Ghash
Capitulo XI
Me desperté muy temprano por la mañana, tan temprano que no era hora de levantarse y desayunar. Así que solo cogí mis cosas de escribir y me puse a escribir en la cama. Ardía en deseos de poner en mis libretas todo lo que me había sucedido el día anterior. Había tantas cosas emocionantes que tenia miedo de dejarme alguna.
Pasó mucho rato y el sol empezó a acariciar los dibujos del cobertor. Oí llegar al lechero y dejar la leche junto a mi ventana. Entonces decidí que ya era hora de dejar la pluma y pensar en el desayuno.
Me levanté y me vestí dejando mi libreta encima de la cama.
En ese momento Ghash llamo a la puerta y entró.
¿No vas a levantarte Bob? Empezó a decir, pero se calló al verme de pie y vestido.
Avanzó por la habitación y abrió del todo los postigos de la ventana para que entrara el aire. Luego se dirigió a la cama con la intención de levantar las sabanas para que se aireasen.
Vio mi libreta encima de ella y la tomó.
- Has estado escribiendo lo que sucedió ayer ¿Verdad? Hay una cosa que quería decirte y que se me olvidó. ¿Por casualidad no habrás escrito las formulas que usamos en el ritual?
- No – dije yo – no tenía ni idea de como se escribían, así que no las puse.
- Mejor – contestó ella – porque hay una tradición que indica que no deben ser escritas nunca.
- Pues tranquila, no lo hice – respondí – la única palabra que puse es curonloler y la puedo borrar si quieres.
- No es necesario, esta palabra no es de nuestro idioma – dijo con una sonrisa – es la palabra que usan los señores haradrim para nombrar a los aprendices.
- Entonces Ghash, podría ser que fuese una palabra quenya o sindarin. Se parece a algo que oí en este idioma.
- Sería extraño, no oí hablar nunca de tratos con los elfos, pero sí con los señores del mar hace mucho tiempo.
- Podría ser una palabra traída de Numenor- expuse yo triunfalmente.
- Podría ser,- dijo ella - sí, hay algunas palabras que los numenoreanos nos legaron. La mayoría no se usan porque son términos marineros y claro...- empezó a decir ella, pero se interrumpió de pronto.
Su cara indicaba que estaba pensando intensamente en algo, recordando quizás, así que no la interrumpí. De pronto sonrió y me miró
- Oye Bob – dijo al fin – ¿Tú te acuerdas si te he nombrado nunca el nombre de los lugares en los que viven las gentes del desierto?
- Claro que no los has nombrado. Esta es una cosa que me tiene intrigado desde hace tiempo. Tú no dices tal lugar, siempre hablas de allá en el sur, en el desierto, o en un abismo. Pero nunca lo localizas exactamente. Al revés de cuando hablas de Gondor o de otros lugares donde estuviste.
- Eso tiene un motivo, pequeño curioso. Las gentes del desierto viven en asentamientos no permanentes. Dependen del agua que se encuentra en estos lugares. Ellos viven allí hasta que el agua se empieza a agotar y entonces cambian de lugar. La situación de estos lugares donde crece la vida es un secreto que sólo los miembros de la tribu conocen. Ni tan sólo se acostumbra a decir su nombre, puesto que normalmente se usa un accidente geográfico para nombrarlos. Si una tribu llegase a un asentamiento y lo encontrase ocupado por otras gentes, podría quedarse, pero difícilmente sobrevivirían todo el tiempo que necesitan para que el próximo vuelva a tener agua.
Yo me sorprendí, no era un motivo extraño, nada de eso de que si posees el nombre posees su alma. La explicación era tan racional que no parecía propia de ellos.
Entonces Ghash me miró y se rió.
- Evidentemente, para la mayoría de las gentes del desierto eso es una tradición, no conocen el porqué de todo eso, supongo que no lo entenderían. También hay una tradición que dice que en un lugar con agua no puede haber una guerra, si dos enemigos se encuentran en una fuente deben compartir ese agua.
- Ahora entiendo que es lo que hacéis allí los ancianos – le dije – para las gentes del sur la tradición es una ley, nadie la cuestiona. Sólo los ancianos aprenden los verdaderos motivos de estas leyes, por eso son capaces de aplicar la tradición en casos diferentes a la norma general.
- Ya dije que serías un buen aprendiz – me soltó ella – eres rápido extrayendo conclusiones.
- Anda Ghash, no te rías de mí – le dije – eso era una cosa bastante obvia.
Yo me hice el humilde, pero la verdad es que me llenaba de satisfacción saber que ella pensaba que yo era listo.
- ¿Sabes? Hay algo que me extraña – me dijo ella de pronto, rompiendo el hilo de mis pensamientos donde yo me veía ya como el más sabio de los hobbits.
- ¿Qué es Ghash? – pregunté
- Que no hayas preguntado que es lo que hay para desayunar- contestó ella con una carcajada.
Yo me quedé perplejo un instante, pero sólo fue durante unos segundos, segundos que ella aprovechó para señalar mi tripa y preguntar.
- ¿No te está diciendo nada esa de aquí? Ayer por la noche sí que gruñía
- pues no – dije – es temprano
Pero la verdad es que estaba muerto de hambre así que añadí.
