a cabo.

Pero ¡por  dios! Ni mucho menos querría caer en el error de comparar mis humildes relatos  con la obra de Tolkien. Al fin y al cabo, se trata de regocijarse con su maravilloso legado  y llevar la mente un poco más allá, para descubrir un nuevo "Mundo Intermedio".

Advertiréis que mi relato se parece en mucho a la ESDLA, y sé que ello me hará ganar muchos  detractores, pero sólo os pido una cosa a todos los que vayáis a leerlo: olvidaos de todos  los prejuicios y simplemente zambulliros en el nuevo mundo de fantasía que ha sido creado  para vosotros. 

Este relato es perfecto para todas aquellas personas que echen de menos aquel día en el que empezaron a leer el que  sería el libro de sus vidas y quieran vivir de nuevo aquellos  maravillosos momentos, con  una  historia distinta y unos  parecidos  entrañables y  agradables.

Desde mi más sincera humildad, espero que os guste Rey de Poderes.



Introducción

I Los Elfos

¡Ay!, los elfos. Qué decir de los elfos. Primero habría que describirlos. Dura prueba.
Pequeñas personas de unos siete pies (más o menos), orejas puntiagudas, ojos rasgados pero muy grandes y abiertos, la mayoría azules. Bocas grandes.
Destaca su sentido de la vista. Pueden ver una aguja a unos treinta metros en medio de la hierba del campo.
Sin duda los elfos son gente maravillosa, pero muy conservadora. Son amigos de sus amigos pero muy difícilmente pasan de ahí. Son gente observadora,  muy inteligente y soñadora. No les gusta correr riesgos, de ahí que a la mayoría de los elfos vivientes (si no todos), pasen su vida en el interior de los bosques donde pueden resguardarse de cada uno de los peligros que acechen al mundo. Por lo menos hasta ahora.
El reino central de los elfos está al norte del Mundo Intermedio, en el bosque de Lauridâunëon. Aquí viven unas tres cuartas partes de los elfos existentes, en paz. Otro gran foco donde viven muchos elfos es el bosque de Fardorn, en la Mitad Sur. 
Pero, por supuesto, no todos los elfos están aquí. Hay muchos desperdigados por el Mundo I. Por lo menos hasta ahora.
Además, si mi labor es la de que conozcáis el mundo de los elfos, no puedo sino hablar también de sus peores enemigos: los orcos.

Los orcos existen desde mucho antes de la aparición de los elfos. Pero no quiero profundizar en esta historia, sólo quiero que tengáis una ligera idea de lo malvados que pueden llegar a ser. Estuvieron a punto de destruir el Mundo I. y ahora no cesan en su lucha por erradicar la raza de nuestros maravillosos seres, el último obstáculo para controlarlo.
Son unos seres altos, de unos dos metros, con unos ojos que desprenden ira y maldad a cualquier hora del día, con bocas inmensas y llenas de dientes afilados, unos brazos y unas piernas portentosas y unas manos que pueden atrapar un pequeño conejo cada una con solo cerrarlas a su alrededor, con unas uñas tan afiladas como las púas de un erizo.
Gracias a la Naturaleza, los orcos han olvidado su atracción hacia los elfos desde hace algún tiempo. Por lo menos, hasta ahora.
 

