Prólogo
"Las cosas han cambiado desde el comienzo de la nueva era, el camino verde se ha vuelto la principal vía de comunicación en la tierra Media y Bree ha crecido a su sombra.
Han pasado siglos desde que se construyo, 223 años de la cuarta edad del mundo, y mañana El poney Pisador cambiara de lugar, dejaremos el viejo edificio y nos instalaremos en la nueva posada, mucho más amplia y más cómoda.
El viejo edificio, pasara a ser una especie, de local comunal, con biblioteca y aulas para actividades, creo que es lo que todos queríamos, que no lo echaran abajo..."
La joven Ilda Mantecona terminó de escribir en el libro de huéspedes de la posada, el que durante tantos años habían rellenado con sus firmas todos los huéspedes que lo habían deseado. Ella era la propietaria de El Poney Pisador, lo había recibido en herencia de su padre, y este del suyo y así durante generaciones.
-Bob, haragán ¿donde te has metido?- chilló haciendo gala del carácter Mantecona y olvidando que hacia un rato lo había mandado al sótano a acabar de vaciar unos trastos que quedaban allí.
- Como no aparezca inmediatamente ese pies peludos va a saber quien soy yo- gruño por lo bajo. Aunque la verdad no estaba enfadada con él, solo estaba nerviosa: El cambio de casa, la nueva posada, la lucha para que no la echaran abajo, los recuerdos en cada rincón, los paquetes para la mudanza...!Ugg¡, ¡Eran demasiadas cosas!
Mientras, en el sótano, Bob se sentó en una caja y se dispuso a fumarse una pipa, ajeno a la llamada de la dueña.
Bob era un hobbit, joven para los de su gente, pues solo hacia un año que había cumplido la mayoría de edad, vivía en Bree, aun que su apellido era Tuk pues su bisabuelo se había trasladado desde la comarca
Había heredado la curiosidad de los Tuks y la facilidad de meterse en problemas, escogió trabajar en la posada en vez de en el almacén de cervezas de su padre, porque decía que allí no ocurría nunca nada emocionante, en cambio en la posada siempre había algo nuevo que comentar...
Y mientras fumaba sus ojos se posaron en la última fila de botellas que había para embalar, detrás del estante, había un hueco y en el una extraña caja de metal...
Picado por la curiosidad termino de embalar rápido las botellas de vino y se dispuso a apartar el estante. La caja pesaba mucho, casi demasiado para él, pero consignó sacarla, llevaba un extraño emblema en la tapa y un par de cierres que la cerraban herméticamente, manteniendo su contenido a salvo de la humedad. Bajo ellos, alguien había gravado de forma tosca
"propiedad de Bob Sotomonte
los rosales 23
Alforzada"
¿Bob Sotomonte? ¿El tío Bob? Si, solo podía ser él, la dirección era la correcta, la casa de la abuela Tuk, la hermana de su abuelo. Si, tenia que ser el Bob Sotomonte que trabajaba como él en la posada, ese que tenia fama de raro porque se pasaba el día preguntando cosas a todos los forasteros. El Bob que como el legendario Bilbo Bolsón un día desapareció y nunca mas volvió.
Lentamente abrió los cierres y la caja emitió un soplido como un suspiro al tomar aire después de muchísimo tiempo cerrada. Levanto con cuidado la tapa con el corazón corriendo como un caballo desbocado y examino su contenido.
- Libros- musitó- docenas de libros.
En realidad no se trataba de libros sino de libretas, llenas con una apretada caligrafía, cada una de ellas tenia un titulo, parecía el nombre de alguien
- Que cosa más curiosa- pensó mientras hojeaba las libretas.
La dueña de la posada por fin se acordó de donde estaba y bajo a buscarle. Al ver que llevaba mas de diez minutos llamándole y el no se dignaba contestar.