- Bueno, un poquito de hambre sí tengo – dije poniendo cara de niño bueno – ¿cuándo desayunamos?
- El último que llegue a la cocina friega los platos – me contestó ella, saliendo de la habitación.
- Esto no está bien, haces trampas, yo estoy paticojo y además tú tienes esas largas patas – protesté siguiéndola por el pasillo.
- Es igual – dijo ella – te tocaba igualmente fregarlos. Privilegios de los aprendices novatos.
Y volvió a soltar la carcajada. Yo me reí con ella puesto que siempre soy yo el que friega los cacharros del desayuno mientras ella organiza el trabajo del día.
Después de desayunar nos metimos en el almacén, una habitación llena de estantes repletos de cosas variopintas. Y que es el lugar donde ella guarda sus preparados. Ghash sacó el trapo y el plumero y me pasó a mí una libreta, el bote de cola y un montón de papelitos para pegar en los tarros.
Nos pasamos media mañana allí mientras ella me contaba para que servía cada preparado y limpiaba los botes. Yo a mi vez estuve poniéndoles etiquetas y entrando las cantidades de cada uno en la libreta.
Tom no apareció por la casa, y me extrañó, aunque supuse que estaría liadísimo en la tienda con eso del mercado de Lithe.
El mercado dura tres días y se hace la semana anterior a las fiestas del medio año. El tercer día es el más concurrido sobre todo en la posada, así que entendí que el señor Mantecona me necesitase allí esos días.
Cuando acabamos con eso Ghash me llevó a su habitación y me pidió que la ayudara a meter varias cosas en un arcón.
Mientras hacíamos esto, aproveché para pedirle que me contara mas cosas de su vida como uruk.
- Me lo prometiste – le dije – me dijiste que me contarías como te convertiste de soldado en espía.
- De acuerdo, te contaré eso que quieres saber, al fin y al cabo tú lo que querías era saber mi historia ¿no?
- Exacto y hace dos días que no me cuentas nada de tu vida como orco. – contesté – me gustaría saber que hacías cuando eras una Uruk.
- Eso es algo fácil de contestar – respondió ella – hacia lo que me mandaban. Patrullar en la frontera. Hacer incursiones para traer más esclavos humanos para el gran amo. Controlar que las brigadas de snaga no se alborotasen. Además de entrenamiento para que no nos oxidáramos y estuviésemos siempre listos para el combate. Y ¡como no! Tratar de sobrevivir el mayor tiempo posible antes de que otro uruk se sintiera amenazado por ti y te pegase un mandoble de su espada.
- ¡Ugh! ¡Qué vida más perra! – exclamé – convivir con una caterva de energúmenos que sólo por escalar posiciones serian capaces de matarte.
- Y tanto – contestó ella – las peleas estaban a la orden del día. Había amagos de rebelión continuos y los jefes sacaban a menudo los látigos para calmar al personal.
A mí no me molestaban mucho, la hazaña que me convirtió en capataz por unas horas se había difundido más rápido que el vuelo de una criatura de nazgul entre las filas de Uruks. Algunos no tuvieron valor para enfrentarme. Otros lo intentaron, pero yo era muy ágil y les ganaba fácilmente, y otros decidieron que yo era mejor aliada que enemiga y me declararon su compañera.
Entre los uruk era bastante común crear alianzas con otros miembros de la misma compañía. Cuando uno lucha al lado de alguien, tiene que poder fiarse de el. Estas alianzas duraban un tiempo y luego se disolvían, ya fuera porque alguno moría o bien porque uno de los dos empezaba a tener preponderancia sobre el otro y eso creaba peleas y distensiones.
Estuve casi un año siendo uno de los uruck, un soldado más en un grupo de un centenar. Pasé unos seis meses de entrenamiento bajo las órdenes de ese miserable amo orco y luego me destinaron a la patrulla exterior. Y allí fue donde descubrí que podía ver la luz del día sin que me ocurriera nada.
Ghash se levantó para traer algo que guardaba en el baúl grande, una especie de manta muy suave que depositó en el fondo del arcón. Cuando se sentó tomó un montón de piezas de ropa me entregó la mitad y me pidió que las doblase. Luego siguió contándome sobre los orcos.
- Pero un día me cambiaron de lugar, me mandaron a la fortaleza principal con un grupo de uruks, debíamos controlar que un grupo de snaga hiciese el trabajo que se les había mandado.
En aquel tiempo la sombra había crecido, y un manto oscuro cubría todo Mordor. Faltaba poco para que empezase la guerra, todo estaba a punto. Sólo quedaban algunos detalles.
Los esclavos trabajaban en turnos día y noche. No había ninguna diferencia bajo la oscuridad del gran amo. Las cosas debían estar listas para cuando se diese la orden de atacar.
Pasé en ese lugar unas cuantas semanas, las peleas entre nosotros eran constantes. Debía pasar la jornada intentando que los snaga cumpliesen su cometido y luego en las horas de descanso evitando que alguno me desafiase.
- ¿Qué te desafiase? ¿Qué quieres decir con eso Ghash? – pregunté.
