Prólogo
El 4 de Marzo del año 1392, según el Cómputo de la Comarca, fue un día de gran alegría y gozo en Los Gamos. Aquella fresca y soleada mañana nacía Cora, y la noticia produjo un gran regocijo, no solo en Casa Brandi, sino en todos los alrededores. Era la primera hija de Sorlimac Brandigamo y Pensamiento Tuk, y toda la familia lo celebró con una gran fiesta, con mucha comida y cerveza, tal y como nos gusta a los hobbits.
La pequeña Cora fue creciendo alegremente en Casa Brandi, hasta convertirse en una linda jovencita de mejillas sonrosadas. Aunque ésta era una niña especial, su pelo era una cascada de rizos rojizos, algo no muy habitual en un hobbit, pero lo peor es que en los alrededores de Los Gamos se decía que había heredado ese peculiar carácter de los Tuk. Son bien conocidas en la Comarca esas habladurías sobre un antepasado que se había casado con un hada, pero a pesar de que estos rumores eran mas bien inciertos, si que había algo no del todo "normal" en los Tuk. Se decía que salían en busca de aventuras, que tenían trato con los elfos y que incluso alguno de ellos ni siquiera había vuelto a la Comarca. Pero la mayoría de estas cosas no eran mas que comentarios que se hacían en tabernas como el Dragón Verde o la Perca Dorada.
Si bien era cierto, Cora tenia un carácter demasiado curioso e inquieto para lo común en un hobbit. Se la solía ver muy a menudo saliendo a pasear o a hacer travesuras con sus primos Pippin Tuk y Merry Brandigamo. Eran ciertamente conocidas sus excursiones al huerto de Maggot a coger setas, que la mayoría de las veces se saldaba con unas cuantas setas recogidas y una buena carrera para no ser alcanzados por aquellos enormes perros. También, siempre que podía se acercaba hasta Hobbiton para escuchar las historias que contaba el viejo Bilbo Bolson. Historias que hablaban de elfos, enanos, tesoros escondidos y dragones que conseguían que Cora hiciera volar su imaginación y que soñara con salir algún día de la Comarca para buscar aventuras. Tenia un gran aprecio también por el sobrino de Bilbo, Frodo, al que cosía a preguntas sobre los mapas de Bilbo cada vez que Frodo se los enseñaba. Tanto que Samsagaz, el hijo del Tío Gamyi, jardinero de Bolson Cerrado le acabo llamando "listilla", por todas las preguntas que hacia para satisfacer su enorme curiosidad.
Pero nada podía hacer pensar a Cora, que su curiosidad la marcaría para siempre. Aquélla conversación entre sus primos Pippin y Merry que espió una tarde del año 3018 la hizo participe de los grandes acontecimientos que vivió la Tierra Media a finales de la Tercera Edad.
Capitulo 1- Un mal comienzo
El día era agradable, una ligera brisa soplaba e invitaba a pasear. Pero Cora no podía pararse a disfrutarlo. Corría casi a ciegas colina arriba entre los árboles de Parth Galen. Sus primos iban delante de ella, pero sus piernas eran mas cortas y no podría alcanzarles, pronto les acabaría perdiendo de vista.
Se detuvo a tomar aire, mientras en su cabeza pasaban fugazmente imágenes de los últimos acontecimientos. Frodo había ido a reflexionar sobre el futuro de la misión. ¿Se dirigirían a Mordor, a la tenebrosa tierra del enemigo, o en cambio, irían a Minas Tirith donde quizás pudieran encontrar seguridad por algún tiempo? Mucho habían hablado los miembros de la Compañía sobre este tema durante la espera, pero después algo había sucedido. Frodo había encontrado a Boromir en el bosque, habían hablado, pero algo le asustó. Boromir había vuelto, pero Frodo no. Todos habían salido en su busca como poseídos por una repentina locura.
Y así se encontraba Cora, sola entre los árboles, intentando recuperar el aliento, cuando escucho unos pasos apresurados que se dirigían hacia donde ella estaba. Era Sam que corría colina abajo
-Cora, el señor Frodo se marcha- dijo Sam atropelladamente-. Se va solo a Mordor. Tengo que impedir que se vaya así.
