Historia de la Dama Blanca (Libro II)
Nuestra amiga Elanta, por diversos problemas no ha podido enviar hasta hace poco los cinco nuevos capítulos de su novela acerca de Galadriel, la Dama Blanca. Para facilitar su lectura, los hemos publicado por separado, en este libro 2, y esperamos que os gusten tanto como los anteriores :-)

34. El Concilio de Imladris

Los árboles se mecían al ritmo del viento, susurrando canciones en su lenguaje secreto. Los nuevos brotes saludaban al sol, mientras las hojas doradas del año anterior caían cual lluvia de oro en el reino de Laurelindórean.

- Escuchad la canción del bosque, de los años que pasan, el llanto del Pueblo exiliado; niños abandonados por los Poderes del Oeste, vagabundos de la Tierra Media, grandes príncipes elfos que un día cayeron en desgracia; escuchad mi lamento por aquellos que sucumbieron a la sombra, por aquellos que amaron y fueron pagados con la muerte, por quien jamás rindió su corazón; ¡oh!, ¡escuchad mi canción!-.

Desde su puesto de guardia, Haldir volvió su rostro a aquella triste y hermosa voz. Galadriel había regresado al bosque con su hija tras expulsar a Sauron de Eriador, desde entonces los elfos de Eryn Galen y Lórinand se habían convertido en centinelas del Señor Oscuro; alrededor de ochenta años de vigilancia, compartida también con los númenóreanos que habían construido fortalezas y puertos en todas las costas bajo el auspicio de su rey Tar-Minastir, y ahora regían los destinos de muchos hombres de Endor y atesoraban poder y riquezas. Mucho tiempo para un hombre mortal, poco para las vidas inmortales de los elfos.

Ahora volvían a escucharse rumores de que Sauron ultimaba preparativos, que sus bestias volvían a proliferar y los hombres del Este seguían venerándole con más fuerza que antes. Aunque el temor a Númenor y su alianza con los elfos de Gil-galad y Círdan evitaban que se lanzase a un nuevo ataque.

Haldir vio a Galadriel descender ágilmente del talan para reunirse con su esposo. Seguramente había reunión en Cerin Celebyrn, algo tramaba la reina y pronto lo daría a conocer a sus súbditos.

Los señores elfos y los Señores de los Claros empezaban a reunirse bajo el palio tendido entre árboles plateados. Galadriel, oculta junto a Celeborn, los observaba a medida que entraban en la sencilla estancia. Una vez estuvieron todos presentes, los reyes de Lórinand entraron y ocuparon sus asientos.

- Mi esposo y yo os abandonaremos en breve, debemos acudir a Imladris antes de la noche del Solsticio – anunció la Dama Blanca – Ha sido convocado un Concilio al que debemos asistir los reyes elfos -.
- Durante la guerra en Eriador permanecí en Lórinand porque el peligro era demasiado grande para el bosque, ahora que disfrutamos de esta tregua en nuestro conflicto contra el Señor Oscuro acompañaré a mi señora al Norte – continuó Celeborn – Amdír quedará como regente y los demás habréis de facilitarle ayuda y consejo -.

Poco más quedó por decir entonces. Los reyes ofrecieron algunos consejos a los Señores de los Claros y estos desearon un buen viaje a sus gobernantes antes de volver a sus ocupaciones; los tiempos turbulentos, bajo la amenaza constante de una guerra, los mantenían muy atareados.

Sólo una elfa aguardó bajo el palio junto a los reyes, Celebrían.

- ¿Cuándo partiremos? – preguntó con aire grave.
- Mañana – sonrió su madre.

La princesa abandonó la estancia despacio, y echó a correr hacia sus aposentos en cuanto nadie pudo verla.

- Me duele tenerles separados – comentó Galadriel, entrelazando su mano con la de su esposo.
- Permite que se quede en Imladris entonces – dijo Celeborn.
- No he terminado su instrucción, Celebrían aún ha de aprender algunas cosas más antes de ser digna de su nombre -.
- Ella no es como tú, no tiene ni tu poder ni desea tenerlo, es muy parecida a Elwing, disfruta con los pequeños detalles de la vida y no quiere otra cosa que permanecer junto a Elrond – se llevó a los labios la mano de Galadriel – Dejemos que la “Reina de Plata” escoja la felicidad a su manera -.

Galadriel asintió. Si retenía a su hija en Lórinand conseguiría nublar su corazón, como el de un pajarillo en una jaula de oro.

Una pequeña escolta acompañó a la familia real en su viaje. Remontaron el Anduin al abrigo de las Nubladas y los bosques, y cruzaron el Paso Alto para llegar al valle élfico.

El que fuera un campamento ahora se había convertido en una pequeña población, una inmensa casa en la que se entrecruzaban habitaciones y patios, jardines y galerías. Tras cruzar el Puente, la comitiva fue recibida por los guardianes de oscuras capas grises que les condujeron hasta el primer patio.

- Mae govannen, Bienvenidos a la Casa de Elrond – saludó alegremente Glorfindel.
- El señor Elrond nos honra al enviarnos al Señor de la Flor Dorada como recibimiento – respondió Galadriel - ¿Han llegado los demás? -.
- Sois los primeros, heri ilrahtala vanesseva -. (Señora de inalcanzable belleza).

Celebrían rió, divertida ante la actitud entre respetuosa y jovial del noldo.

- Mi linda princesa, ¿os burláis de mí? – protestó Glorfindel.
- Eso nunca, mi señor – replicó sonriente – Sois un bardo consumado -.
- Entonces será un honor para este humilde bardo guiaros hasta vuestras habitaciones para que descanséis –.

Siguieron al rubio elda al interior de la Casa.

Tras descansar y ponerse ropajes más cómodos que los del viaje, fueron conducidos hasta un cenador cubierto de enredaderas donde aguardaba Elrond.

- Espero que todo esté a vuestro gusto, si necesitáis algo en las habitaciones sólo pedidlo – dijo el medioelfo, una vez sentados y en compañía de un refrigerio.
- Descuida, son unas hermosas estancias – sonrió Galadriel.
- ¿Cómo está la situación en Lórinand? -.
- Disfrutamos de paz, pero una sombra oscurece los corazones de los galadhrim – dijo Celeborn – Sabemos que tarde o temprano Sauron volverá a alzarse en Mordor -.
- Caballeros, esos temas se tratarán durante el Concilio, relajémonos y disfrutemos de este apacible refugio entre montañas – intervino Galadriel – Este cenador me resulta familiar, Elrond -.
- Lo mandé construir según los recuerdos que guardaba de la terraza de mi casa en Sirion, una pequeña concesión al pasado que se ha ido y no volverá – explicó él con una nota de melancolía en la voz y esbozó una sonrisa – Bajo las parras cargadas de uvas os conocí hace siglos, tantos siglos -.
- Un niño que quería ser un sabio y otro que quería ser un guerrero – evocó la dama.
- ¿Cuántos años teníais cuando conocisteis a mi madre? – inquirió Celebrían, curiosa.
- Unos cinco – respondió él, divertido.
- ¿Cómo era de niño? – preguntó la princesa, esta vez a su madre.
- Adorable, silencioso y curioso, un pequeño fisgón -.