- Pues exactamente lo que oyes – contestó ella mientras metía en el arcón un montón de ropa de bebé doblada
- Así que para ser el preferido, el que tenía mejor situación entre los uruk, también os pasabais el día peleando – le dije yo.
- Exactamente – contestó – si eras alguno de los que destacabas por algo. Podías estar seguro de que tendrías a tú alrededor un montón de uruks dispuestos a demostrar que ellos eran mejores o mejor dicho, más brutos.
Yo tenía mala fama, un día me había peleado con un uruk de dos veces mi tamaño y este había perdido una mano. Sólo porque tenía una bolsa de piel. La verdad es que era un orco con un carácter muy fuerte. Pero tú sabes porque quería yo esa bolsa.
- Sí, lo sé, era esa bolsa tan vieja que me mostraste. La que puede pertenecer a los tuyos – contesté – aunque no entiendo como sabías tú que eso era tuyo.
- Pues aún no lo sé ahora – contestó ella – sólo sé que la vi colgando de su cintura e intenté quitársela. Fue como si de pronto esa bolsa me llamara. Vi un fogonazo de luz y en él a alguien, que la llevaba colgando del cinturón. También vi una mano que sostenía otra mano pequeña. Y deseé esa bolsa como no había deseado nunca antes poseer algo. Intenté que me la diera, pero el tipo se negó, la cogió con su manaza y la estrujó. Entonces me enfadé y saqué el cuchillo y antes de que tuviera tiempo de reaccionar le había cortado la mano y obtenido aquello que yo deseaba.
El problema fue que ese era uno de los capataces orcos. El tipo quedó malherido después de mi ataque y fue a quejarse al amo. Supongo que esperaba que me castigasen pero las cosas se le torcieron, ya que me ascendieron a ayudante de capataz.
Yo me eché a reír, la idea de un orco yendo al amo a quejarse de otro me parecía algo ridículo.
Pero ella me cortó de golpe la risa con una mirada.
- No creas que eso fue un regalo, eso era un castigo peor que si me hubiese mandado dar de latigazos.
- ¿Qué quieres decir con eso Ghash? – pregunté extrañado – ¿Un capataz siempre es mas que un uruk no?
- Sí lo es, y esto hace que los demás quieran ocupar tu puesto. Por lo tanto te pasas el día de pelea en pelea para conservar la vida. Porque no se van a conformar con ganarte, ellos quieren el lugar que tú ocupas y sólo lo podrán tener si te matan o te mutilan de forma que no puedas volver a ser el capataz.
- ¿Y que pasó entonces? – pregunté
- Pues pasó que un día hubo una gran tormenta – los capataces no podían controlar a los snaga que estaban muy asustados. El viento era muy fuerte y se llevaba los toldos que habían puesto para que no se mojase lo que estaban construyendo. Alguien debía salir para organizar a los esclavos y arreglar el estropicio. Como siempre le tocó a los ayudantes hacerlo, los capataces no tenían ganas de mojarse.
Salimos afuera bajo la tormenta y estuvimos colocando los toldos. Nos costó lo nuestro hacer que los snaga trabajasen. En esto yo tuve ventaja, sabía como debía hacerse, puesto que había sido una de ellos durante muchos años.
La tormenta amainó de pronto, como si alguien hubiese cerrado el grifo de las nubes, el viento arreció un momento y se llevó la oscuridad.
Era más o menos mediodía y entre las tinieblas asomó un rayo de sol. Cosa que hizo que todos huyeran a refugiarse de la luz.
Yo también hice lo mismo, pero luego supe que algo había hecho mal, alguien había estado observándonos y se había dado cuenta de que yo no reaccionaba como los otros ante la luz solar.
- ¿Y cómo supiste eso Ghash? ¿Quién era el que se dio cuenta? – pregunté
- Ese alguien era uno de los amos. Se decía de él que era un humano porque podía salir a la luz del sol sin que le molestase, aunque no lo sabía nadie con seguridad.
Era un tipo raro, no tenía un batallón de orcos a sus órdenes y tampoco ninguno de humanos. Nadie sabía cual era su cometido, pero siempre estaba en los lugares donde se cocía la maldad, a menudo se le veía hablando con otros amos y hasta se atrevía con los nazgul.
Ese día, cuando terminamos el trabajo, el amo, nuestro amo, recibió una visita desagradable. Se trataba de un orco, que traía un mensaje de su señor. El amo deseaba que le prestaran a varios de los soldados y un ayudante de capataz para una misión. Los ayudantes de capataz lo oímos todo desde poca distancia. Como regalo por tan buen trabajo, nos había tocado limpiar los avíos del amo hasta que pareciesen nuevos. Y la verdad estaban asquerosamente sucios.
El amo le dijo que le proporcionaría lo que el pedía y entonces el orco le gruñó que su amo no pensaba aceptar cualquier escoria que viniese de las manos de él, que él tenía órdenes de escoger al personal que necesitaba.
Nuestro amo aceptó a regañadientes y asomando la cabeza pegó un grito para que acudiéramos a su presencia.
