Ghash
Capítulo III
Esa misma tarde, sentados ante una merienda opípara, en el salón de su casa, ella empezó a contarme su historia.
- No sé por donde empezar- me dijo- ¿donde quieres que empiece?, Mi vida ha sido larga, muy larga.
- Normalmente la gente cuando me cuenta su historia empieza hablando del lugar donde nacieron, de sus padres y de su origen.- le respondí
- Verás es que yo no sé dónde nací, ni tampoco quienes fueron mis padres, ni a que tribu o raza pertenecían.
Mis recuerdos empiezan un día cuando tenia mas o menos unos 11 o 12 años, no lo sé exactamente. Supongo que es debido a esto.
La mujer retiró el manto de alrededor de su cuello y me mostró la nuca, donde una fea cicatriz, realmente muy antigua, resaltaba sobre su piel morena.
- Recibí un golpe aquí, debí perder el sentido, y cuando volví en mi, no recordaba nada de mi vida anterior. Mis recuerdos empiezan ese día, cuando desperté de pronto sintiéndome zarandeada por unas manos poco cuidadosas. Abrí los ojos y vi el suelo moviéndose a gran velocidad, un dolor horrible en la nuca me hizo vomitar y la criatura que me cargaba se paró. Emitiendo un grito, para avisar a los demás.
De pronto me vi rodeada de un grupo de seres extraños, bajos, corpulentos y patizambos, vestidos con una especie de harapos y con unas capas que parecían pedazos de piel sin curtir.
Uno de ellos, una hembra bastante más corpulenta que los demás, pegó un gruñido y emitió una serie de sonidos que no entendí, mas tarde supe que aquello eran palabras.
Los otros respondieron con un gruñido y se retiraron.
De pronto sentí pavor, creí ser la comida de aquel orco, pero no fue así. Lo primero que hizo fue husmear por todo mi cuerpo, yo llevaba una especie de túnica manchada de sangre y de alguna cosa mas que no pude identificar. La hembra orco la rasgó y me vendó la cabeza con ella. Seguidamente sacó de su espalda un pedazo de piel, y me cubrió.
Luego empezó a embadurnarme con algo que sacaba de una redoma que llevaba colgada a la cintura, olía a fango y a brea, hasta que mis brazos y mis piernas quedaron negros.
Por aquel entonces mi pavor se había transformado en tranquilidad, relativa. Aquel ser parecía que no quería matarme, me estaba curando.
La hembra volvió a cargarme a su espalda y con un gruñido, reinició la marcha. Detrás de ella el grupo de orcos jóvenes la seguían.
No tardamos en ser alcanzados por un grupo de Snaga cargados con el botín y por el Amo con el látigo.
Y así fue como cargada como un fardo llegué al cubil y me convertí en orco.
- Pero esos seres tienen fama de no tener sentimientos, ¿cómo puede ser que no os matasen?
- ¡Oh! Sí los tienen. Odio y sobretodo miedo. Pero las hembras cuidan durante algún tiempo a sus crías. Las identifican por el olfato. Como ellos viven en la oscuridad, no son fáciles de distinguir.
- Queréis decir que os tomó por su cría. ¿No erais un poco mayor? Y además muy diferente.
- Supongo que fue debido a la sangre y la orina que me cubría, debía pertenecer a su cría, muerta en la incursión.
- ¿Así que tuvisteis una "madre"orco?
- Si, puede decirse que sí. Pero no creas, no me duró muchos días. Al cabo de poco tiempo perdí el olor y ella me abandonó.
Pero me vino bien, en esos días aprendí a sobrevivir.
- ¿Snaga? ¿Que son? ¿Una raza de orcos?
- No, son los esclavos, la jerarquía mas baja entre los orcos.
Veras, los orcos no son todos de la misma raza, hay un montón de grupos y tribus, cada uno de ellos con su lenguaje y sus peculiaridades. Pero en aquel tiempo estaban todos aglutinados bajo el poder del Gran Amo Sa... -No terminó la palabra, se calló como temerosa.
- Sauron - dije yo - el gran enemigo de la tierra media.
- Lo siento, han pasado cien años y aun no puedo nombrarlo.- dijo con un estremeciento - ellos nunca lo hacían. Ni siquiera los grandes amos o los nazgul.
De repente la habitación pareció oscurecerse, el ambiente se fue volviendo frío. Una sombra cruzó por el rostro de la mujer, tal vez el recuerdo de algo terrible. Lentamente, la mujer tomó un sorbo de la infusión de hierbas que se había preparado, su rostro se distendió y volvió a hablar.
- ¿De que te hablaba?- pregunto- Ah sí, de las jerarquías entre los orcos.
Veras, por lo que sé, antiguamente los orcos estaban divididos en tribus, con un jefe o amo, normalmente el mas bestia, que era el que ostentaba el poder, todos los grupos tenían guerreros, que servían para la defensa y para las incursiones y el pillaje, estos eran uruks, los demás, incluidas las mujeres eran snaga, esclavos. Normalmente no hacían prisioneros, y si los hacían estos duraban poco, eran alimento y diversión. Los seres que caían en sus manos eran torturados, solo para divertirse, y luego comidos.
