Músicos elfos en Sevilla
Cuentan las leyendas que existían en Rivendel músicos capaces de transportar a sus oyentes a los mundos sobre los que cantaban. Bastaba con oírlos para iniciar un viaje fantástico a través de tierras lejanas y maravillosas. Las noches del 5 y el 6 de noviembre del 2004, un grupo de privilegiados tuvieron la oportunidad de comprobar la veracidad de esta leyenda. Sin duda, Howard Shore, la cantante Sissel, el solista del coro infantil de la Escolanía de Los Palacios y el resto de la orquesta y los coros no habían llegado de Rivendell, pero al término del concierto, cualquiera de los asistentes habría asegurado que así era. Sus caras lo decían todo. Sonrisa de oreja a oreja y la sensación de haber vuelto de una ensoñación de felicidad completa. A través de casi dos horas de música, los asistentes acompañaron a los integrantes de la comunidad: sufrieron, caminaron, tuvieron miedo de los jinetes negros y sintieron el valor de la amistad y el peligro de la batalla. Supieron lo que era el triunfo y gustaron las amargas lágrimas de la despedida en los Puertos Grises.
Desde una hora antes del concierto, las puertas del Teatro de la Maestranza estaban ya llenas de frikis. Se respiraba un ambiente único y especial, porque era posible adivinar, sin mucho esfuerzo, quienes iban al concierto y quienes pasaban por allí. Incluso la indumentaria y los objetos delataban a algunos grupos: árboles blancos en las camisetas, colgantes de Arwen y un par de estandartes de Rohan (de Elf-moon) eran los elementos más destacables.
Cualquier ángulo y cualquier momento era bueno para conseguir una foto junto al cartel, una oportunidad casi única. La expectación se hizo máxima hasta el momento en que se abrieron las puertas, y cada uno se apresuró a ocupar su butaca, un asiento en esa sala que se convirtió en una estancia mágica. La visión de los instrumentos, preparados ya para iniciar el concierto, el sonido de las primeras pruebas, todo hacía presagiar ya el magnífico espectáculo que se había preparado.
Poco a poco, los miembros de la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla, el Coro de la Ópera de Cajasur, el Coro de voces de ‘El Mesías’ y la Escolanía de Los Palacios fueron ocupando sus asientos. Pero todos los ojos estaban fijos, finalmente, en el único lugar que quedaba vacío, el de Howard Shore. No había nadie que no estuviera pendiente de los laterales del escenario, las manos preparadas ya para el aplauso. Y finalmente apareció, y la sala fue un todo al vitorearle. La magia había comenzado.
Y de qué manera, los acordes de ‘La Profecía’ resonaron con toda su fuerza, iniciando el viaje hacia la Tierra Media y haciendo aparecer en la mente de todos las imágenes de la película. Por si fuera poco, la interpretación estuvo acompañada en todo momento de un juego de luces que identificaban los personajes y los lugares. Todo se inundó de verde en la comarca, todo se tiñó de un azul frío y oscuro conforme se acercaban los jinetes negros, todo se coloreó de rojo en Moria y en el Anduin y las ramas de los árboles hicieron su aparición, con un verde pálido, al llegar a Lorien y a Fangorn. Y las magníficas ilustraciones de Alan Lee y John Howe, presentes a lo largo de todo el concierto, contribuían a engrandecer la sensación mágica de la música. Las imágenes que a todos son ya familiares cobraban un nuevo aspecto en la atmósfera del Maestranza, y las que eran desconocidas brillaban con la luz de las cosas imaginadas o entrevistas en alguna ocasión al leer los libros. Y es que, tal y como indicaba el programa de mano, la música pretendía evocar, no solo el mundo recreado por Peter Jackson en las pantallas de cine, sino todo un universo de fantasía, que solo cabe en las páginas de Tolkien. Se trataba de la música de ‘El señor de los anillos’, donde cabían todas las imágenes y todas las interpretaciones, aunque la visión final del balrog tuviera alas.
