Capítulo I: El mensajero de Gondor
El 24 de Junio del año 80 de la Cuarta Edad, mi madre me entregó el famoso Libro Rojo de la Frontera del Oeste. Mi madre se llamaba Elanor Gamyi, la hija mayor de Samsagaz Gamyi. Se casó con Fastred de Encinaverde en el 31 de la Cuarta Edad, y en el 35 se mudaron a Torres de Abajo, en las Colinas de la Torre. En el año 64 de la Cuarta Edad me tuvieron a mí, el mismo año en el que mi abuelo entregó a mi madre el Libro Rojo. Mi nombre es Bill de Encinaverde. Mis padres me pusieron este nombre por el viejo pony de mi abuelo, que acompañó al señor Frodo y a él hasta la Puerta Oeste de Khazad-dûm. Mi abuelo me solía contar a menudo historias acerca de sus viajes y aventuras durante la Guerra del Anillo.
Siete días después de que mi madre me entregara el Libro Rojo, me encontraba plantando plantas en el jardín de la casa de mis padres cuando apareció un hombre montado a caballo. No era un hobbit como yo, era un hombre de Gondor. Llevaba un árbol con siete estrellas en el pecho y un papel en la mano.
-Bill de Encinaverde Gamyi –me dijo.
-Si, soy yo. ¿Qué desea? –le pregunté.
-Traigo un mensaje del Rey Elessar para Bill de Encinaverde Gamyi.
Era mensajero de Trancos, como diría mi abuelo. ¿Qué querría de mí? El caso es que cogí el mensaje sin dudarlo dos veces y comencé a leerlo. Decía:
Querido Bill:
¿Cómo estas? Soy Aragorn amigo de tu abuelo Sam. El mes pasado, tu abuelo me comunicó que tu madre tenía intención de darte el Libro Rojo, y no dude en escribirte. Mis hijos quieren conocer toda la historia de la Guerra del Anillo, que se encuentra escrita por Frodo en el Libro Rojo. Sería un honor para mí y para mi familia que vinieras a mi casa, Minas Tirith, para que mi gente pudiera hacer una copia del Libro Rojo.
Te espero
Aragorn
Rey de Gondor y Arnor
En ese momento no supe que hacer. Por un momento pensé que no, pero luego pensé que sería maravilloso poder recorrer los lugares de las historias de mi abuelo: Rohan, Ithilien, el Anduin, etc.
- Diga al Rey Elessar que iré –dije al mensajero.
El mensajero de Gondor me hizo una reverencia, y se marcho galopando rumbo a Minas Tirith. Tan rápido como pude, prepare mi equipaje, cogí el Libro Rojo y escribí una carta a mis padres diciéndoles que hablaran con mi abuelo. Diez minutos más tarde, ya estaba de camino a Minas Tirith.
Capítulo II: El viejo Tom Bombadil
Una semana después, llegué al Río Brandivino. Lo cruce (gracias a una pequeña barca abandonada que encontré) y fui a las fronteras del Bosque Viejo. Me quede un rato contemplándolo. Allí vivía el viejo Tom Bombadil. Mi abuelo lo conoció una vez cuando se dirigía a Bree. Estuve varios minutos contemplando los árboles del bosque cuando de repente, oí una voz detrás de mí.
- ¿Qué hace un pequeño hobbit fuera de La Comarca?
Me giré y allí le vi. Era nada menos que Tom Bombadil. Estaba con su pequeño pony, Gordo Terronillo, y con un cuervo posado en su hombro izquierdo.
-Me dirijo a Gondor, a Minas Tirith –le contesté.
-¿Y que pinta un hobbit como tu en Gondor? –me preguntó Tom.
-Asuntos del rey –le contesté.
-Y por lo que veo pretendes ir solo. Hace dos semanas me visito mi pariente Radagast. Me comunicó que los Haradrim se estaban extendiendo por el norte. Dentro de poco abran alcanzado Gondor. No será un viaje seguro, así que no tengo más remedio que acompañarte.
Aquello le sorprendió mucho a Bill, porque Tom Bombadil no solía hacer viajes que lo alejaran del Bosque Viejo.
-Vuela Piesfuertes, vuela –le dijo Tom al cuervo que estaba posado en su hombro-, y avisa a mi amada Baya de Oro de mi partida.
El cuervo echo a volar y se adentro en el Bosque Viejo.
-Bueno mi buen amigo hobbit, ¿cuál es tu nombre? –me preguntó Tom.
-Bill de Encinaverde –le contesté.
-Estupendo Bill. Entonces, en marcha.
Tardamos dos meses en bordear las Montañas Nubladas. Durante el viaje, le conté a Tom porque tenía que ir a Minas Tirth, y también le dije que mi abuelo Sam le conoció durante la Guerra del Anillo.
Una mañana, divisamos Isengard, ya estábamos cerca de Rohan. Esa misma mañana, nos dimos cuenta de que se nos habían acabado las provisiones, no nos quedaba ni agua. Anduvimos millas y millas para poder encontrar un poco de comida y agua, hasta que divisamos a lo lejos un gran edificio en ruinas, metido en las Montañas Blancas.