Pocos inviernos se recordaron tan duros como el llamado Invierno Cruel de 2911, y muy pocas epidemias constan en la memoria de ser como la Gran Peste de 1636, que aunque no azotó con su mano mortal las tierras de los Medianos, si produjo grandes pérdidas en ellas. Cuando las dos cosas van unidas, se pone a prueba el valor de un pueblo, y de dos de sus humildes habitantes, y eso es lo que esta historia quiere contar.
1. Juegos bajo la lluvia.
Ese invierno de 1304, según los cómputos de la Comarca, sería un invierno muy frío, decían los mayores, y no se equivocaban. Mucha lluvia cayó en esos días y noches de octubre, y grandes diques se levantaron para evitar que el río se desbordara e inundara las prósperas tierras de la Comarca. El otoño se marcharía pronto, y la cosecha debía recogerse o ponerse a salvo. Las aves emigraban y ya apenas se acercaban animales a la Comarca.
Una tarde, como cada día, dos jóvenes hobbits salieron de correrías por los alrededores, pese a la advertencia de que la lluvia no tardaría en volver. Aprovechando un breve regreso de la luz y el calor del Sol, salieron a jugar al campo, fresco y húmedo por la lluvia derramada. Y estos eran Peregrin Tuk (al que todos llamaban Pippin), el único hijo varón del Thain, que contaba tan solo con seis añitos;y el otro era Merry, llamado Meriadoc, hijo del Señor de los Gamos, que contaba con catorce primaveras.
- ¡Tened cuidado! Puede volver a llover, llevad al menos vuestras capas... -les habían advertido sus padres, que se encontraban todos juntos con amigos y familiares en los Smials y preparaban para dentro de unos días una pequeña fiesta por el cumpleaños de Perla, la hermana mayor de Pippin. Y así se despidieron y salieron al campo, corriendo y riendo.
Se sabe lo activo que puede llegar a ser un niño hobbit, pero en el caso del pequeño Peregrin era hablar demasiado. El pequeño reía, jugaba y saltaba tanto, salpicando todo de agua, que a su primo mayor le costaba cada vez más intentar retenerlo. Ya casi sin aliento, corrió tras él y le agarró por el chaleco.
- ¡Pippin, pequeño travieso! No saltes tanto en los charcos, que te vas a enfriar los pies...
Pese a que a veces era el hobbit más travieso del mundo, Merry quería con locura al pequeño Pippin. Adoraba sobre todo sus perspicaces observaciones, y sus energías parecían no agotarse jamás. Pippin y él eran primos carnales, pues la hermana del Thain, Esmeralda Tuk, era su madre.
Ya estaba anocheciendo cuando volvió a llover, y si cabe, con más fuerza. Sorprendidos por la lluvia, los hobbits, en vez de refugiarse, sonrieron mirando al cielo, y dejaron que las heladas gotas de agua les cayeran en sus bonachones rostros. ¡Qué caracter el de los Tuk y los Brandigamo! Aún unos chiquillos, traviesos e irresponsables, unidos por la sangre y la amistad, no hicieron advertencia a las nubes negras y al viento frío, y retozaron y jugaron bajo la lluvia. Merry olvidó completamente la advertencia de los mayores, pues por una vez, y aunque en realidad aún era solo un niño, volvía a sentirse como si tuviera seis años. Pero pronto se cansaron, jadeantes y calados hasta los huesos, y aún riendo se dejaron caer sobre un charco. El silencio reinó cuando sus risas se apagaron, y solo podían oir la lluvia caer y el atronador sonido de sus corazones palpitantes. Cuando entonces, la clara voz de Pippin habló.
- Primo Merry, tengo frío.
Y estornudó.
Tras toda una tarde de juegos y correrías, los dos hobbits, ateridos pero alegres, partieron rumbo a casa, ante la reprimenda de sus familias, ¡desde luego!, así como estaban bien podrían haber cogido una pulmonía triple, como decía el viejo Ferumbras Tuk. Eglantina Tuk, la madre de Pippin, enseguida le cambió las ropas empapadas, mientras que Merry volvió a su hogar lo más rápido que pudo y allí hizo lo mismo. Estaba tan agotado, que se durmió de inmediato.