Fue un espectáculo portentoso en el que se hacía difícil decidir qué parte merecía más la pena verse, si las imágenes de la pantalla, las que se agolpaban en las mentes o la de Howard Shore, dirigiendo la orquesta de un modo portentoso, viviendo cada nota de la música, con gestos que, quizá eran poco ortodoxos de cara a la dirección habitual de la orquesta, pero que reflejaban justamente la fuerza o la suavidad necesarias para cada pasaje.
Y hubo sorpresas, porque Shore no se ciñó ni al programa ni a las bandas sonoras, sino que supo combinar las piezas y los tiempos de una manera nueva que hizo las delicias de todos los presentes. A veces, parecía como si Shore hubiera escuchado los comentarios de los espectadores antes del concierto, lamentando que una de sus melodías favoritas no estuviera presente. Los acordes de ‘La traición de Isengard’ sonaron para delicia de los presentes, aunque en ningún momento fueron anunciadas. Y lo mismo puede decirse de ‘Los Campos del Pelennor’, que vinieron a completar un programa ya de por sí satisfactorio. Pero no acabaron ahí los cambios. Los acordes de ‘Los cimientos de piedra’, por solo poner un par de ejemplos, se fundieron magistralmente con los de ‘La domesticación de Smeagol’. Y ‘Sombragrís’ apareció al final de ‘El caballero blanco’, sorprendiendo una vez más. Todo encajaba a la perfección.
La parte dedicada a ‘La comunidad del anillo’ fue la más larga, unos 45 minutos y guardaba al final una de las principales sorpresas: el solista del coro de la Escolanía de Los Palacios, que sorprendió a todos tras la caída de Gandalf y que hizo asomar las lagrimas a los ojos de una buena parte de los presentes con su interpretación de ‘In dreams’. La primera parte acabó con un clímax magnífico tras interpretarse, una vez más, el tema principal de la comunidad, que desató una larga ovación del público. Sólo cabía hacer un reproche, y fue el coro masculino interpretando los gritos de los orcos en Moria, que quedaron por debajo de lo esperado, pero en general, la parte coral estuvo a una altura inmensa, particularmente en el ‘Lamento por Gandalf’, cantado por tres de las integrantes del coro femenino, marcando una nueva diferencia con el disco, al utilizar un tono más musical y armonioso, ya que lo que escuchamos fue la mezcla de tres voces donde se canta con una.
Tras el descanso, hizo su aparición la que iba a ser la segunda gran sorpresa de la noche, la solista escandinava Sissel, que hizo las delicias del público con sus interpretaciones de todas las canciones que requerían de un tono agudo, pero fresco y cálido como el que desplegó esta maravillosa cantante. Ya al interpretar ‘Evenstar’ se pudo apreciar que era la voz perfecta para aquel concierto, una auténtica voz élfica, que solo ‘falló’, por decirlo de alguna manera, en la interpretación de ‘La canción de Gollum’: su voz era demasiado hermosa como para prestarla a un ser tan atormentado como Gollum. Aún así, supo darle la sensibilidad necesaria.
Los coros, que ya habían demostrado su valía en la primera parte, dieron lo mejor de sí con los coros épicos de la batalla de Cuernavilla, ‘El fuerte Eorlingas’ (que como tal salió traducido en el programa ‘Forth Eorlingas’ –adelante eorlingas-) y en ‘La inundación de Isengard’. La parte dedicada a ‘Las dos torres’ fue la más corta, apenas media hora, en la que sin embargo supo Shore condensar lo mejor de esta banda sonora. Del mismo modo lo apreció el público, al que la excitación acumulada llevó a aplaudir, aunque aún no era el momento.