Elrond rió al recordar la anécdota a la que hacía mención Galadriel.

- Fui hasta su habitación en mitad de la noche para que me explicara qué era una piedra con la luz de la luna que mi madre tenía en un collar lleno de joyas – dijo el medioelfo – Elros y yo habíamos visto el Silmaril que guardaba mi madre y yo quería saber qué era exactamente esa cosa tan bonita que, sin embargo, daba tanto miedo a mi familia -.

Transcurrió la mañana y la comida entre buenos recuerdos y risas. Celebrían disfrutó mucho, pues hacía tiempo que su madre no se veía tan alegre, no desde que contempló la ruina de Acebeda.

- Quiero ir a verlas, ha de ser un espectáculo precioso -.

Elrond había mencionado las cataratas del Bruinen e inmediatamente tuvo a la princesa de cabellos plateados suplicando por una breve excursión.

- Llevadla o la tendréis dando vueltas a vuestro alrededor hasta que lo consiga – aconsejó Celeborn, jovial.
- Sí, recuerdo como se comportaba de pequeña – replicó Elrond.
- He crecido – protestó ella, molesta.
- Pero no has cambiado – señaló el medioelfo al tiempo que se levantaba – Con vuestro permiso, mis señores, guiaré a vuestra hija hasta las cascadas -.
- Tomaos el tiempo que queráis, el resto del Concilio no llegará hasta dentro de una semana-. El señor de Rivendel sintió el roce burlón de la mente de Galadriel.
- Vamos -.

Celebrían le agarró de la mano y arrastró al medioelfo sin contemplaciones.

 A duras penas, Elrond consiguió detener a la princesa para coger un par de capas. Después tomaron el camino que remontaba el Bruinen, siempre subiendo, hacia las cataratas.

- Es un lugar muy hermoso – dijo Celebrían, contemplando la Casa y sus jardines silvestres desde la distancia – Mi madre dice que le recuerda mucho a... -.
- ¿A qué? – interrogó el medioelfo.
- Nada, a veces hablo demasiado. Iba a hacer un comentario que os pondría triste -.

El señor del Valle sonrió.

- Los Puertos de Sirion; he creado mi nuevo hogar a semejanza de aquel en que viví de niño, no sólo el cenador en que nos encontrábamos, cada habitación, cada pasillo de esta Casa tiene para mí un significado especial – su sonrisa se amplió – Cómo veis no me he muerto al explicároslo -.

- Te extrañe mucho, quería venir a visitarte y ver todas esas cosas que me contabas en tus cartas, pero mis padres creían que era demasiado peligroso –.
- Y tienen razón, el viaje que habéis realizado es arriesgado -.
- No tanto, sólo resultó un poco farragoso el cruce del Paso Alto por las tribus de trasgos; a mí madre le bastó una simple demostración de su poder para que ninguna alimaña más se cruzara en nuestro camino -.

Las carcajadas de Elrond la sobresaltaron, pocas veces demostraba de forma tan abierta sus sentimientos.

- Por mucho que digas, mi querida Celebrían, no has cambiado un ápice desde que te conozco -.
- Eso no es cierto – protestó ella.
- ¿Por qué tanto empeño en que has cambiado? – preguntó el medioelfo.
- Por nada -.

Celebrían avanzó a paso rápido por el sendero. Los árboles se fueron volviendo ralos, la hierba y las rocas cubiertas de musgo se entremezclaban con robles y enebros. El rumor del agua empezó a crecer en intensidad, hasta convertirse en un ensordecedor fragor.

- ¡Ah, qué maravilla! – exclamó al contemplar el espectáculo de los Saltos del Bruinen precipitándose sobre el lago y formando arco iris a la luz del sol.
- Es una de las cosas que hacen tan especial este valle – dijo Elrond.
- No sé como permití que me prohibieseis salir del campamento la primera vez que estuve aquí, esto es sobrecogedor -. La princesa se arrodilló en la orilla y se asomó a las frías aguas. – Me recuerda a las historias que Thrurin me contó sobre el Kheled-zâram y como Durin se vio reflejado con la corona de Siete Estrellas -.

Elrond la observaba, feliz por disfrutar de su compañía después de tantos años. Su partida de Imladris fue tan precipitada que apenas habían podido despedirse o decirse nada cuando él regresó de la guerra, algo inquietaba a Galadriel esos días y nadie se atrevió a intentar hacer frente a su ira. Ahora Celebrían volvía a estar junto a él, aunque fuese por poco tiempo.

Celebrían se levantó ayudada por la solicita mano que Elrond le tendió y que ella no soltó, sus límpidos ojos clavados en los de él.

- ¿Aún conservas mi regalo? – preguntó risueña.
- Siempre lo llevo conmigo – dijo él, y le mostró la estrella que colgaba de su cuello.
- Me alegro, te dará suerte -.
- Has vuelto a Imladris, esa es la única suerte que he deseado durante estos últimos años -.

Las mejillas de Celebrían se tiñeron de rojo y bajó la cabeza, azorada. Elrond la tomó delicadamente de la barbilla y le alzó el rostro, y le sonrió con sus prístinos ojos y con los labios que besaron los suyos.

- La sombra del Señor Oscuro aún pende sobre los Pueblos Libres, presiento que la guerra estallará pronto y habré de guiar a mi gente – murmuró el medioelfo – Antes que eso ocurra quería haceros una petición -.
- Decidme -.
- ¿Querría la princesa Celebrían ser mi esposa cuando todo esto acabe? -.

Ella le abrazó, llorando y riendo.

- Sí, mi señor elfo, me uniré a ti cuando Sauron sea derrotado, aunque mi corazón me dice que será dentro de mucho tiempo -.
 
En los días siguientes fueron llegando a Imladris las comitivas de Eryn Galen, Númenor y Lindon. Una vez todos estuvieron reunidos en uno de los patios porticados dio comienzo el Concilio.