Los tres aspirantes a capataz entramos en el garito del amo y nos alineamos para recibir órdenes. El orco se acercó y nos olisqueó, nos clavo su mirada, nos golpeó en las piernas con su manaza y se giró satisfecho al amo.
- Se trataba de un tipo repulsivo hasta para un orco. –dijo ella con un gesto de asco.
- ¿Cómo era Ghash? – pregunté, pensando como debía ser de horrible un tipo que fuese repulsivo hasta para los orcos.
- Pues no era muy alto ni tampoco muy fuerte, pero tenía algo que causaba repulsión.
Sus largos brazos le colgaban hasta casi llegar al suelo y tenía unas enormes manos. El cuerpo robusto, como el de casi todos los orcos, acababa en una cabeza desmesurada, sin casi nada de cuello. Su cara estaba marcada por una cicatriz que le afectaba un ojo, su nariz era una especie de hueco, supongo que alguien debió cortársela en una pelea. Y de su boca, una especie de caverna siempre abierta y torcida por la misma cicatriz que deformaba su ojo, manaba siempre un hilillo de baba. Era un tipo rastrero que babeaba a los pies de los amos y que era cruel con todos los demás. No se le conocían peleas, tenia un amo muy influyente y todos le temían.
Pero lo que más repugnaba de ese tipo era su voz, tenia una voz pastosa, rastrera, cuando te hablaba parecía que te alababa pero sentías que estabas en peligro. Acostumbraba a usar palabras que no eran habituales en un uruk, parecía una araña que te iba envolviendo en su tela y de pronto no podías huir.
Ghash se estremeció en ese momento. Yo cerré los ojos y traté de imaginar a alguien así, pero no lo conseguí. Entonces le quité todo el aspecto de orco y de pronto recordé al ayudante de ese señor de Gondor que estuvo el verano pasado en la posada. El "lameculos" lo llamamos, ¡era repulsivo, babeando todo el día alrededor de su amo y luego gritándonos y maltratándonos a todos por la menor nimiedad!
- Sí – dije – conocí a alguien así el verano pasado. No creas que era un orco ¿eh?. Era un humano, pero se comportaba como ese orco del que estas hablando.
- ¿De veras? – preguntó ella. Y añadió al cabo de un momento – Por desgracia se encuentran tipos de esos en todas las razas y en todos los pueblos.
- ¿Y que pasó entonces Ghash? ¿El tipo te escogió a ti no? – pregunté, intentando volver al hilo de la historia
- Exactamente, me escogió a mí. Me dijo que me acercara y que escogiera seis uruk para una misión de reconocimiento en el exterior.
Me sorprendió que me dejaran escoger, pero no dije nada. Por una vez podría trabajar con los soldados que yo deseaba. Escogí a seis de ellos, no los más fuertes ni los más brutos, que ya lo éramos bastante todos. Sino a los más listos y los más aptos para una misión de ese tipo.
Al amo no le gustó nada mi elección, me estaba llevando a seis de sus mejores hombres y los dos lo sabíamos.
Dentro de tres días te serán devueltos los que queden vivos. Le soltó el orco repulsivo al amo con un graznido.
Seguimos al orco hasta la fortaleza principal y allí en una sala nos dieron nuevos pertrechos. Nos cambiaron las armas que llevábamos por unas de mas ligeras y nos dieron nuevos cascos, estos llevaban una especie de visera y una máscara con dos ranuras, que no sabíamos para que debía servir.
Cuando estuvimos pertrechados apareció él para darnos las órdenes. De entrada nos llamo porquerías y gusanos de muerto y nos dijo que no nos creía lo bastante listos como para llevar a cabo una misión como la que nos iba a encomendar.
Luego me cogió a mí por banda y me dijo que debíamos ir hasta el cruce, había un grupo de gentes del sur que llegarían con sus tropas para servir a las órdenes del gran amo en la guerra. Y luego bajando la voz me comentó. Se teme que estas gentes cambien de bando en el último momento. Debéis vigilarlos e informar si se mueven hacia Gondor o vienen hacia aquí.
- El amo necesita las noticias antes de tres días. Por lo tanto os quiero aquí antes de ese tiempo – nos soltó bufando y escupiendo veneno.
Hacía falta un día y medio de marcha para llegar al lugar, por lo tanto debíamos alargar las jornadas si queríamos volver al cabo de tres días. Pero afuera, la sombra no cubría esa zona. Durante el día brillaba el sol, por lo tanto deberíamos movernos durante las horas en las que el sol estaba más bajo si queríamos cumplir la misión.
- ¿Cómo os lo hicisteis? ¿Ellos podían soportar la luz como tú? – pregunté.
- No, ¡claro que no! – contestó ella – para eso teníamos las viseras y las máscaras de los cascos y la pasta de brea para proteger la piel.
- ¿Cómo es esa máscara? – pregunté – que es lo que la hacía tan especial.
Ghash tomó un pedazo de papel grueso que había bajo las ropas, se levantó y cogió un estilete de encima de su tocador. Le hizo dos cortes horizontales y se lo puso frente a la cara. Luego sonrió satisfecha tendiéndome el papel.
- Mira al exterior - me dijo - hacia el sol. ¿Duele en los ojos verdad?