Cora dudó por un instante. La tensión del momento hacia que su cabeza le diera vueltas y se sentía mareada.
- Está bien Sam, corre a encontrar a Frodo- se decidió al fin-. Yo iré a buscar a Merry y a Pippin y nos reuniremos en el campamento.
Sam se fue trastabillando y Cora siguió subiendo por la ladera de Amon Hen. Un escalofrió le recorrió la piel, algo terrible estaba por suceder.
En seguida encontró a Merry y a Pippin que se habían detenido a escuchar en un pequeño llano. Se acercó a ellos y fue a contarles lo que le había dicho Sam. Pero ningún sonido salió de su boca. Se quedó paralizada al ver que en ese momento había aparecido, casi sin ellos darse cuenta, un grupo de orcos que gritaba con sus desagradables voces y pisoteaba el suelo. Los tres desenvainaron las espadas de los tumularios antes incluso de que los orcos los vieran, se dirigían hacia ellos amenazantemente pero aún no habían reparado en la presencia de los tres pequeños hobbits. Con un movimiento rápido, Merry empujó a Cora para apartarla del camino. Pero Cora, pillada por sorpresa por el gesto de Merry, tropezó y cayó rodando ladera abajo hasta golpearse con un matorral. Lo último que escuchó antes de sumirse en la oscuridad fue el atronador sonido del cuerno de Boromir resonando en todo el bosque.
Cora abrió los ojos lentamente. Sentía un punzante dolor en la frente, allí donde se había golpeado contra el tronco del matorral. Al llevarse la mano a la cara notó, como un pequeño reguero de sangre resbalaba por su mejilla, pero a pesar de eso, no parecía nada grave. Se incorporó despacio, preguntándose cuanto tiempo había permanecido sin conocimiento. Al ponerse de pie, miró a su alrededor, pero no vio ningún movimiento, tampoco venía mas sonido que el del suave viento que se colaba entre los árboles.
Entonces recordó todo lo que había sucedido antes de caer por la ladera y corrió hasta el lugar donde antes estaban Merry y Pippin. Al llegar, cadáveres de orcos se extendían por el lugar, pero no había ni rastro de sus primos ni de ningún miembro mas de la Compañía. Aterrorizada por la escena que se presentaba ante sus ojos, recogió su espada y corrió de vuelta hacia el campamento. Sus pequeñas piernas temblaban mientras corría, puesto que en su corazón algo la impulsaba a pensar que había sucedido algo terrible.
Cuando llegó al campamento, nada ni nadie quedaba allí. No había rastro ni de los equipajes ni de ninguno de los compañeros. Cora comenzó a llorar amargamente y se dejó caer al suelo. Se encontraba sola en un sitio desconocido y a muchas millas de su hogar. Se sentía muy pequeña e insignificante en aquella tierra extraña. Ahora ya no se encontraba tan valiente como cuando estaba en la Comarca pensando en vivir aventuras. Apoyó su cabeza rizada en las rodillas y, como en un sueño, le vino a la mente lo que había sucedido desde que salió de Los Gamos.......
Recordó entonces como empezó todo. Se encontraba en Cricava con Merry, Pippin, Frodo, Sam y Gordo Bolger. Acababan de contarle a Frodo como habían descubierto su intención de abandonar La Comarca y su misión de llevar el anillo del Enemigo hasta Rivendel.
-¿Tú también pequeña Cora?-preguntó Frodo aún sorprendido por todas aquellas revelaciones.
-Ella es la peor de las conspiradoras- replicó Merry con sorna-. No sólo se enteró porque nos espió a Pip y a mí cuando planeábamos todo, sino que se las arregló para que la trajéramos con nosotros. Estaba muy interesada en venir.
Cora se sonrojó, miró a Frodo y éste le devolvió la mirada con una sonrisa. Cora bajó la cabeza como avergonzada, sentía un cariño muy especial por Frodo y Pippin solía tomarla el pelo por ello.