- Bienvenidos amigos míos – comenzó Elrond – Este Concilio se convocó para que todos los enemigos de Sauron nos encontremos unidos y preparados cuando el Señor Oscuro decida volver a atacar; ahora cedo la palabra a la reina de Lórinand, la persona que realmente nos ha hecho reunirnos aquí hoy -.
- Señores Elfos y Señores Edain – la Dama Blanca se incorporó de su asiento y paseó su mirada de zafiro por la circunferencia que formaban los asistentes - El tiempo pasa rápidamente y tanto nuestro bando como el del Señor Oscuro nos preparamos para una confrontación futura e inevitable, aquí es donde debemos hacer las promesas y planes de ayuda y ataque. Por mi parte, la de los galadhrim de Lórinand, puedo decir que nuestra labor de vigilancia es constante y, aunque pocos, haremos frente al Enemigo como el mayor de los ejércitos -.
- Si vos los dirigís vuestros elfos del Bosque Dorado serán más temibles que cualquier ejército del Mundo Antiguo – sonrió Minastir; sus cabellos más grises que azabache, pero aún fuerte como en su juventud – Como ya prometí cierto día a su majestad Gil-galad, los númenóreanos apoyaremos a los Pueblos que habitan en Endor, nuestra flota de barcos se refuerza día a día y nuestras fortalezas en el continente inspiran tal terror en el Enemigo que tenemos que entrar en los cubiles de sus bestias para encontrarlas y darles muerte -.
- Un día entraréis en una cueva y os daréis de bruces con un dragón, señor Minastir – bromeó el rey de Lindon – En mi reino también estamos preparados, Círdan no ha cesado en su construcción de naves y el ejército se encuentra pertrechado para partir de inmediato, si Sauron intenta dar un solo paso fuera de las Nubladas se encontrará con un serio problema -.
- Eso no es suficiente – fueron las graves palabras de Thranduil, el Rey del Bosque se encontraba arrellanado en su silla jugueteando distraídamente con un borde de su capa verde musgo – El Oeste es libre, oh, sí, felicitémonos por ello; no sé si sois conscientes de la situación que se vive más allá de las Ered Mithrin, por lo menos Eryn Galen y las tierras adyacentes son un constante campo de batalla, orcos, trolls y arañas gigantes son tan comunes como los árboles, así que no me digáis que Sauron tiene problemas porque no es cierto -.
- Lórinand vive dificultades semejantes a las tuyas, Thranduil – replicó Celeborn – Ese es uno de los motivos por los que se ha convocado el Concilio, hacer ver que la victoria está muy lejos de haber sido obtenida -.
- Debemos ser los primeros en asestar el golpe – afirmó Galadriel.
- ¿Proponéis atacar Mordor? – inquirió perplejo uno de los acompañantes de Minastir.
- Exacto, señor Amandur -.
- Altáriel, sopesad lo que estáis sugiriendo – intervino Gil-galad – Es demasiado arriesgado -.
- Más arriesgado aún es permanecer sentados de brazos cruzados esperando a que Sauron avance de nuevo – replicó la reina, cortante – Mientras él tenga el Único toda la Tierra Media se verá amenazada, antes de darnos cuenta tendremos entre manos una guerra eterna -.
- Mi señora, os admiro y respeto, pero no me convenceréis de lanzar a mi gente contra Mordor – dijo Minastir.
- Este es mi consejo, atacar ahora que podemos, de lo contrario... es igual, este es un Concilio, los consejos se ofrecen no se imponen – dijo Galadriel y se sentó con aire sombrío.
- He aprendido desde joven a confiar en tus palabras Galadriel, yo al menos escucharé aquello que sucederá si no seguimos tu recomendación – intervino Eirien, sonriendo.

- No Eirien, estoy cansada de advertir a aquellos que corren hacia un precipicio, que ignoran mi consejo y acaban cayendo al vacío – y no dijo más.

Se hizo un breve receso para descansar y disipar la tensión acumulada. Galadriel buscó soledad entre los robles, y acabó sentada sobre una gruesa raíz contemplando el exuberante paisaje veraniego del valle.

Man tiruva rácina cirya
ondolissë mornë
nu fanyarë rúcina,
anar púrëa tihta
axor ilcalannar
métim´ auressë?
Man cenuva métim´ andúnë?

- ¿Tan horrible es lo que va a suceder? -.

Galadriel se volvió y vio a Eirien acercándose con cuidado para que su vestido, verde como las hojas que la rodeaban, no se enganchase.

- Peor – respondió la reina con amargura.
- Ya has vuelto a mirar en el Espejo, no me gusta nada ese armatoste que te regaló Orrerë -.
- Es útil -.
- Y un pájaro de mal agüero, sólo muestra desgracias -.
- En tú caso no -.
- No estaría yo tan segura – renegó Eirien - ¿Qué cantabas?, no había escuchado antes esa melodía -.
- Era una visión que tuve cuando vi el mar, hace casi ochenta años – explicó, despacio, como si recordar fuese difícil o doloroso – El sol se oscureció y el mar se hundía sobre sí mismo en una terrible explosión de fuego desatado desde los cielos, y de la catástrofe sólo surgía un solitario navío blanco -.
- ¿Qué significa? -.
- Que la maldad de Sauron sigue operando aunque él no se mueva de su escondrijo en Barad-dûr -.
- No prestarán atención a tus advertencias -.
- Lo sé, y me duele pensar lo caro que va a resultarle a algunos de los presentes desoír mis palabras -.

Eirien abrazó a Galadriel, un gesto espontáneo que devolvió la sonrisa a la Dama Blanca durante unos instantes.

- Pase lo que pase recuerda que nunca será culpa tuya, sólo Eru gobierna nuestros designios, ¿de acuerdo? – dijo la reina de Eryn Galen – Tantas preocupaciones acabarán destrozándote y no me gustaría perder a la mejor compañera de cacería que he tenido -.
- A mí tampoco – Galadriel se levantó – Volvamos, el Concilio estará a punto de reanudarse -.

Como era su costumbre, la Dama Blanca permaneció silenciosa, escuchando las discusiones de los asistentes, y sólo intervenía en último extremo.

- No sabemos qué ocurrirá Minastir, compréndenos, Sauron puede atacar dentro de un año o dentro de doscientos y nos preocupa que tu sucesor nos niegue la ayuda -.
- Eso no sucederá, os presento a mi hijo Balkumagan -.

Un hombre joven se incorporó e hizo una somera reverencia.

- Yo también renuevo la promesa hecha por mi padre, ofreceré ayuda incondicional a los Pueblos Libres de Endor en nuestra lucha contra el Enemigo y haré que, en el futuro, mi hijo haga el mismo juramento – dijo con voz altiva y firme - ¿Os satisface eso, señores de los elfos? -.
- Mucho – asintió Galadriel – Confío en vos, más no en el futuro, no juréis por lo que harán vuestros descendientes pues no estará en vuestras manos decidir su destino -.

El dúnadan la miró y se sentó, todo su orgullo desmoronado. Ella sonrió. Celeborn intercambió con Thranduil una mirada de “es incorregible”.

- Bien, mis nobles señores y señoras, hemos discutido, jurado y trazado planes durante tres días – dijo Gil-galad - ¿Alguien desea añadir algo? -.
- ¿Habéis traído los Anillos? – preguntó Galadriel.

Algunos de los presentes se sorprendían cada vez que la dama le preguntaba al rey noldo, cuando por norma ella se saltaba ese procedimiento y accedía a las mentes de los demás para obtener respuestas.

- Sí, nunca me separo de ellos -. Se sacó una cadena de la que pendían las dos joyas.
- No es juicioso que pasees por Endor con dos de los Tres, mi consejo es que entregues uno a alguien de tu absoluta confianza -.

Gil-galad se quitó la cadenilla y soltó el Anillo de Zafiro. Atravesó el círculo y se detuvo frente a Elrond con una sonrisa luminosa.

- Te elijo a ti, mi heraldo, como el Guardián de Vilya -.

El medioelfo se levantó, abrumado.