II Su historia

Los elfos son una de las especies más antiguas de todo el Mundo I. Muchas son sus hazañas y muchos los nombres que en ellas se tendrían que mencionar.
El primer elfo conocido mundialmente fue sin duda Lay Longolas. Este elfo con tan solo diez hombres más, consiguió expulsar de Lauridâunëon a un regimiento de orcos blandiendo su histórica espada llamada  Dámpiral. Se dice que esta espada decapitó a más de la mitad de los orcos y que Longolas, junto con esta maravilla, terminó con la amenaza orca durante cien años en este bosque. Por desgracia para todos los elfos, el Orco Oscuro, como se conoce al rey de los orcos desde que el Mundo I. existe, también llamado Forgorn, escapó, pero esto se descubriría demasiado tarde.
Forgorn, el Orco Oscuro, provenía de una antigua raza de orcos mucho más salvaje, pero también más inteligente. Esta raza, conocida como orcos negros, estaba compuesta por orcos el doble de alto que los que hoy existen en el Mundo I. Negros, de ojos rojos y una ferocidad tremenda, pero también de una altísima inteligencia. Se cree que otra raza,  ahora desaparecida, consiguió destruir a los de la raza de Forgorn. Pero éste consiguió escapar escondiéndose en el interior del pico Éphel Duön. En esos tiempos esta montaña era un volcán todavía activo, por lo que a esa extraña raza que consiguiera destruir a los orcos negros no se les pasó por la mente buscar aquí. Estuvo escondido muchos años hasta que decidió salir a la luz. Tantos años en la oscuridad, tantos años en la soledad, habían cambiado a Forgorn. Mucho más agresivo si cabe, con una mente torturada y maligna e incluso con poderes extraños que aún no se conocen. Ahora es el rey de los orcos, algo que asusta a cualquiera. Aunque después de ser derrotado dos veces ...
Bueno, siguiendo con la historia de Lay Longolas, fundó  el Reino Élfico que ahora se erige como uno de los mayores y más indestructibles reinos del Mundo I. Poco después murió.
Tras esta guerra y durante cien años,  como he mencionado antes, los orcos no se atrevieron si quiera a acercarse a Lauri (como se conoce ahora al reino élfico), pero poco a poco se oían cada vez más cerca los rumores de la existencia aún del Orco Oscuro. También que estaba entrenando un nuevo ejército para vengarse. Nadie atendió a estos rumores hasta que los tuvieron encima. El reino sucumbió al nuevo ejército de Forgorn y fue dominado de nuevo por los orcos. Pero no todos los elfos fueron reducidos. Durante la época en que el ejército oscuro se extendió por segunda vez sobre Lauri, un centenar de elfos habían emigrado temporalmente al bosque de Fardorn, en la Mitad sur, para buscar minas de plata, el metal más preciado en ese tiempo. Cuando los emigrantes conocieron la desgracia de Lauri, se armaron durante un tiempo para reconquistar el Reino Élfico. Precisamente uno de los emigrantes era Légonas, hijo de Longolas y heredero, a la muerte de su padre, de Dámpiral.
Una vez más los elfos, con Dámpiral a la cabeza, expulsaron a Forgorn de Lauri. Pero esta nueva guerra tuvo unas consecuencias devastadoras. La mayoría de los elfos murieron. Una gran parte del bosque se quemó. Y la más devastadora de todas: Dámpiral fue capturada por los orcos. Sin embargo la magia de los elfos nunca podría ser utilizada por ellos, así que Turfosh, segundo general de los orcos, decidió seccionarla en cuatro trozos dispersándolos a lo largo de la geografía del Mundo I. , guardando él uno de ellos.
Por su parte, los elfos de nuevo se asentaron en este bosque y con la ayuda de los magos de la Ciudad Blanca de Gandäl, consiguieron restaurar el Reino. Se eligió como rey a Légonas y las cosas marcharon bien.

La historia que relata este libro comienza en este punto, con Légonas como rey aunque unos años después de la elección. Ahora las noticias que llegan desde Montorus, la antigua morada de Forgorn, que se cree muerto, van a desarrollar una serie de acontecimientos que desembocarán en la Búsqueda , a cargo de la Junta Blanca;  La  Alianza,  y en la Tercera Guerra del Mundo Intermedio; en Rey de Poderes.



1. Una visita nada agradable

La noche pasaba tranquilamente. Los centinelas elfos, que desde hacía tiempo se habían instalado en los lindes del bosque para mantenerse alerta de cualquier cosa que pudiera acontecer, no tenían demasiado trabajo. Algunas ardillas de vez en cuando daban un pequeño susto y alguna que otra flecha se escapaba pero nada más. Todos estaban con los nervios a flor de piel desde que llegaran las noticias del norte. Allí,  en el Triángulo Verde (el reino de Lauri se dividía en triángulos: Triángulo Verde al Norte, Triángulo Amarillo al Sur, Triángulo Rojo al Este y Triángulo Azul al Oeste), el más extenso de todos , mantener la seguridad era mucho más difícil. Debido a su gran extensión y a la cantidad de recovecos en la orilla del bosque, se necesitaban muchos más centinelas , pero por desgracia no los había. Muy pocos eran los elfos que se presentaban a este cargo. La mayoría no querían poner sus vidas en peligro. Y si decidieran ponerlas, preferían el ejército junto con otros compañeros. Los centinelas se encontraban a unos quinientos metros unos de otros por lo que se sentían muy solos. No sólo en lo que se refiere a hablar y esas   cosas, sino   que   además   si   hubiera    una    emboscada    tendrían   pocas oportunidades de escapar. Por esto, cada uno de los centinelas tenía un cuerno que debería tocar si alguna vez alguien entrara sin permiso en Lauri, por si acaso no les diera tiempo a escapar.
A uno de estos centinelas del Triángulo Verde le había ocurrido algo muy desagradable la noche anterior ...

