Lalaith fue una Elfa Gris. Nació en Lórien, una fría mañana del Rhîw, el invierno de los hombres, en el año 1033 de la 3ª Edad. Su nombre le fue dado por Gandalf ,por aquellos días aun “el Gris”, en honor al alegre y puro sonido de su risa, que se escuchaba en cada rincón de Lorien. Gandalf solía pasar largas temporadas en los bosques de los Galadhrim siempre que sus misteriosos compromisos se lo permitían, y más aún desde el nacimiento de Lalaith, a la que quiso como a una hija. Ella le adoraba y le seguía a todas partes haciendole infinidad de preguntas, pues su curiosidad era insaciable.. Mucho aprendió de Gandalf en sus primeros años. Pero llegó el día en que Gandalf hubo de partir inesperadamente, y sin garantías de regresar, pues peligrosa era la misión que se le había encomendado. Mucho le añoró Lalaith, y más aun cuando sus padres, ambos bravos guerreros, tuvieron que acudir a las fronteras de Lorien para defenderlas del asedio de la hordas enemigas procedentes del Este. Al poco tiempo un mensajero traería la fatal noticia de que muchos valientes guerreros, entre los que se contaban los padres de Lalaith, habían perdido la vida en la cruenta batalla que se libró en los lindes del Bosque.
Así fue como Lalaith quedó sola durante largo tiempo, y la sonrisa que siempre había adornado su rostro se borró. Muchos años transcurrieron, años en que la soledad fue se única compañera. Hasta que un lluvioso día otoñal, Gandalf reapareció entre los mallorn. Los ojos de Lalaith, rebosantes de lagrimas, volvieron a brillar al verle majestuoso sobre SombraGris. Adoraba los caballos y no podía mas que inclinarse ante uno de los Mearas, a los que conocía bien por ser amiga del pueblo de Rohan. Pero lo mas importante era tener de nuevo junto a ella, después de tantos años, al ser que admiraba por encima de todo, al que había sido amigo y modelo a seguir desde su infancia. Y su sonrisa volvió a brillar, y la alegría brotó de nuevo en su corazón.
Gandalf paso allí una larga temporada, mas cuando llego el momento de partir tomo una decisión que pudo cambiar el curso de muchos acontecimientos futuros: llevaría a Lalaith consigo. Era inteligente, despierta y con un gran corazón; él confiaba en ella y algo en su interior le decía que ella tendría, algún día, un gran papel que jugar.
Juntos viajaron por todo lo largo y ancho de la Tierra Media, y Lalaith aprendió muchas cosas del Mago. Sus viajes, en mas de una ocasión, les llevaron a Minas Tirith, y así Lalaith conoció por fin a aquel del que Gandalf tanto le había hablado, Faramir, hijo de Denethor, el Senescal de Gondor. Gandalf le había contado que era un joven inquieto y siempre dispuesto a aprender, por lo que siempre que el mago se encontraba en Minas Tirith, se convertía en su sombra.“Me recuerda mucho a ti” solía decirle a Lalaith, con una sonrisa dibujada en sus labios “y entre ambos habéis llenado mi corazón”. Cuando Lalaith conoció a Faramir éste era un joven guerrero que llegó a admirarla casi tanto como a Gandalf....y se convirtieron en grandes amigos. Pero fue pasando el tiempo y se convirtió en un hombre respetable, justo, de gran corazón y en un valiente capitán dispuesto siempre a dar la vida por su pueblo. Faramir se ganó el corazón de su pueblo , y para bien o para mal, también el de Lalaith, pues el cariño que sentía por él se transformó en amor.
Y así transcurrió la vida de la elfa, cabalgando junto a Gandalf con la esperanza de que sus pasos les llevaran pronto de vuelta a Gondor. Hasta que llego el día en que los temores de Gandalf se confirmaron, y se desató la gran guerra, la Guerra del Anillo. Entonces Lalaith volvió a su hogar, a Lorien, para ayudar a su pueblo a defender ese último rincón que aun conservaba la belleza y pureza de los Dias Antiguos.
De cómo se sucedieron los acontecimientos en aquellos días oscuros no es preciso hablar aquí, pues es de todos conocido.
Pasada la guerra, los pocos Galadhrim que aun quedaban en Lorien, partieron hacia las Tierras Imperecederas, mas no fue ese el destino de Lalaith.