- Si me obliga a tenerlos casi cerrados – contesté
- Pues ahora ponte ese papel delante de la cara y mira por las rendijas.
Yo hice lo que ella me decía y descubrí sorprendido que podía mirar casi directamente al sol y no me dolía.
- Esta máscara es genial – exclamé – así claro que podíais salir a la luz del día.
- No creas que con eso se solucionaba todo – me dijo ella – solo podíamos salir al anochecer y al amanecer. Pero conseguimos alargar las jornadas para poder efectuar el trabajo que nos habían encomendado.
- Debió ser difícil hacer que los demás te obedeciesen y andasen cuando había luz. Sobre todo si tú no eras más que el ayudante del capataz. – le comenté.
- Un poco sí, tuve que soltar un par de bofetones y algún que otro latigazo. – dijo ella – aunque el primer día la suerte nos acompañó. Soplaba viento del Este y la sombra del gran amo nos cubrió durante parte del día. Por lo que pudimos avanzar mucho trecho durante las horas de luz sin peligro de quemarnos.
Pero lo peor llegó cuando llegamos a la altura del grupo de soldados. Mis hombres estaban hambrientos y los humanos habían instalado el campamento y estaban preparando comida. Tuve que contenerlos para que no saltaran sobre una de las hogueras presa del hambre. Mandé a uno de ellos en busca de algo de comer, no sin antes avisarle que no debía dejarse ver, sólo debía robar la comida y salir pitando.
El orco resulto ser listo, nos trajo un buen pedazo de carne asada y un par de panes que había birlado en las narices del cocinero.
Una vez solucionado ese problema quedaba el de la vigilancia. Mientras durase la noche no había problema, pero sí durante el día.
Repartí las guardias de noche y de día. Sabía que durante el día ellos deberían fiarse del oído y del olfato así que decidí que esas guardias tendrían un vigilante al que no le dolieran los ojos con la luz.
- Te tendrían a ti, ¿ no? – le pregunte – ¿y cómo acabo todo? Los humanos traicionaron al señor oscuro y se fueron hacia Gondor ¿O no?
- Sí, lo hicieron. A la mañana siguiente cuando desmontaron el campamento iniciaron la marcha hacia el oeste, hacia el reino de Gondor.
- ¿Y vosotros que hicisteis? Durante el día no podíais salir, se os hubiesen quemado los ojos – pregunté
- Pues lo hicimos – contestó Ghash – aprovechamos las sombras del bosque y las primeras horas de la mañana y corrimos como condenados de vuelta a la guarnición. Cuando llegaron las horas con más sol y la zona desarbolada nos escondimos de él y esperamos que llegaste la tarde y el sol empezase a ponerse y entonces volvimos a echarnos a correr como locos para llegar cuanto antes a la fortaleza.
Pero no tuvimos necesidad de llegar tan lejos, al alba nos encontramos con una patrulla de huargos. Comuniqué a los integrantes de la patrulla que llevaba una información vital para mi amo y al oír el mote que usábamos para nombrar a ese repulsivo orco que le servía. Me prestaron uno de sus animales sin dudarlo.
También me avisaron de que no creían que pudiese llegar a la fortaleza sin perder mis ojos porque debería correr a la luz del sol.
Me cubrí la cara con la capa y con la visera y salí disparada hacia la Puerta Negra y conseguí llegar antes de que pasaran los tres días a la fortaleza e informar de mi misión.
- Oye, no lo entiendo ¿Cómo es posible que te ayudaran los jinetes de huargos? Tú dijiste que los orcos no se ayudaban entre ellos.
- Es que utilicé una estratagema. El tipo era suficientemente odiado como para que todo el mundo quisiera vengarse de él. Así que le conté al capataz de la patrulla que si yo llegaba a tiempo el gusano ese, al que llamábamos Limaco a escondidas, se llevaría una buena bronca. Y eso lo decidió. Se ve que le guardaba rencor por algo. Y le pareció una forma de vengarse, ya que no podía hacerlo rebanándole el cuello – contestó Ghash con una sonrisa cómplice.
- ¿Limaco? Suena a cosa repulsiva. ¿Qué quiere decir eso de “limaco”? ¿Bicho repugnante o algo así?
- Un limaco es una babosa, una especie de caracol sin concha. – me dijo ella – Creía que los conocíais. ¿No hay babosas en la comarca?
- Claro que las hay – contesté - ¡jeje! ¡Un limaco! – me dije para mí mismo – que palabreja más cómica.
- Suena divertida la palabra, aunque el bicho no lo es tanto. – respondió ella
- ¿Porque? Las babosas son inofensivas, sólo se comen las verduras – sentencié.
- Porque en Mordor, las fuentes que manan del Orodruin son de aguas negras y pestilentes. A menudo salen ardiendo del interior de la tierra. Muy pocos bichos pueden vivir allí. En esos lugares viven los limacos de la tierra negra. Son una especie de babosas de color azulado o verdoso que sacan una baba corrosiva. Y cuando las aplastas huelen como a carne podrida. Sus babas son tan fuertes que pueden roer el metal. Por eso los Uruks las utilizan para gravar sus señales en sus armas.