*  *  *

Durante mucho tiempo nada había ocurrido en los límites del bosque. Por esto Dancort había decidido llevar a su hijo a su puesto de centinela tras la mucha insistencia de éste.
-No te muevas ni hagas ningún ruido mientras estés aquí, hijo- le había dicho Dancort antes de llegar al puesto. Pero Lanfir, el pequeño de diez años, no le hizo demasiado caso.
La noche transcurría silenciosa. Algunas veces era incluso desesperante. En ese momento, Dancort daba gracias a la Naturaleza por habérsele ocurrido llevar a su hijo. Y olvidando los temores (pues no había de tenerlos ya que desde hacía mucho no había ocurrido nada en aquellas tierras), empezó a hablarle a su hijo, rompiendo ese silencio espectral.
-Dime hijo, ahora ves que no hay nada de excitante en esto de ser centinela. ¿Todavía sigues deseando serlo cuando seas mayor?
-La verdad es que me esperaba otra cosa pero ...
De súbito un sonido se levantó por encima de sus voces. Primero lo que parecía un silbido convirtiéndose poco después en una respiración sorda e inquieta. Ambos callaron a la vez. Dancort empujó suavemente a Lanfir hacia atrás escondiéndolo entre las hojas doradas de los árboles élficos a la luz de la Luna. La respiración seguía escuchándose ahora más apaciguada. Parecía que los había descubierto. A Dancort, mirando a la profundidad del oscuro horizonte, le pareció ver de forma fugaz unos ojos amarillos rajados, pequeños, que desprendían una furia mortal. Con un movimiento casi imperceptible a los ojos de un hombre, la mano del elfo se acercaba poco a poco a su carcaj para recoger una flecha. De nuevo los ojos aparecieron y desaparecieron como una luz intermitente. La mano de Dancort ya había alcanzado la flecha y se disponía a introducirla en el arco. De pronto dio un salto hacia adelante casi al pie de la plataforma en que se encontraba, agachándose hasta tocar el suelo con el pecho. Totalmente tumbado, mirando por el filo de la plataforma y con el arco cargado, se mantuvo Dancort unos minutos que le parecieron años. Finalmente, cuando Dancort creía que todo había pasado, pues ya no se escuchaba la respiración, una flecha apareció de entre la maleza y surcó el aire sobre su cabeza yendo a parar al árbol que tenía detrás. Un grito tan agudo como el de un caballo desbocado fue la única respuesta a aquel primer ataque. La cara de Dancort se tornó de un blanco mortecino. Él no había gritado, y el grito no venía de su delantera. Venía de atrás. De repente, como si algo le pinchara desde el suelo dio un salto y  fue a parar donde había dejado a su hijo. Con lágrimas en los ojos vio lo que había ocurrido. Lleno de furia y con un resplandor rojo en su rostro salió de nuevo del escondite como empujado, y se plantó en la plataforma totalmente al descubierto. Se precipitó por delante de ella hacia el suelo (la plataforma estaba a unos tres metros). Allí se quedó, con la misma furia en los ojos, mirando al espesor del campo que se extendía hasta donde sus ojos de elfo podían alcanzar. En ese campo la hierba era muy alta y cualquier criatura podía esconderse allí. Tras él, el Bosque del Reino Élfico: Lauridâunëon. Volvió a escudriñar la oscuridad. Nada se movía. Le pareció ver algo a su izquierda. Avanzó poco a poco cubriéndose las espaldas con los árboles sin dejar de mirar al frente. No se oía nada. Un silencio desconcertante lo envolvía. Ni la respiración de antes, ni una ráfaga de viento, nada.
