1. El sueño de Pippin
apareció ante él un muro de piedra oscura, atravesado por un arco sombrío parecido a una gran puerta. Le pareció a Frodo que lo llevaban por el aire y vio entonces que la pared era un círculo de lomas que encerraban una planicie;
en el centro se elevaba un pináculo de piedra, semejante a una torre, pero no hecha con las manos. En la cima había una forma humana. La luna subió y durante un momento pareció estar suspendida sobre la cabeza de la figura, reflejándose en los cabellos blancos, movidos por el viento. De la planicie en tinieblas se levantó un clamor de voces feroces y el aullido de muchos lobos. De pronto una sombra, como grandes alas, pasó delante de la luna. La figura alzó los brazos y del bastón que tenía en la mano brotó una luz. Un águila enorme bajó entonces del cielo y se llevó a la figura. Las voces gimieron y los lobos aullaron. Hubo un ruido como si soplara un viento huracanado y con él llegó el sonido de unos cascos que galopaban, galopaban, galopaban desde el este. "¡Los Jinetes Negros!", pensó Frodo despertando y con el golpeteo de los cascos resonándole aún en la cabeza. Se preguntó si tendría alguna vez el coraje de dejar la seguridad de esos muros de piedra. Se quedó quieto, escuchando todavía, pero todo estaba en silencio ahora y al fin se volvió y se durmió otra vez, o se perdió en un sueño que no le dejó ningún recuerdo." (J.R.R. Tolkien, El Señor de los Anillos, "En Casa de Tom Bombadil")
Un grito rompió el silencio en los aposentos de la torre de Minas Tirith, que a esas horas de la noche se hallaba sumida en una oscuridad aún mayor que la que ya desde días atrás se cernía sobre todo el país. En una cama, el hobbit Peregrin Tuk había despertado sobresaltado de una angustiosa pesadilla, temblando, y respiraba como si hubiera corrido varias millas. Pensó exageradamente, con su mente inocente, que si era posible morir de miedo, él iba a pasar a los anales de la historia por haber sido el primero en hacerlo. Jamás había experimentado un terror semejante, ni un solo día, ni desde que partiera hace casi un año de la Comarca con sus primos Frodo y Merry y el joven y leal Samsagaz. Pues sin saberlo anteriormente y burlado por el cruel destino, Frodo tenía en sus manos el Anillo Único, forjado por el Señor Oscuro, y se le había encomendado la misión de destruirlo en el único lugar en que esto era posible. Y desde que habían partido, perseguidos por los sicarios de Sauron, los espectros del Anillo, y habían recorrido millas y millas pasando por Rivendel, conociendo a sus compañeros y forjado la Compañía del Anillo; desde entonces, no recordaba tener tanto miedo como en ese momento, a oscuras en una habitación que estaba a millas de su hogar, iluminado por la tenue luz de unas velas, y con un silencio mortal y frío y una inquietud tan densas flotando en el ambiente, que parecían entrar por cada poro de su piel.
Poco a poco, las cosas empezaron a ordenarse en su confusa mente. Hace dos días que había llegado con Gandalf, cabalgando como en el viento, montados en el noble caballo Sombragrís. Pues días antes, vencido por su curiosidad, había tomado la extraña piedra que Gandalf llevaba consigo, y la había mirado, y se había hundido en abismos de oscuridad y fuego, "como esas misteriosas palabras he oído en mi sueño..." pensó; "Abismos... luz y oscuridad..."
Aún temblando de pies a cabeza, Pippin corrió la cortina de la cama, pero no había nadie más en la habitación. Esa noche fría y silenciosa se había dormido apenas alcanzó la cama tras una guardia nocturna. Estaba agotado, al límite de sus fuerzas, pues aquello era demasiado diferente a la vida de un hobbit. Y se durmió, y soñó. Vio oscuridad y vacío, y enormes fuegos ardientes; todo era veneno y muerte y una enorme sombra cubría la Luna. En medio del terror y la oscuridad oyó una voz, y las palabras acudieron de nuevo a su mente, claras como si aún estuviera sumido entre ellas.