- Mi señor, no puedo aceptarlo, hay príncipes que merecen tenerlo más que yo –.
- Eres digno de ello Elrond, ahora eres el Señor de Imladris, Guardián de Vilya y un Sabio entre los Quendi – afirmó el rey noldo - ¿Compartís mi criterio, Altáriel? -.
- Yo misma no habría escogido mejor -.
- Acéptalo Elrond, hijo de Eärendil – insistió Ereinion – Es mi deseo que tú, y no otro, seas quien lo guarde -.

Con mano temblorosa, Elrond cogió el Anillo del Aire.

- Gracias, mi señor, me habéis concedido un honor que supera a cualquier otro -.
- También es una pesada carga, pero sé que eres el elfo adecuado -.

Satisfecho, Gil-galad volvió a su asiento. A excepción de los Edain, los asistentes al Concilio sabían que aquel gesto había significado mucho más que la mera entrega de Vilya; en caso que la situación siguiese como hasta el momento, es decir, que Gil-galad muriera sin herederos, Elrond sería quién tomaría la corona como Rey Supremo de los Noldor.

- Naciste para ser rey, ¿por qué tanto miedo? – la voz de Galadriel se abrió paso en el interior del medioelfo.
- Temo al Destino – fue la respuesta de Elrond, al tiempo que apretaba el anillo en su mano – No quiero ser rey, jamás lo he deseado -.
- Pero lo serás Elrond, y tu sabiduría abrirá el camino para la destrucción final de Sauron -.

La Dama Blanca le sonrió alentadora y devolvió su atención al Concilio. Él, sin embargó, siguió mirándola; daba igual de qué humor se encontrase la reina eldarin, siempre mantenía ese gesto de orgullosa superioridad, era hermosa y uno de los seres más poderoso de Endor y ella lo sabía y no se molestaba en ocultárselo a los demás. Ordenaba y deshacía con una palabra o un movimiento de su mano, su sola presencia bastaba para aterrar al más intrépido de los guerreros o hechizar a quien osara mirarla a los ojos. Por ella se habían escrito canciones, creado joyas de poder, los ejércitos se habían rendido a sus pies y más de un señor de los elfos había perdido el juicio, sólo por ella también se habían creado y desmoronado reinos enteros; y había sobrevivido a más catástrofes que ninguno de los reyes elfos, siempre victoriosa, encerrando sus dolor en un rincón en lo profundo de su alma y avanzando sin mirar atrás.

Durante un instante imaginó lo que sucedería si el Anillo Único cayera en manos de semejante dama, y el miedo le atenazó el estómago.

Como si hubiese escuchado sus pensamientos, algo bastante probable, Galadriel se giró hacia él con expresión grave. Elrond vio en sus ojos de zafiro su anhelo, el mayor de los deseos de la reina, el poder absoluto sobre la Tierra Media; no por el placer del poder por el poder, sino el don de controlar los destinos de sus habitantes, proteger a aquellos que lo merecieran y castigar sin compasión a quien se atreviera a infringir las leyes que ella crearía.

- Sería una diosa, eterna como Eä, y mi luz cubriría el mundo de tinieblas -.

El Concilio tocó a su fin y aquellos que se reunieron con viejos amigos sintieron tener que partir. La sorpresa la dieron Celeborn y Galadriel, acompañarían a Gil-galad a Lindon y permanecerían un tiempo con él dejando a Celebrían en Imladris.

- Sigo sin entender el por qué de vuestra decisión – dijo el rey noldo, una vez en camino hacia el Oeste.
- La inactividad en Lórinand me resultaba insoportable; Amdír es un magnifico estratega y sabrá mantener a raya a las bestias de Sauron, los Señores de los Claros se encargarán del resto – respondió Galadriel.
- Algo tramáis, aunque no queráis confesarlo -.
- Es posible, mas no esperes que lo comparta contigo después de ignorar mis consejos durante el Concilio -.
- Altáriel, escuché tus advertencias y las tengo muy presentes, aún recuerdo lo que ocurrió la única vez que desoí tus palabras, allá en los Puertos de Sirion -.
- No es eso lo que has demostrado en Imladris – la dama le miró, enojada – Me preocupo por ti, Ereinion, por eso me ha dolido tu actitud -.
- ¿Qué te han mostrado tus visiones?, ¿acaso perderemos la guerra? -.

El tinte de ironía en la voz del Señor de los Noldor crispó a Galadriel.

- He visto el cielo partirse y vomitar fuego sobre el mar, he visto convulsionarse una hermosa tierra y ser devorada por el Abismo... -. Con una media sonrisa, la dama le ofreció su mano al rey. – Contémplalo tú mismo -.

Dubitativo, Gil-galad cogió la nívea mano y mezcló su poder con el de la Dama Blanca. Abrió los ojos al borde de un acantilado, las olas golpeaban iracundas las rocas, y de repente, con un estruendo igual al que harían todos los truenos que sonaron y sonarían en Arda, el azul del cielo se convirtió en rojo fuego y una ira superior a la de los mismos Valar se desencadenó sobre las aguas. Las olas dejaron de batir y el mar se retiró varios metros de la costa, ante su incrédula mirada el mundo se partió y la Luz de Occidente desapareció, sólo un solitario navío blanco surgió de la tormenta para acabar estrellándose contra la pedregosa orilla, arrojado por el propio mar.

- ¿Man tiruva rácina cirya, ondolissë mornë...?, ¿Man cenuva métim´ andúnë? -.(¿Quién prestará atención a un quebrantado navío, sobre las rocas negras...¿Quién verá la tarde postrera?)

Gil-galad, estremecido por la visión, fue incapaz de dar una respuesta a la reina blanca de los Eldar.



N.de A.: Primero quería disculparme por la tardanza en enviar nuevos capítulos de la historia, la falta de internet y asuntos personales me han tenido aislada. Lo segundo es dar las gracias a todos aquellos que me habéis escrito emails elogiando o criticando (que siempre es más útil) mi historia; siento si hay alguien a quien no he contestado, mi mail se atasca de vez en cuando y me borran mensajes. Disfrutad de la continuación ^^, tenna rato!!!

La estrofa que canta Galadriel pertenece al Poema Markirya:

Man tiruva rácina cirya
(¿Quién prestará atención a un quebrantado navío)
ondolissë mornë
(sobre las rocas negras)
nu fanyarë rúcina,
(bajo cielos rotos,)
anar púrëa tihta
(un sol empañado que oscila)
axor ilcalannar
(sobre huesos relucientes)
métim´ auressë?
(en la última mañana?)
Man cenuva métim´ andúnë?
(¿Quién verá la tarde postrera?)



35. Viviendo junto al mar 

 Se apoyó en el alfeizar del ventanal y aspiró la brisa cargada del sonido y suave aroma a mar. El sol desaparecía en Occidente tiñendo de rojos y naranjas el cielo y las nubes, mientras el insondable Belegaer adquiría un tono azul profundo bordado con la plata de las olas. Las primeras lámparas empezaban a iluminar las calles de la ciudad junto con los cánticos élficos.

- Deberías cambiarte o llegaremos tarde -.

