Este relato está basado en un cuento que hice cuando tenía unos siete años y que se titulaba "Los árboles parlantes"; a continuación os presento el orginal, sin cambiar ni un solo punto :)
Había una vez un bosque muy grande que tenía muchos árboles. Uno se llamaba Fresno y era el más viejo y listo de todos. Los árboles vivían felices porque nadie les hacía nada y hablaban con los pájaros que volaban por allí. Pero un día llegaron unos leñadores que los querían talar y los árboles estaban muy asustados. Fresno les dijo
-No tengáis miedo cuando vengan los leñadores los pájaros nos avisarán y lucharemos.
Los pájaros vinieron piando
-¡Los leñadores! ¡Ya vienen los leñadores!
Los leñadores fueron con las hachas para cortarlos y Fresno se salió de donde tenía las raíces y los árboles le siguieron.
-¡Un árbol que anda!.- Gritaron los leñadores.
-Y hablo. No queremos asesinos de árboles aquí.
Como los leñadores los iban a cortar los árboles los tiraron al suelo con las ramas y los asustaron y se fueron a sus casas y todos dijeron que Fresno era el mejor por la buena idea que tuvo.
Ahora he aquí una adaptación del cuento, más compleja y que espero que os guste:
Bosques, bosques, ¡oh, hermosos bosques! No he visto un bosque que no haya sido de mi agrado, pero sí lo vieron los leñadores de mi relato. Por boca de las gentes del remoto pueblo en el que me encuentro sé de esta historia que ojalá sea verdad, y quizá visite el lugar en el que se dice que ocurrió.
Cuentan que en este pueblecito perdido en una inmensa llanura hay un pequeño bosque, un bosque muy viejo cuyos árboles susurran palabras que el viento trae a los oídos de los campesinos. Pero no se limitan a eso, sino que cuentan también que si se ven amenazados pueden incluso luchar. Dicen que una vez los hombres talaron tantos árboles jóvenes y hermosos que se quedaron sin madera, y sin leña no se podían hacer fuegos para calentar hornos, viviendas, ¡nada! De modo que uno de los leñadores, el más osado y fuerte del pueblo, llamado Bader les propuso a los demás:
-¡Vayamos al viejo bosque del oeste! Allí sí que hay árboles, altos y de gruesa corteza, han durado mucho tiempo y ahora los necesitamos, ¿o no?
Sus compañeros hablaron en voz baja. ¡Ir a talar árboles al viejo bosque del oeste! Aquello era casi un pecado.
-¿Qué respondéis?.- preguntó Bader irguiéndose orgulloso.
-Bader, ¿estás seguro? Los árboles de ese bosque hablan y desde aquí se los puede oír si uno escucha el viento del oeste. ¿Y si esos árboles son mágicos? Podrían tomar represalias.- Dijo un joven leñador.
-¿Árboles mágicos? ¡Qué disparate! Muy bien, quédate aquí temiendo a quienes en vez de piernas tienen raíces, quédate y muere de frío, y entonces te lamentarás por no haber traído la madera que allí espera a nuestras hachas.
Y excepto los más temerosos, todos los hombres del pueblo siguieron a Bader al pequeño bosque.
Allá en el bosque al que se encaminaban los leñadores, los árboles cantaban con el viento y reían felices narrando cuanto habían visto en sus largos años de vida.
-Aún recuerdo aquel incendio que afectó a nuestros hermanos pinos del norte... ¡Oh, pobres! Desde mi rama más alta pude sentir el amargo humo y lloré al oír sus lamentos. Nadie los escuchó, ¿recordáis? Los hombres los dejaron arder...,.- Dijo Roble Negro.
-Los hombres siempre nos hacen sufrir; nos derriban para cortar nuestra leña, nos arrancan las ramas para jugar, nos arrebatan nuestras flores y frutos y nos queman. No tienen corazón, se alejan viéndonos arder y escuchando nuestras súplicas.- Continuó Manzano.
-Pero también han hecho cosas buenas por nosotros.- Interrumpió Fresno.- Algunos árboles tienen problemas para crecer y necesitan ser talados. Los hombres se ocupan de eso y así los árboles vuelven a crecer.