La oscuridad ha de llegar,
y ante ella el mundo perecerá.
El destino dependerá de un pueblo olvidado,
que no conoce la guerra ni la maldad.
Imprescindible entre la oscuridad será
el coraje de un corazón inocente;
el mediano que llegó desde las aguas
y avivó tus memorias olvidadas.
Ante el poder de la luz que aún brilla
en medio de la oscuridad y el terror,
su valor salvará al moribundo
de las llamas de la locura y la muerte.
El fuego un ojo tendrá
y ante él, el vacío cruzará;
y entre abismos de fuego y maldad
el mal le atraerá y le verá.
Siete estrellas blancas portará
entre azabache y plata;
y en la pérdida y la desesperación,
hallará el valor oculto en su corazón.
Entre luz y oscuridad luchará,
y en la negra oscuridad se encuentra su destino;
la hazaña con su vida pagará
sin el Hijo de la Roca y la Piedra del Elfo...
Y hubo un enorme terremoto, o eso le pareció, pues la tierra entera temblaba y temblaba con un estruendo, y a lo lejos, como si hubiera miles de ejércitos, resonaban unos tambores de guerra, cada vez más fuerte y más cerca, y un grito escalofriante cortó el aire. Entonces despertó, gritando, y con el golpeteo de aquellos tambores aún resonando en su cabeza, y le pareció seguir sintiéndolos hasta que se dio cuenta de que eran los latidos de su propio corazón.
Sintiendo un escalofrío, se arrebujó como pudo en la manta, soltando un jadeo. Aquellas palabras de su sueño; no era la primera vez que las oía, y sin embargo, no sabía dónde las había escuchado antes. Tantas cosas se agolpaban en su mente, que no podía ordenarlas ni si quiera para descubrir quién las había dicho, o si las había oído en algún momento, durante su viaje. Quizá fue en Rivendel, o en Lothlorien, pues pese a lo poco que sabía de Elfos, le había llegado de repente la idea de que parecía una profecía dicha por ellos.
Suspiró profundamente, con las manos fuertemente apretadas sobre el pecho, como si intentara calmar sus violentos latidos. Y de repente le sobrevino otro recuerdo, y oyó unas palabras lejanas, perdidas en su mente.
El corazón de un hobbit es algo muy complejo.
Rebosa alegría y deseos de vivir. Pero muy ocultos,
también valor y perseverancia, y algunas veces odio,
además de siempre amor. Y sólo confiando en lo que
tu corazón te diga, podrás enfrentarte a tu destino...
Pippin notó que se quedaba sin aliento. Se dio cuenta enseguida de la procedencia de las palabras, y le invadió tal vértigo que creyó que iba a desmayarse. Hacía mucho tiempo que no la recordaba; la bella doncella Elfo, de ojos verdes como el bosque y pelo negro y brillante como la noche, aquella en cuyas manos dejó su vida hacía ya mucho tiempo. Y la había olvidado. Tal y como ella le había dicho; "me olvidarás", pero esas palabras parecían perdidas, postergadas, como si las hubiera oído en sueños y una sola vez. Y así había sido. Aquellas palabras procedían de ella, pues se las había dicho antes de marcharse para siempre, y aún tenían el sonido dulce de su voz; "y sólo cuando llegue el momento, las entenderás..."
Sentado en silencio, a solas con su propio terror, pensó una y otra vez en las palabras del sueño; ¿hablaban esas palabras sobre él? "El fuego un ojo tendrá y ante él, el vacío cruzará; y entre abismos de fuego y maldad el mal le atraerá y le verá..." Entonces comprendió lo que querían decir, pues a través del Palantir había visto esos abismos, y el gran Ojo de fuego le había visto, y había posado su mirada en él. Pero el resto de las palabras no lograba entenderlas, ni estaba seguro de querer hacerlo. Mas una de ellas se repetía más que todas las demás: "destino..."