Mientras tanto, en Bolsón Cerrado, el viejo Hamfast Gamyi y su hijo, Samsagaz, que por entonces era muy joven (pues solo contaba con diecicéis años), descansaban tras una larga jornada en el jardín, y mientras el viejo jardinero fumaba en pipa, hablaban con Bilbo Bolsón a la luz de la luna. Frodo se encontraba con ellos (por aquel entonces, el joven Bolsón contaba con 28 años), y junto a Bilbo había enseñado a Samsagaz, un joven curioso y de corazón noble, todo lo relacionado con la lectura y la escritira, y en esos momentos el joven aprendiz de jardinero se encontraba inmerso en uno de los manuscritos del señor Bolsón.
- Este invierno será duro -dijo Hamfast-. Y lo peor es que la equinácea aún no ha empezado a florecer. ¡Espero que no se demore! Ya nos salvó hace algunos años de los Males del Invierno...
Los hobbits apreciaban mucho el cultivo de plantas, y la equinácea estaba en boca de todos los jardineros por sus propiedades, pues siendo una flor bella y aromática, curaba los enfriamientos y las fiebres, y era la más buscada cuando un invierno especialmente duro se convertía en un hervidero de estornudos y fiebres.
- Creo que deberíamos marcharnos ya... -anunció Hamfast- ¡Se me caen los párpados de sueño! Y creo que al joven Samsagaz también... -rió cuando vio al hobbit dando cabezadas sobre el libro.
- ¡Oh! Se me olvidaba, una buena noticia -dijo de repente Bilbo- Es Gandalf, va a venir, o al menos eso me aseguró.
Y dieron las buenas noches al viejo Bilbo, bajando la colina, mientras que en los Smials de los Tuk, la señora Eglantina intentaba controlar al pequeño huracán que tenía por hijo.
- Anda, ven aquí, pequeño travieso, ¡cómo te pareces a tu padre! -decía la mujer del Thain mientras secaba el pelo alborotado de su hijo, y enseguida le metió en la cama, abrigándole bien.
- Mamá... ¿mañana puedo ir con el viejo Merry a casa del tío Bilbo? -preguntó, con los ojuelos castaños brillando de emoción- Nos va a contar las aventuras que tuvo cuando desapareció, se fue con los enanos, y cómo luchaba con dragones y monstruos...
- ¡Qué imaginación tienes! -rió ella- El viejo Bilbo nunca luchó con un monstruo.
Y le dio un beso y se marchó. Esa noche, Pippin soñó que llovía tanto que toda la Comarca se convertía en una gran bañera llena de agua, y un gran dragón lo sobrevolaba todo con su aliento de fuego.
2. Fiebre y cuentos de dragones.
Algunas tardes, al calor de la hoguera de su salón en Bolsón Cerrado, el viejo Bilbo Bolsón contaba muchas de sus aventuras a pequeños hobbits de la Comarca. Pues años atrás, Bilbo había partido con doce enanos y el viejo mago Gandalf el Gris, a una gran aventura en busca de un enorme tesoro, y había conocido elfos, y encontrado cara a cara con el último de los dragones, el gran Smaug el Terrible. En ese círculo de ojos curiosos que se sentaba a su alrededor, se encontraban, entre otros, Pippin, los pequeños Bolger, familia muy unida a los Bolsón; algún que otro Tuk más; los pequeños hobbits de otras familias cercanas, como los Corneta y los Cavada, y la pequeña Lily, la hija de los primos de Bilbo, Hugo y Celidonia Bolsón. Y entre los no tan niños estaban Merry y Samsagaz, que adoraba más que nadie las historias del viejo aventurero sobre elfos, enanos y tesoros. También Frodo estaba con ellos cada tarde, pues vivía con su tío hacía ya más de diez años, historia que merece ser contada en otra ocasión.
- Y entonces, me perdí en la oscuridad, pero vi que no estaba solo... -contaba Bilbo, ante los grititos de admiración y las curiosas miradas de los pequeños- Y allí estaba, rodeado de tesoros, el dragón más grande que jamás hubiera imaginado...
