Dos oscuras siluetas recorrían a paso lento y torpe el frondoso bosque, buscando un recoveco dónde trasnochar. Agarrados de la mano, caminaban lo más cuidadosa y sigilosamente que podían, aún así no se libraron de algún que otro tropezón y resbalón.
El bosque, rebosante de verde y fresca vegetación, no era precisamente un camino de rosas: repleto de desordenadas y desperdigadas ramas y ocultas piedras cubiertas por el rocío de la noche, dificultaba la huida de los jóvenes. Otro factor que empeoraba la situación era la oscura noche que se cernía sobre ellos. Y como si de un complot se tratara, la luna parecía negarse a asomar su claro y reverberante rostro. Pero eso no frenó las ansiadas ganas de aquellos jóvenes por adentrarse en lo más profundo del bosque y disfrutar de la ayuda que éste les ofrecía: un escondite.
- ¿Te encuentras bien? - Preguntó el joven a su compañero mientras miraba preocupado su abultado vientre.
- Sí, estoy bien - Y sonrió con la intención de tranquilizarlo. Pareció dar resultado ya que el joven giró la cabeza y continuó avanzando entre la maleza. Pero Cohal mentía; su avanzado estado de embarazo la hacía sentirse torpe y molesta, además padecía de sudores fríos, tembleque y poco a poco notaba sus piernas más flácidas y débiles. Aún así optó por mentir, no quería preocupar en demasía a Clovir. No tardaría en encontrar el lugar adecuado y se convenció que aguantaría.
Pero su cuerpo no tardó en traicionarla. No habían pasado ni tres minutos cuando sus piernas flaquearon y cayó, por suerte sobre un montículo de hojas secas que crujieron y rompieron en pequeños pedazos al caer tal peso sobre ellas.
- ¡Oh Cohal! ¿Por qué no me dijiste que no te encontrabas bien? - Le regañó suavemente Clovir tras asegurarse de que no había sufrido ningún daño.
- Perdona pero no quería molestar - Entonces Cohal inesperadamente rompió a llorar - Sólo soy una carga para ti... deberías haberme dejado en el poblado y morir con los demás...
- ¡Jamás! - Clovir la tomó por los hombros y la obligó a clavar sus ojos en los suyos - Jamás. Cohal te quiero y también quiero al bebé que llevas en tus entrañas. Sois mi familia y cuidaré de vosotros... no soy nada sin vosotros y no soportaría perderos... - La observó detenidamente. Sus ojos claros, enrojecidos por las copiosas lágrimas, lo miraban con ternura y profundo amor. Su carnosa boca, ligeramente abierta, parecía formar una palabra que no acababa de se pronunciada. Entonces las comisuras de los labios se ensancharon formando una sincera y en el fondo, triste sonrisa. A continuación se acercó a ella y besó sus dulces labios. Cohal respondió a su beso con una infinita ternura transmitiéndole a través de éste lo que sus labios no había logrado articular; que lo quería y lo amaba con toda su alma, que había la mujer más feliz del mundo desde que se había convertido en su compañera y que jamás se alejaría de su lado.
Al final optaron por quedarse allí. Tras inspeccionar la zona comprobaron que era lo suficiente llana y limpia como para poder pasar la noche sin incomodidades.
Se acomodaron cerca de un viejo roble y abrazados se durmieron.
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Con un lastimero y profundo sollozo Cohal despertó.
- Tranquila cariño, sólo ha sido una pesadilla - Susurraba Clovir mientras la acunaba en su regazo.
Cohal lloró y lloró. Lloró todo lo que no había llorado hasta entonces. La imagen de su aterrorizada madre la perseguía al igual que la de su poblado en llamas y los gritos de su gente. Aquellos horribles orcos habían sembrado el pánico.
Aún no comprendía cómo había logrado escapar y más embarazadísima como se encontraba. Se palpó el vientre y notó una fuerte patada del feto. Cohal sonrió y aquello pareció calmarla, aún así y a pesar de los constantes mimos de Clovir, no logró conciliar el sueño.
Pero cuando el sueño iba ganado la batalla, unos fuertes dolores en el bajo vientre la despertaron con brusquedad. Cohal se incorporó rápidamente observando, no sin sentir cierto temor, cómo un líquido amarillento y turbio humedecía la hierba sobre la cual se encontraba postrada. Al momento continuaron las contracciones.
Debido a los gritos emitidos por su compañera, Clovir se despertó y comprobó horrorizado que Cohal había roto aguas.
- Tranquila y respira hondo - Decía tratando de calmarla aunque más bien era él quien necesitaba tranquilizarse, ya que nervioso e ignorante, no sabía qué hacer.
Separó las piernas de Cohal y asomó la cabeza por la entrepierna. La vagina, dilatada por el próximo alumbramiento, indicaba que el bebé estaba preparado para nacer.