Aquella noche fue una de las pocas con tranquilidad que tuvo Cora hasta llegar a Rivendel. Y muchas cosas sucedieron por el camino. Partieron de Cricava y se internaron en el Bosque Viejo. El incidente con el Viejo Hombre Sauce, en el que Pippin y Merry casi mueren aplastados en su tronco les había llevado hasta la casa de Tom Bombadil. Un hombre extraño y a la vez encantador, según palabras de Cora. Él también les había salvado después de una muerte casi segura a manos de los fríos tumularios.
Casi sin recuperarse del susto llegaron a Bree y se alojaron en la posada de El Poney Pisador, que les había recomendado Tom Bombadil. Allí conocieron a Trancos, un montaraz que a pesar de su aspecto hosco y desaliñado, revelaba que algo especial se ocultaba tras sus ojos. Tras comprobar que se trataba de un amigo de Gandalf, les dijo que él mismo les acompañaría hasta Rivendel. Pero aquella noche un suceso, aunque esperado, les heló los huesos. Las habitaciones donde se suponía que deberían haber dormido, habían sido atacadas por los Jinetes Negros, los siervos del Señor Oscuro que buscaban el Anillo. Habían conseguido librarse esta vez, pero Cora sabía en su fuero interno, que el terror que sentía al estar cerca de ellos volvería a vivirlo tarde o temprano.
Salieron por la mañana de Bree junto con Trancos y se encaminaron hacia Rivendel. Por el camino atravesaron los Pantanos de Moscagua, donde las moscas y mosquitos, los "nique-briques" como Sam les llamaba, casi se los comen vivos a picotazos. Trancos les guió después hasta la Cima de los Vientos, una antigua torre de vigilancia de los hombres del norte que ahora estaba derruida. Allí esperaban encontrarse quizás con Gandalf, pero en cambio los temores de Cora se vieron cumplidos. A la noche los Jinetes Negros les atacaron e hirieron a Frodo en el hombro con una de sus mortíferas armas.
A partir de ahí, el viaje fue una carrera por alcanzar Rivendel para que Frodo fuera sanado. Según les contó Trancos, si Frodo no recibía los cuidados necesarios acabaría convirtiéndose en un espectro como los propios Jinetes Negros, sometiéndose así a su voluntad. Marchaban por tierras salvajes, hasta que un día vieron aproximarse a un elfo montado en un caballo blanco. El elfo, llamado Glorfindel, venía desde Rivendel a buscarles. Subieron a Frodo al caballo y así caminaron hasta que en la tercera noche desde su encuentro, los Jinetes Negros hicieron su aparición. Glorfindel le dijo a Frodo que corriera, y éste salió cabalgando velozmente perseguido esta vez por los nueve Jinetes. Los demás se apresuraron por llegar al Vado del Bruinen. Según se iban acercando, la ansiedad iba aumentando en Cora, pensando qué le podría suceder a Frodo si los Jinetes le daban alcance. Al llegar, Glorfindel encendió una hoguera y repartió a todos una antorcha, puesto que iba a haber una crecida de las aguas y con el fuego debían enfrentarse a los Jinetes que quedaran de ese lado del río. Los caballos asustados por el agua y el fuego, arrojaron a los Jinetes al agua. Entonces cruzaron rápidamente el río al bajar el caudal y encontraron a Frodo tirado en el suelo, como muerto. Rápidamente le recogieron y lo llevaron ante Elrond, el Señor de Rivendel.
Había faltado muy poco para que Frodo cayera en la oscuridad, pero por suerte, le habían encontrado a tiempo, y el Señor Elrond le estaba curando su herida. Mientras, Cora se dedicaba a pasear nerviosamente por los pasillos de la casa. Lo poco que había visto le había dejado boquiabierta. Rivendel era un lugar verdaderamente hermoso, de una belleza casi indescriptible para la mente de una hobbit. Pero, en cambio, no era capaz de disfrutar de la paz y tranquilidad que allí se respiraba, no mientras Frodo no estuviera recuperado. Allí se encontraron con Bilbo y Gandalf, pero el reencuentro fue menos feliz de lo que hubieran esperado.