- ¿Que es eso que miras?- preguntó
el hobbit se levanto sobresaltado, y un poco azorado trató de disculparse
-yooo... mire usted... es que encontré esta caja y...
pero la joven ya no atendía al mediano, sino que miraba con atención el contenido de la caja
- ¿De donde lo has sacado?-preguntó con un hilo de voz- tiene como mínimo cien años
-De ese hueco en la pared, detrás del estante de vinos, parece que perteneció a mi tío Bob Sotomonte, bueno, vera usted, no es mi tío, su madre era hermana de mi abuela...
empezó a decir el hobbit, que como todos los de su raza era muy aficionado a contar sus parentescos, pero la muchacha le interrumpió:
-Ayúdame, lo llevaremos a la sala, se está mejor allí que aquí abajo, hay mas luz
Entre los dos tomaron la caja y la trasladaron la sala común, donde aun brillaban las ascuas del fuego, Bob trajo una lámpara mientras Ilda ponía unos cuantos troncos para avivar las llamas.
Lentamente fueron sacando los libros de la caja y los contaron, había 24 y leyeron sorprendidos algunos de los títulos.
Bill Fornedera (historia del hobbit curioso)
Rifi (correo del rey de los enanos)
Sgratta (sureño)
Loagornd (soldado de Gondor)
...
Y en el fondo de la caja, metidos en una bolsa de cuero rojo con extraños dibujos, había tres libros mas, en sus tapas se podía leer Ghash.
Había también un cuarto libro, este sin titulo, bajo la bolsa.
La muchacha y el hobbit hojearon con cuidado los libros. Bob tomó el que no llevaba nombre.
- Parece un diario- dijo- la historia de mi tío Bob..., puede que cuente porque se fue...
Y Bob empezó a leer en voz alta:
"Diario de Bob Sotomonte y del por qué de su vida"
iniciado el día10 de lithe del año 99 de la Cuarta Edad
En Bree. Taberna de El Poney Pisador.
Hoy he descubierto como hacer un poco realidad mi sueño de conocer otros lugares.
Desde que murió mi padre en aquel desgraciado accidente con el carromato, creí que nunca podría hacerlo, pero han pasado unos meses y mi hermano menor empieza a llevar por sí solo los campos. Así que yo he vuelto a trabajar en la posada.
Pero ellos van a necesitarme por mucho tiempo, por lo tanto nada de liar el petate y salir por ahí.
Menos mal que cuando menos te lo esperas alguien te da un buen consejo. Esta vez ha sido el gordo propietario de la tienda del pueblo, un humano enorme, con una barba negra rizada, y un tremendo vozarrón. Se hace llamar Jas, aunque en realidad se llama Jacinto, lo comprendo, pobre hombre, ese nombre no le pega.
Me ha saludado con un golpecito en la espalda cuando me ha visto en su tienda todo abatido. Estaba contando a mi primo Ted que me sentía triste por no poder conocer como era el mundo. Y él me ha dicho: " muchacho, no necesitas ir a ver el mundo, el mundo viene hacia ti, estas en el mejor lugar. Si quieres saber cosas del exterior, solo ve y pregunta a tus parroquianos, seguro que cada uno de ellos tiene una historia que contar".
Y esto me ha dado una idea, voy a escribir las historias de la gente que pase por la posada, voy a pedir que me las cuenten, casi me va a parecer que he visitado esos lugares lejanos y corrido sus aventuras.
He comprado una cuantas libretas y material de escritura. También he comprado una caja metálica para ponerlas, Ted dice que es de manufactura enana y que cierra herméticamente, por lo que no puede entrar la humedad.
Me ha costado todo un trimestre sin hierba para pipa. Pero vale la pena, me servirá para poner en ella mis escritos.
La he guardado en el sótano de la posada, en un hueco detrás de unas botellas de vino.
Mi madre se entristecería si los ve, tiene demasiado miedo a que me vaya.
No hay nada mas escrito, eso es todo- dijo el hobbit, cuando acabó de leer.
- Ahora sabemos que es lo que hay escrito en estas libretas, son las historias que le contaban los parroquianos.- dijo la muchacha.
¿Y esas tres?- Dijo Bob, señalando las que habían sacado de la bolsa roja- ¿Qué historia contendrán? ¿Por qué el tío Bob las puso esa bolsa, como si fueran especiales?
Eso solo lo sabremos si las leemos- respondió Ilda tomando una de las libretas.
Capítulo I
Aunque no lo he hecho en los otros casos, creo que esta historia merece una introducción.
Estaba en la tienda con Ted, estábamos fumándonos una pipa, mientras él se tomaba un descanso, cuando ha entrado una extraña mujer.