Cogen un limaco y lo pinchan con un palito de madera y con el jugo que sale dibujan su signo sobre el metal. Así reconocen sus pertenencias.
Aunque también lo utilizan para otras cosas no tan agradables – murmuró ella.
Mientras me contaba eso Ghash y yo terminamos de llenar el arcón y lo cerramos y entre los dos lo trasladamos a la entrada.
- Ahora no les digas nada de lo que contiene a los hermanos cuando vengan a buscarlo. Es una sorpresa para mi biznieto – me dijo ella guiñándome un ojo.
- Oye Ghash, ¿me contarás que te ocurrió cuando llegaste a la fortaleza? Me dejaste en ascuas por saber como reaccionó el Limaco – supliqué.
La verdad es que yo pensaba que ella no me contaría nada más, que dejaría otro misterio abierto como hacia siempre, pero no fue así. Ghash me siguió contando mientras preparábamos la comida y también mientras comíamos.
- ¡De acuerdo! Te lo contaré! Vamos a la cocina a preparar algo de comer y te sigo contando ¿vale? – me dijo
- De acuerdo. Todas esas aventuras tuyas me abrieron el apetito - contesté – me siento como un uruk después de un día de marcha. En cuanto vea la olla voy a lanzarme sobre ella.
Y solté una carcajada que Ghash coreó mientras nos dirigíamos a preparar la comida.
- Prepararemos algo fresquito – dijo ella – hace calor hoy.
- ¿Qué tal una ensalada con todas esas verduras tan ricas que cogiste del huerto esta mañana? – sugerí
- ¡Fantástico! – contestó ella – ¡Ve limpiándolas por favor! Mientras, yo cortaré queso y un poco de carne curada.
Yo me puse a limpiar las verduras y en el interior de una lechuga encontré una pequeña babosa. Me acerqué a Ghash y le puse la babosa en el dorso de la mano.
- Mira Ghash un limaco – le dije
Ella pegó un chillido y movió rápidamente la mano, la babosa voló por los aires y se quedó pegada a la pared del fregadero donde fue resbalando dejando un hilillo de baba.
- ¿Qué te ocurre Ghash? Es sólo una pequeña babosa del jardín. ¿Te dan miedo las babosas?- pregunté extrañado.
- No, no me dan miedo. Es que estaba pensando en el uso que hacia el Limaco de los bichos que se llamaban como él y me asustaste – contestó ella, más críptica que nunca.
- ¿El uso? ¿Para que los usaba ese orco? ¿No se los comía verdad? – pregunté.
- No, no se los comía. Los usaba como instrumento de tortura. Había descubierto una forma de torturar muy salvaje y que por lo visto le causaba gran placer.
Yo miré a Ghash interrogativamente. No entendía como se podía usar un bicho baboso para torturar a alguien.
- ¿Sabes lo que es un ácido Bob? – me preguntó Ghash – ¿Sabes como actúa cuando toca la carne?
- Sé que el vinagre lo es y que salen burbujitas cuando toca la piedra blanca de la cocina.
- Ven - me dijo ella - deja la ensalada en remojo y te lo mostraré.
Y tomándome de la mano me llevó al laboratorio. Sacó una botellita con un líquido transparente y cogió una piedra de las que usa para moler.
Echo una gota del líquido encima de la piedra y esta empezó a hervir.
- ¿Ves? esto es un ácido – me dijo – ya sabes que hace cuando toca la piedra.
- Si la piedra se pone a hervir y se hace un agujerito – respondí
- Pues mira que ocurre cuando toca la carne – me dijo, sacando un pedazo de carne curada y poniéndolo en una especie de platito de cristal.
Cuando ella echo unas gotas del ácido en la carne esta se consumió, se le hizo un agujero como si el ácido se la hubiese comido.
- ¿Ves?, la carne se quema con el contacto con el ácido - dijo.- Por eso es peligroso manipularlo.
De pronto entendí, el orco ese usaba los limacos, o mejor dicho el ácido, para causar quemaduras a sus victimas. Me estremecí.
- ¿De verdad torturaba a sus prisioneros con eso?- pregunté, sintiendo que era irreal de tan brutal.
- Sí, era una tortura que inventó el, la usaba como coacción para que los prisioneros hablasen. O como castigo a los esclavos díscolos o a los soldados que no cumplían bien sus órdenes. Pero también la usaba como diversión. Se divertía atando a un prisionero o un snaga desnudo y poniéndole sobre el cuerpo bichos de esos para que su carne se quemara. Gozaba con el dolor de los demás. Su amo le decía que era el tipo más recondenadamente vomitivo y el más retorcido de todos los que lo servían. Y que eso les encantaba a él y al gran amo – dijo ella de un tirón, como si lo vomitase.
- A ti... – empecé a decir – ¿a ti... te hicieron eso? – pregunté.
- No, aunque me amenazó muchas veces con hacérmelo. No se atrevió, el amo le hubiese buscado las cosquillas. No creo que le gustase que me desgraciasen.
- ¿Y por qué no? Era un ser malvado, ¿no? – pregunté.