Galadriel sonrió a su esposo, elegantemente ataviado de blanco y gris plata, y se vistió con sus ropajes níveos.

Esa mañana habían llegado a Lindon e instantáneamente el palacio había entrado en un estado de actividad frenética. Todo el mundo deseaba complacer a los poderosos reyes de Lórinand y, por supuesto, al Señor de los Noldor; aunque Gil-galad mantenía su actitud grave y pensativa al margen de aquel bullicio.

Tomados de la mano, recorrieron los pasillos alfombrados que conducían al Salón. Al llegar toda la Corte se inclinó ante ellos y Gil-galad se acercó a recibirles.

- Espero que os gusten las habitaciones -.
- Esa misma frase la pronunció Elrond al vernos en Rivendel – bromeó la dama - ¿Por qué os agobiáis tanto en nuestra presencia?. Vivo feliz en un bosque, en una casa entre las ramas de los mallorns, no preciso mayores lujos que los que tú mismo disfrutas, Ereinion -.

En cuanto los tres reyes tomaron asiento el resto de comensales los imitó, en ese instante los sirvientes trajeron la cena.

La conversación era amena, la comida deliciosa y un pequeño grupo de músicos dulcificaba el ambiente con sus arpas y flautas. Galadriel observaba a los elfos de Lindon con curiosidad, analizando sus actitudes, y le entristeció descubrir el mismo orgullo ciego que anidó en los corazones de sus súbditos de Eregion; estos elfos se creían a salvo de todo mal como lo creyeron los de Ost-in-Edhil. Por supuesto, había excepciones. La Dama Blanca miró al capitán conocido como Vorondil, parecía preocupado, su expresión era un reflejo del propio Gil-galad.

- Vuestra gente parece realmente feliz por vuestro regreso, han organizado una magnifica fiesta en muy poco tiempo – comentó Galadriel.
- Sí, muy cierto – el Señor de los Noldor sonrió brevemente y volvió a sumirse en sus pensamientos.

Intrigada, la dama desplegó su poder y rozó apenas la mente de Ereinion, él estaba tan absorto que no se percató de nada. No eran problemas políticos lo que perturbaban al rey noldo, sino la ausencia de alguien en el Salón.

Poco después de concluir la cena, los asistentes pasaron a una sala contigua para disfrutar de música, cantos y cuentos a la luz de las estrellas que asomaban por los ventanales abiertos al mar.

La felicidad imperante se le contagió a Galadriel; las visiones y las sombras fueron desterradas de su interior por una noche, y unió su hermosa voz a las melodías transportando a los oyentes a los Días de la Primera Edad, o hasta Valinor mismo. Advirtió que Gil-galad abandonaba la estancia al poco de entrar mas prefirió ignorarlo deliberadamente, el rey necesitaba soledad y no a una reina eldarin metomentodo acechándole en los recovecos de su alma.

- ¿Dónde estabas? -.

Celeborn se sentó junto a su esposa y respondió en voz baja, no deseaba molestar al bardo que relataba las hazañas de Fingolfin.

- He ido al Salón en busca de un poco de soledad y he encontrado a un alma desconsolada -.
- Explícate -.
- A una de las doncellas del palacio se le han manchado unas capas que accidentalmente olvidó en el Salón, un magnífico trabajo de bordado que ha debido llevarle semanas, e intuyo que son un regalo para alguien especial -.
- Y quieres que yo haga un pequeño milagro – intervino Galadriel, irónica.
- Nada puede ocultarse a tu penetrante mirada, mi bella y generosa señora – dijo Celeborn en el mismo tono.
- Que se reúna conmigo por la mañana y traiga esas capas -.

El rey sinda tomó las manos de su reina y las besó con amor y gratitud.

El mar. Su dulce ronroneo, su brillo, su aroma. Sintió el viento enredándose en sus cabellos, dorados cual sol líquido, y recordó, debía recordar.

Tomó un puñado de arena y la dejó escaparse entre sus dedos. Esos pequeños granos eran como los años, pasaban fugaces sin que ella pudiera hacer nada por detener el tiempo en los días felices; no podía evitar que el mundo cambiara, envejeciera, y aquellos lugares que amaba murieran.

Sintió unos ojos posados en ella y volvió indolentemente la cabeza. Sonrió a la doncella que aguardaba a unos metros, de pie, azorada, con los brazos sosteniendo cariñosamente unas hermosas telas.

- Es una sorpresa saber quien es la doncella que sufrió el percance con las capas; Arien es tu nombre ¿cierto? -.
- Sí señora, soy Airen, me honra saber que os acordáis de mí -.
- Pocas sanadoras acompañaban a Gil-galad en la guerra hace unos años – con un gesto Galadriel la invitó a acercarse – Mi esposo me habló de tu problema, déjame ver esas manchas -.

La doncella le entregó su pequeño tesoro. Al desplegar la tela Galadriel vio las terribles manchas de vino pero también el precioso bordado en oro sobre blanco y plata sobre azul, esa jovencita era capaz de tejer empleando el antiguo arte de convertir los elementos de Eä en hilo.

- Nieve y sol, mar y estrellas – dijo en un claro tono de elogio – Pocas son las bordadoras que conservan este don, ¿dónde aprendiste? -.
- Pasé algún tiempo entre los exiliados de Gondolin – explicó Arien – La verdad es que no suelo coser habitualmente, soy demasiado inquieta, mi padre dice que mi carácter se asemeja más al de los silvanos que al de los noldor -.
- Observa pues, Avariel -. (hija de los silvanos)

Galadriel subió por el sendero que llevaba a los jardines de palacio, y se detuvo ante una de las fuentes. Despacio, en un movimiento casi reverente, sumergió las capas en el líquido cristalino mientras murmuraba palabras en la Lengua Antigua; cuando se las devolvió a Arien estaban mojadas pero libres de cualquier mácula. La doncella las contempló incrédula para luego estallar en uno de sus conocidos arrebatos, tal fue su entusiasmo que abrazó a la reina eldarin olvidando cualquier recato o modales.

- ¡Hannad le, heril nin! -. (gracias mi señora)
- Fue un placer – rió Galadriel, divertida y complacida con la alegría desbordarte de Arien.
- Quiero pagároslo de algún modo, ¿qué puedo hacer, señora? -.
- Nada -.
- En serio, deseo agradeceros las molestias... ya sé, os serviré mientras permanezcáis en Lindon, he visto que no os ha acompañado ninguna doncella, yo puedo hacer ese trabajo si me lo permitís -.

La Dama Blanca lo pensó un momento y asintió.

- Me agrada tu entusiasmo y acepto gustosa tu ofrecimiento, a partir de hoy serás mi dama de compañía -.
- Voy a guardar las capas en mi habitación y regreso enseguida, pensad que os gustaría hacer, conozco cada recoveco de Forlond -.

Arien se marchó a la carrera, el que no se tropezase con el vestido decía cuan acostumbrada estaba a trotar de un lado a otro.

- Creo que no me aburriré estando en Lindon – se dijo la reina.