Una mañana en la que Cora paseaba con el semblante sombrío por los jardines de la casa, se encontró con la Dama Arwen, la hija del Señor Elrond, a la que llamaban Estrella de la Tarde. Justa, pensó, era aquella afirmación, puesto que poseía toda la belleza del mas hermoso de los atardeceres. Arwen se acercó a Cora y le habló con una voz dulce y profunda que sonaba a música antigua.
-Veo mucho amor en tu corazón, mi pequeña hobbit, aunque aún no lo sepas- le dijo-. Pero también mucho pesar. Así que no estés triste, él comienza a sanar y pronto estará en pié.
-Se lo agradezco, gentil señora- respondió casi con un hilo de voz-. Sus palabras me reconfortan.-
Y así fue, pronto Frodo estuvo curado y pudo levantarse de la cama. Pero enseguida fue reclamado por el Señor Elrond para un importante concilio en el que estarían representadas todos los Pueblos Libres de la Tierra Media: elfos, enanos, hombres y hobbits. Mucho se habló en aquella reunión de la que Cora fue informada mas tarde por Frodo y Bilbo. Se había tomado una decisión, el Anillo Único debía ser destruido en los fuegos del Monte del Destino, y Frodo sería el encargado de llevarlo.
Según recordaba Cora, pasaron unos dos meses hasta que llegó la hora de la partida. Ocho compañeros fueron designados para acompañar a Frodo en su misión: Sam; Gandalf; Trancos; Boromir, un hombre de Gondor; Legolas, un elfo del Bosque Negro; Gimli el enano; y después de alguna discusión, fueron también incluidos Merry y Pippin. Pero Cora no podía ir, el señor Elrond consideraba que era demasiado joven, y se decidió que se quedara en Rivendel junto a Bilbo.
Esto enfureció a Cora, pero de nada sirvieron sus protestas y suplicas, la decisión estaba tomada y no cambiaría. Ella sabía que aquello la mataría de angustia. La simple idea de quedarse esperando en Rivendel mientras sus primos, Sam y Frodo partían hacia un futuro incierto le martilleaba la cabeza una y otra vez. Pero al fin, se decidió.
-Iré con ellos- se dijo Cora-. Aunque deba seguirles por toda la Tierra Media.
Y así, en secreto, ideó su plan para seguir a la Compañía, que entonces estaba ocupada en hacer los preparativos para la marcha, con lo cual nadie notó nada extraño en la actitud de Cora. El día de la partida de la Compañía Cora se negó a bajar a su despedida. Frodo, preocupado y triste al no verla allí preguntó a Bilbo donde estaba.
-Bilbo, ¿dónde está Cora?-preguntó Frodo-.
-No ha querido bajar- respondió Bilbo-. Está enfada por no poder ir con vosotros y se ha encerrado en el cuarto. Se le pasará pronto, es mejor para ella que sea así.
-Ya lo sé, Bilbo- dijo Frodo bajando la mirada-. Sé que es mejor que no tenga que enfrentarse a la incertidumbre de nuestro viaje, pero me apena no poder despedirme de ella adecuadamente. Es una chica muy especial y con un corazón enorme.
Mientras tanto, Cora estaba en su habitación terminando de preparar su equipaje. Había cogido comida y las cosas que pensaba le serían útiles para el viaje. Se ciño el cinturón con la espada a la cintura y se colocó su capa de viaje. Entonces esperó a que la Compañía partiera y salió a hurtadillas, siguiéndoles a distancia.
Varios días pasaron de esta manera, caminando de noche y durmiendo de día, manteniéndose no muy alejada del grupo que la precedía y siempre procurando permanecer oculta. Hasta que una mañana Gandalf la descubrió arropada en su capa entre unos arbustos.
-¿Qué haces aquí insensata?- bramó Gandalf. El mago adoptó un semblante tan serio que se asustó.
-Lo siento, señor Gandalf- gimoteó Cora y rompió a llorar-. No podía quedarme en Rivendel. No lo soportaría. Preferiría someterme a todos los tormentos del mundo antes que estar alejada de mis amigos.
Gandalf suavizó el gesto y le dedicó una mirada llena de ternura.