Ghash no contesto, guardó la botella en un estante, tiró la carne quemada y luego lavó con cuidado el platillo de cristal. Después se giró y me llamó para que volviera con ella a la cocina a terminar de preparar la comida.
Cuando llegamos allí, ella no parecía muy dispuesta a hablar. Canturreó un rato mientras preparaba la comida y me mandó poner la mesa en la sala.
Cuando terminé volví a la cocina y la encontré saliendo para la sala con una bandeja llena de cosas ricas para comer.
- Llena un par de jarras de cerveza de este barril de allí - me dijo
En cuanto se sentó a la mesa tomó un sorbo de su jarra y se le puso cara de satisfacción.
- ¡Ah la cerveza! – exclamó – la descubrí en una de mis primeras incursiones como uruk. Atacamos un campamento de comerciantes y nos hartamos de beber de los barriles que llevaban.
- No puedo imaginarte como un uruk malvado – le respondí – aunque lo intente, te veo como eres ahora y no como ellos.
- Pues lo era, te puedo asegurar que sí lo fui. Pregúntaselo a mis víctimas o a los que dejé tullidos para el resto de su vida. Ellos son la prueba de lo que fui – me respondió.
Un tenso silencio se interpuso entre los dos. Sólo se oía el ruido de los cubiertos al chocar accidentalmente con el plato y el ronroneo de las cigarras en el jardín.
De pronto ella me miró. En su cara había una sonrisa.
- Otra vez saqué mi mal genio – exclamó – y luego tú vas y dices que no me imaginas siendo malvada.
- Bueno, un poco sí – contesté sonriendo a mi vez – enfadada debes ser terrible.
- Eso me recuerda que no terminé de contarte lo que ocurrió cuando volví con la noticia de la traición de los sureños – me soltó ella.
- No, no lo hiciste. ¿Por qué? ¿Es algo muy malo? – pregunté.
- No, no lo es – me respondió –. Puesto que a partir de ese momento entré en un grupo especial del ejercito de la oscuridad. Éramos todos orcos que podíamos salir a la luz del sol. También había gentes mestizas y otros que eran humanos. Fue la primera vez que trabajé con humanos y fue algo extraño para mí.
- ¿Fue entonces cuando descubriste que eras humana? – pregunté, esperando que por fin ella me lo contara.
- No, no fue entonces, pero no tardé mucho tiempo en descubrirlo – me contestó – lo que descubrí entonces era que no me gustaba nada tratar directamente con los amos. Esos tipos te dejaban helada, temblando y no precisamente de frío.
- ¿Con los amos? ¿Es que tú eras uno de los mandos y recibías las ordenes directamente de él? – pregunté.
- No, allí no había mandos, se escogía el jefe para cada misión. Lo hacía el amo y normalmente las ordenes nos las traía el baboso del Limaco.
- ¿Pero como fue qué llegaste a estar en ese grupo? - pregunté – ¡no me lo has contado aún!
- Tienes razón ¡no te lo conté! – dijo ella acabando el contenido del plato y levantándose de la mesa.
Creí que tampoco esa vez me lo contaría, pero sólo salió de la habitación y volvió con un recipiente lleno de cerezas.
Luego se sentó otra vez y mientras empezábamos a comer las cerezas ella prosiguió por fin su relato.
- Ese día, el día que llegue cabalgando un huargo a la fortaleza, me esperaba el Limaco en la puerta.
- ¿Como supo que llegabas? – pregunté – ¿Es que usaba algún tipo de magia para saberlo?
- No, no había nada de magia en esas cosas. Los ojeadores me habían visto y habían identificado las máscaras. Estas llevaban un emblema azul que representaba una serpiente y brillaba en la oscuridad – contestó ella –. Supongo que debieron avisarle que llegaba un mensajero y traía prisa, porque lo hacia de día.
El orco me hizo pasar y me ordenó que le diera el mensaje. No van a venir, se dirigen a Gondor. Expliqué con voz entrecortada por la larga carrera cabalgando en el animal.
Él gruñó y se fue dejándome en aquella sala oscura y silenciosa, iluminada sólo por una mísera antorcha. Yo me senté en un rincón, sabía por experiencia que podía ser que me tuviese que quedar allí mucho rato.
Pero no fue así, al cabo de un momento el orco volvió y no lo hizo solo.
Le acompañaba un amo, su amo. Ese tan misterioso del que ya te hablé.
Me puse en pie enseguida, a los amos no les gustaba vernos vagueando. Normalmente te llevabas un golpe si te pillaban sentado o echado cuando ellos venían.
El orco me interrogó, me ordenó que dijera al amo lo que le había dicho a él.
Yo explique lo que sabia, lo que había visto y lo que había supuesto.
El amo parecía satisfecho, aunque no vi su cara detrás de la armadura de hierro que lo cubría. Preguntó cuando fue que el grupo se había ido hacia Gondor y con un gesto indicó al orco que hiciera algo.
El orco baboso salió de la estancia dejándonos solos. Entonces el levantó su visera y sacó de su bolsillo una especie de cristal. Lo puso delante de la antorcha que iluminaba levemente la sala y me llamó.