En cuanto le fue posible partió al galope hacia Minas Tirith para reunirse con Gandalf , ahora “el Blanco” y el resto de la compañía, pues en sus anteriores viajes junto al Mago había conocido a mas de uno. Pero por encima de todo, anhelaba el momento de volver a ver a Faramir. Sin embargo la alegría que la produjo el esperado reencuentro pronto se desvanció, pues Faramir había encontrado el amor en Eowyn de Rohan. Pocos días después de la llegada de Lalaith, ante sus ojos, inundados en lágrimas, Faramir tomó por esposa a la Dama Blanca.
Desde aquel día Lalaith no volvería a ser la misma, y la risa que tan a menudo brotaba de sus labios se fue desvaneciendo hasta apagarse del todo, y nunca un sonido tan puro volvió escucharse de nuevo.
Viendo su inmensa tristeza, llegado el momento, Gandalf le pidió que le acompañara en su último viaje, el que le llevaría para siempre más allá de los confines de la Tierra Media. Pero Lalaith le hizo saber que no le acompañaría, pues había elegido el destino de los hombres. Gandalf le rogó, con lágrimas en los ojos, que partiera con él, pues no había razón para esperar la muerte en un lugar al que nada la ataba. Pero ella respondió “el lazo mas fuerte de todos es el que me retiene aquí, Gandalf.. No es mas grande el amor por ser correspondido, y en esta tierra permaneceré junto al mío, aunque eso signifique mi final”. Vanos resultaron los esfuerzos de Gandalf por alejarla de una vida de sufrimiento, y partió , al fin, con el corazón roto. Larga fue su despedida, y una de las mas tristes que se hayan vivido jamás.
Tras la marcha de Gandalf, Lalaith se instaló en Ithilien,y vivió con los elfos del Bosque Negro que, dirigidos por Legolas, habían formado allí una colonia. Esto la permitía permanecer lo suficientemente cerca, a la vez que lejos, de Faramir, que se había convertido en príncipe de Ithilien, y allí residía junto a Eowyn.
La dama de Lorien la apreciaba mucho, gratos momentos había disfrutado en su compañía, hacia tiempo, en sus viajes a Edoras en busca de caballos para su pueblo. Nunca albergó odio hacia la Dama Blanca en su corazón, mas bien al contrario, quería mucho a ambos, y su felicidad aliviaba, en cierto modo, su dolor.
Sin embargo, Lalaith seguía tratando de alejar su pena en compañía de sus hermanos elfos, incluso viajando, como hiciera antaño junto a Gandalf, a tierras lejanas, para poner sus conocimientos al servicio de los diferentes pueblos, si éstos lo necesitaran.
Pero frecuentemente Faramir reclamaba la presencia de Lalaith, ya que, además de amiga, la consideraba la sucesora de Gandalf, y continuamente la pedía consejo o, simplemente, una conversación como las que tantas veces mantuvieron. En cierto modo, su presencia en la Tierra Media hizo que la llama con la que Gandalf inflamó los corazones de los hombres se mantuviera viva.
Los años fueron pasando y llegó el día en que la Dama Eowyn abandonó este mundo, como es propio de la raza de los hombres. Faramir quedó sumido en la más terrible desolación, y fue entonces cuando más necesito a su fiel amiga y consejera, a Lalaith. Nunca hubiera podido negarse ella a ser su apoyo, por muy duro que le resultara, y así fue.
Permaneció junto a él en todo momento, sufrió a su lado, lloró sobre su hombro, y, en medio de tanta tristeza, sintió como, cada día, la vida de los Eldar la abandonaba mas y mas, pero sacando fuerzas de flaqueza, resistió, pues por nada del mundo quería dejar solo a Faramir, y menos aún causarle mas dolor.
Pero es inevitable que cada cual cumpla su destino, y una fría noche invernal, mientras conversaba con Lalaith observando las estrellas, que brillaban más que nunca, Faramir sintió que su final había llegado.
Tomó las manos de Lalaith y le susurró estas palabras “ha llegado el momento. Larga ha sido mi vida y, aunque he sufrido grandes perdidas, las cosas buenas superan con creces a las malas. De esas cosas buenas, creo, fiel amiga, que tu eres una de la mejores. Siempre estuviste a mi lado, y se que mi tristeza ha contagiado también tu corazón, lo veo cada día, tus ojos ya no brillan y no puedo recordar la última vez que escuché tu hermosa risa. Por eso quiero que me prometas algo. No has de esperar aquí la muerte, no debería ser ese tu destino. Cuando el último barco esté listo para zarpar, te encaminaras hacia los Puertos Grises. Has de prometérmelo o mi alma jamás encontrará descanso”. Lalaith, deshecha en lágrimas, le dio su palabra de que así sería. Una expresión de paz apareció en el rostro de Faramir, besó las manos de la elfa, se recostó y, con una sonrisa en los labios, abandonó la vida y puso rumbo a ese lugar que tan solo Eru conoce.
