El Invierno de la Equinácea

Aquí tenemos los cuatro primeros capítulos de una nueva novela corta (que según su autora no tendrá más de 8 capítulos) de nuestra amiga Lily. La idea para esta novela surgió a partir de un recuerdo que tuvo Merry en uno de los capítulos de Corazón de Hobbit... y pasó a ser algo completamente diferente, siendo los protagonistas Bilbo y Frodo... Seguro que os gusta, ;)

3. La visita de Gandalf

 Gandalf llegó a la Comarca temprano a la mañana siguiente, en una mañana en que llovía con fuerza y una densa niebla fría cubría todo. Sin apenas darle explicaciones, Bilbo le condujo de inmediato hasta la Alforzada, y Frodo iba con ellos; aunque por el camino, cubiertos por sus capas y luchando contra la lluvia, pudieron explicarle lo que estaba ocurriendo. Si se hubieran quedado unos momentos más en Bolsón Cerrado, habrían visto que Hamfast Gamyi, quien el día anterior se durmió con fiebre, ahora se encontraba peor, y el joven Samsagaz y una de sus hermanas le cuidaban. Pero no era el único; esa mañana, el pequeño Pippin también había empeorado, pues la fiebre alta le había dejado sin sentido, y estaba sumido en un sueño tan profundo que parecía casi un augurio de muerte. Sus hermanas y sus padres no se separaban de su lado, y hasta Merry había pasado allí la noche tras quedarse dormido al lado de la cama, cogiendo la mano de su primo enfermo.
 Pippin acababa de dormirse de nuevo cuando Gandalf llegó con los Bolsón. Toda una comitiva de hobbits enterados por quién sabe qué segundas les esperaba a la entrada de los Smials. Las tres hermanas de Pippin también estaban allí, y Pimpinela, la mediana, portaba una bolsita de hierbas medicinales que acababa de traer de la casa del viejo hobbit que el día anterior había examinado a Pippin, Togo Cavada. Algunos de los presentes se apartaron ante el mago altivo, de nariz ganchuda y ojos profundos, con miedo o con respeto, pero las pequeñas hobbits no se sintieron temerosas. La más pequeña, Pervinca, se aferró a la capa del viejo mago, y su vocecita rompió el tenso silencio.
 - Por favor, señor... cure a mi hermanito...
 Entonces Gandalf el Gris se acercó a la cama, sentándose con cuidado al lado del pequeño bulto tembloroso y arropado que era el pequeño Pippin, quien abrió los ojos pero no reaccionó. Le miró un momento con sus ojos profundos,  y después los clavó en los ojos castaños y febriles del hobbit, como si intentara ver a través de ellos. Posó su mano en la frente sudorosa, cubriéndola por completo dado su pequeño tamaño, y con la otra buscó en el pecho los latidos del corazón. El semblante del mago era serio y absorto, y por unos instantes pareció tan pálido y enfermo como el del hobbit. Entonces cogió sus pequeñas manos, y apretándolas entre las suyas murmuró unas palabras apresuradas en una lengua que nadie entendió. Luego volvió a acariciar la frente del pequeño, que cerró los ojos y durmió, y Gandalf se dirigió a los hobbits que le miraban expectantes.
 - Es uno de esos males del invierno... -dijo, y sonrió con bondad- Arde de fiebre, pero no debéis preocuparos, no es nada que haga peligrar su vida, pues con buenos cuidados mejorará pronto. 
Pero si tomase cierta hierba, su estado mejoraría raudo, y sin peligro alguno de recaída ni complicaciones.  
 - Ya se sabe, estos niños... De nada enferman y dan un buen susto, y al día siguiente ya están saltando otra vez...  -dijo Bilbo sonriendo con alivio.
 - Mi señora Eglantina... -dijo la voz de la niñera.
 - ¿Qué ocurre, Hanna? -dijo ella, y se giró.
 Se alarmó un instante cuando vio que su hija Pervinca, la más pequeña de todas, estaba en brazos de la niñera, y esta tenía una mano en la frente de la pequeña.
 - Creo que la pequeña Pervinca tiene fiebre, señora...
 La madre corrió hacia ella y la cogió en sus brazos, y el resto de los presentes enmudeció.