Yo me acerqué, temblando, no me atreví a desobedecerle, sentí que tenía un poder escondido que podía usar sobre mí. Un poder que no provenía de su máscara o del lugar que ocupaba. Ese poder estaba en su mente y él lo estaba usando conmigo.
Me levantó la cara y clavó sus ojos en mí. Sus ojos eran muy claros, amarillentos como los de un gato y brillaban bajo los reflejos rojizos de la antorcha. Sentí que eran unos ojos como de un animal, de una fiera salvaje, pero la parte de la cara que se mostraba era humana o bastante humana. No parecía un orco pero tampoco era del todo un hombre.
Levantó el cristal y en este se reflejó la luz de la antorcha, un rayo rojizo brillo en mi cara un instante. Cerré los ojos instintivamente pero él me ordenó que los abriera.
Me preguntó: - ¿Qué es lo que tengo en la mano?
Y yo le respondí que era un cristal. También me preguntó que es lo que él estaba haciendo con el cristal y yo le respondí que reflejaba la luz de la antorcha en mi cara.
Entonces él quiso saber si me molestaba esa luz, a lo que yo respondí que si.
Me siguió preguntando cosas, sobre la misión, sobre porqué había escogido aquellos compañeros y no otros y otras cosas así.
De pronto me puso el cristal en la mano – ¿de qué color es? Preguntó.
Yo estaba muy nerviosa con todo ese interrogatorio, no sabia donde me llevaría todo aquello, así que sin pensar tomé el cristal y lo levanté para que le diera la luz. En ese momento el hizo algo y la antorcha se iluminó con una luz muy potente. Y yo pude ver con claridad que el cristal era rojo, del color de la sangre.
Se lo dije y el pareció quedarse satisfecho. Bajó su visera y me dejo sola en la sala.
Cuando me quedé sola pasé mucho miedo, porque me di cuenta de que había hecho algo que no debía. Algo que no haría nunca un orco. Había acercado mi cara a la luz y además no había reaccionado ante la subida de intensidad de esta. Sabía que el amo me había descubierto y creí que acabaría en la marmita.
Al poco rato entró el Limaco y me ordenó que lo siguiera. Yo lo hice temblando, estaba segura que me llevaban a un lugar terrible. Me decía a mi misma que no querrían tener a ningún uruk que les hubiese engañado entre sus filas. Estaba convencida de que acabaría siendo parte del menú. Pero lo peor no era eso, tenía el convencimiento de que antes serviría de diversión a Limaco y las historias que se contaban de esas fiestas eran espeluznantes si tú eras el invitado de honor. Por otro lado mi cabeza me advertía de que todos los soldados que habían demostrado una especial aptitud para salir a la luz eran considerados especiales y tratados de esa forma por los amos.
Vi que se estremecía con el recuerdo de aquel momento, con la angustia que sintió. Pero por otro lado también vi que ella se sentía orgullosa de lo que había sucedido después.
Cuando llegamos a uno de los cuarteles el orco me hizo dejar las armas que llevaba en una panoplia, y el casco en una especie de colgador. Luego me llamó por mi nombre: Ghash y me dijo que a partir de ese día todo el mundo me conocería por ese nombre. Me asignó un lugar en un nuevo cubil y me dijo que a partir de ese momento yo era un uruk del signo de la serpiente azul. Y así me convertí en un soldado del grupo de los espías.
- Así fue ese tipo, el Limaco, el que te puso de nombre Ghash.
- No, ese nombre me lo puso un capataz, era una especie de mote por mi pelo rojo. Fue cuando estaba en la patrulla del exterior. Un día se me cayó el casco y todos se rieron de mí, porque el tipo dijo que mi pelo destacaba tanto como un fuego en la oscuridad.
Y entonces empezaron a llamarme Ghash, que significa fuego. Pero sólo lo hacían los otros uruk nunca los amos ni los capataces.
- ¿Y él cómo sabía como te llamabas? – pregunté.
- Ese tipo lo sabía todo – contestó ella – era una especie de espía baboso que se metía en todas partes y se enteraba de todo.
Ghash se levantó en ese momento para guardar las cosas de la comida. Yo también lo hice pero ella me indicó que ya lo hacía ella. Que lo que yo tenía que hacer era ir a por mi pañuelo y mi chaqueta, que quería que yo fuera a la plaza a hacerle un recado.
No me quejé, era justo. Ella se había pasado mas de tres horas contándome cosas sobre los orcos, así que ahora me tocaba a mí echarle una mano.
- ¿Me contarás más cosas cuando vuelva? – pregunté.
- ¿No estas cansado de tanto orco? – me respondió ella.
- ¿Yo cansado? Nunca me cansaré de oír cosas sobre tu vida, son siempre tan emocionantes – respondí riéndome.
- De acuerdo, si así lo quieres, más tarde te seguiré contando – contestó – pero ahora será mejor que vayas hasta el mercado antes de que vuelva a llenarse de gente. Y no te preocupes por la hora de volver.
A mi me extrañó un poco que me mandara allí, así de sopetón. Pero cuando vi que se metía en su habitación y cogía el manto negro, me dije. – Bob estás molestando. Va a tener visitas. Así que... ¡Largo!