Era la mujer más vieja que he visto jamás, llevaba un largo vestido rojo y morado, y una especie de manto negro. En la espalda llevaba un cesto, hecho con unas extrañas hojas amarillas, que parecía pesar mucho.
Se trataba de una humana, aunque por lo encorvada que iba, tuvo que dirigirse al mostrador pequeño, para descargar su mercancía.
Se ve que el propietario la esperaba porque le ha dicho, que fuera sacando sus cosas, que en cuanto acabase con el cliente la atendería.
Muertos de curiosidad, hemos entrado en la tienda. La mujer había llenado el mostrador de pequeñas vasijas de cristal, que contenían líquidos y pastas de diferentes colores.
Estuve observándola, el manto se le había deslizado sobre los hombros y mostraba una enorme mata de pelo blanco con un extraño reflejo rojo, trenzado de una forma peculiar. Su piel, completamente surcada de arrugas, era blanca, pero estaba tostada por el sol, sus manos nudosas lucían unos cuantos anillos de oro y cobre. Y en sus orejas y en su cuello se podían ver otras joyas también del mismo material.
Tenia un aire misterioso, así que en voz baja pregunté a Tom quien era. La mujer debió oírme, porque se giró de repente clavando en mi unos penetrantes ojos verdes.
Jas, el dueño de la tienda, dijo: - Veamos que me habéis traído esta vez- y la mujer se volvió.
Mientras ellos discutían sobre la transacción, Tom y yo salimos a la entrada, el se puso a barrer y yo a preguntar.
Saqué en claro que esa mujer hacia unas semanas que vivía en la vieja casa de Bill Helechal, esa que había estado abandonada durante casi cien años.
Que por lo visto era la propietaria, que tenia fama de ser medio bruja, que venia del sur, pero que parecía provenir de un lugar muy lejano. Que en esas botellas que traía había perfumes y otras esencias que ella misma fabricaba y que según ella decía tenían propiedades curativas.
Cuando la mujer salió nos encontró en la puerta, y por nuestras caras adivinó que habíamos estado hablando de ella.
¿Quién soy? Has preguntado, antes allí dentro- dijo, con un acento extraño-
-Soy Ghash, ese es mi nombre
-Bob Sotomonte, a vuestro servicio- contesté, mientras me quedaba pensativo.
¿Ghash? Esa palabra me resultaba conocida...
De pronto recordé... la historia del final de la tercera edad que escribió el señor Bolsón y que tantas veces mi padre me contó, Ghash, fuego en la lengua de los orcos.
¡No podía ser!, debía ser una palabra parecida...
- Ghash, ¿eso es fuego en ...?
- Si chico- me dijo- eso significa fuego.
- En la lengua de los orcos- dije yo con un hilo de voz.
- Es que yo fui una vez un orco- contestó con una voz suave y una sonrisa.
Y se marchó.
Capítulo II
Me sentí intrigado con su respuesta así que aproveche la primera tarde libre que tuve para acercarme a la tienda a ver que más sabia Tom. Pero este no soltó prenda, aunque me dijo que esa misma tarde la mujer volvería, debía traer un encargo, una pomada para los sabañones que estaba haciendo furor entre las amas de casa hobbit, a las que se les estropeaban mucho las manos.
-¿Y tiene que traer muchos tarros?- pregunté como por curiosidad.
-Si- me dijo Tom- un buen montón.
- ¿Y cuando dices que debe venir?
- Supongo que dentro de un rato- dijo él
- ¿Sabes? Esto está muy aburrido hoy- dije
- Pues más solitario se va a quedar como no llegue pronto el señor Jas. Tengo que llevar un pedido y lo esperan a las 3, es que es para un cumpleaños. Así que voy a tener que cerrar un rato.
Tom trajo el carrito que se usa para esos menesteres y lo llenó, luego cogió la nota y la pegó encima de los paquetes.
Una idea cruzó por mi mente al ver donde iba dirigido el encargo.
- Oye Tom, no es necesario que cierres la tienda- le dije- yo llevaré el paquete. Pero tu me invitas a merendar en cuanto vuelva.
Tom estuvo de acuerdo y yo cogí el carrito y me dirigí hacia la carretera del Sur.
Entregué mi paquete y recibí unas monedas, que guardé para Tom. Luego volví paseando, como si tal cosa, por delante de la vieja casa de Bill Helechal.
