Ghash
Capítulo X
Volvimos los dos a casa arrastrando el carrito. La tarde estaba declinando y el sol empezaba bajar hacia las colinas. En cuanto llegamos, ella quiso ir a cambiarse pero no la dejé, le dije que me gustaba ese vestido y que se lo dejara puesto y ella accedió un poco extrañada. Yo sabía que debían venir los dos hermanos haradrim y me pareció lo más correcto que la vieran con esas ropas.
Me metí en la cocina a preparar te, mientras ella ordenaba las cosas en el laboratorio. Al cabo de un rato apareció por la cocina dispuesta a ayudarme con la merienda, pero yo le pedí que se fuera a la sala a descansar.
- Estarás rendida después de todo el día de andar por ahí – le dije – así que siéntate y descansa.
- Tú también debes estar rendido – me contestó un poco mosqueada– no has parado de andar en todo el día. El pie te debe estar ardiendo.
- No lo creas – mentí – he estado bastante rato sentado. Sólo me pincha un poquito.
Ghash se fue a la sala no sin decirme antes que la avisara para traer las cosas. Cosa que yo no pensaba hacer, había visto que la mesa plegable traía unas ruedecillas. Si se colocaban en posición se podría arrastrar como si fuese un carrito. En nada acabé de preparar la merienda. El té humeaba en la tetera buena, esa plateada igualita a la que había dibujada en los carteles de propaganda del tenderete. Puse unas tazas muy parecidas a las que se mostraban en la imagen en la mesita y coloqué una ramita de menta en cada una de ellas.
Los haradrim llegaron puntales, justo un instante después de haber preparado todo. Se habían vestido para la ocasión, llevaban unos ricos ropajes que parecían de fiesta.
Yo fui el que los abrió porque me encontraba en el pasillo en ese momento, arrastrando la mesita con ruedas. Los hice pasar, llamé con los nudillos y abrí la puerta de la sala. Ghash estaba de pie. Se había levantado del sillón, yo supongo que iba a abrir la puerta.
- Tienes visita – le dije, apartándome para dejar pasar a los dos sureños.
Ghash abrió los ojos sorprendida y con un ademán les invitó a pasar. Ellos se inclinaron y murmuraron algo en su lengua.
- ¡Bienvenidos! ¡Pasad por favor! y sentaos. ¡Me alegra que vengáis a visitarme! ¿Traéis noticias de allí? - preguntó con una cara ilusionada.
Entonces Ghash les mostró los asientos que había al lado del sillón grande, ellos se dirigieron allí pero esperaron a sentarse a que la señora hiciera lo propio.
Me sentí como transportado a un palacio, por la forma que tenían de comportarse esos hombres, ella podría haber sido una reina o una princesa y ellos, sus vasallos. Salí al pasillo en medio de un tenso silencio, Ghash no hablaba, sólo sonreía y se limitaba a observarlos. Los dos hombres estaban cohibidos sentados en sus asientos.
Acerqué la mesita con el servicio de té. Clavé mis ojos en Ghash y ella me sonrió y con un gesto, me indicó que lo sirviera.
Serví el té como habría hecho en la posada, y por una vez no me lancé a devorar pastelitos aunque me estaban llamando desde la bandeja.
Ghash sorbió un poco de té y sonrió aprobando mi elección de vajilla y de tipo de bebida. Luego clavó sus ojos en mi interrogativamente como preguntándome. Yo sonreí y le dije: “Luego”, sólo con los labios sin usar la voz.
Entonces ella dijo un par de frases que no entendí, supongo que eran una bienvenida en el idioma de los haradrim porqué sólo pude captar una palabra, el nombre del comerciante de especias sonó entre todas ellas.
Y después se puso a hablar otra vez en la lengua común. Los dos comerciantes le respondieron en la misma lengua no sin antes fijar sus ojos en mí. Yo me incliné en una ligera reverencia y fui a colocarme de pie al lado de Ghash, apoyado en la butaca para que mi pie descansara.