-¡No los necesitamos!.- Gritó Manzano.- El viento puede derribarnos.
-Pero él nos derriba de manera que no podemos volver a crecer.- Siguió Fresno.- Esto es un ciclo; nosotros no podemos seguir creciendo, los hombres nos talan para quemar nuestra madera y no morir de frío y nosotros volvemos a crecer. Además les damos nuestros frutos para que no mueran de hambre. Ellos a veces nos cultivan cerca de sus casas, ¿no es maravilloso?
-Para mí no.- Dijo al fin Manzano.- Cuesta creerlo, Fresno, siempre fuiste sensato y todos te admirábamos, pero veo que ahora tus ideas nos son compartidas por el resto de tus compañeros. ¿Qué ha sido de tu facultad de razonar?
-Basta, Manzano.- Interrumpió Aliso doblando sus ramas más largas e interponiéndolas entre Fresno y Manzano.- Fresno tiene sus ideas y tú las tuyas. Yo en este caso no opino como tú ni como él.
Pese a que Fresno era humilde por un momento sintió que su escaso orgullo salía de su interior. Ciertamente Fresno siempre había sido inteligente y sus opiniones las compartían la mayoría de los árboles, todos sabios y le daban la razón siempre; era la primera vez que sus hermanos tenían una postura diferente a la suya. Manzano era un árbol relativamente joven y solía protestar pero aquella vez era demasiado arrogante. La charla de los árboles se apagó repentinamente como la llama muere bajo la lluvia. Fresno no podía creer que los árboles, que hablan continuamente en espera de que alguien les escuche callaran de pronto y mantuvieran una actitud hostil hacia él y trató de decir algo, pero había enmudecido de asombro y se quedó mirando los rostros impasibles que se dibujaban en las arrugadas cortezas de sus compañeros enrramados. Y los árboles permanecieron rígidos, tan rígidos que el viento sólo pudo agitar levemente sus hojas.
Mientras tanto, Bader guiaba a los pueblerinos hacia el bosque. El sol se ponía en el horizonte mientras los hombres, acosados por el temor que les provocaba pensar en la posible magia de los viejos árboles, entonaban cantos para infundirse valor. Sobre los hombros cargaban las poderosas hachas, cuyas hojas brillaban rojizas al reflejar los últimos rayos del sol. Los cuervos que volaban sobre el bosque viejo avistaron a los leñadores y se lanzaron sobre los árboles para avisarles.
-¡Los leñadores!.- Graznaron.- ¡Vienen los leñadores!
Los árboles rompieron aquel frío silencio y se agitaron aterrados gritando todos a la vez.
-¿Qué hacen ellos aquí?.- Se preguntaban.- ¡Hace tiempo que no vienen al bosque!
-Ya han matado a nuestros hermanos que estaban más cerca de ellos y ahora vienen a por nosotros.- Dijo Manzano furioso.
-¡Traen las segadoras de almas en sus manos!.- Advirtió Aliso.
Así es que como los árboles llaman a las hachas, y no les importa que otros seres conozcan a esta herramienta con otro hombre; el hacha les arrebataba la vida de la misma manera que la hoz siega el trigo, como la guadaña de la Muerte siega las almas.