Justo a tiempo, la mujer estaba saliendo por la puerta con su carga, y esta vez creo que pesaba aun más.
La saludé y me ofrecí a llevar su carga en el carrito.
- Gracias, esto pesaba demasiado para una mujer tan vieja como yo- dijo, colocando su cesto en el carro.
- ¿Dónde vais?- pregunté, aunque sabia perfectamente la respuesta. No en vano había sugerido yo a Tom de hacer su encargo.
- Supongo que en tu misma dirección, ese carrito es de la tienda, por lo tanto imagino que vas a devolverlo.
- Sois muy observadora, señora- le dije. "Espero que no se haya dado cuenta que lo hice adrede", pensé.
- Pero tu no trabajas en la tienda, y la posada no queda de este lado- dijo, mientras me guiñaba un ojo con una sonrisa pícara.
Creo que enrojecí, solo atiné a balbucear:
- Es que estoy echando una mano a mi primo Ted, solo un pequeño favor, je! Je!
¡Vaya!, Me había pillado, esa mujer sabía muchas cosas de mi y yo no sabia casi nada de ella. ¡Se suponía que era yo el que iba por ahí preguntando a los demás!
- Pero,¿cómo sabéis que trabajo en la posada?¿Habéis estado allí alguna vez? Si es así, yo no os he visto.
- No te preocupes pequeño, no he estado metiendome en tus cosas, solo que uno de mis proveedores me habló de ti. Dice que le pides a todo el mundo que te cuente su vida y la anotas en un libro. ¿También me lo pedirás a mí?
Yo volví a ponerme como un tomate ¡Caramba con esa mujer¡, que perspicaz.
- Si a vos os parece bien- le contesté con una gran sonrisa y una reverencia - estaría encantado de que me la contarais.
Mientras, mi corazón empezaba a desbocarse ¿diría que sí? ¿Me dejaría con las ganas de saber su historia?
- Lo pensaré- dijo
Y al ver mi cara de decepción añadió- ¿Y que harás si te la cuento?
- Escribidla- respondí, sin vacilar- y espero que algún día alguien la lea.
Capítulo III
Esa misma tarde, sentados ante una merienda opípara, en el salón de su casa, ella empezó a contarme su historia.
- No sé por donde empezar- me dijo- ¿donde quieres que empiece?, Mi vida ha sido larga, muy larga.
- Normalmente la gente cuando me cuenta su historia empieza hablando del lugar donde nacieron, de sus padres y de su origen.- le respondí
- Verás es que yo no sé dónde nací, ni tampoco quienes fueron mis padres, ni a que tribu o raza pertenecían.
Mis recuerdos empiezan un día cuando tenia mas o menos unos 11 o 12 años, no lo sé exactamente. Supongo que es debido a esto.
La mujer retiró el manto de alrededor de su cuello y me mostró la nuca, donde una fea cicatriz, realmente muy antigua, resaltaba sobre su piel morena.
- Recibí un golpe aquí, debí perder el sentido, y cuando volví en mi, no recordaba nada de mi vida anterior. Mis recuerdos empiezan ese día, cuando desperté de pronto sintiéndome zarandeada por unas manos poco cuidadosas. Abrí los ojos y vi el suelo moviéndose a gran velocidad, un dolor horrible en la nuca me hizo vomitar y la criatura que me cargaba se paró. Emitiendo un grito, para avisar a los demás.
De pronto me vi rodeada de un grupo de seres extraños, bajos, corpulentos y patizambos, vestidos con una especie de harapos y con unas capas que parecían pedazos de piel sin curtir.
Uno de ellos, una hembra bastante más corpulenta que los demás, pegó un gruñido y emitió una serie de sonidos que no entendí, mas tarde supe que aquello eran palabras.
Los otros respondieron con un gruñido y se retiraron.
De pronto sentí pavor, creí ser la comida de aquel orco, pero no fue así. Lo primero que hizo fue husmear por todo mi cuerpo, yo llevaba una especie de túnica manchada de sangre y de alguna cosa mas que no pude identificar. La hembra orco la rasgó y me vendó la cabeza con ella. Seguidamente sacó de su espalda un pedazo de piel, y me cubrió.
Luego empezó a embadurnarme con algo que sacaba de una redoma que llevaba colgada a la cintura, olía a fango y a brea, hasta que mis brazos y mis piernas quedaron negros.