La conversación versó sobre las novedades que había traído el hermano de Thalem de las tierras del sur y del desierto. Cosas sobre las tribus del sur, sobre los nacimientos bodas y defunciones que había habido entre su gente. Ghash asentía contenta o bien murmuraba cuanto lo siento, también se rió un buen rato cuando le contaron que en la ultima reunión de primavera alguien, no recuerdo su nombre, había tenido que correr detrás de sus vacas porque se le habían escapado y se habían metido en medio de la fiesta. Mientras ellos contaban todas esas cosas y sorbían el té, yo les miraba sorprendido, tan alelado que había olvidado de tomar el mío. Ella se dio cuenta y me tiró de la manga y con un gesto me ordenó que me sentara y que comiera y bebiera.
Me puse a merendar, mientras escuchaba las noticias que ellos traían, pero algo me decía que ellos no habían venido a eso, que estaban esperando algo, así que cuando terminé mi té y vi que las otras tazas estaban vacías en la mesa, la retiré.
Parecía que los hermanos estaban esperando aquel momento, los dos se levantaron, el mayor Thalem se colocó frente a Ghash un poco apartado y el joven se acercó a ella y murmuró unas palabras en su idioma. Ella le tendió las manos con las palmas abiertas y el puso sus manos en ellas mientras caía de rodillas y volvía a decir esa palabra rara que no entendí.
Entonces Ghash puso su mano derecha sobre su cabeza mientras murmuraba a su vez unas palabras.
El humano abrió su vestido y saco de su pecho un paquete que iba metido en una bolsita de tela brillante y lo tendió a Ghash.
Ella lo abrió y vi dos lagrimones enormes bajar por sus mejillas. El paquete contenía un rizo de cabello negro con unos reflejos rojizos rodeado por un anillo dorado.
- Usará el nombre de vuestro esposo - dijo el haradrim.
Su hermano el comerciante estaba todo tenso de pie ante Ghash, como esperando su aprobación, creo que ese nombre era algo muy especial, tan importante para él como si se tratase de un talismán.
- Haled - murmuró ella sonriendo entre sus lagrimas, y entonces entonó lo que supuse una especie de bendición en su lengua.
Yo me sentí muy raro, ese hombre debía ser uno de sus parientes, el color rojizo del rizo lo delataba, al igual que el nombre que le habían puesto al muchacho.
-¿Y mi nieta? tu esposa ¿está bien?- Preguntó Ghash
- Ella está muy bien señora. Un poco agobiada por todo el trabajo que supone criar a los tres tan seguidos. Por eso se quedó allí en este viaje. Estoy impaciente por volver y verlos – dijo el con una sonrisa.
- Bob, por favor, trae mi arqueta de las joyas – me indicó Ghash.
Yo salí de la habitación y volví con la arqueta, el haradrim se había puesto de pie y su hermano se había acercado a ella.
Ella le hablaba mientras el mantenía la cabeza baja y asentía de vez en cuando, parecía que lo estaba riñendo, aunque hablaban en su idioma y no pude saber que decían.
Yo esperé a que ella terminara y le entregué el cofrecillo. Ella lo abrió, sacó de él un colgante y se levantó.
Se acerco al esposo de su nieta y le entregó el colgante, que él recibió todo emocionado. Luego se acerco al otro hombre y este se arrodilló, ella puso la mano sobre su cabeza y recitó algo.
Seguidamente los dos se inclinaron para despedirse. Ella los acompañó hasta la puerta y me dejó a mí llevarlos hasta la verja de la entrada.
Cuando llegamos allí, les saludé con una reverencia deseándoles que tuvieran un buen día. Entonces el hermano de Thalem, que me dijo que se llamaba Absadh puso una moneda en mi mano y me cerró el puño en ella.
- Gracias –dijo inclinándose en un saludo.
Yo iba a devolver la moneda cuando vi la mirada de su hermano y supe que no debía hacerlo. Así que volví a saludar en silencio.
Cuando los dos se alejaron calle arriba en dirección a la plaza miré el contenido de mi mano. En ella había una moneda de oro enorme con un extraño grabado en su superficie.