Súbitamente como de la nada apareció ante él la enorme figura de un orco. Dancort se quedó petrificado. El orco de ojos amarillentos y risa sarcástica, babeando y enseñando unos colmillos tan afilados como Dámpiral, se acercó poco a poco apuntándole con un pesado arco. Conforme se iba acercando, la risa se le iba agudizando. Dancort no tenía escapatoria. Cerró los ojos. Se le escaparon las lágrimas. El orco soltó una carcajada. En ese momento una flecha cruzó el espacio que había entre ellos. El orco desvió la mirada y el arco hacia los árboles. Desconcertado, apuntando a todos los lados lanzó un grito en su repugnante lengua. En ese preciso instante emergió de la oscuridad de los árboles como un pájaro, rápida y ágilmente otro elfo apuntándole con otro arco. Ambos se quedaron quietos, estudiándose, los dos apuntándose. El orco dio un grito. El elfo le respondió. Las flechas se dispararon. Dancort abrió los ojos. Como venido de un sueño y viendo la realidad, dio un salto gigantesco hacia adelante empujando al orco e interceptando con su cuerpo la flecha lanzada por el otro elfo. Dancort quedó tendido en el suelo. Mientras, la flecha del orco rozó el brazo bueno del otro elfo. Dejando caer el arco lanzó un chillido ensordecedor. En medio de aquella confusión, una decena de elfos emergieron de entre la maleza de espalda al orco. Lo habían estado acorralando mientras los hechos se sucedían. Y no se hizo esperar más. Emergiendo de la oscuridad un sonido muy agudo subió al aire. Por fin un centinela había soplado un cuerno. Al momento varios elfos más aparecieron de entre los árboles tras el orco. Estaba totalmente acorralado. Uno de los elfos de los que aparecieron del bosque dio un paso adelante.
-¡Ríndete Turfosh! ¡No tienes escapatoria!- gritó este elfo.
-¡Drago! ¡Qué agradable sorpresa!- dijo Turfosh con una risa sarcástica-. No esperaba encontrarte aquí. Creía que estabas en el Oeste.
-¡Tira el arco!- replicó Drago, haciendo caso omiso al orco.
-Lo tiraré- accedió Turfosh-. Pero antes déjame darte una cosa.
Turfosh se llevó una mano a una rasgadura (o eso parecía) que tenía en su vestimenta. En ese momento todos los elfos tensaron sus arcos.
-Toma- dijo Turfosh. Sacó un papel-. Tengo órdenes directas de entregar esto a los elfos.
Drago recogió el papel. En el momento mismo en que Drago tendió la mano, Turfosh en un último intento de escapar pues ya tenía poca escapatoria, le agarró la mano a Drago fuertemente. Los ojos le centellearon. La baba se le escurrió entre los colmillos. Esbozó una sonrisa. Drago intentó soltarse infructuosamente. Algunos elfos lanzaron un grito de guerra, otros tensaron aún más el arco. Con un movimiento rápido, Turfosh pegó a Drago a su cuerpo de cara a los elfos y se lanzó hacia un sitio apartado dejando a todos de un lado. Algunos dejaron escapar una flecha. Por suerte nadie más cayó herido.
-¡Tirad los arcos malditos elfos!- gritó Turfosh.
Los elfos titubearon. Algunos dejaron sus arcos en el suelo y se fueron corriendo. Otros los destensaron. Algunos dudaron. Finalmente todos cedieron. Turfosh sacó un pequeño puñal. Lo apoyó sobre la garganta de Drago dejando caer unas gotas de sangre.
Los elfos se dejaron caer de rodillas. Inesperadamente una flecha cruzó el aire y atravesó la garganta del orco. Era una flecha dorada. Una flecha con inscripciones en élfico. Una flecha que sólo algún soldado de la guardia real podía disparar. Todos los elfos desviaron su mirada hacia el puesto de centinela. Allí se erigía como un salvador a los ojos de Drago, un soldado de armadura dorada al igual que su flecha, portando un arco rojo. No se trataba sin embargo de un soldado perteneciente a la guardia real sino que era uno de los soldados de la guardia del otro reino élfico en el bosque de Fardorn. Llevaba una distinción especial en su gorro élfico lo que le colocaba como Jefe de batallón (el rango más alto). Miró a los elfos.
-Faltó poco ¿eh?