Llovía, uno de esos suaves y refrescantes chaparrones de verano. Galadriel leía algunos documentos que Gil-galad le había pedido que revisara, informes de los avances númenóreanos en Endor; pero interiormente reía, consciente de cada movimiento de su compañera. Arien intentaba concentrarse en el libro sin éxito, nunca pensó que ser dama de compañía fuera tan aburrido.

- Señora -.
- Sí, Airen -.
- ¿Es cierto que podéis ver el futuro? -.

Los ojos de zafiro se clavaron en ella arrancándole un escalofrío.

- En ocasiones, por eso estoy en Lindon -.
- No entiendo -.
- Tu adorado monarca presta poca atención a mis consejos de manera que he optado por invadirle su palacio hasta que me escuché, creo que el verme todos los días por los pasillos puede refrescar su memoria e impedir que se olvide de mis palabras – sonrió al tiempo que dejaba los pergaminos sobre la mesa - ¡Adelante Gil-galad, podéis entrar! -.

La puerta se abrió y dejó paso a un desconcertado Ereinion.

- Es realmente extraño que alguien te invite a pasar cuando aún no has llamado a la puerta – comentó cerrando tras de sí - ¿Puedo quedarme y molestaros un poco? -.
- Tú no molestas, Ereinion – dijo la dama – Toma asiento y habla con mi dama de compañía, está tan aburrida que en cualquier momento se quedará dormida sobre ese libro -.

Arien enrojeció.

- No puedo evitarlo, soy demasiado activa – se disculpó.
- Aparte de eso es una acompañante magnífica, se desvive por complacerme – prosiguió Galadriel – No como otros elfos que tengo el honor de conocer -.
- No empecemos con eso Altáriel, sabes que no voy a apoyarte en una guerra contra Mordor – replicó secamente el rey noldo.
- Sólo tómate unos instantes para recordar qué sucedió la última y única vez que desoíste mis consejos -.

El rostro de Gil-galad se ensombreció.

- ¿Qué sucedió? – inquirió Arien.
- Los Puertos de Sirion fueron arrasados – respondió Galadriel.
- ¿Acaso me recordarás eternamente ese error de juventud? – renegó el rey.
- No te enojes conmigo, mi querido amigo y pariente, si mis palabras son crueles es sólo porque no deseo ver caer a Lindon como Eregion -.

La ira de Gil-galad se diluyó en la tristeza de la dama, en su profunda pena por aquello que desapareció y por aquello que desaparecerá; ella era inmortal en un mundo que no cesaba de cambiar.

- Tú también empiezas a sentirlo – sonrió Galadriel, afable – Ese dolor por las cosas que se fueron y no volverán, por eso te aferras a tu reino y a aquellos que amas, intuyes el sufrimiento que padecerías si uno sólo de ellos llegase a morir -.

Arien miró a Ereinion y le vio, no como al Señor de los Noldor, sino como al muchacho huérfano que tuvo que huir de los reinos del Norte y refugiarse en los Puertos.

El rey se armó de valor y preguntó aquello que le preocupaba hacía tiempo pero que jamás se atrevió a preguntar.

- ¿Cuál es mi futuro? -.
- ¿Quieres saberlo, hijo de reyes?, ¿acaso tu poder no te lo muestra? -.
- Sabes que yo no puedo ver tan lejos como tú -.
- Y mi poder ahora se halla limitado por Sauron, no puedo actuar libremente o cabría la posibilidad que entrase en mi mente y desbaratase todos nuestros planes -. La dama se incorporó de su asiento y entregó los documentos a Gil-galad – Si me disculpas, debo atender ciertos asuntos. Arien, no te necesitaré en lo que resta de tarde, haz lo que gustes -.
- No quieres contestarme – la acusó Ereinion, tomándola del brazo.
- Cierto -.
- ¿Por qué? -.
- Si te digo que habrá Luz tú te relajarás y confiarás en la suerte, si te digo que habrá Tinieblas te atormentarás intentando evitarlas; pero si no digo nada elegirás tu destino sin prejuicios o miedo -. Galadriel se liberó y depositó un beso en la frente del rey. – Eres Gil-galad, Señor Supremo de los Noldor de Endor, nunca lo olvides -.

Dicho esto abandonó la sala.

Celeborn caminaba apresuradamente por los pasillos con una gran sonrisa, quería informar personalmente a su esposa de la llegada de cierto grupo de elfos.

La Dama Blanca se encontraba en la Sala de Música con algunas de las damas y doncellas de la Corte, les enseñaba cantos y melodías de los bosques más allá de las Nubladas cuando Celeborn entró.

- ¿Lindir? -.
- Sí, trae noticias de Lórinand e Imladris, y le acompañan Aegnor y Súlima -.

Galadriel fue con su marido a recibir a sus amigos, hacía años que no les veía. Los tres elfos conversaban con Ereinion y el capitán Vorondil cuando los reyes del Bosque Dorado salieron al patio porticado.

- Ninquenís -.

Aegnor besó las manos de su reina y Súlima le imitó.

- Nos alegramos de veros – sonrió la dama sinda – Nadie se imaginaba que permaneceríais tanto tiempo en Lindon -.
- ¿Qué noticias traéis? – preguntó Galadriel, realmente feliz.
- Pocas la verdad – dijo Lindir – En el Este los únicos que se mueven son los númenóreanos, siempre construyendo nuevas fortalezas y puertos, sobre todo desde que subió al poder ese muchacho, Tar-Ciryatan, sin duda hace honor a su nombre -.
- Sauron se ha escondido en Mordor y no asoma ni aunque los ejércitos de Númenor le destrocen las patrullas justo en el mismísimo Morannon – rió Aegnor – En Bosqueverde los elfos de Thranduil vuelven a controlar todo el Norte y con ayuda de los Hombres de los Bosques tienen acorralados a orcos y bestias en el sureste. En Lórinand Amdír parece defenderse bastante bien, sólo ha de preocuparse por pequeñas escaramuzas fronterizas. Y de Rivendel te traigo los saludos de Elrond y vuestra hija, Celebrían, me pidió que os insistiera que le comuniquéis en una carta cuando pensáis volver -.
- Teme que aparezcamos en cualquier momento y la llevemos lejos de Imladris – comentó Celeborn – Deberíamos decirle que, aunque volvamos a Lórinand, a ella le permitiremos permanecer junto a Elrond -.
- Deberíamos guardar las apariencias y simular que nuestra querida hija sólo permanece “temporalmente” a cuidado del caballero Elrond, mientras nosotros resolvemos terribles conflictos en Lindon -.
- Sí, como maquinar junto con Arien nuevas formas de sacarme de quicio – intervino Gil-galad, irónico.
- ¿Arien? – inquirió Súlima.
- Es mi doncella de compañía, se ofreció para el puesto y la acepté, es una joven encantadora – explicó Galadriel – Pero decidme, ¿qué os trae a vosotros hasta Lindon? -.

Súlima se entristeció visiblemente y miró a su esposo solicitando silenciosa ayuda.