Me sentí como transportado a las viejas historias, dentro de un lay de esos que se cantan en la posada con historias de lejanas tierras, de elfos y de dragones.
Cuando entré en la casa encontré a Ghash en su habitación, sentada en un taburete muy bajo y con el cofrecito que contiene los rizos de pelo en sus manos. Murmuraba lo que parecía una canción de cuna mientras iba acariciando con la punta de los dedos los rizos de pelo más o menos rojizo que esta contenía.
El sol que se ponía se reflejaba en su cabello y en los dorados de su manto que ella había retirado hacia sus hombros.
Supongo que hice ruido con los bastones porque al entrar ella me tendió la mano para que me acercara. Mientras con la otra cerraba la caja y la dejaba en el arcón.
- Ven aquí, pequeño pillastre – me dijo – tu sabias que ellos iban a venir ¿no? Eso es lo que estabais hablando Thalem y tú esta mañana. Por esto no me dejaste cambiarme de vestido. Y por eso preparaste el té de esa forma. ¿Quién te enseño a hacerlo? Me has dejado un buen rato descolocada. Y además ¿Cómo sabias tú que lo mejor era que yo llevara estas ropas?
- ¡Lo siento Ghash! ¡No debí hacerlo! Pero él me pidió que no te dijera nada. Dijo algo como que el futuro era el que tenía que decidir si debíais veros.
- Sí, es muy propio de las gentes de la tribu dejar todo en manos del destino – dijo pensativamente ella.
- Es extraño, fuiste muy fría con ellos Ghash, muy diferente a como eres con las otras personas que te visitan. ¿Es que te enojó que vinieran? ¿O es que no te caen bien?- pregunté yo intentando salir del tema de forma airosa sin tener que contarle lo que sabía.
- ¿No viste sus ropas? Esa no era una visita de un viejo amigo a uno de sus compatriotas. Ellos no venían a traer noticias y a tomar un té, ellos venían a ver a... – Ghash se interrumpió de golpe volviendo a clavar su mirada verde en la mía.
- Venían a ver a su señora, la más vieja y más sabia de los ancianos. – dije yo cohibido ante la intensidad de su mirada.
Ghash se puso en pie bruscamente mientras pronunciaba airadamente unas palabras en la extraña lengua de los hombres del desierto. Luego se encaró otra vez conmigo.
- Fue Thalem quien te lo contó ¿verdad? No debió hacerlo, hay cosas de allí que las gentes del norte es mejor que no conozcan.
- ¡Fue mi culpa Ghash! Fui yo quien le estuvo tirando de la lengua. ¡Por favor no te enfades con él! ¡No vuelvas a reñirle como antes! – supliqué - Él me tomó por tu cur...loer, creo que dijo y por eso me explicó todas esas cosas.
- Eres sorprendente Bob, ¿cómo sabías tú que yo estaba advirtiendo a Thalem de su error al tratarme de esa forma en la posada?- dijo ella frunciendo el ceño.- Creo que de verdad te estoy convirtiendo sin yo quererlo en mi curonloler
- ¿De veras? – dije yo con una sonrisa de oreja a oreja – ¡es estupendo! aunque no sé muy bien qué es un curonloler, supongo que es una especie de aprendiz ¿no? – pregunté mientras en mi interior sentía la angustia crecer, sentía que esta vez había metido la pata y que eso podía traer consecuencias.
Ghash se sentó de golpe en el taburete y puso las manos bajo su barbilla. Su cara expresaba una intensa concentración, entrecerró los ojos y tendió las manos hacia delante con las palmas hacia arriba. Yo sabía en que estaba pensando, en mí y en las consecuencias que podía traerle el hecho de que yo supiera quién era y lo que representaba para su gente.
- Esta vez sí metiste la pata, Bob el fisgón – me dije – ¿por qué tienes que estar metiéndote siempre en asuntos que no te incumben?