- ¿Mi hermanita también está malita?... -logró decir Pippin sin apenas abrir los ojos, antes de sumirse de nuevo en un sueño ligero y oscuro; su voz sonó entrecortada y ronca, ya que tenía la nariz completamente cerrada y apenas podía respirar bien, y la niñera se apresuró en preparar las cataplasmas de menta y hierbas que el viejo Togo les había prescrito. Hanna la niñera también caería enferma aquella noche, tras un día entero cuidando de los dos hermanos.
 - Es lo que temía...
 La voz de Gandalf rompió el tenso silencio, y algunos se sobresaltaron.
 - Esto parece el comienzo de una epidemia... -dijo Bilbo, con voz apagada, pero lo suficientemente alto para que todos le oyeran- Por eso el viejo Hamfast estaba tosiendo anoche. Y ahora tambíen la pequeña Pervinca...
 Frodo pidió permiso, y se dirigó rapidamente a Bolsón Cerrado a comprobar el estado de los Gamyi, y luego contaría que allí se encontró con que tanto el señor Gamyi como una de sus hijas ardían en fiebre.
 - El viejo Togo dijo algo de las equináceas -dijo Bilbo-. ¿Qué opinas, viejo amigo?
 Gandalf se quedó pensativo un instante.
 - Sí, no hay duda de que esa planta sería la mejor solución -explicó- Ha salvado a muchos pueblos de las epidemias y pestes a lo largo de los tiempos. Y es la indicada en este tipo de dolencias, pues su naturaleza acaba con las fiebres y los males, y además las previene.
 - El problema es que este año no ha crecido en la Comarca -explicó Bilbo-. Ya se retrasa, y como siga así no podremos cultivarla. Y tan solo necesitamos una planta, o puede que un par, que nos den semillas suficientes...
 Gandalf suspiró.
 - Sólo están creciendo en una zona. Al Oeste de aquí. En los bosques de Ered Luin y las montañas Azules.
 - ¿Allá, en los Puertos Grises?
 Bilbo parecía asustado, pero en sus ojos se adivinaba un deseo casi nostálgico.
 - Sí, mi viejo amigo -dijo Gandalf-; en la última parada de los elfos que se marchan...
 Muchos de los hobbits presentes ahogaron un grito de asombro, mientras que los más curiosos abrieron mucho los ojos. Si Samsagaz hubiera estado allí y no cuidando de su padre y su hermana, probablemente hubiera enmudecido de emoción.
- Yo iré, partiré enseguida y buscaré esa planta -dijo Bilbo con una sonrisa, pues la misión había despertado un gran deseo de caminante en su corazón aventurero- Y mi querido sobrino irá conmigo, pues estoy seguro de que se mostrará encantado.
Gandalf sonrió.
- Tus deseos de ver elfos y de vivir aventuras no cambian, mi viejo amigo, desde que hiciste aquel viaje. Vas a un lugar lleno de historia... -añadió- Pero aún así debéis andar cautelosos, pues corren tiempos extraños por esos lugares y muchos otros...
De repente el pequeño Pippin se despertó en medio de un ataque de tos, y los que de él cuidaban se sobresaltaron. Rápidamente la niñera le hizo beber la medicina a pequeños sorbos y pronto empezó a respirar, aunque con roncos jadeos. La pequeña Pervinca no paraba de toser, y su madre la llevó rápidamente a descansar a la cama de al lado.
Sumido en algún sueño febril, Pippin gimió. Bilbo acarició el pelo del pequeño hobbit enfermo, y luego se separó de la cama y fue hacia Gandalf.
 - Mi viejo Gandalf, si vinieras con nosotros, probablemente nos ahorraríamos muchos caminos erróneos, pese a que conozco bien esos senderos... -comenzó a decir Bilbo.
 - ¡No! -dijo Gandalf-, no puedo quedarme, pues otros asuntos me reclaman. Pero volveré pronto para ver como sigue el pequeño Tuk, y algo me dice que no será el único que visitaré en un lecho. Parte pronto, Bilbo, y lleva a Frodo contigo si así lo deseas. Sin demora. Cuanto antes vayáis, antes volveréis, como siempre se ha dicho. ¡Y cuidáos mucho!
 Así Gandalf abandonó la casa de La Alforzada, y Merry, arrodillado al lado de la cama, aún con el rostro mojado por las lágrimas y los ojos enrojecidos, le miró, y sintió que un profundo respeto y una gran admiración invadían su corazón.


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