Por fortuna el parto fue rápido y limpio. El bebé nació sin dificultades y en pocos minutos su llanto se unía potentemente al resto de los sonidos autóctonos del lugar.
Clovir cortó el cordón umbilical con la pequeña y manejable daga y se lo entregó a la feliz y radiante mamá. Cohal tomó a su hijo en brazos y por primera vez olvidó todo lo acontecido en esos últimos días y toda la maldad existente en el mundo. Percibió el frágil cuerpecito de su hijo, sintió el calor de su contacto y no pudo evitar emocionarse al notar la pequeña boquita succionar su inflamado pezón.
Y feliz los observaba Clovir, que anodadado por tan conmovedora estampa, permaneció así horas.
El resto del día transcurrió con normalidad. Clovir cazó un par de liebres, recolecto frutas y cogió variados y ricos frutos.
Cohal, en cambio, no se alejó apenas del viejo roble y no separó de su cuerpo la pequeña y adorable criatura de su ser. No podía dejar de observarlo y le costaba horrores apartar sus ojos de aquella carita arrugada y a su parecer, la más hermosa del mundo.
Clovir sabía que lo que iba a decir a continuación iba a romper el encanto de aquella escena pero debía proponérselo.
- Cohal, he pensado en algo que podría ayudarnos - Comentó para llamar la atención de su compañera que no apartaba la vista de su hijo. Pero Cohal, que a pesar de su ensimismamiento, parte de su alma continuaba en este mundo, alzó el rostro y lo miró expectante. Clovir decidió continuar - A unas horas de aquí creo conocer la existencia de un poblado élfico. Un poblado amigo que nos ayudarán y acogerán.
- ¿A cuanto se encuentra de aquí? - Quiso saber Cohal sin dejar denotar su preocupación.
- No lo sé con exactitud pero creo que a no más de siete u ocho horas. Podríamos partir mañana...
- ¿Podríamos? - Repitió Cohal en tono lacónico - No Clovir, yo no puedo, el bebé no puede... es un viaje largo y nos arriesgamos a que nos descubran. Clovir ve tu solo y regresa con ayuda, será lo mejor para todos.
- ¡No! - Exclamó el aludido - No, no me iré sin vosotros...
- Clovir es lo más lógico - Intentaba convencerle Cohal en un tono meloso - Aquí estamos seguros, además eres joven, fuerte y audaz, podrás despistarlos sin problemas. Pero viajar con una mujer y un bebé recién nacido... - Suspiró - no te creará más que problemas, entiéndelo... sé cuidarme...
- Pero Cohal... yo... - Las palabras se negaron a salir de su boca.
- Shshshshs... - Cohal posó su dedo índice sobre sus labios y cariñosamente le mandó callar.
Finalmente Clovir dio su brazo a torcer pero a regañadientes. Por precaución inspeccionó todo el bosque asegurándose de que ningún animal peligroso habitaba allí. La colmó de alimento y le ofreció su abrigada capa para que el húmedo frío no llegara a rozar siquiera la piel de Cohal o de su hijo.
Tras deliberarlo concienzudamente, decidieron que Clovir partiría al amanecer de manera que a la mañana siguiente pudiera presentarse con la ayuda.
Aquella noche durmieron más abrazados que nunca y aunque no pudieren hacer el amor, se abandonaron al placer de las más placenteras caricias.
Cuando el brillante sol nacía en el anaranjado cielo, Clovir partió.
Se despidió afectuosamente de su hijo, al que aún no había puesto nombre y después de Cohal. Tomando su rostro entre sus manos, la observó durante largo tiempo. Quería recordar y grabar en su memoria cada trazo de su cara, cada peca, cada detalle y cada rasgo de su tez. Quería que la imagen y el recuerdo de ella quedase en sus retinas. Sabía que no iba a ser más de un día pero el temor de regresar y no encontrarlos no abandonaba su corazón.
Cohal también lo escrutaba y aunque trató de evitarlo, sendos lagrimones resbalaron por sus mejillas. Y Clovir percibió en su clara mirada el mismo temor. Y aunque trataba de convencerse de que nada le ocurriría y de que mañana volvería a verlo, algo en su interior le decía que sería la última vez que lo viera, la última vez que sus ojos la mirarían y sus labios la sonreirían y la última vez que disfrutaría de su compañía.
Aún así, besó sus cálidos labios e impotente, lo vio marchar. Cuando Clovir comenzaba a perderse entre la extensa vegetación, se giró y le dedicó una hermosa y afectuosa sonrisa. A continuación fue tragado por el bosque.
Entonces Cohal fue víctima de un inesperado y efímero ataque de pánico. La reacción de su cuerpo fue la de temblar y sudar. Sintió ganas de gritar su nombre, gritar que no la dejara sola en indefensa. Pero su voz parecía negarse a brotar de su garganta. El bebé percibiendo la rigidez del cuerpo de su madre, comenzó a llorar. Rápidamente Cohal lo meció con mano experta y logró silenciar aquel llanto.