De pronto una idea loca pasó fugazmente por mi cabeza. Una de esas rarezas de los Tuk que tan mala fama nos han dado entre los hobbits. Solté mis bastones y me acerqué cojeando a Ghash, puse mis manos en las de ella y mientras caía de rodillas dije esas palabras que Absadh había dicho.
Ella me miró con un brillo extraño en los ojos, puso su mano sobre mi cabeza y recito unas palabras. Yo sentí la emoción en su voz mientras se me iba formando un nudo en la garganta. Ese que se instala allí y me hace llorar, aunque no sepa porque lo estoy haciendo.
Yo bajé la cabeza y cerré los ojos – por favor que no haya vuelto a meter la pata – me dije.
Sentí su mano en mi barbilla y como me levantaba la cara hacia la de ella. Así que abrí los ojos y la miré, en ese momento temía ver dureza en su mirada, pensé que podría estar enojada por aquello que yo había hecho.
Pero en su cara brillaba una mirada alegre, sus ojos verdes chispeaban y una amplia sonrisa se extendía por ella marcando en su cutis millones de pequeñas arrugas.
- ¿Sabes que es lo que acabas de hacer Bob? – me preguntó – era la única solución pero no me atrevía a pedírtelo.
- No tengo ni idea Ghash. Pero sentí que debía hacerlo. –le dije – espero no haber violado ninguna otra ley del desierto por ello.
- ¡No, claro que no! – contestó – eso que hiciste es un ritual. Es el ritual que se hace para solicitar ser admitido como aprendiz en las artes de la sabiduría. Te acabas de convertir en mi curonloler.
- ¿Eso es lo que ha hecho el esta tarde? ¿Entregarse a ti como tu servidor? – pregunté
- No exactamente, él ya fue mi aprendiz. Pero cuando me fui pasó a serlo de otro de los ancianos. ¿Viste su manto azul? Eso lo identifica entre nuestra gente. Y sí, él se habría quedado aquí si yo le hubiese aceptado, pero no quise. Su familia lo espera en el sur. – me explicó Ghash.
Yo miré con disimulo hacia mi cuello, donde lucia un hermoso pañuelo índigo que había cogido esa misma mañana del colgador de la entrada para lucirlo en el mercado.
- Sí, esto es lo que confundió a Thalem. Este pañuelo me pertenece y es azul. Cuando un aprendiz no va vestido con las ropas de la tribu lleva algo que lo identifica. Algo como esto. – me dijo ella.
- Ghash, ¿por qué dijiste que convertirme en cur...onloler era la solución? ¿Qué es lo que se soluciona con eso? – pregunté.
- Pues lo soluciona todo - respondió ella -, te enteraste de demasiadas cosas que nadie que no sea de las gentes del sur debe saber. Sólo a un iniciado o a su aprendiz se le permite estar presente en lo que tú presenciaste esta tarde.
Me equivoqué, sabia que había llegado una caravana, por lo que supuse que alguien vendría a verme, pero no esperé que fuera esta misma tarde. Pensaba mandarte a la tienda a buscar algo para que no presenciaras nada parecido a lo que hoy sucedió. Pero ellos llegaron hoy y tú parecía que lo sabias. Te comportaste muy raro cuando llegamos y me pediste que no me cambiara de vestido. Y cuando te metiste en la cocina a preparar té con menta, me esperé una sesión de interrogatorios sobre las gentes del desierto. Te había visto hablar con Thalem en la posada, había visto su extraña reacción y me sorprendió el hecho de que tú no le dieras importancia. Cuando ellos llegaron te comportaste de forma rara, parecía que lo sabias, hasta en tu forma de dirigirte a mi cuando les hiciste entrar, noté que algo extraño estaba ocurriendo, así que les dije a los dos que tú estarías presente en la entrevista, por lo que debía hacerse en la lengua común.