La parte de ‘El retorno del Rey’ trajo como sorpresa principal, tal y como ya se ha dicho, ‘Los campos del Pelennor’, que consiguió que los vellos volvieran a ponerse de punta, aunque sacrificando para ello otras partes contenidas en el programa, como ‘Esperanza y memoria’. La condensación en dos horas hizo necesario recortar algunas estrofas en los coros y canciones, pero el resultado fue tan bueno, que apenas si se notó.
La interpretación de la canción de Aragorn sí que supuso un cambio importante con respecto al disco. Se notó falta de entonación del cantante elegido, uno de los miembros del coro, a diferencia de los demás solistas o incluso de los coros en su conjunto, aunque el enfoque operístico le dio un nuevo aire. Y no menos especial fue la interpretación de ‘Cirith Ungol’ con coros.
Conforme se acercaba el final, todas las miradas estaban pendientes de Sissel (bastaba que se levantara y se acercara al micrófono para que se pusieran los pelos de punta), que sustituyó al portentoso Ben del Maestro dando una sonoridad nueva a canciones como ‘Minas Tirith’ o ‘El Árbol blanco’ y a la que se le notaba disfrutar en todo momento de la música, acompañando con la cabeza cada son y cada nota, acompañando a Shore. Aún quedaban muchos detalles por descubrir y uno de las mejores, aunque pasó bastante inadvertido, fue la inclusión de los dibujos de las ‘Casas de curación’, que fueron mostradas durante ‘El retorno del rey’.
Pero la mayor sorpresa estaba aún por llegar. Los acordes que nos habían devuelto a la comarca, nos trasladaron a los Puertos Grises, y la tristeza de la doble despedida (la de la marcha al oeste y la del fin del concierto) inundó la sala. Todos y cada uno de los presentes contuvieron el aliento con los primeros acordes de ‘Into the west’, todas las miradas expectantes, clavadas en Sissel, que no defraudó. No es que cantara, es que interpretó de tal forma la canción, le dio tal grado de sensibilidad y ternura, que los que aún no habían derramado ni una lágrima tuvieron, como mínimo, que luchar con ellas.
La voz de Sissel, con una sonoridad especial, hizo aún más intenso si cabe el final de ese gran espectáculo que fue el concierto, llegando a un clímax glorioso, perfectamente preparado por Shore, que se desvivió en todo momento por transmitir la fuerza de cada pasaje. Un potente “¡Bravo!” resonó cuando se hizo el silencio y pareció dar la señal para el gran aplauso final. Casi diez minutos de aplausos y ovaciones continuas, que obligaron a Shore y a Sissel a volver a salir al escenario en varias ocasiones, fueron el justo premio a un trabajo magnífico.
Pero aún no habían acabado las emociones. Minutos después de concluido el concierto, el pasillo del lateral del teatro que lleva a los camerinos era ya un hervidero de gente a la caza de un autógrafo. Y Shore, más campechano y cercano que nunca, no permitió que ni uno solo de los aficionados que llegaron a aguantar más de una hora y media de cola, abandonara el recinto sin haberse llevado un autógrafo. Incluso, tal y como les pasó a los compañeros del foro Mago Hermético, Ireth Tinehtele y Gwyddion, Shore intercambió palabras con los fans, que se encontraban en una nube, de la que tardarían en bajar. Sin duda, fueron muchas las historias en ese camerino, pero como ejemplo, la emoción que vivieron estos tres foreros: La camiseta conmemorativa del concierto que portaban fue admirada y elogiada por Shore, que llegó a preguntar donde había sido comprada y que expresó su sorpresa y gratitud al saber que había sido fabricada por ellos mismos. Estos tres foreros, abajo firmantes, quieren agradecer a Shore su calidad humana y profesional, que nunca olvidarán. La cara de Shore lo reflejaba todo, el cansancio y la felicidad, pero sobre todo, la satisfacción de haber concluido un viaje que permanecerá por siempre en la memoria de todos los que lo vivieron.
Antonio Torres Pérez (Mago Hermético)
Pilar Gutiérrez Cordero (Ireth Tinehtele)
David J. Gallego Roji (Gwyddion)