Por aquel entonces mi pavor se había transformado en tranquilidad, relativa. Aquel ser parecía que no quería matarme, me estaba curando.
La hembra volvió a cargarme a su espalda y con un gruñido, reinició la marcha. Detrás de ella el grupo de orcos jóvenes la seguían.
No tardamos en ser alcanzados por un grupo de Snaga cargados con el botín y por el Amo con el látigo.
Y así fue como cargada como un fardo llegué al cubil y me convertí en orco.
- Pero esos seres tienen fama de no tener sentimientos, ¿cómo puede ser que no os matasen?
- ¡Oh! Sí los tienen. Odio y sobretodo miedo. Pero las hembras cuidan durante algún tiempo a sus crías. Las identifican por el olfato. Como ellos viven en la oscuridad, no son fáciles de distinguir.
- Queréis decir que os tomó por su cría. ¿No erais un poco mayor? Y además muy diferente.
- Supongo que fue debido a la sangre y la orina que me cubría, debía pertenecer a su cría, muerta en la incursión.
- ¿Así que tuvisteis una "madre"orco?
- Si, puede decirse que sí. Pero no creas, no me duró muchos días. Al cabo de poco tiempo perdí el olor y ella me abandonó.
Pero me vino bien, en esos días aprendí a sobrevivir.
- ¿Snaga? ¿Que son? ¿Una raza de orcos?
- No, son los esclavos, la jerarquía mas baja entre los orcos.
Veras, los orcos no son todos de la misma raza, hay un montón de grupos y tribus, cada uno de ellos con su lenguaje y sus peculiaridades. Pero en aquel tiempo estaban todos aglutinados bajo el poder del Gran Amo Sa... -No terminó la palabra, se calló como temerosa.
- Sauron - dije yo - el gran enemigo de la tierra media.
- Lo siento, han pasado cien años y aun no puedo nombrarlo.- dijo con un estremeciento - ellos nunca lo hacían. Ni siquiera los grandes amos o los nazgul.
De repente la habitación pareció oscurecerse, el ambiente se fue volviendo frío. Una sombra cruzó por el rostro de la mujer, tal vez el recuerdo de algo terrible. Lentamente, la mujer tomó un sorbo de la infusión de hierbas que se había preparado, su rostro se distendió y volvió a hablar.
- ¿De que te hablaba?- pregunto- Ah sí, de las jerarquías entre los orcos.
Veras, por lo que sé, antiguamente los orcos estaban divididos en tribus, con un jefe o amo, normalmente el mas bestia, que era el que ostentaba el poder, todos los grupos tenían guerreros, que servían para la defensa y para las incursiones y el pillaje, estos eran uruks, los demás, incluidas las mujeres eran snaga, esclavos. Normalmente no hacían prisioneros, y si los hacían estos duraban poco, eran alimento y diversión. Los seres que caían en sus manos eran torturados, solo para divertirse, y luego comidos.
Pero cuando la sombra empezó a crecer fueron llamados, las tribus se fueron replegando en el este y una nueva ley fue establecida.
Las diferentes tribus se unieron para formar las legiones oscuras, aunque conservaron algunos de los antiguos jefes, unos nuevos jefes, más crueles si cabe, ocuparon su lugar.
La estructura social cambió, se volvió militar, los uruk pasaron a ser soldados y los demás esclavos para la construcción de defensas, armas y para la obtención de alimento.
Las hembras orcas pasaron a ser propiedad de algunos jefes, que las mantenían en pozos de reproducción, y a veces eran entregadas a los uruks como premio por alguna hazaña cruel.
Y a uno de estos pozos de reproducción fue donde yo fui a parar. Verás, el grupo que me recogió estaba formado por unos cuantos soldados, que custodiaban a un grupo de snaga, unas cuantas hembras que llevaban consigo a sus crías y un grupo de jóvenes. Se estaban trasladando desde el sur hacia la fortaleza, pero se desviaron y tuvieron un encontronazo con enemigos. Supongo que era mi gente. No sé a que raza o tribu pertenecerían. Pero pude obtener uno de los objetos conseguidos en el pillaje, una bolsa de cuero rojo, me ha acompañado durante todos los años de mi vida. Es lo único que liga a mi origen.