- Nos marchamos – dijo el que fuera Mantenedor de los Fuegos del Mírdaithrond – Al Oeste -.
- ¿Cuándo? -.
- Círdan nos ha dicho que en dos días parte un navío -. La voz de Aegnor nunca había sonado más conmovida – Galadriel, he perdido a todos aquellos a los que más amaba y Súlima también, nada nos ata a Endor; nuestro corazón anhela descanso, sabemos que no soportaríamos otra guerra y mucho menos si alguno de los dos muere -.
- No has de explicarme nada Aegnor – dijo la reina eldarin.

El señor herrero asintió. Sabía que la comprensión de la Dama Blanca iba más allá de las meras palabras y alcanzaba el corazón.

Dos días más tarde, al atardecer como era costumbre entre los elfos, Aegnor y Súlima embarcaron en el blanco velero que los llevaría hasta Valinor junto a otros tantos eldar. Galadriel y Celeborn habían acudido a despedir a sus amigos.

- Llevaré tus buenos deseos y saludos a tu familia – le prometió Súlima a Galadriel.
- Os esperaremos al otro lado – añadió Aegnor – Annali len ar Elbereth varyuva len -.
- Namarië -.

La despedida de Galadriel se alzó con el viento que hinchó las velas blancas, coreada por los cantos élficos en el atardecer de los Puertos.

- Les envidio – musitó la dama.
- Pero no te irás – sonrió Celeborn – No mientras Sauron siga en este mundo, te conozco demasiado bien y sé que nunca dejas un asunto a medio terminar -.
- En parte sí, añoro Valinor como cualquier eldar, pero aún sentiría más abandonar estas costas y la Tierra Media donde todos mis sueños se cumplieron -.

El rey sinda cogió la mano de su esposa y volvieron al palacio donde las lámparas de plata saludaban a las primeras estrellas.

Los años transcurrieron apaciblemente en Lindon, lejos de la sombra que acechaba en el Este. Las noticias que llegaban al reino de Gil-galad siempre eran las mismas: Sauron permanece en Mordor, refriegas incidentales en las Tierras Salvajes y en las fronteras, la gloria de Númenor se extiende por las costas y hacia el interior de Endor.

Aquella tarde de otoño, soleada y extrañamente calurosa, Galadriel y Ereinion disfrutaban de las sombras de los árboles del jardín y de un zumo en copas de plata. Apenas hablaban, entretenidos con el juego de pelota que practicaban un grupo de silvanos. Las risas y gritos de alborozo inundaban la arboleda.

- Son como niños – señaló Ereinion.
- Iría contra su naturaleza comportarse de forma seria, reflexiva y aburrida como la nuestra – comentó Galadriel – Recuerdo que a ti te gustaba mucho ese deporte -.
- Me encantaba practicarlo, ahora mis obligaciones como monarca me mantienen demasiado ocupado -.
- Excusas, gracias a tus consejeros, a Celeborn y a mí apenas has de preocuparte -. La dama señaló a los jugadores – Ereinion, te ordeno que vayas con ellos -.

Él la miró y estalló en carcajadas; pocas veces asomaba en Galadriel aquella princesa rebelde y pícara que fue un día, ésta era una de esas raras ocasiones.

Gil-galad se quitó la sencilla corona y la capa corta y se acercó a los silvanos, ellos lo recibieron con alborozo.

Galadriel aplaudió la actuación de su noble anfitrión, divertida y ufana. Sintió entonces una presencia tras ella; Arien traía una bandeja con algunos aperitivos para sus señores, y con ella en las manos se había quedado observando sorprendida como jugaba y reía su rey.

- Siéntate y hazme compañía, Avariel, pues tu señor me ha abandonado para darse a diversiones de juventud -.
- Sois poderosa – dijo la doncella – Conseguís que la gente haga lo que deseáis y también sacáis a la luz lo mejor de cada uno de nosotros... os envidio -.
- ¿Acaso es tu anhelo dirigir a otros? -.
- No serviría para ello -. Arien se sentó en la silla que había dejado vacante el rey.
- ¿Por qué la envidia entonces? – inquirió la dama, dulcemente.
- ¿Por qué tantas preguntas?, vos podéis entrar en mi mente y obtener las respuestas -.
- Educación y respeto; yo no invado descaradamente la mente de quienes me rodean igual que tú no leerías el correo de otra persona -. Galadriel sonrió con un aire levemente travieso. – Además, lo difícil es más divertido -.

Arien meditó aquello durante un momento y decidió confiar en la dama.

- Envidio vuestro don para entender a los demás y para hacer que os escuchen – dijo mirando a los jugadores – A mí me siguen considerando sólo como una doncella más que trabaja en este palacio -.
- Eres mucho más para quien realmente importa, dale tiempo y te sorprenderá -.

Una pequeña esperanza se asentó en Arien y la hizo resplandecer como el sol del que había tomado nombre.

Los silvanos reconocieron a su amiga y la llamaron a voces para que se uniera al juego. Tras pedirle permiso a la Dama Blanca, la joven corrió a reunirse con ellos desbordarte de alegría.

- Ay, si fuera tan fácil hacer felices a todos los habitantes de Endor – suspiró Galadriel.

Un elfo a la carrera llamó su atención.

- Mehtar, ¿qué sucede? – preguntó incorporándose.
- Mensaje... de Númenor – respondió el ayuda de cámara del rey.

Galadriel lo cogió y al instante vio el lacre negro que sellaba el sobre. Salió de la sombra de los árboles y se acercó a Gil-galad con una severa expresión al tiempo que le tendía la misiva.

- Malas noticias -.

El rey rompió el sello y leyó la carta, sus ojos se oscurecieron a medida que descubría el contenido.

- Tar-Ciryatan ha muerto, Tar-Atanamir gobierna ahora libremente al no tener la supervisión de su padre; los elfos de Círdan que viven en el puerto de Andúnië me comunican que el nuevo rey supera en orgullo al anterior, temen por las ideas que asedian al monarca, deseos de conseguir la inmortalidad y evadir el Don de la Muerte propio de los Hombres -. Gil-galad le mostró a Galadriel la misiva, alterado - ¿¡Acaso es esto lo que preconizaron tus visiones Ninquenís!? -.
- No lo sé Ereinion, mas no son noticias alentadoras – replicó sosegadamente la dama – Nada puedes hacer por los numenóreanos, déjales que elijan su destino; es posible que esto sólo sea la excentricidad pasajera de un soberano, Tar-Atanamir no puede ocupar eternamente el trono -.

Sentado en el trono, Gil-galad observó como se marchaban los teleri. Aguardó en silencio hasta que la Corte abandonó el Salón del Trono, entonces miró a los que esperaban como él; Galadriel, Celeborn, Mehtar, Vorondil, Hiswe y el Consejo.