De repente, un estornudo interrumpió al viejo hobbit, y todos se giraron hacia el pequeño Pippin. El hobbit no dijo nada, pero con su mirada pareció disculparse. Frodo sonrió divertido.
El viejo Bilbo prosiguió en su historia, y más de una vez el pequeño Tuk le interrumpió con estornudos y golpes de tos ocasionales. Cuando ya Frodo le empezaba a mirar extrañado y Merry preocupado, la historia llegó al feroz ataque de Smaug a Esgaroth, y entonces Pippin se levantó emocionado (era su parte favorita de la historia, y tambíen la de Samsagaz) y empezó a dar blandazos al aire con una espada hecha con un bastón en pleno derroche de imaginación.
- ¡Ven aquí, malvado Smaug!... -gritó- ¡Soy el viejo Bilbo, el gran cazador de dragones!
Y como fulminado por una fatiga que no entendió, cayó sentado al suelo, tosiendo, y ante la cara de asombro de los demás, Bilbo se acercó a él y lo levantó con una dulce y reconfortante sonrisa.
- Uy, me parece a mí que el viejo Bilbo está algo malito para cazar dragones... -le dijo mientras le quitaba el pequeño bastón de la mano con delicadeza.
Con la preocupación casi convertida en angustia, Merry se acercó, seguido por Frodo, y en ese momento Bilbo se sentaba con Pippin en las rodillas. El hobbit vio que estaba sudoroso y jadeante, y poniendo una mano en su cabecita, torció la boca en un gesto de preocupación.
- ¿Pippin? ¿Estás bien? -preguntaba Merry nerviosamente, tocando su cuerpecito e intentando cogerlo en sus brazos, pero Bilbo se levantó.
- Frodo -dijo Bilbo con voz grave- , creo que deberías llevarle a casa, le arde la frente...
Y tendió en brazos de Frodo al pequeño hobbit, y luego le envolvió con su propia capa.
- ¡Pero yo quiero oir el final de la historia!... -se quejó Pippin entre toses y carraspeos.
- ¡Ahora no, mi pequeño sobrino! -le dijo- Ya te la sabes de memoria, pero óyeme, ahora tienes que descansar mucho, ¿de acuerdo? Iré a verte y te la terminaré de contar, te lo prometo.
Bilbo les acompañó hasta la puerta. Ya había anochecido, y muchos de los hobbits se estaban marchando, mientras que otros observaban con curiosidad tras las piernas del viejo Bolsón. Envolviendo bien a Pippin en la capa, Frodo partió a la Alforzada. Y Merry le seguía y estaba asustado, y temió que el incidente de la lluvia tuviera que ver en todo eso.
El camino a los Smials no fue muy largo, pero sí lleno de sobresaltos, ya que la lluvia amenazaba con volver, y la noche era fría y húmeda. Frodo llevaba a Pippin en brazos como podía, envuelto en la abrigada capa del viejo Bilbo, para que el pequeño no se enfriara los pies en la tierra mojada. Merry le seguía el paso a Frodo casi sin aliento, pues el joven sobrino de Bilbo parecía correr más que caminar.
- ¡Frodo, parece que tengas ruedas en lugar de pies!... -resoplaba.
Y en brazos de Frodo, el pequeño hobbit estaba tan agotado que no pataleó intentando bajarse.
- Primo Frodo... -dijo con voz apagada- Me arde la carita...
- ¡Ay, por todos los cielos, está ardiendo! -se lamentaba Merry caminando a su lado- ¡Espero que se reponga pronto! O nos ganaremos una buena reprimenda por lo de ayer...
- No te preocupes, querido primo, pues seguro que una noche de descanso y de infusiones calientes es todo lo que necesita -dijo Frodo, y en sus brazos, Pippin se había quedado como dormido.
