El Invierno de la Equinácea
4. Comienza el viaje.
Bilbo y Frodo partieron al día siguiente, dispuestos a cumplir la pequeña pero importante misión que se habían encomendado. Pero antes de encaminarse hacia el oeste, siguiendo el Camino del Este hacia Cavada Grande, pasaron por Tukburgo en La Alforzada, que esa mañana estaba extrañamente silenciosa, como envuelta en una fría niebla de miedo y soledad. El hobbit que les abrió la puerta principal cuando tocaron, vaciló un momento, pero finalmente les dio la bienvenida y les dejó paso. Luego estornudó.
Cuando Bilbo y Frodo entraron al hogar de los Tuk, vieron que ahora no sólo yacían el pequeño Pippin y su hermana en cama, ardiendo en fiebre y envueltos en mantas, sino que también la niñera, y tres miembros más de la familia, habían enfermado. Ya eran varias las habitaciones en donde muchos temían entrar. La habitación estaba iluminada tan solo por la ténue y triste luz de las velas, pues el Sol aún no había asomado del todo por entre las montañas. La señora Eglantina se había dormido en una mecedora, entre sus dos pequeños hijos, y llevaba un libro en el regazo. Merry, como si de una estatua se tratase, aún continuaba allí, al lado del pequeño Pippin, agarrando su mano, dormido; pero abrió los ojos al notar la presencia de los Bolsón en la habitación.
- Merry... -dijo Frodo- Mi querido primo, ¿aún estás aquí?
- Ay, primo Frodo -se lamentó Merry-. No puedo dejarle. Ha sido mi culpa, por mi culpa está así, y me quedaré con él hasta que cure de este mal. Y no me importa si al final yo también caigo. Todos aquí están cayendo como moscas... -y señaló a su tía Eglantina- Antes estornudó. No creo que tarde mucho.
- Merry -comenzó Frodo-, deberías volver a Los Gamos, sólo para ver cómo se encuentran allí tus familiares. Creo que este mal se está extendiendo. Casi todos los Gamyi han enfermado ya, excepto Samsagaz; este chico debe de estar hecho de hierro, realmente -sonrió admirado- Y otras tres familias han caído en Hobbiton. No tardará en enfermar toda la Comarca, así que debo partir ya, con Bilbo, en busca de esa planta que podría evitar males mayores. Aunque el mal ya está hecho, al menos podemos evitar perder vidas innecesariamente. Será un invierno duro.
Merry suspiró. Luego acarició las manos de su pequeño primo, que sumido en sueños profundos aunque tranquilos, no despertó.
- Pippin está mejor -dijo, esperanzado- Anoche no tuvo pesadillas, ni delirios. Seguro que se pondrá bien pronto. Pero por favor, primo, no tardeís en encontrar las equináceas. Antes de que todos enfermemos. Antes, la prima Rosa apareció gritando asustada porque pensaba que su hijo se moría. Hacemos lo que podemos, pero ninguna de las hierbas que usamos parecen surtir un efecto mayor que el de esa planta. ¡Suerte, mis queridos primos! Y espero que Gandalf no tarde en volver...
Se despidieron de Merry, y al salir, vieron que ya no había nadie a la puerta de la mansión de grandes túneles.
Ya era completamente de día cuando los Bolsón alcanzaron el Camino del Este. Sólo habían podido agenciarse un pony, así que se turnaban, y en ocasiones iba Frodo montado y Bilbo a pie, y a veces era el revés, aunque Frodo solía ir a pie llevando el pony y Bilbo montandolo, pues Frodo era consciente de que el viejo Bolsón ya tenía sus años. Sin embargo, Frodo nunca dejaba de sorprenderse de la gran vitalidad de su tío, que pese a sus recién cumplidos ciento seis años se conservaba como si tuviera menos de sesenta, y a veces acababa él incluso más cansado con sus ventiocho.
Ningún hobbit encontraron por el camino (que se les hizo realmente muy corto); la noticia de la epidemia se había extendido tanto como la misma, y muchos se resguardaban en sus agujeros, temerosos, o los pocos que salían apenas se movían de las inmediaciones. Aun así, los dos Bolsón, familia ya no tan respetada desde el incidente de Bilbo y Smaug el Dorado y todos los tesoros encontrados, notaron muchas miradas curiosas clavadas en ellos mientras, avanzando por el camino del Este, se dirigían a por la salvación que hubieran de procurar cara a un mal invierno para su pueblo.