-Hablas ligero, mi pequeña hobbit- dijo Gandalf-. Y apostaría a que si supieras lo que puede esperarnos mas adelante no te hubieras atrevido a salir. Pero tienes un espíritu valiente y ya no podemos volver atrás, así que tendrás que unirte a nosotros. Ven, acércate a tus amigos y que ellos te den calor, la mañana es fresca.
Cora fue recibida con sorpresa. Nadie podía creerse que se hubiera atrevido a seguirles, y que no la hubieran descubierto.
-Al final lo conseguiste, ¿eh listilla?- le dijo Sam dándole un abrazo. Cora sonrió y se limpió las lágrimas de los ojos.
Entonces despertó de sus ensoñaciones. Había sido una inconsciente al abandonar Rivendel, pero ya no había remedio. Sabía que no podía volver atrás y las únicas opciones que se presentaban ante ella eran las mismas que la Compañía había discutido por la mañana. Tenía que hacer algo y tenía que decidirse rápido.
Se puso en pie y comenzó a caminar por los alrededores. A poca distancia encontró sin mucha dificultad uno de los botes con los que habían navegado por el Anduin. Dentro estaba parte del equipaje. Observó todo un instante, tratando de poner en orden los pensamientos que le iban y le venían atropelladamente.
-Solo hay uno de los botes- se dijo Cora en voz alta-. ¡Pero qué habrá sido de los otros dos?.
Recordó entonces las palabras de Sam en el bosque..
-Si Frodo pretendía irse a Mordor habrá tomado uno de los botes- pensó, y esto le produjo un súbito escalofrío-. Y apostaría a que Sam consiguió alcanzarle y fue con él.
Pero que había sucedido al resto de la Compañía lo desconocía. Entonces una idea terrible le hizo estremecerse.
-¿Y si Merry y Pippin fueron capturados por los orcos?- se preguntó-. Esto explicaría que Trancos y los demás se hubieran ido en su busca creyendo que yo también estaba con ellos.
Aquello parecía cobrar fuerza en su cabeza. Era probable que la capa élfica de Lorien la ocultara de la vista y que Trancos no la hubiera descubierto. Pero si esto era así, ¿dónde estaba el otro bote? Y, ¿qué debería hacer entonces?
La opción más lógica sería ir a Minas Tirith. Sabía que Boromir se dirigía hacia allí, y aunque tampoco sabía su paradero y ni siquiera confiaba mucho en él después de lo último que había pasado, en la Ciudad Blanca podría buscar cobijo y consejo. Pero en su interior, otra respuesta le martilleaba una y otra vez. Le dio miedo solo pensarlo, pero entonces supo que no encontraría la tranquilidad de otra manera. Lo había negado durante mucho tiempo, e incluso había reñido con Pippin por insinuarlo alguna vez. Pero ahora le parecía evidente. Al fin, tomó una decisión.
-Lo siento por Merry y Pippin- se dijo con voz temblorosa-. Espero que Trancos sea capaz de ayudarles ya que yo no puedo hacer nada por ellos ahora. Seguro que comprenderían que mi camino está junto al de Frodo. Y allí me encaminaré aunque encuentre la muerte en el intento.
Dicho esto, cogió su mochila y se la puso al hombro, sacando después el resto de los equipajes. Con dificultad consiguió empujar el bote hasta la orilla y embarcó. Cogió el remo entre las manos y lanzó una última mirada atrás. Pensó en sus primos y las lágrimas afloraron de nuevo, pero su corazón y su destino se encontraban en algún lugar en la otra orilla. Suspiró y lentamente comenzó a remar. Cora comenzaba así su búsqueda.
Capítulo 2 - Luces y Sombras
Cora remaba con esfuerzo por las aguas del Nen Hithoel. Afortunadamente estaba acostumbrada al manejo de pequeños botes. Los Brandigamo de Los Gamos los utilizaban a veces por el Brandivino y ella había aprendido a manejarlos desde pequeña. Y, ciertamente, aquella barca élfica era muy liviana y manejable.
Mientras se acercaba a la orilla oriental del lago, Cora no dejaba de pensar en Merry y en Pippin.
