Jimmy el Lucio
Nuestro amigo Ricard (al que ya conocemos por "Osgiliath 2003"), nos ha enviado en esta ocasión un relato de fantasía, del que esperamos que disfrutéis.



Cuentan que hace años, muchos años, vivía en el lago Mediano un lucio. Pero no un lucio cualquiera; era tal su tamaño que no tardó en devorar a todos los demás lucios y convertirse en el amo y señor del lago. Las gentes que habitaban las orillas del lago lo conocían bien, puesto que gracias a él la pesca se había reducido junto con la caza, ya que el lucio gigante tampoco les hacía ascos a los patos que visitaban el lago en verano; y porqué también era aficionado a visitar los embarcaderos, los cuáles destrozaba poco a poco, hasta que estos se hundían. Para esas gentes ese lucio era conocido como Jimmy el Lucio. De él se rumoreaban todo tipo de habladurías y leyendas: desde que era más viejo que el mundo  hasta que ni con un arpón ballenero se podría atravesar su dura piel. Fuera como fuera, Jimmy el Lucio parecía reírse de esos chismes con su enorme boca dentada, escondiéndose bajo las sombras ondulantes de las plantas del lago, de cuyo color verdoso su piel se había vuelto.

Sucedió pues que, tras todos los intentos infructuosos de los habitantes del lago para pescarlo, al fin llegó el pescador que consiguió dominar y matar la Leyenda, y como siempre ocurre en estos casos, el pescador de Jimmy el Lucio procedió del lugar más inesperado. De hecho, nadie en el pueblo de Westland, donde vivía nuestro héroe, hubiera dicho que “esa” hubiera sido la persona más indicada, empezando por el simple hecho de que el pueblo de Westland se encontraba a más de un kilómetro del lago Mediano.

Pero de esta manera sucedió que, un día, Benjamín Crowly decidió pescar a Jimmy el Lucio. Siendo él el más pequeño de su familia, con once años, y por el hecho de vivir a más de un kilómetro del lago, parecía ser que su hazaña sufriría la caída al olvido al que suelen caer los sueños y aventuras de la infancia. El caso es que, cierto día de primavera, cuando las golondrinas y las cigüeñas ya se habían instalado en las fachadas de las casas y campanarios de los pueblos, el tío de Benjamín decidió ir al mercado de Watermaker, un pueblecito a las orillas del lago. Como sucedía por aquellos tiempos, la mayor parte de la familia se apuntó a la iniciativa.

Estando el joven Benjamín en medio del mercado, bajo un esplendoroso y brillante sol y junto a sus hermanas, se acordó de inmediato del lucio gigante que aun nadie había conseguido pescar y que vivía en el mismísimo lago que se extendía a tan solo unos metros del bullicioso mercado en que él se encontraba. Y por unos momentos Benjamín Crowly sintió un impulso que le recorrió el cuerpo de arriba abajo y que, incluso, le mareo un poco: era la idea de pescar a Jimmy el Lucio. A él acudieron también los cuentos e historias que se contaban de Jimmy de punta a punta del lago, o las caras decepcionadas de su propio padre y tío al no conseguir pescar a tan preciado trofeo. Esos recuerdos hicieron crecer el impulso que sentía en medio del mercado y le hacía cerrar con fuerza los puños. Solo había un problema; como hijo más pequeño de la familia Crowly, Benjamín siempre se encontraba bajo la vigilancia permanente de sus dos hermanas mayores, y aun más en lugares tan transitados como aquel.

Con desespero y ansiedad miró a su hermana Cathy, que se encontraba distraída admirando las manzanas del señor Redwood, y después al lago, en donde Jimmy el Lucio se encontraría patrullando sus profundidades. Al final, Benjamín escogió una solución tajante. No era que le gustase desobedecer o que fuera muy travieso, pero como decía su padre: “si ves una oportunidad, atrápala al vuelo”; así que visto de esa manera tampoco estaba cometiendo una falta tan grave. Más dificultades entrañaron esquivar un par de ocas desbocadas; a la señora Higgins (una amiga de su madre) y evitar ser atropellado por un enorme caballo que tiraba del carro del viejo Karl, para adentrarse al final por los estrechos y oscuros callejones que rodeaban las casas que se encontraban en la orilla del lago. Más allá de ellas se extendía la brillante e imponente superficie del lago Mediano, que como un gigantesco espejo, reflejaba la luz del sol en doradas olas. Benjamín se quedó unos instantes embelesado delante esa visión, pero no tardó en volver a ponerse en movimiento. Siguiendo el caminito que reseguía la orilla del lago consiguió llegar al pequeño y modesto embarcadero que su tío y su padre tenían alquilado. Amarrado a él había un no menos pequeño y modesto bote de color blanco. Haciendo resonar los viejos maderos del embarcadero, Benjamín saltó al bote, que se balanceó con suavidad, rompiendo la tranquilidad de las aguas.