- Bella Dama... Mi Señora... -susurró con la voz estrangulada- ¿Mi destino?...
¿Cuál es mi destino? ¿Mi destino es estar aquí?
Preguntas, demasiadas preguntas, que se arremolinaban en su mente cansada y asustada. En ese momento, se abrió la puerta. Pippin se sobresaltó. Era maese Beregond, que le observaba desde la puerta iluminando la estancia con una antorcha. Con la poca luz que obtuvo con ella y las velas vio que el hobbit parecía asustado, y su rostro estaba perlado de sudor.
- ¿Maese Peregrin? ¿Te encuentras bien? He oído un grito y estoy seguro de que procedía de aquí.
- Sí, no te preocupes... Solo ha sido un sueño -respondió el hobbit.
- ¿Todo bien?
Pippin asintió nerviosamente, y tras forzar una sonrisa cerró los ojos mientras se pasaba la mano por el espeso pelo rizado. Beregond le dedicó una sonrisa, aunque esta fue preocupada, pero prefirió no preguntar y se marchó. El aturdido hobbit se quedó largo rato mirando a la puerta. Beregond era miembro de la guardia, al igual que él mismo lo era ahora, y desde hacía apenas dos días era su principal guía y consejero, y su hijo Bergil, el único amigo que tenía. Porque desde que había llegado montado en Sombragris hace dos días, Pippin estaba solo.
Había jurado lealtad al Senescal Denethor, Señor de Minas Tirith, el que fuera padre de Boromir, quien perdiera la vida en una emboscada cuando la comunidad salió de Lothlorien, intentando salvarle a él y a Merry del ataque de los temibles Uruk Hai. Pero de nada había servido ese sacrificio, pues Boromir había muerto, y ellos habían sido raptados y arrastrados decenas y decenas de millas por una estirpe de orcos. Todos los acontecimientos se agolpaban aún más en su mente, y en lo que habían sido días pero parecían años, habían huído de los orcos, habían sido compañeros de los legendarios Ents, habían ayudado a derrotar a Saruman, y a destruir su dominio sobre Isengard. Y cuando todo eso acabó, cometió la imprudencia de mirar dentro del Palantir, una de las legendarias piedras videntes, y ahora estaba en Minas Tirith, y estaba solo.
Y allí en el salón del Señor de Minas Tirith, hace dos días, habían hablado sobre el valor de su hijo, y sobre el destino de la ciudad y de todo el país. Y una sombra oscura había cubierto el corazón de Pippin desde entonces, pues estaba asustado, atado por obligación y lealtad al Senescal, y, sobre todo, estaba solo.
Y casi diez años después de que ocurriera, sentado en aquella cama, un recuerdo le atenazaba. El de la bella doncella elfo, que le había salvado la vida y, sin quererlo, había forjado su futuro.
Gandalf daba un rodeo por la ciudad, expectante, mirando a donde sus ojos intuían peligro. Todo estaba demasiado tranquilo. Y eso en realidad, no le tranquilizaba. A las puertas de la torre encontró un hombre, alto y robusto, vestido con la librea de la torre, y que miraba al horizonte con ojos profundos.
- Buenas noches, Mithrandir, Peregrino Gris -dijo el hombre con voz altiva, y una profunda reverencia.
- Buenas, aún dentro de lo que cabe, maese Beregond, pues la sombra y la noche eternas siguen extendiéndose -dijo Gandalf- ¿El mediano Peregrin está descansando?
- Sí, terminó su guardia hace unas horas -respondió Beregond-. No parecía el mismo cuando se fue a la cama. Supongo que no está acostumbrado a esto -añadió con una tierna sonrisa- Es un joven increíble, qué raza tan curiosa...
- Demasiado duro para un hobbit como él, pero corren tiempos funestos para todos -dijo el mago.