-Ojalá Gandalf hubiera estado aquí- suspiró Cora recordando al mago.
La caída de Gandalf en Moria tras su lucha con aquel horrible monstruo de fuego y sombras había afectado sobremanera a la Compañía, y Cora le echaba de veras en falta. La presencia de Gandalf, con su voz grave y cascada, sus vivos ojos y aquellas espesas cejas siempre le había hecho sentirse segura.
Con estos pensamientos, Cora llegó a la orilla. Desembarcó y como pudo, sacó la barca del agua y la empujó tierra adentro.
-Debería comer algo antes de seguir- se dijo Cora-. Así, mientras tanto podré pensar en el camino que debo tomar.
Se sentó en la hierba, bajo los árboles, algo intranquila. Esa orilla le producía una sensación extraña y temía que pudieran aparecer mas orcos, así que se apresuró a comer. Sacó la comida de la mochila y pensó que pronto se le acabarían los alimentos frescos, pero por suerte aun le quedaba una buena provisión de lembas de Lothlórien.
Entonces se puso a pensar en el camino. Desconocía el rumbo que habían tomado Frodo y Sam, pero afortunadamente había estado presente cuando consultaron todos aquellos mapas en Rivendel, por eso confiaba en su buena memoria para encontrar un camino hacia Mordor. La Cienaga de los Muertos le parecía una opción aterradora, así que decidió seguir el curso del Anduin hasta que el río se acercara mas a la fronteras de la tierra tenebrosa. Una vez allí ya pensaría como buscar a Frodo. Pero para ello tendría que encontrar el modo de bajar por las escarpadas rocas de Emyn Muil.
-Tendré que ponerme en marcha cuanto antes- se dijo Cora incorporándose-. Pronto caerá la noche.
Dicho esto se ajustó la mochila a la espalda y comenzó a subir por la colina del Amon Lhaw. La subida no fue difícil y cuando llegó a la parte mas alta se detuvo a observar. Hacia el oeste pudo distinguir a lo lejos las verdes praderas de Rohan. Pero algo en el cielo le resultó curioso, una enorme águila volaba en círculos descendiendo lentamente. Luego desvió su mirada hacia el este. Una negra sombra se extendía sobre Mordor y por un momento sintió deseos de volverse atrás, pero la imagen de Frodo apareció en su mente y Cora dio un paso adelante.
Estaba ya entrada la noche cuando Cora se sentó a descansar. No se atrevía a dormirse, pero no podía dar un paso mas por el momento. Llevaba varios días dando vueltas sin encontrar un camino que descendiera realmente y comenzaba a desalentarse. Apoyó su espalda contra una roca y casi sin darse cuenta cerró los ojos y se sumió en un sueño inquieto. De esta manera, no supo el tiempo que había pasado, cuando un escalofrío la despertó. Un grito estremecedor recorría el aire, un grito que le recordaba a aquel terror que había sentido durante el viaje a Rivendel, un miedo que les había perseguido y que Cora creía desaparecido. Se ocultó bajo su capa hasta que el silencio la envolvió de nuevo. Estuvo sin moverse un buen rato, hasta asegurarse que todo estaba tranquilo, y echó a andar pese a ser aun de noche; no quería permanecer ni un segundo mas allí.
Aún temblaba mientras andaba a trompicones por entre las piedras, cuando al fin el sol se asomó por el horizonte. La luz del día le hizo olvidarse, por el momento, del miedo de la noche y creyó encontrar lo que parecía ser un pequeño camino que descendía abruptamente, tanto que a menudo tenía que ayudarse con las manos para no tropezar. Estaba cansada pero caminaba ligera, aunque le preocupada el agua, que empezaba a escasear en su cantimplora. No encontraría agua hasta llegar de nuevo al río, por lo que empezó a apresurarse en el descenso. Parecía que el fin de las Emyn Muil estaba cerca y quería bajar cuanto antes, si era posible, antes de que anocheciera. Pero con su premura, no se dio cuenta de que había un corte en la roca, y cayó al vacío.