Pero a continuación se produjo un cambio radical en Cohal. Dejó de temblar y sus glándulas sudoríparas frenaron la segregación de sudor. Su corazón comenzó a latir a ritmo normal y una extraña paz y sopor la invadió. No sería la primera vez que se quedaba sola en un bosque; de niña mientras acompañaba a las mujeres de su poblado a recolectar frutos se perdió. No la encontrarían hasta la mañana siguiente. Al principio recuerda que sintió temor pero no tardó en sentirse protegida. Entre ellos surgió una extraña conexión: Cohal cuidaba de él y el bosque parecía protegerla.
Sin embargo el reciente momento pánico que había sufrido, no se debía a ella, no, temía por la vida de Clovir. "¿Y si no regresaba?, ¿Y si lo descubrían y lo asesinaban como a mucho otros?" Sólo pensarlo se estremeció de la cabeza a los pies y sus ojos se nublaron. ¡¡Qué idea tan espantosa!! Clovir además de compañero era un gran amigo. De hecho de niños no se separaban, siempre eran compañeros de juegos. Hasta que la pubertad cambió su visión y sus sentimientos hacia él. Lo que comenzó con una infantil y fuerte amistad, terminó, en puro y verdadero amor.
Cohal no tenía más de dieciséis años pero el año que llevaba junto a Clovir había sido el mejor de su vida. Sonrió al pensar en los jóvenes que eran y la larga vida que les esperaba. Aún así, en su corta vida había sido testigo y víctima de la terrible rivalidad entre dos pueblos, una rivalidad, que como era de preveer, terminó en sangre.
Agitando la cabeza con brusquedad se obligó a apartar aquellos pensamientos de su mente. Sus ojos resbalaron en su hijo, que dormido plácidamente, descansaba sobre su regazo. " La vida era hermosa a pesar de todo " - pensó.
Rozaba el anochecer cuando Cohal regresaba del fino río que había descubierto en el bosque. Se había refrescado y había bañado a su hijo.
Cuando llegó al viejo roble y se sentó, se sintió extremadamente cansada. Era como si una gran cantidad de años se le vinieran encima en un momento. La verdad es que desde que había dado a luz notaba su cuerpo más debilitado y se agotaba con facilidad. Sin embargo no le dio mayor importancia, la liebre que iba a comerse de un momento a otro, le devolvería la salud y la fuerza.
Pero se equivocaba. A medida que transcurría la noche, se sentía más cansada y relajada. Un profundo y pesado la invadió acompañado de una extraña y desconocida sensación de frío húmedo y penetrante. Cohal notó cómo por cada poro de su piel penetraba aquella agradable sensación. Porque era suave y dulce. Cohal adivinó de qué se trataba pero inexplicablemente no le preocupó, es más, le agradó, sólo quería cerrar los ojos y dejarse arrastrar. Y como si se preparara para el viaje final, estrechó fuertemente a su hijo entre su pecho y con un último suspiro, expiró.
El bebé incómodo y prieto como estaba, rompió a llorar. Su llanto era lo único que rompía el silencio y la magia de aquella noche pero súbita y repentinamente se interrumpió. Caprichosa y concienzudamente, la muerte robó también el alma cándida e inocente de aquel niño, un alma que no había conocido más vida que el suave y cálido contacto de su madre.
Y así, fuertemente abrazados como consecuencia al rigor mortis, los halló Clovir a la mañana siguiente. Había conseguido toparse con el poblado y los elfos había aceptado su petición de ayuda. Por suerte la relación entre los elfos y los humanos era buena. Cinco elfos con caballos le habían acompañado en busca de su mujer e hijo.
Un profundo y desgarrador gritó rugió de su garganta y en amargos sollozos se abrazó a los cuerpos de Cohal y su hijo. Lloró tanto que con cada lágrima que afloraba de sus ojos, resbala en pequeñas cantidades sus ganas de vivir. De tal forma que agotado de tanto dolor, apenas pudo levantarse del suelo.
El grupo de elfos compadeciéndose de su dolor, optaron por regalarle aquella dolorosa despedida e intimidad con su familia.
Pero cuando al atardecer regresaron al lugar, no se sorprendieron de lo que vieron sus ojos. Clovir, abrazado a los cuerpos inertes de su familia, yacía inmóvil sobre el verde manto. No era necesario comprobarlo para darse cuenta de que Clovir había muerto. La pena había sido veneno suficiente para romper en mil pedazos el corazón y el alma de aquel joven.
Los elfos, como un poblado sensible y amable que eran, les dieron sepultura según sus tradiciones. Como sus almas habían sido robadas y absorbidas por capricho del bosque, no dudaron en enterrarlos allí. Un discreto montículo de tierra era lo único que indicaba el lugar sobre el cual descansarían para siempre sus cuerpos.
Supersticiosos, no tardaron en abandonar aquel bosque al que jamás regresarían y al que bautizarían como "El bosque roba almas".