Cuando por fin alcanzaron la morada de los Tuk, El enfado de los mayores fue el más recordado nunca por Merry, y Frodo les miraba aturdido e intentaba calmar las cosas. Cuando por fin las aguas volvieron a su cauce, Merry y Frodo fueron a donde descansaba el pequeño Pippin, a quien su hermana mayor, Perla, daba una infusión de hierbas a pequeños sorbos. Frodo se despidió de él dándole un beso en la frente, y al notar su calor se sintió preocupado; no creo que esto se le pase tan pronto como creía, pensó. Y pese a sus protestas, ya que quería quedarse al lado de su pequeño primo, Merry tuvo que volver a casa. El joven Brandigamo se sentía culpable del estado de Pippin, y no quería moverse de su lado hasta que viera desaparecer aquel color rosado de sus mejillas.
- No te preocupes, primito. Volveré mañana desde que salga el sol, y vas a ver como vas a estar mucho mejor -le dijo acariciando sus manitas.
Pero Pippin no estuvo mejor a la mañana siguiente. Se despertó asustado de una terrible pesadilla que después no pudo recordar, tiritando de frío. Cuando Merry llegó, le encontró temblando y arropado casi por completo, y la niñera cuidaba de él. El joven Brandigamo se acercó a la cama asustado, con el corazón queriéndosele salir. Entonces oyó que el pequeño hobbit enfermo le llamaba, pero la voz que oyó era tan diferente, que la angustia se le clavó en medio del pecho.
- Primito Merry, ¿has venido?... -dijo.
- Te prometí que vendría, ¿no, pequeño pícaro? -le dijo sonriendo, y cogió sus manos, que notó heladas como la nieve.
En ese momento, la señora Tuk entró en la habitación, y se fijó en Merry, y él vio que en su cara se mezclaban el miedo y el rencor con la clemencia, y entonces, llorando, la abrazó.
- Yo no quería... No quería que le pasara esto... Sólo queríamos jugar... No soporto verle así...
- No ha sido culpa tuya, querido sobrino... Por favor, deja de llorar -dijo ella.
Y Merry secó sus lágrimas, pero un escalofrío le recorrió la espalda cuando notó una resignación y un resentimiento ocultos en las palabras de la mujer del Thain.
Mandaron traer a uno de los hobbits más dados en curación de la Comarca, pero todo lo que pudo decir no era muy diferente a lo que ya le estaban haciendo: abrigarle bien e infusiones de hierbas para bajar la fiebre. Y también él lamentó la poca prisa que plantas medicinales como la equinacea estaban dándose en aparecer. Entrado el mediodía, Bilbo llegó de visita con Frodo, justo cuando el viejo curandero se marchaba.
- Es este maldito invierno -dijo- No será el primero que enferma. ¡Ay! Espero que este invierno veamos las equináceas florecer.
Bilbo se acercó al pequeño hobbit, que sonrió al verle, y pidió con voz apagada y débil que acabara de contarle la historia que habían dejado a medias. El viejo Bolsón le contó el final de la historia que tanto deseaba oír, pese a las caras de desaprobación de los familiares más escépticos. Pippin se durmió, y desde ese momento, se sumergió en un sueño ligero y febril durante el resto del día. Todo el que entraba en la habitación salía con la tez pálida y una expresión de preocupación tan marcada, que cualquiera se temía lo peor. Y Merry no se movía de su lado, sintiendo que la culpa lo devoraba por dentro con cada gemido y carraspeo de su pequeño primo.
Esa noche era muy fría. Llovía en toda la Comarca, mientras que en las zonas más altas amenazaba con nevar, y pese a estar refugiados en el calor de un agujero hobbit, todos temblaban de frío, y el pequeño Peregrin lo hacía de fiebre. Bilbo se quedó toda la noche en la Alforzada, y junto a sus parientes y niñeras, cuidó de Pippin bajándole la fiebre con paños fríos, y le reconfortaba con caldos calientes. Pero nada parecía surtir efecto, y el pequeño hobbit tiritaba, y hablaba de dragones y monstruos en su delirio. Entonces Bilbo miró a sus preocupados sobrinos y primos.
- Gandalf vendrá mañana -dijo- Vendré con él por aquí, y seguro que podrá hacer algo.
Y en Hobbiton, Hamfast Gamyi estornudó, y su hijo vio que tenía fiebre.