Había aterrizado en una terraza en la roca que estaba a unos cuantos metros del cortado. Mas abajo, un abismo se extendía ante sus ojos. Se apoyó dolorida contra la pared. Tenía las piernas llenas de arañazos y un corte en la palma de su mano izquierda le estaba sangrando. Sacó cuidadosamente un pañuelo de su mochila y se envolvió la palma con él a modo de venda.
-Una cuerda, eso es lo que me hace falta ahora- se dijo Cora suspirando, mientras miraba hacia abajo.- Recuerdo que Sam se llevó una de Lothlórien, pero nunca pensé que yo la necesitaría.
Bebió un trago de agua y tomó un trozo de lembas, con lo que pareció que sus fuerzas se recuperaban.
Cora se encontraba ahora casi en lo alto de una gran pared de roca. Miró a su alrededor por si había alguna posibilidad de volver arriba, pero por encima de su cabeza y a los lados la roca era prácticamente lisa, sin mas saliente que en el que se encontraba en ese momento, pero hacia abajo, la roca estaba mucho mas erosionada y, de cualquier modo, la única solución era descender. Se puso cara a la pared y tanteando con los pies y sujetándose con las manos fue descendiendo lentamente.
Pero cuando aun le restaban bastantes metros para llegar abajo, el pie resbaló y la piedra en la que se apoyaba se soltó y cayó rebotando. Cora se quedó agarrada únicamente con sus manos, no conseguía volver a apoyar los pies y estaba aterrorizada. Intentó con todas su fuerzas seguir cogida a la roca, pero la herida de su mano izquierda se había abierto aún mas y ahora le sangraba abundantemente. El dolor se hizo insoportable y tuvo que soltar su mano izquierda, mientras con la derecha se aferraba a la dura piedra. Miraba desesperada a ambos lados, intentando encontrar un sitio en el que sujetarse. La cabeza le daba vueltas y estaba mareada. Su mano derecha comenzó a fallarle también, tenía calambres y notaba como sus dedos iban resbalándose poco a poco sin poder hacer nada para evitarlo, hasta que no puedo mas y se soltó.
Mientras caía, muchas imágenes pasaron por su mente: sus padres, su agujero en Los Gamos, sus primos, Gandalf, Trancos, Sam y Frodo. Frodo. No volvería a ver a Frodo. Cerró los ojos esperando el impacto contra el suelo, pero de pronto algo detuvo su caída. Su mochila había quedado enganchada en una rama de la poca vegetación que comenzaba a verse. Se encontraba a un metro escaso del suelo, pero aquella rama le había impedido que se golpeara contra una puntiaguda roca que se levantaba desafiante en el suelo. Con las manos temblorosas y agarrotadas por el esfuerzo logró soltarse y cayó al suelo de pie.
Se sentó con el corazón latiéndole frenéticamente, y bebió un trago de agua tratando de calmarse. Al menos parecía que ya se encontraba casi a los pies de la montaña. Algunos arbustos, como el que le había salvado la vida crecían entre las piedras, y el suelo empezaba a verse salpicado de pequeños regueros de hierba. Se soltó el pañuelo para observar el corte de la mano, tenía un aspecto un poco feo, pero al menos ya no sangraba tanto como antes. Se echó un poco de agua para lavarse la sangre y se vendó de nuevo con el pañuelo. Decidida a salir cuanto antes de aquel lugar se puso en pie y echó a andar hacia un sendero que había visto algo mas abajo. El trayecto era ahora mucho mas sencillo y con menos desnivel.
Era ya de noche cuando llegó al final de las Emyn Muil. Sonrió satisfecha, había salido. Se dejó caer agotada sobre la hierba y se quedó profundamente dormida.
Un viento frío despertó a Cora; era aún de noche, pero las primeras luces del alba despuntaban en el cielo. Se sentó observando a su alrededor, todo parecía en calma. Sacó un poco de Pan del Camino y lo mordisqueó pensativa.
-No se a que altura de las Emyn Muil estaré- se preguntó.- Pero tendré que ir hacia el sur. En cuanto amanezca me pondré en marcha.
Se sentía dolorida y magullada, pero aparte de la herida de la mano, se encontraba bastante bien para lo que podía haber pasado. Terminó de comer y acabó con el agua que quedaba en su cantimplora, no podía haber bajado mas a tiempo.