Cuando te interrogué con la mirada me dijiste luego y yo pensé que todo estaba dado, que debíamos jugar a ese juego, aunque no sabía como saldríamos de esta. No pensé que supieras tanto de ello, creí que con explicarte un poco por encima a que habían venido sería suficiente, pero no lo fue. Entonces deseé hacerte mi aprendiz para subsanar ese cúmulo de errores. Pero era demasiado pedirte eso, no por lo que pueda significar ahora, sino porque eso es algo que en el futuro puede condicionar tu vida. Eso significaría que ibas a pertenecer a la tribu y eso lo cambiaba todo.
- ¿Quieres decir que eso me convirtió en uno de vosotros? ¿Algo así como cuando los elfos nombraron al señor Frodo Bolsón “amigo de los elfos”? ¡Vaya! – exclamé desconcertado
- Sí - continuó Ghash – eso que hiciste era lo que yo estaba deseando con todas mis fuerzas y no me atrevía a pedirte.
- ¿Así que yo soy ahora tu servidor no? – pregunté con una sonrisa picara en mi cara. Mientras, recogía una de sus zapatillas que se le había caído y la ponía en su pie.
Ghash apartó el pie rápidamente y se levantó, me agarró por los hombros y me hizo levantar. Clavó su mirada en mí, en su cara se alternaban en sucesión cambiante el miedo, la tristeza y el enfado.
- ¡Sólo estaba bromeando Ghash! – atiné a decir.
- ¿Puedes dejarme un rato a solas Bob? – me pidió con una voz que era una súplica.
- ¡Claro! – contesté – me iré a la cocina a ver que podemos hacer para cenar. Ésta está vacía sabes – dije, golpeándome la tripa con a mano para que sonara a hueco. E intentando parecer un hobbit de lo mas alegre y despreocupado.
Recogí los bastones del suelo y me fui a la cocina a preparar algo de cena. Me senté a pelar unas patatas mientras pensaba en la extraña experiencia de esa tarde. Había pasado de ser Bob el chico para todo de la posada, a Bob el aprendiz de sabio. Me pregunté que es lo que se suponía que debía hacer a partir de ese momento. Desde que la conocía mis sentimientos hacia ella habían pasado de la curiosidad a la admiración y al afecto. Ahora además sentía respeto. Respeto por lo que ella era para los suyos.
- Para los míos – murmuré – ahora pertenezco a la tribu.
Sentí un estremecimiento al pensar en esas cosas, sentí que habíamos llegado a un punto de inflexión.
- ¿Y ahora como debo tratarla? – me pregunté – hace un momento sólo estaba bromeando, creí que entendería que era una broma ¡pero reaccionó tan raro!
- ¡Claro que reaccionó así estúpido pies peludos! ¿No te das cuenta de lo que hiciste? Usa esa cabeza que parece que no sirve más que para sostener ese felpudo que tienes por cabello. Ella no te dijo nada, no porque violara una ley de las gentes de allí. Ella no quería que supieras por otra razón.- me dije a mi mismo parafraseando a mi padre que acostumbraba a hablar de esa forma.
De pronto tomé una decisión. Ella había decidido como quería que yo la viese. Si yo no lo hubiese descubierto, sólo seriamos dos muy buenos amigos, Yo la sentía como casi de mi familia.
- Es una relación muy hermosa – pensé - creo que lo mejor que puedo hacer es procurar que siga exactamente como antes de que sucediera todo esto. No me gusta nada ver esa tristeza que tenía en su cara hace unos instantes.
Al cabo de un momento ella entró en la cocina. Se había cambiado de ropa y sonreía, aunque en sus ojos había huellas de lágrimas.
- Que bien que lleves el traje de faena – le dije – ya he pelado las patatas, ¿qué te parece si las freímos?
Ella se acerco a mí, se inclinó para que su cara estuviera a la altura de la mía, yo sonreí y le hice una mueca.
Ella pareció aliviada, se levantó y tomó la sartén para freír las patatas. De pronto se giró y me tendió los brazos y yo me eché en ellos.
- Lo siento Bob, creo que perdí el control – me dijo –, tenía miedo de que las cosas cambiasen entre los dos ¿entiendes?