- Pues para no poder ostentar eternamente el gobierno de Númenor Tar-Atanamir se desenvuelve bastante bien, ya lleva unos doscientos cincuenta años y prefiere envejecer y pudrirse adherido al cetro antes que retirarse y ceder el trono a su hijo como han hecho siempre sus ancestros – masculló el rey noldo.
- No hace falta ser cínico, Ereinion – le regañó suavemente Galadriel – Todos los aquí presentes somos conscientes de la grave situación -.
- Númenóreanos despreciando a los eldar, es impensable – musitó Mehtar.
- Es la envidia, muchos de los seguidores del rey codician la vida eterna – señaló Celeborn – Parece que la sombra del mal no permanece tan inactiva como creíamos -.
- El Señor de Andúnië, Eäriondil, todavía es amigo de los elfos – les recordó Vorondil – Muchos hombres todavía son elendili en Númenor, así que no nos pongamos catastrofistas antes de tiempo, es posible que todo vuelva a la normalidad con el próximo rey -.
- No Vorondil, mis informadores aseguran que el hijo es mucho peor – le corrigió Gil-galad.
- ¿Qué hacemos entonces? - preguntó Hiswe.
- Nada, no podemos hacer nada salvo mantener la amistad con los elendili -. El Señor de los Noldor miró a la Reina de los Galadhrim antes de abandonar la sala – Ya tienes tu cataclismo, mi señora -.
- Está enfadado – le dijo Vorondil a Galadriel a modo de disculpa – Siempre le sale la vena noldo cuando algo no marcha como él desearía -.
- Entiendo su crispación, sobre todo si añadimos el mensaje que trajo Glorfindel hace dos semanas – la dama frunció el ceño, preocupada – Los ataques sufridos en la frontera sur de Bosqueverde, orcos dirigidos por unos extraños Jinetes Negros que inspiran terror con su sola presencia; si la situación se agrava en el Este no tendré más remedio que regresar -.
- A Mordor -.

La afirmación de Lindir estremeció al grupo de exploradores. Galadriel desmontó y se agachó a examinar ella misma el rastro de uno de aquellos desconcertantes Jinetes Negros. El opaco sol del Este de las Montañas Nubladas era más que suficiente para seguir las profundas huellas dejadas por esos caballos ruanos, era como si los jinetes no temieran ser perseguidos.

- ¿Cuántos habéis contado? – preguntó la dama a Haldir.
- Son todos iguales, negros y espeluznantes – protestó el silvano – Tres juntos es lo máximo que hemos tenido oportunidad de comprobar, aunque yo apostaría a que no son menos de cinco -.

La reina de Lórinand había vuelto a su bosque en cuanto le llegó la llamada de ayuda de Amdír, él se veía incapaz de hacer frente a esas sombras.

- ¿Es cierto que ya los han visto en las tierras de Acebeda? – inquirió otro de los arqueros.

- En Acebeda no, sino al Sur, en las inmediaciones del Paso de Calenardhon – respondió Galadriel – Me gustaría saber quiénes son y qué les mueve -.
- Hasta ahora sólo sabemos que son servidores de Sauron, sus objetivos nos son tan oscuros como ellos aunque han capitaneado algunos ataques contra Lórinand y Eryn Galen – dijo Haldir.
- ¿Qué sensación producen? -.
- Frío y pánico, los mallorns gritan ante su llegada; personalmente dudo que estén vivos siquiera -.

La Dama Blanca sacó un mapa de las alforjas y solicitó a sus guerreros que le señalaran los lugares donde se tuviera noticia de los jinetes.

- ¿Los númenóreanos no los han visto? -.
- No, ahora que lo pienso – meditó Lindir - ¿Qué os sugiere eso? -.
- Sé lo que buscan – renegó la reina.
- ¿El qué? – inquirió Haldir, curioso.
- Buscan los Tres Anillos Élficos -.
- Si eso es cierto aquí os encontráis en peligro, volved a Imladris o incluso a Lindon, mi señora – señaló otro elfo.
- Me aseguraré que os encontréis bien, si no intuyo ningún problema serio volveré al Oeste sino permaneceré con aquellos que más me necesiten – replicó y montó en su níveo corcel – Regresemos a Lórinand -.

Sentada en un talan, Galadriel escribía una carta a su esposo; Celeborn había ido a Bosqueverde a investigar los avances de aquellos Jinetes Negros y debía saber cuanto antes de las sospechas no confirmadas que ella tenía en mente.

A pesar de las sombras que invadían el mundo, Galadriel no podía evitar disfrutar de una pequeña alegría, la de haber pasado el último año viajando. Aquello le había recordado aquellos días en que ella y su hermano Finrod cabalgaron por Endor sin un hogar fijo, libres de preocupaciones, empuñando la espada contra los servidores de Morgoth.

- Por eso empezasteis a llamarme Altáriel, porque durante nuestros juegos y batallas mis cabellos se enredaban y me coronaban como un nimbo de rayos de sol – pensó, evocando la explicación de sus hermanos cuando les preguntó al respecto de ese extraño nombre.

Cerró el sobre y lo selló para después entregárselo a uno de sus mejores mensajeros.

- ¿Qué habéis decidido? -. Era Amdír el que había preguntado, acercándose a su reina.
- Permaneceremos en Lórinand hasta el verano, cuando el Paso Alto esté practicable marcharemos a Rivendel – Galadriel sonrió reconfortante – No temáis a esos Jinetes, su poder es el miedo, si os mantenéis firmes os aseguro que no entraran en el bosque -.
- Los exploradores han vuelto con la información que solicitasteis – dijo entonces el príncipe sinda – Númenor controla las Falas y a los hombres que allí habitan los someten a gobierno y tributos, grandes riquezas viajan en sus barcos de camino a la Isla. Edhelech me ha asegurado que su puerto más importante se encuentra en Umbar, una bahía muy al Sur; no obstante los elendili se están estableciendo en un puerto junto al Anduin, Pelargir lo llaman -.
- Son como una plaga de langostas, invaden la Tierra Media como si les perteneciera – renegó Galadriel – Y lo más grave es su obsesión con la inmortalidad; Tar-Ancalimon se agarra al trono como lo hizo su padre, los númenóreanos construyen casas para sus muertos más lujosas que aquellas en las que viven y prestan más atención al pasado que a sus hijos, y el Templo de Meneltarma ha sido abandonado -.
- ¿Se sabe algo de los Poderes del Oeste? – preguntó Amdír.
- Sólo que han advertido a Númenor que ceje en su absurdo empeño por alcanzar la vida eterna, además de reforzar la prohibición de que los Hombres viajen a Occidente -.

Galadriel contempló el hermoso bosque de columnas plateadas y techos de hojas de oro.

- Los Edain temen perder aquello que aman al morir y esa será su ruina, pues su destino se encuentra más allá de los Círculos del Mundo -.


N.de A.: A partir de ahora en mi historia hay algunas cosas que a lo mejor os resultan extrañas, algún comentario que parece carecer de sentido. Se debe a que mi fic va paralelo al de mi amiga Cari_chan que está escribiendo la biografía de Gil-galad, de momento sólo podéis encontrarla en www.fanfiction.net Personajes como Vorondil, Arien, Mehtar, etc, le pertenecen pero me los presta igual que yo le dejo a Lindir, Orrerë y demás.

Sólo señalar que "elendili" significa "amigos de los elfos", los númenóreanos que más tarde serían llamados los Fieles.

Tenna rato!!!