Se levantó, rebuscó en un cajón y saco una bolsa de cuero rojo, grabada con unos signos extraños, tan vieja y ajada que parecía que iba a romperse solo con tocarla. Después, del mismo cajón saco otra igual, pero esta mucho más nueva.
- Esto es una copia, la hicieron para mí hace tiempo. Así era cuando yo la obtuve de manos del orco que la tenia, tuve que cortarle la mano para que la soltara, pero lo conseguí.
- Veo que fuisteis una guerrera, una uruk - le dije, mientras imaginaba una mano cortada sosteniendo aun la bolsa roja y un estremecimiento recorría todo mi cuerpo.
- No lo creas, primero fui una snaga.
La mujer volvió a sentarse y reprendió el hilo de la historia.
- Los primeros días fueron muy duros. La hembra orco me cuidaba, me ponía de pie en el suelo, me hacia caminar, aunque yo estaba bastante débil y mareada. Me defendía de los demás, es que, cuando una cría se debilitaba o recibía una herida. Las madres tenían que defenderla porque sino los demás la mataban y se la comían. A veces cuando no había comida las mismas madres se comían las crías de las otras.
Yo volví a estremecerme, el bollo con mermelada de moras se me atraganto, pero ella no pareció darse cuenta y continuó:
- Me llenaba la boca de comida masticada y me la hacia tragar. Nunca cuestione que era lo que comía, de hecho pasaron muchos años antes de que lo hiciera. Los orcos comen de lo que sea, carne o pescado, frutas, bayas, cereales y pan pero lo que más les gusta es la carne tierna y no hacen ascos a su procedencia.
La mujer continuó hablando como para sí. Estaba sumergida en sus recuerdos, mientras a mí todo empezó a darme vueltas. ¿Carne tierna? ¿De orco o de humano? Que más daba.
La mujer levantó la mirada, que había tenido todo el rato fija en su taza, y me miro.
- Te he asustado - dijo - no quería ser tan directa.
- No me habéis asustado, solo que eso es...
- Asqueroso, si, lo sé - dijo ella
- No quería decir eso, quería decir que eso es muy cruel - dije yo con un hilo de voz.
- Ellos son crueles por naturaleza. Pero además, se debe ser cruel para sobrevivir allí.
Viendo mi desasosiego la mujer volvió a levantarse y se dirigió a la habitación contigua dejándome solo.
Eso me fue bien, así pude calmarme un poco y mi mareo comenzó a remitir.
Cuando ella volvió llevaba en su mano un frasco con un líquido amarillento, se roció un poco en la mano y me la puso en la frente. Debía ser una medicina muy buena porque mi malestar desapareció rápidamente.
- Deberás ser un hobbit muy valiente si quieres conocer mi historia, Bob Sotomonte - me dijo - pero será mejor que cuando tengamos que hablar de comida de orcos no lo hagamos delante de la merienda.
Yo asentí, empezaba a tener otra vez hambre, así que volví a coger el bollo y me lo zampé de un mordisco.
Hasta aquel momento no me había dado cuenta de lo riquísima que era esa mermelada. Deliciosa, hecha de moras pero con un aroma muy especial que no podía identificar.
- Es canela - dijo ella - esta mermelada lleva moras, manzanas y canela. ¿Era esto lo que te estabas preguntando, no?
- Yo asentí con la cabeza, con la boca aun llena con el delicioso pastel.
- Y esto no es comida de orco - dijo con una sonrisa.
Yo me levanté azorado, ¿de verdad esa mujer pensaba que yo creía que ella me había dado comida de orco? ¿Se estaría riendo de mí?
La anciana soltó la carcajada, mi expresión de desconcierto debía ser tan grande que la hizo reír.
- Perdóname - me soltó entre risas- tengo la mala costumbre de soltar cosas como esas, para ver como reacciona la gente. No ha sido muy cortés por mi parte, pero es que has puesto una cara.
- ¿Que cara he puesto señora? - le pregunté.
- Una cara mas o menos así - me contestó imitando mi gesto, de una forma tan cómica que yo también empecé a reír
Y nuestras risas unidas rompieron el hielo que la anterior conversación parecía haber puesto entre los dos.
De pronto ella paró de reír y me miró.