Yo asentí con la cabeza, me sentía contento, aliviado, creí que tendría que fingir, que controlar mis palabras y mis gestos, pero no era así, éramos la misma Ghash y el mismo Bob de siempre.
- Perdóname tú, por bromear con una cosa como esta – le dije – soy un atolondrado y hago las cosas sin pensar.
- No Bob, tu no podías saber – me respondió -. Tú no sabes lo difícil que resulta vivir con alguien al lado que espera pacientemente de rodillas a que te despiertes para ponerte las chinelas. Esa es una de las razones por las que me fui, no podía soportar esa situación, no sin saber qué o quién era yo. Sentía que los estaba engañando, que todo era una farsa, tú sabes que no soy de verdad lo que ellos me hicieron. A veces pienso que ese jefe orco tenía razón en llamarme mestiza. – murmuró.
- Eso no importa Ghash, aunque en tus venas corriera del todo la sangre negra de los orcos, tú seguirías siendo una persona maravillosa - exclamé.
Ella se giró de nuevo hacia la sartén y echó unas cuantas patatas. Sentí que ella volvería a llorar. Sabía que debía hacer algo no quería que volviese a llorar por nada del mundo.
Pensé un instante en qué, pero todo me sonó artificial. Mire a mis inoportunas tripas que sonaban siempre cuando yo no quería, pero en ese momento estaban en silencio.
- Gruñe – le murmuré – si gruñes podremos bromear sobre ti. ¡Va por favor! ¿Porque no haces ruido ahora? Mira patatas fritas ¡mm! ¡que ricas! ¡Repampanos! ¡gruñe de una vez!
Ghash debió oírme porque me preguntó por lo que estaba diciendo.
- Estaba hablando con mi estómago – contesté – está diciendo que tiene hambre.
Ghash soltó una carcajada llorosa y me apretó la barriga con un dedo.
- Ese estómago hobbit es un impaciente – me dijo – la cena estará dentro de un momento.
- Pues esta barriguita está diciendo que le encantan las patatas fritas pero que no le apetece nada comerlas en forma de carbón - le solté.
Ella se giró rápidamente y dio una vueltecita a las patatas.
- Saca los huevos de la alacena - me dijo entre risas – las patatas estarán listas para que tu tripita las reciba dentro de nada.
- ¿Lo ves? dentro de nada cenaremos - dije dirigiéndome a mi estómago – así que cállate un ratito ¿vale?
Ghash soltó la carcajada y yo me uní a ella. Sentí que todo volvía a ser como antes. Que ese momento de inflexión había pasado y las aguas volvían a su cauce.
Al cabo de un momento los dos cenábamos en la mesa de la cocina mientras ella me contaba como preparaba los encurtidos y una salsa oscura y picante que había sacado para acompañar las patatas fritas y los huevos.
Después de cenar, en la sala, me curó el pie como todos los días. La verdad es que se veía hinchado y me dolía horrores pero yo le dije que eso no era nada. Ella me riñó por haber estado tanto tiempo de pie sin los bastones.
Yo le pregunté si podría trabajar dentro de un par de días porque el señor Mantecona me necesitaba en la posada. Y ella me dijo que sí, pero que debería descansar si empezaba a dolerme de nuevo.
Yo me puse muy contento, si todo salía bien en una semana tendría el carro de mi tío y quince días de tiempo para salir de viaje con ella hacia la capital.
Iba a contárselo, pero cambié de idea. Se lo diría al día siguiente. Hoy había un montón de preguntas que rondaban por mi mente en relación con lo sucedido aquella tarde.
Cuando terminó de curarme me hizo sentar en el sillón con los almohadones y el pie en alto para que descansara.
Luego acercó la mesa con ruedecillas que yo había usado para el té. Había retirado las tazas, pero la bandeja de pastelillos seguía allí. Casi llena.
- Anda, termina de llenar ese rinconcito que tienes siempre vacío – me dijo - esta tarde casi no comiste nada.
- Es que la situación era demasiado... demasiado excitante para pensar en comer – dije con una sonrisa cómplice.