Se hizo un silencio. A lo lejos, se oyó el graznido de un cuervo, antes de que un silencio casi mortal lo cubriera todo de nuevo.
- Espero que no le pase nada al joven Peregrin -dijo Beregond de repente.
- ¿Por qué dices eso? -preguntó el mago.
- Antes le oí gritar. Creo que fue una pesadilla -subió la mirada, hasta encontrarse con los profundos ojos del mago- Está asustado. Y mucho.
Gandalf suspiró.
- Claro que está asustado. Yo también lo estoy.
Y desapareció en la noche.
Esperando que ojalá no hubiera despertado a nadie con su grito, Pippin bajó de la cama. Las piernas todavía le temblaban, pero al menos ya podía respirar con normalidad. Se atavió con sus ropas de la guardia, y en silencio cogió una antorcha, abrió la puerta (tuvo que ponerse de puntillas para alcanzar el pestillo) y salió. El silencio y la oscuridad cubrían lo que le parecieron millas y millas de largo pasadizo. Algunos guardias le saludaban al verle, y el inclinaba la cabeza sin apenas darse cuenta. Estaba perdido en sus pensamientos, tanto, "que si me hubiera saludado un orco también le habría hecho una reverencia", pensó más tarde. Y sin darse cuenta, llegó a la entrada, y allí vio a Beregond, y admiró su altivez de hombre de Gondor. El guardia se fijó en él.
- Maese Peregrin... ¿qué haces aquí?
- No podía dormir -respondió sin más, y se sentó a su lado- Espero que no te importe que haga guardia contigo.
Beregond no respondió, pues el tono de preocupación que notó en la voz del hobbit le dejó sin habla. Vio que Pippin se arropaba con la capa, y luego sus ojos castaños y brillantes se perdieron en el vacío.Se hizo el silencio.
- ¿Alguna vez has tenido una premonición? -preguntó de repente Pippin- Ya sabes, un sueño premonitorio, o un augurio también les llaman...
- Muchas veces... -dijo Beregond- O al menos he creído tenerlos. El miedo es nuestro peor enemigo, querido hobbit. La mente nos engaña cuando soñamos con oscuridad en tiempos en donde esta lo domina todo. Pero son muy pocos los que realmente los han tenido, y que estos sean reales, no sé si me explico.
Se hizo un leve silencio. Sólo el viento silbaba al pasar entre sus yelmos.
- Creo que he tenido uno -dijo Pippin, y se estremeció pensando en sus palabras; "abismos de oscuridad y muerte"-. Para mí es la primera vez. Puede que fuera un simple sueño, pero... Algo me dice que no es así. ¡Ay! Quíen me iba a decir a mí que algún día abandonaría mi querida Comarca, y me vería en medio de esta mortal espera teniendo augurios como si fuera un elfo.
Beregond no pudo evitar reír ante la inocencia del hobbit. Se agachó junto a él y le puso las manos en los hombros.
- Escucha, mi buen amigo. Todos tenemos miedo, lo que tendría que preocuparnos realmente es no tenerlo. Pero no podemos dejar que ese miedo nos atenace de tal forma que nos impida luchar -notó que un escalofrío recorría el cuerpo del mediano-. Yo lo supe hace mucho tiempo. Debo luchar por mi pueblo. Y tú por el tuyo, y en estos momentos lo haces a través del nuestro. Puedes alcanzar la gloria o la muerte, pero para ambos finales el camino es el mismo. No es fácil, pero está en tus manos. Harás grandes cosas, pequeño hobbit.
Pippin suspiró. Los abismos de la oscuridad volvieron a cubrir su mente y su corazón.
- Creo que iré a despejarme un poco por la ciudad. No puedo dormir...
Dedicó una sonrisa sincera, aunque forzada, a Beregond, y bajó las escaleras. El hombre de Gondor vio como sus ropas de azabache y plata se perdían en la noche.