- Oye - me dijo- yo te hablo a ti de tú y te llamo muchacho y tu me llamas a mi señora y me tratas de vos. Como si yo fuera una persona importante, y no lo soy. Por que no me llamas por mi nombre, mi nombre es Ghash ¿recuerdas?
- Bueno, lo intentaré, pero no sé si me saldrá - le contesté.
- De acuerdo, y dejemos mi historia por hoy, creo que ya has tenido bastante, me soltó.
- ¡Oh no!, Por favor. Solo una cosita más.
- De acuerdo, ¿qué es lo que quieres saber?
- Vuestro, quiero decir, tu nombre, Ghash. ¿Por que te llamas Ghash?
- Es una pregunta muy sencilla, señor hobbit, y muy fácil de responder. Me llamo Ghash por el color de mi pelo. Ahora es casi blanco, aunque le queda aun algún reflejo del color que fue.
Mi pelo era rojo, como una llama, del color del fuego, así que me empezaron a llamarme Ghash, que como tu bien dijiste el otro día significa fuego.
Pero esto fue mucho tiempo después de mi llegada, cuando me convertí en uruk, hasta entonces fui un snaga y no tuve nombre.
- Así que eras pelirroja, ¿hay orcos pelirrojos? Porque sino no se me ocurre como pudiste ocultarlo.
- Fue bien difícil, también tuve que ocultar el color de mi piel, demasiado blanca para ellos, la suya es más oscura, como amarillenta. Ven te mostraré como lo hice.
La mujer se levantó y me guió hacia una puerta. Al otro lado de ella había una habitación llena de redomas y de vasijas, ella lo llamó mi laboratorio.
- No te asustes, es solo el lugar donde preparo mis pócimas- dijo tomando una especie de olla llena de una pasta oscura y maloliente.
- Mira, esto es una mezcla de brea, grasa y barro negro sulfuroso. Los orcos lo usan cuando tienen que salir al exterior, les protege la piel de la luz del sol. Aunque nunca salen con el sol alto, sinó que prefieren la noche, la luz del amanecer y del atardecer ya les hace daño. Por esto se untan el cuerpo con esta pasta. Además les protege de las picaduras de los insectos. Has de tener en cuenta que, con lo sucias que son esas criaturas, hay montones de insectos pululando en los cubiles.
- ¿Y usaste esto para esconder tu verdadero aspecto? Huele fatal.
- Si me untaba el cuerpo y el cabello con esto. Fue un regalo de mi "madre" orco, si ella no me hubiese untado con esta pasta desde un primer momento el amo me habría visto y hubiese acabado en la cazuela.
- Pues debías tener un aspecto bien extraño. Y un olor...
- Repugnante, sí. Porque a esto debes sumarle que los orcos no se lavan. Y que viven entre inmundicias.
- ¡Puaj! - contesté - para ir de visita a un cubil de orcos.
- Entonces te recibirían un grupo de uruks patizambos, con porras en las manos y con los ojos rojos, amenazadores.
La mujer se encorvó, abrió las piernas y dejó caer los brazos imitando los movimientos de los orcos. Era tan real que retrocedí.
- Esto fue lo segundo que me salvó. Después del golpe no sabia andar, así que aprendí a andar y a moverme como ellos. No sabia que hubiera otra forma, de hecho no lo supe hasta unos años después.
- Pues me asustaste, parecías un... un monstruo.
Ella cogió un pequeño cuchillo de encima de la mesa y se acercó a mí con la palma de la mano vuelta hacia arriba, se pincho en ella con él y cuando brotó una gota de sangre puso su palma en la mía.
- Bob Sotomonte- me dijo- Yo nunca te haré daño. Este es mi juramento de sangre.
- Y yo no haré nada que pueda causaros ningún mal.- respondí sintiéndome extraño, como si fuera el protagonista de uno de los viejos relatos.
El sol se ponía cuando salí de la casa, aun impresionado por todo lo que ella me había contado esa tarde.
Por el camino me encontré a Tom, que volvía a casa.
- Te has perdido una buena merendola- me soltó -han venido Nick y Frida y nos lo hemos pasado estupendamente.
- No lo creo - le respondí - he comido como un rey.
Además, no lo cambiaria por nada del mundo, dije para mis adentros, mientras me miraba la palma de la mano, donde aun quedaban huellas de la sangre de ella. Por nada del mundo.