- Sí, la verdad no era el mejor momento para ponerse a devorar pasteles – contestó ella.
- Era todo tan majestuoso – exclamé – como si esta sala fuera un palacio de esos de las historias y tú una princesa que recibe a sus vasallos.
Miré a Ghash pensando que podría ser que hubiese metido otra vez la pata pero ella no pareció inmutarse.
- En cierto modo lo era. – dijo sonriendo – ellos vinieron a pedirme mi aprobación para usar el nombre de mi esposo para el hijo de Absadh.
- Pero Absadh es de tu familia, es el esposo de tu nieta ¿no? ¿por qué te hablaba de ese modo? ¿Y porque tú le trataste con tan poca cordialidad? Parecía que no le querías. – pregunté yo metiendo los pies otra vez en barro pegajoso.
- Hubiese sido extraño para él que yo le tratase de otra forma – contestó Ghash – verás, cuando me pusieron ese manto negro y me convertí en anciana, dejé de pertenecer a una familia. Los ancianos pertenecen a toda la tribu, no pueden hacer distinciones con unos u otros. Por eso yo no podía avergonzarle delante de su hermano mostrándome demasiado cordial.
- Qué complicadas son las relaciones entre tu gente – exclamé.
- Sí lo son – contestó ella – aunque entre los hobbits tampoco son nada fáciles. Tu tío me dijo que sois parientes del Thain, pero que también tenéis parientes en casi todas las casas de la Comarca. Y que cuando tenéis que celebrar algo tenéis que tener especial cuidado en no olvidaros de invitar a un pariente para no provocar rencillas.
Yo me reí, mi tío es especial. Siempre esta lleno de salidas divertidas. Tiene amigos en todas partes, creo que de todas las razas que conoce, porque cae bien a todo el mundo.
- A estos pastelillos les iría bien un té – murmuró Ghash – no te muevas voy a prepararlo en un momento. – dijo saliendo de la sala.
Volvió en muy pocos minutos llevando una bandeja con la tetera de esta tarde y las tacitas con la rama de menta. Me acercó una taza acabada de llenar con el aromático té y se sentó a mi lado.
- Hay una cosa que no entiendo – dijo mientras soplaba en su taza – ¿cómo es que tú sabias que lo que se debía preparar para recibirlos era té? ¿y qué se debía servir de esta forma?
- Es muy sencillo – dije yo triunfalmente – el invierno pasado, justo antes de que ocurriera lo de mi padre, vino a la posada un noble de las tierras del sur, junto con toda su cohorte. Ocuparon toda la posada. Estuvieron un par de semanas y cada vez que recibía a alguien ordenaba que se le preparase té de esta forma. Así que pensé que debía ser una costumbre de tu tierra para recibir a los invitados.
- ¿Y qué te hizo pensar que ese noble haradrim y los míos tuviésemos la misma costumbre? – preguntó ella extrañada – hay muchos reinos y muchas costumbres en esas tierras.
- Algo que vi en el tenderete de Thalem. – respondí – Había una tetera y unas tazas dibujadas en uno de los carteles igualitas a estas. Muy parecidas a las que usábamos para servir al noble haradrim.
- Eres muy observador Bob – me dijo ella – vas a ser un buen aprendiz – y sonrió.
- Cuando sólo te queda esto, aprendes a observar – exclamé – durante mucho tiempo pensé que debería quedarme en casa cuidando de los campos. Que no podría salir nunca de aquí. Por eso elegí trabajar en la posada, para poder observar a la gente y si tenía suerte, conocer todas esas cosas que ellos han visto y que yo no vería jamás.
- Eres joven Bob, tendrás tiempo de ver todas estas cosas que deseas. – me contestó ella.
- Oye, si pudiese disponer de un carro, ¿tú crees que podríamos ir a la capital y volver en quince días? – le pregunté.
- Creo que sí, las caravanas tardan más pero es que sus carros son muy grandes y tienen que hacer un rodeo para pasar por el camino más ancho - contestó ella pensativamente.