Pero cuando la sombra empezó a crecer fueron llamados, las tribus se fueron replegando en el este y una nueva ley fue establecida.
Las diferentes tribus se unieron para formar las legiones oscuras, aunque conservaron algunos de los antiguos jefes, unos nuevos jefes, más crueles si cabe, ocuparon su lugar.
La estructura social cambió, se volvió militar, los uruk pasaron a ser soldados y los demás esclavos para la construcción de defensas, armas y para la obtención de alimento.
Las hembras orcas pasaron a ser propiedad de algunos jefes, que las mantenían en pozos de reproducción, y a veces eran entregadas a los uruks como premio por alguna hazaña cruel.
Y a uno de estos pozos de reproducción fue donde yo fui a parar. Verás, el grupo que me recogió estaba formado por unos cuantos soldados, que custodiaban a un grupo de snaga, unas cuantas hembras que llevaban consigo a sus crías y un grupo de jóvenes. Se estaban trasladando desde el sur hacia la fortaleza, pero se desviaron y tuvieron un encontronazo con enemigos. Supongo que era mi gente. No sé a que raza o tribu pertenecerían. Pero pude obtener uno de los objetos conseguidos en el pillaje, una bolsa de cuero rojo, me ha acompañado durante todos los años de mi vida. Es lo único que liga a mi origen.
Se levantó, rebuscó en un cajón y saco una bolsa de cuero rojo, grabada con unos signos extraños, tan vieja y ajada que parecía que iba a romperse solo con tocarla. Después, del mismo cajón saco otra igual, pero esta mucho más nueva.
- Esto es una copia, la hicieron para mí hace tiempo. Así era cuando yo la obtuve de manos del orco que la tenia, tuve que cortarle la mano para que la soltara, pero lo conseguí.
- Veo que fuisteis una guerrera, una uruk - le dije, mientras imaginaba una mano cortada sosteniendo aun la bolsa roja y un estremecimiento recorría todo mi cuerpo.
- No lo creas, primero fui una snaga.
La mujer volvió a sentarse y reprendió el hilo de la historia.
- Los primeros días fueron muy duros. La hembra orco me cuidaba, me ponía de pie en el suelo, me hacia caminar, aunque yo estaba bastante débil y mareada. Me defendía de los demás, es que, cuando una cría se debilitaba o recibía una herida. Las madres tenían que defenderla porque sino los demás la mataban y se la comían. A veces cuando no había comida las mismas madres se comían las crías de las otras.
Yo volví a estremecerme, el bollo con mermelada de moras se me atraganto, pero ella no pareció darse cuenta y continuó:
- Me llenaba la boca de comida masticada y me la hacia tragar. Nunca cuestione que era lo que comía, de hecho pasaron muchos años antes de que lo hiciera. Los orcos comen de lo que sea, carne o pescado, frutas, bayas, cereales y pan pero lo que más les gusta es la carne tierna y no hacen ascos a su procedencia.
La mujer continuó hablando como para sí. Estaba sumergida en sus recuerdos, mientras a mí todo empezó a darme vueltas. ¿Carne tierna? ¿De orco o de humano? Que más daba.
La mujer levantó la mirada, que había tenido todo el rato fija en su taza, y me miro.
- Te he asustado - dijo - no quería ser tan directa.
- No me habéis asustado, solo que eso es...
- Asqueroso, si, lo sé - dijo ella
- No quería decir eso, quería decir que eso es muy cruel - dije yo con un hilo de voz.
- Ellos son crueles por naturaleza. Pero además, se debe ser cruel para sobrevivir allí.
Viendo mi desasosiego la mujer volvió a levantarse y se dirigió a la habitación contigua dejándome solo.
Eso me fue bien, así pude calmarme un poco y mi mareo comenzó a remitir.
Cuando ella volvió llevaba en su mano un frasco con un líquido amarillento, se roció un poco en la mano y me la puso en la frente. Debía ser una medicina muy buena porque mi malestar desapareció rápidamente.
- Deberás ser un hobbit muy valiente si quieres conocer mi historia, Bob Sotomonte - me dijo - pero será mejor que cuando tengamos que hablar de comida de orcos no lo hagamos delante de la merienda.
Yo asentí, empezaba a tener otra vez hambre, así que volví a coger el bollo y me lo zampé de un mordisco.
Hasta aquel momento no me había dado cuenta de lo riquísima que era esa mermelada. Deliciosa, hecha de moras pero con un aroma muy especial que no podía identificar.
- Es canela - dijo ella - esta mermelada lleva moras, manzanas y canela. ¿Era esto lo que te estabas preguntando, no?
- Yo asentí con la cabeza, con la boca aun llena con el delicioso pastel.
- Y esto no es comida de orco - dijo con una sonrisa.
Yo me levanté azorado, ¿de verdad esa mujer pensaba que yo creía que ella me había dado comida de orco? ¿Se estaría riendo de mí?