Llevaban ya varias millas cuando, de repente, un estremecedor aullido cortó el aire, y el pony (que en esta ocasión llevaba Frodo), presa del pánico, se encabritó relinchando. Bilbo se agarró a él como pudo, mientras Frodo notaba que se le ponía la piel de gallina ante el aullido que habían oido. Pues se trataba del aullido de un lobo, posiblemente hambriento, y algo le decía que no estaba solo. Bilbo, mientras con una mano se agarraba al pony, pegándose contra él, metía en el bolsillo de su chaleco la otra, y de repente una extraña calma acudió a su rostro. Frodo logró calmar al pony con agradables caricias, y los tres se quedaron muy quietos, como aguardando; tan solo los fuertes latidos de sus corazones delataban su miedo. Entonces miró a Bilbo, y le vio sumido en ese extraño trance.
- ¿Tio Bilbo?... ¿Qué...?
Mas no puedo continuar porque, de repente, unos feroces ladridos le cortaron la respiración, y el pony dio tal respingo que acabó tirando a los hobbits al suelo. Frodo se dio un golpe tan fuerte que pareció perder durante unos brevísimos instantes la noción de todo. Cuando se levantó, aturdido, solo pudo pensar, "¡Bilbo!" Pero cuando miró, el viejo hobbit no estaba, tan solo quedaba el pony, que relinchaba y daba patadas, muy asustado. Entonces Frodo vio lo que llevaba temiendo los últimos minutos: tres enormes lobos, hambrientos, sucios, y de cuyas bocas goteaba una saliva espesa y abundante.
Frodo sabía que no debía tener miedo, pues sería peor, pero era algo imposible de controlar cuando tres hambrientos lobos El pony relinchó, y estuvo a punto de aplastarle. Entre el miedo y el dolor, Frodo se acurrucó contra un árbol, medio aturdido, e intentó gritar pidiendo ayuda, pero sólo pudo esbozar un gemido de terror.
- ¡Tío Bilbo! -gritó finalmente.
Entonces ocurrió algo imposible. Las fieras aullaron, pero de dolor, y Frodo vio enre brumas cómo unas piedras volaban, caían contra ellos, en la cabeza y en la espalda, y los lobos se encogían de dolor. Frodo no vio a nadie tirarlas, y durante unos instantes le pareció oir la voz de Bilbo que gritaba: "¡Marchaos!", pero le pareció que deliraba, y siguió acurrucado contra el árbol, envuelto en la capa y en un terror oscuro y frío. Pronto vio que los lobos retrocedían. Era como si una extraña fuerza les estuviera amedrentando, y tras algunos gemidos más, los tres lobos huyeron tras una larga vacilación, con el rabo entre las piernas, gruñendo, como si, pese a su hambre y rabia, se vieran obligados a marcharse. Y entonces Frodo vio a Bilbo, y de no ser por lo aturdido que estaba hubiera creído que le vio aparecer de repente.
- ¡Frodo, muchacho! ¿Estás bien? -exclamó el viejo hobbit mientras le levantaba del suelo.
Frodo se incorporó, dolorido pero entero, gracias al cielo.
- Me entró el pánico, lo siento mucho, hijo... - comenzó Bilbo; el hobbit parecía profundamente arrepentido, pero Frodo sintió al oírle una extraña sensación, como de incredulidad- Ya estoy demasiado mayor para ciertas cosas... Lo siento tanto, han estado a punto de matarte...
- Exacto, tío Bilbo, esos lobos venían a matarnos -dijo Frodo- No les importa qué comer con tal de hacerlo, y dos hobbits y un pony les parecieron un bocado exquisito... Lo que no entiendo es por qué se han marchado así de repente.
- Quizá hasta los animales mismos saben que al entrar aquí encontrarán enfermedad... -dijo Bilbo; por su tono de voz, parecía que hubiera planeado la respuesta. Entonces suspiró y se quedó en silencio, y de pronto a Frodo le pareció que cargaba por primera vez con los años que tenía-. Las cosas se ponen bastante feas, querido sobrino... El invierno se acerca.
Pasado el susto y sin pedir ni dar más explicaciones, los dos encontraron al pony, y marcharon de nuevo, pero una extraña inquetud seguía presente en el corazón de Frodo, que ya dudaba de sí mismo y de lo que había visto.