No hubo consuelo para Lalaith, la oscuridad cayó sobre ella y vagó por los bosques, ahora en decadencia, como ella misma, pues los elfos también abandonaron Ithilien y nadie se ocupaba de cuidarlos.. Tan solo Legolas quedó allí, a la espera de reunirse con Gimli el enano para hacer juntos el gran viaje.
Y después de un tiempo, ese día llegó, y atada al juramento que le hiciera a Faramir, Lalaith partió con ellos hacia los Puertos Grises. Y dijo adiós a los bosques y a los arroyos, al canto de los pájaros y al sonido de la brisa entre las hojas... pues sabía que era la última vez que podría disfrutar de ellos.
Tras cruzar tierras, bosques y recorrer innumerables caminos, llegaron por fin a su destino. Los Puertos se abrían ante su atenta mirada, y allí estaban ellos, los últimos que partirían hacia el Oeste.
Durante días estuvieron ocupados preparando todo lo necesario para el viaje, y por fin llegó el momento de partir. Legolas volvió la vista por última vez, y sus ojos delataron una mezcla de sentimientos, tristeza por abandonar lo que siempre habia sido su tierra, y una gran alegría por el maravilloso mundo hacia el que se encaminaba. Sonriendo, apoyó dulcemente su mano sobre el hombro de Gimli, que se encontraba a la vez emocionado y asustado, y juntos subieron a la plateada nave. Prepararon el barco para zarpar, y cuando todo estaba listo se volvieron hacia Lalaith, que, sentada en una gran piedra, observaba el horizonte mientras las lágrimas recorrían sus mejillas. Gimli la llamó, pero ella no respondía. Ambos desembarcaron y se acercaron a ella. Legolas, comprendiendo lo que ocurría, la tomó de la mano y pronunció, con voz temblorosa, unos versos élficos a modo de bendición. Lalaith alzó su rostro y posó su mirada en el elfo. Nunca unos ojos se dijeron tantas cosas como los de aquellos dos amigos. Volviéndose, se encontró con el rostro de Gimli, visiblemente abatido pues sospechaba lo peor. Entonces Lalaith se levantó, y, de espaldas a ellos, mirando la puesta de Sol dijo “ le prometí que, llegado el final, mis pasos me traerían aquí, a los Puertos. Y aquí estoy, en cumplimiento de esa promesa. Mas para mi no habrá más viajes, ni verdes prados, ni plateadas estrellas... Elegí hace largo tiempo la senda del sufrimiento, y no será ahora cuando desvíe mi rumbo, pues fue el amor el que me llevó a tomar esta decisión, y ese amor sigue vivo en mi . Moriré aquí, donde él murió , y no moriré sola pues me acompaña su recuerdo” Y, volviéndose hacia ellos, asomó a su rostro una sonrisa, y ellos supieron que tan solo de ese modo podría ponerle fin a su dolor.
Con enorme tristeza volvieron al barco, y mientras se alejaban y el mar se convertía en un estallido de plateada luz, vieron como Lalaith les observaba desde la orilla, alzando la mano en señal de despedida.
Cuando la nave se perdió en el horizonte, Lalaith dio media vuelta y se encamino a Ithilien. Tras mucho caminar, se encontró de nuevo ante el palacio en que Faramir había vivido. Recorrió las salas una a una, recordando los momentos, tanto tristes como alegres, que pasaron juntos. Y al fin, al caer la noche, se sentó en el mismo banco en que observaron juntos las estrellas por última vez. De pronto una estrella fugaz iluminó el cielo. Lalaith se acurrucó contra la pared y, mirando la estela que la estrella había dejado, dijo “se que eres tu. Pronto yo también me convertiré en una pequeña luz, perdida en la inmensidad. Pero algún día nos reuniremos de nuevo, y ese día una luz cegadora nos rodeara, y el mundo quedará a oscuras pues no habrá luz suficiente. Algún día...” Así llegó el fin de Lalaith, y en su rostro se podía ver paz y una radiante sonrisa. Y los pájaros que allí habitaban comenzaron a cantar, y, en total armonía unos con otros, emitieron un canto cuyo sonido imitaba la risa de Lalaith, y ese sonido recorrió los bosques y las montañas, y se dice que llegó a oirse incluso mas allá del mar.
De si alguna vez Lalaith y Faramir se encontraron entre estrellas nada se sabe con certeza, mas cuenta una antigua leyenda que cada cierto tiempo se reúnen, y cuando eso ocurre, el mundo se oscurece, y en el cielo aparece un halo de brillante luz.
FIN