La anciana soltó la carcajada, mi expresión de desconcierto debía ser tan grande que la hizo reír.
- Perdóname - me soltó entre risas- tengo la mala costumbre de soltar cosas como esas, para ver como reacciona la gente. No ha sido muy cortés por mi parte, pero es que has puesto una cara.
- ¿Que cara he puesto señora? - le pregunté.
- Una cara mas o menos así - me contestó imitando mi gesto, de una forma tan cómica que yo también empecé a reír
Y nuestras risas unidas rompieron el hielo que la anterior conversación parecía haber puesto entre los dos.
De pronto ella paró de reír y me miró.
- Oye - me dijo- yo te hablo a ti de tú y te llamo muchacho y tu me llamas a mi señora y me tratas de vos. Como si yo fuera una persona importante, y no lo soy. Por que no me llamas por mi nombre, mi nombre es Ghash ¿recuerdas?
- Bueno, lo intentaré, pero no sé si me saldrá - le contesté.
- De acuerdo, y dejemos mi historia por hoy, creo que ya has tenido bastante, me soltó.
- ¡Oh no!, Por favor. Solo una cosita más.
- De acuerdo, ¿qué es lo que quieres saber?
- Vuestro, quiero decir, tu nombre, Ghash. ¿Por que te llamas Ghash?
- Es una pregunta muy sencilla, señor hobbit, y muy fácil de responder. Me llamo Ghash por el color de mi pelo. Ahora es casi blanco, aunque le queda aun algún reflejo del color que fue.
Mi pelo era rojo, como una llama, del color del fuego, así que me empezaron a llamarme Ghash, que como tu bien dijiste el otro día significa fuego.
Pero esto fue mucho tiempo después de mi llegada, cuando me convertí en uruk, hasta entonces fui un snaga y no tuve nombre.
- Así que eras pelirroja, ¿hay orcos pelirrojos? Porque sino no se me ocurre como pudiste ocultarlo.
- Fue bien difícil, también tuve que ocultar el color de mi piel, demasiado blanca para ellos, la suya es más oscura, como amarillenta. Ven te mostraré como lo hice.
La mujer se levantó y me guió hacia una puerta. Al otro lado de ella había una habitación llena de redomas y de vasijas, ella lo llamó mi laboratorio.
- No te asustes, es solo el lugar donde preparo mis pócimas- dijo tomando una especie de olla llena de una pasta oscura y maloliente.
- Mira, esto es una mezcla de brea, grasa y barro negro sulfuroso. Los orcos lo usan cuando tienen que salir al exterior, les protege la piel de la luz del sol. Aunque nunca salen con el sol alto, sinó que prefieren la noche, la luz del amanecer y del atardecer ya les hace daño. Por esto se untan el cuerpo con esta pasta. Además les protege de las picaduras de los insectos. Has de tener en cuenta que, con lo sucias que son esas criaturas, hay montones de insectos pululando en los cubiles.
- ¿Y usaste esto para esconder tu verdadero aspecto? Huele fatal.
- Si me untaba el cuerpo y el cabello con esto. Fue un regalo de mi "madre" orco, si ella no me hubiese untado con esta pasta desde un primer momento el amo me habría visto y hubiese acabado en la cazuela.
- Pues debías tener un aspecto bien extraño. Y un olor...
- Repugnante, sí. Porque a esto debes sumarle que los orcos no se lavan. Y que viven entre inmundicias.
- ¡Puaj! - contesté - para ir de visita a un cubil de orcos.
- Entonces te recibirían un grupo de uruks patizambos, con porras en las manos y con los ojos rojos, amenazadores.
La mujer se encorvó, abrió las piernas y dejó caer los brazos imitando los movimientos de los orcos. Era tan real que retrocedí.
- Esto fue lo segundo que me salvó. Después del golpe no sabia andar, así que aprendí a andar y a moverme como ellos. No sabia que hubiera otra forma, de hecho no lo supe hasta unos años después.
- Pues me asustaste, parecías un... un monstruo.
Ella cogió un pequeño cuchillo de encima de la mesa y se acercó a mí con la palma de la mano vuelta hacia arriba, se pincho en ella con él y cuando brotó una gota de sangre puso su palma en la mía.
- Bob Sotomonte- me dijo- Yo nunca te haré daño. Este es mi juramento de sangre.
- Y yo no haré nada que pueda causaros ningún mal.- respondí sintiéndome extraño, como si fuera el protagonista de uno de los viejos relatos.
El sol se ponía cuando salí de la casa, aun impresionado por todo lo que ella me había contado esa tarde.
Por el camino me encontré a Tom, que volvía a casa.
- Te has perdido una buena merendola- me soltó -han venido Nick y Frida y nos lo hemos pasado estupendamente.
- No lo creo - le respondí - he comido como un rey.
Además, no lo cambiaria por nada del mundo, dije para mis adentros, mientras me miraba la palma de la mano, donde aun quedaban huellas de la sangre de ella. Por nada del mundo.