Poco mas tarde el sol salía ya por el oeste y Cora se encaminó hacia el sur siguiendo el borde de las montañas. Según se iba acercando a los pies de los Saltos de Rauros, el terreno iba siendo mas pantanoso, pero se podía andar con facilidad. Al cabo de poco llegó a las imponentes cascadas del río Anduin, el agua rugía con fuerza y el ruido era ensordecedor. Avanzó un poco mas hasta encontrar un sitio en el que la corriente era ya mas tranquila y donde podía detenerse a asearse.
Se quitó con cuidado la ropa y se metió lentamente en el río, el agua estaba realmente muy fría pero Cora lo agradecía. Se encontraba a gusto y tranquila allí cerca la orilla, , donde el río no era lo suficientemente profundo como para cubrirle entera. En ese momento algo le tocó la pierna; Cora se sobresaltó, pero en seguida vio un brillo plateado cerca del fondo.
-Oh, es solo un pez, que tonta he sido- pensó Cora divertida-. Pero, un momento... No sería mala idea intentar cogerlo, ya tendría algo para comer, aparte de las lembas.
Agachó la cabeza intentando volver a ver a aquel pez. Allí estaba, nadando tranquilo cerca del fondo. Metió la mano y consiguió agarrarlo, pero al sacarlo del agua, el pez palmoteó, Cora perdió el equilibrio, pues se encontraba sobre una piedra recubierta con limo y se zambulló con un gran chapoteo. El pez se escapó y Cora salió de debajo del agua con cara de decepción.
-Bueno, que mas da- se disculpó Cora consigo misma.- Total no tengo nada con que hacer fuego para cocinarlo-
Después del reparador baño y el inesperado chapuzón, Cora se vistió de nuevo, peinó sus rizos cobrizos con delicadeza y lo recogió en dos trenzas. Después miró su reflejo en las aguas cristalinas. La herida de su frente ya había cicatrizado casi por completo, al contrario que la de su mano, que no tenía muy buen aspecto. Lavó con cuidado el corte y dejó la herida al aire mientras se secaba el pañuelo que le servía de venda. Tras esto, se sentó en la orilla y metió los cansados pies en las frías aguas mientras dejaba que el sol le bañara la cara. El crudo invierno empezaba a dejar paso a la primavera y la temperatura de la mañana era mas acogedora.
-Si mi madre me viera ahora...- se dijo Cora sonriendo-. Seguro que me reñiría porque me van a salir pecas.
Se echó a reír y se puso a recordar los felices días en la Comarca. Los guisos de mamá Tuk, las noches junto al fuego de Bolsón Cerrado escuchando las historias del viejo Bilbo, los correteos con Pippin y Merry por la orilla del Brandivino, o las tardes con Sam en el jardín, mientras éste le enseñaba los nombres de las flores. Y las tabernas, los bosques, los prados, los ríos y las fuentes. Casi hasta echaba de menos ver de vez en cuando a la gruñona Lobelia Sacovilla-Bolsón, criticar todo cuanto hiciesen ella o sus amigos. No sabía si algún día volvería, pero ahora añoraba la Comarca mucho mas de lo que nunca había creído.
Aquellos recuerdos le traían a Cora una profunda sensación de nostalgia, pero el pensamiento de que su hogar le estaría esperando en el caso de que volviera de toda aquella locura le daban fuerzas para continuar. Sabía que Frodo se encontraba en algún lugar no lejos de donde ella estaba, y sabía que tarde o temprano le encontraría y de nuevo estaría junto a él para acompañarlo en su terrible misión, y que nada salvo la muerte podría impedirle llevar a cabo su cometido de hallarle.
Con este pensamiento se levantó, recogió sus enseres y se dispuso a seguir su camino, no sin antes volver a llenar su cantimplora. Echó una mirada al río suspirando por el pez que se le había escapado un rato antes, y se volvió hacia el sur. Aún le quedaba mucho por delante, lugares y peligros desconocidos, pero ahora se sentía con mas fuerzas y mucho mas segura de lo que quería.