Los hombres llegaron al bosque y al grito de Bader: ¡a talar árboles!, empuñaron las hachas y corrieron a acabar con los árboles. Éstos gimieron y se agitaron levemente, haciendo que el viento zumbara al rozar sus ramas con un sonido fantasmal, pero ocurre a menudo que los hombres no escuchan a la naturaleza y hundieron la hoja de sus herramientas en la madera de los árboles, que gritaron y se estremecieron de dolor. Entonces algo despertó en los árboles; abandonaron su tranquilidad habitual y dejaron de llorar. Les invadía un sentimiento de furia, de luchar para sobrevivir, algo que desde siempre habían reprimido, pues los árboles fueron concebidos para dar aire a todas las criaturas y para alegrar su vista y se prometieron a sí mismos que nunca emplearían la violencia y serían monumentos vivientes, plantados en el suelo. Por ello sus piernas eran raíces y estaban hundidas en la tierra. Pero aquellos árboles se sentían víctimas de una injusticia tan grande que rompieron el pacto que sellaron en los Primeros Días del Mundo y abandonaron su actitud tradicional. Los árboles gritaron de dolor y de esfuerzo y los leñadores pararon un momento; se detuvieron para sentir como la tierra temblaba bajo sus pies y vieron asombrados como los árboles hacían quebrarse el suelo a sus pies y sacaban las raíces tan profundamente clavadas. Los gigantes vivientes se retorcieron y empezaron a avanzar, caminando como caminaban los hombres. Ellos, asustados, dieron media vuelta y corrieron de nuevo al pueblo, pero Bader seguía llamándolos, obstinado, no iba a permitir que los árboles le ridicularizaran a él, que siempre había sido un ejemplo a seguir para muchos de sus vecinos. Siguió arremetiendo contra los árboles junto a algunos compañeros hasta que los enormes seres utilizaron sus ramas a modo de manos, cogieron a sus adversarios y los arrojaron muy lejos. Cuando no quedaba un solo humano en el bosque, los árboles lanzaron gritos de júbilo y festejaron con cantos su victoria, pero al dar la vuelta vieron a los caídos y enseguida rompieron a llorar lágrimas de savia. De los supervivientes muchos estaban heridos y emanaban resina de sus llagas. Entre los que habían muerto estaba Manzano, cuyas ramas estaban destrozadas por la caída, y su tronco mutilado. Fresno fue el que más se lamentó por su pérdida, habían discutido y esas habían sido las últimas palabras que intercambiaron.
Los árboles lloraron amargamente durante toda la noche y el viento llevó sus sonidos guturales a los oídos de los hombres, que no pudieron dormir. A la mañana siguiente, humillados y agotados estaban sedientos de venganza. El número de leñadores dispuestos a seguir a Bader hasta el bosque para acabar con aquellos árboles se había reducido, pues muchos temían la magia que los habitantes del bosque habían manifestado. Aún así no fueron pocos los que se encaminaron hacha en mano a talarlos a todos.
Los árboles, por su parte, estaban furiosos por la muerte de sus amigos y preparaban un plan para la batalla que seguramente se desencadenaría en su viejo hogar. Sabían que los hombres eran muy vengativos y que emplearían cualquier recurso para cumplir con su objetivo; si era necesario traerían el fuego. Los árboles vivían sus últimas horas de vida con amargura y furia porque sabían que llevaban las de perder. Aún así no iban a darse por vencidos.
-¿Qué haremos?.- Preguntó Peral.- Todos moriremos hoy, ¡adiós a nuestro pequeño bosque! Pero que podamos irnos con honor al menos...
-Lucharemos para que, aunque todos caigamos, los hombres aprendan a respetarnos. Recordad que no debemos matar a ninguno, a menos que sea estrictamente necesario. Procurad alejarlos de vosotros sin hacerles mucho daño.- Recomendó Roble Negro.
-Tendámosles una emboscada.- Propuso Fresno.
-Pero somos muy grandes para escondernos.- Dijo Aliso.
-¡Ajá! No nos hará falta escondernos, escuchadme atentamente...
Y en poco tiempo los hombres llegaron, y quedaron sorprendidos al ver a los árboles derribados.
-El viento los ha derribado.- Dijo un leñador.
-¿El viento? ¡Claro que no!.- Gritó Bader clavando su hacha en el tronco de un árbol.- ¡Son ellos! ¡Quieren tendernos una trampa!
Pero Bader vio que estaba golpeando un árbol talado el día anterior porque no tenía raíces. Lo que no vio fue que Fresno se ponía en pie tras él y gritaba a sus compañeros:
-¡A por ellos!
Todos los árboles se levantaron y corrieron tras los pequeños humanos, que huían despavoridos y tiraban las hachas al suelo sin pensar en defenderse. Fresno agarró al orgulloso Bader y lo lanzó por los aires deseándole que jamás volviera. Y así los árboles ahuyentaron a los leñadores y después quebraron todas y cada una de las segadoras de almas que previamente les habían arrancado de las manos. De nuevo cantaron, alegres y sorprendidos por su victoria y recordaron un momento a quienes murieron el día anterior.
Y vivieron el tiempo suficiente en el bosque para ver florecer de nuevo los troncos cortados.