Fen

Andira Gandalfa nos envia en esta ocasión un relato breve, a modo de leyenda, ambientado en un mundo similar al celta.

Había en la Tierra una joven procedente de una familia de guerreros.
Su nombre era Fen y era bella y orgullosa. No quería comprometerse con ningún hombre, sino vivir libre y luchar como los varones.
Fen era muy rebelde y autoritaria. Se consideraba muy valiente, y ciertamente así era; no temía ofender a los dioses ni a los magos. Éstos estaban cada día más irritados, pero debían respetarla, pues a través de muchas generaciones descendía de la mismísima Dama de las Flores, aquella que vigila el paso de las estaciones, se lleva lo viejo y trae lo nuevo. Dioses y hombres temían que al dañar a la muchacha se desatara la ira de la Dama y sucedieran cosas terribles en el mundo.
Pero había una vieja hechicera a la que no le asustaba pensar en las represalias que la hermosa Dama de las Flores podría tomar contra ella si dañaba a Fen: la bruja Geabda. Había vivido demsiado tiempo y se había enfrentado a demasiadas criaturas mucho más temibles que una joven amparada por una divinidad como para temer a los castigos que la Dama de las Flores podría imponerle. Además, Geabda había consultado a Dagda, Señor de la Vida y la Muerte la noche anterior:
-Dagda que sobre vivos y muertes reinas, ¿vendrás esta noche a llevarte mi alma? ¿Será Morrigu soberana de mi fantasma y habré de servirla cuando llegue hoy la luna?
-Muchas lunas verás antes de mi llegada.- fue la respuesta de Dagda.
Así que Geabda se disponía a castigar a la arrogante Fen sin temor a desatar la furia de la soberana de los tiempos pasados y los tiempos que vienen.

Una tarde, Fen paseaba por la costa rocosa. La brisa marina le llevaba las palabras del mar, que la incitaban a bañarse en sus aguas, pero un escalofrío recorría su espalda y el deseo desaparecía. Fen contemplaba las débiles olas que rompían contra las rocas cuando vio a Geabda mojándose los pies en la espuma.
-¡Qué fresca está el agua!.- comentó la vieja.- El agua del mar es maravillosa, ¿no crees? Sí, el mar es muy bello cuando está tranquilo, y puedes sumergirte hasta tocar la algas que crecen en lo más profundo... aún me cuesta creer que algo tan hermoso como el mar sea a la vez tan traicionero; él se lleva los barcos con su mortal abrazo y las almas de los marineros caen en el olvido... pero ahora no está furioso, ¿no quieres sentirlo?
-¡No!.- gritó Fen con furia pero también con miedo.
La bruja sonrió con malicia, pues sabía desde hacía tiempo cuál era el único temor de la valerosa, de la intocable Fen: ser olvidada. Por ello Fen quería luchar en grandes batallas, para ser recordada eternamente por sus grandes hazañas... y por eso le tenía miedo al mar, porque podría hundirse en sus aguas y nadie lo sabría jamás.
-Como quieras.- dijo Geabda.- sólo quería compartir contigo la frescura del agua.
-¡Y alguno de tus encantamientos, maldita!.- exclamó Fen.- ¿Creías que me fiaría de ti? ¡Ah, bruja estúpida! ¡Qué pésimas artimañas para conducirme a la muerte!
Llena de ira, Fen corrió a empujar a Geabda, que se encontraba de espaldas a ella. La anciana se hizo a un lado y Fen, al tropezar con la roca, salió despedida por encima de las rocas y aterrizó en la orilla llena de afiladas piedras. Dio con la cabeza en un gran pedrusco y se quedó retorciéndose mientras las olas rompían contra ella. Llegó entonces la graciosa Dama de las Flores, y al ver a quien llevaba su sangre gimiendo y sufriendo terriblemente se compadeció de ella y la convirtió en flor, una flor rosada de largos y afilados pétalos que imitaban hojas de espada. Después la divinidad se marchó, dejando allí la bella flor nacida de entre las rocas. Pero Geabda, enfadada con Fen por haber intentado matarla, apeló a Llyr, Señor de las Aguas.
-¡Óyeme, rey de los mares! ¡Escúchame desde tu trono de nácar! ¡Condena al olvido a la flor que reluce entre las piedras! ¡Condénala a su mayor miedo!
Y Llyr así lo hizo. El agua arrancó la flor y la hundió en lo más profundo, y allí quedó Fen, anegada, olvidada para siempre, castigada por sus constantes faltas de respeto.