- Pues dentro de unos días podré disponer de uno – dije yo triunfalmente – así que ya podemos empezar a preparar el viaje.
- ¿Así que eso era lo que habías pedido a tu tío? - me preguntó ella mirándome con el ceño fruncido. – ¿así que planeando viajecitos a mis espaldas, no?
- Oye ¡tú lo sabias!- dije viendo la expresión de triunfo de su cara – mi tío se fue de la lengua ¿no?
- No, tu tío no me dijo nada. Yo solita lo descubrí. Bueno con un poco de ayuda de tu primo Tom. Me parece que no sabe controlar mucho su lengua – dijo riéndose Ghash.
- Eso es porque eres una bruja sureña y usaste tus malas artes en él – le respondí.
- ¡Bruja sureña! ¿De que sonará a mi esto? – dijo ella aún risueña.
- Lo dijo el comerciante de loza. Te llamó bruja sureña malvada. Y no quieras saber la sarta de embustes que me contó sobre ti.
Ella volvió a reír, mientras murmuraba algo sobre lo cotillas que pueden resultar algunos respetables comerciantes.
- Las cosas que deben decir en estos momentos de mí en la posada – dijo – después de verme hablando con los artistas ambulantes de esa forma tan cordial.
- Si, después de esa genialidad de la mujer adivinadora, el señor Arboleda debe estar abochornado y los otros contertulios muertos de la risa. Seguro que hará correr un montón de embustes sobre ti.
Mientras decía esto pensé que eso era lo mejor que podía ocurrir, ya que si todos creían que era una bruja estarían muy lejos de saber quién y qué era en realidad ella.
Entonces cerré los ojos y imaginé al pobre tipo sentado en la sala común, balanceándose con ese gesto tan peculiar que tiene él. – Claro es por las almorranas – pensé – no debe estar muy cómodo cuando se sienta en los bancos de la sala común.
Y un torrente de risa empezó a subir desde mi garganta. Yo sabía que no estaba nada bien eso de reírse de los problemas de los demás. Pero es que la situación resultaba muy cómica.
Mis risas acabaron con un descomunal bostezo, por lo que Ghash me mandó a la cama a descansar. Ella haría lo mismo en cuanto recogiera las cosas del té.
Cuando iba a meterme en la cama encontré la moneda de oro en el bolsillo y pensé que tendría que preguntarle por ella a Ghash.
- Pero eso mañana – me dije, ahora tengo demasiado sueño.
Pero en cuanto intenté cerrar los ojos todas las imágenes de ese día tan especial me asaltaron. Oí otra vez a Thalem contarme sobre ella, vi su respeto que casi rayaba la adoración. También vi a su hermano ofreciéndose para quedarse a cuidar de Ghash aunque eso significara no volver a ver a su familia. Vi la cara de ella, cuando sin saber lo que era, cumplí con el ritual y me convertí en su curonloler y su cara de dolor y rabia cuando creyó que yo iba a comportarme como ellos con ella.
- Tiene miedo a que el hecho de ser su aprendiz me cambie – pensé – pero no sabe que ya lo ha hecho. Mi vida cambio el día que la conocí.
En ese momento entró Ghash, llevaba un vaso de agua en la mano por si tenía sed por la noche. Me dijo que lo que habíamos comido daba sed y se acercó a mi cama y lo dejó sobre la mesilla.
Yo tomé entonces sus manos y metí las mías entre las de ella.
- Antes no sabia que es lo que estaba haciendo - dije – pero ahora lo sé. De verdad yo quiero ser tu aprendiz. Y seguidamente repetí la formula en el idioma de las gentes del sur.
Ella me miró a los ojos, sonrió dulcemente y seguidamente recitó su parte del ritual poniendo una mano sobre mi cabeza.
Yo cerré los míos y dejé que mi cabeza descansara sobre la almohada y sentí una paz enorme mientras el sueño llegaba y me llevaba.
Lo último que oí antes de dormirme, fue su voz lejana que sonaba como una caricia.- ¡qué descanses mi pequeño aprendiz!.