Ajustándose la gorra a la cabeza, Benjamín examinó todo el material que tenia a mano: había dos largas y viejas cañas de pescar -la de su padre y su tío- junto a la suya, más pequeña y simple, al lado de la cesta de mimbre de los anzuelos. En su inocencia y prisas, Benjamín pensó que tenia todo lo necesario para su empresa, de manera que se puso sus botas verdes, desató la cuerda que mantenía unido el bote con el embarcadero y empezó a remar, con calma al principio y esfuerzo después. Poco a poco, fue alejándose de la orilla, de modo que al final solo pudo llegar a escuchar sus jadeos al remar y no la bulliciosa actividad del mercado del pueblo, el cual iba convirtiéndose lentamente en una mancha alargada de casas en la orilla del lago, en la cual sobresalía el puntiagudo campanario de la iglesia. Mientras lo contemplaba, Benjamín no podia dejar de pensar en la suerte que había tenido de que toda la gente se encontrase en el mercado, puesto que no sabía que habría dicho si algún mayor le hubiese parado para preguntarle que hacia en los embarcaderos.

Para cuando ya llevaba bastante rato remando (o al menos eso le indicaron sus cansados brazos), Benjamín se paró en seco. Miró a su alrededor para comprobar que aproximadamente se encontraba en el centro del lago. Ahora estaba rodeado por un extenso y profundo anillo de agua, que a su vez estaba rodeado por un anillo verde de suaves colinas y bosques, solo interrumpidos por pequeños pueblos, que a la vista de Benjamín no eran más que pequeños puntos multicolor que se alternaban en la orilla. Embobado unos instantes por esa vista, Benjamín no tardó en hacerse la pregunta capital: ¿Por dónde empezar a buscar a Jimmy en medio de ese gigantesco charco ?  Se asomó al borde del bote, solo para contemplar su trémulo rostro reflejado en las oscuras aguas. ¡Qué tonto había sido ! Se dijo con desespero, pensando en el castigo que le caería cuando sus padres se enterasen de la ocurrencia tan estúpida que había tenido. Descorazonado, se estiró en el bote, con los brazos como almohada y las piernas cruzadas, mientras contemplaba como, con pereza, se movían las nubes en el cielo azul. Sin darse ni cuenta se fue durmiendo poco a poco. En su sueño, el colorido de las orillas del lago era substituido por la negrura del fondo del lago, en la cual se removía una sombra, amenazante y vieja como las tinieblas por las que merodeaba. Sin duda era Jimmy el Lucio. Tan vivido le pareció el sueño a Benjamín que incluso le pareció sentir la respiración de Jimmy a sus espaldas.

Cuando Benjamín despertó, notó el suave balanceo en el cual se encontraba la embarcación. Extraño, pensó Benjamín, si en un lago las olas no sobrepasan la pulgada. De un saltó se incorporó y miró el agua. Un, aún más tremuloso, reflejo le devolvió la mirada de perplejidad y sorpresa. Algo había pasado por debajo el bote, rozándolo. Algo grande. Y para Benjamín Crowly lo único capaz de eso era un pez, el gran pez que él había venido a pescar… si primero encontraba el anzuelo adecuado, claro. Fue la misma fuerza compulsiva que le había dirigido hacia aquella aventura la que le hizo escoger un pequeño y vulgar anzuelo que cualquier pescador experto hubiese rechazado; pero la situación era desesperada, recordó Benjamín a la vez que, con un rápido gesto, lanzaba el hilo, el cual produjo un leve zumbido al deslizarse por el carrete y un  murmullo al hundirse en el agua.

Pasaron un minuto, dos y hasta cinco y Jimmy parecía no dar señales de vida. Por segunda vez Benjamín se desánimo. Como siempre, parecía que había llegado demasiado tarde. Con un suspiro empezó a recoger el hilo, recogiendo el  tramo final con la mano, el cual fue tensado súbitamente en el último momento, cogiendo desprevenido a  Benjamín, que no supo reaccionar hasta que casi todo el hilo desapareció del carrete. Después del susto inicial, Benjamín empuñó con toda la fuerza que le proporcionaban sus pequeñas manos la caña, curvándose esta por las dos fuerzas que la dominaban.

Sin duda era Jimmy el Lucio, pensó con renovados ánimos y alegría Benjamín, que con faenas podía mantener la caña vertical, como también sin duda Jimmy se había escondido todo el rato bajo el bote. Tanto tiró de este, que Benjamín tubo que apoyar los pies con fuerza en el bote para no salir volando. Ahora Benjamín veía con preocupación el punto lejano donde se hundía el hilo en el agua, y en donde se encontraba el causante de que el hilo estuviera tan tenso como la cuerda de un violín.

Viendo Jimmy el Lucio que su camino había sido truncado, empezó a virar con violencia.

- ¡Ei, ei, ei! ¡Tranquilo amigo! - exclamó Benjamín, al ver que Jimmy empezaba a dar círculos entorno el bote, para desespero suyo, puesto que tenia que girar como una peonza dentro el bote al mismo ritmo que el pez para no quedar enrollado y atrapado en su propio hilo.

Pero Benjamín no tardó en cansarse y marearse de ese juego, esperando que esa tortura parase inmediatamente. Sus plegarias parecieron ser escuchadas, ya que Jimmy volvió a las andadas, tirando del hilo con tanta vehemencia que empezó a arrastrar el bote casi sin esfuerzo.

Benjamín se encontraba medio tumbado en el bote para hacer suficiente fuerza para no ir a parar a un baño nada gratificante. Apretaba los dientes casi con tanta fuerza como   apretaba la caña  con sus manos. Fue entonces cuando Benjamín intentó hacerse una imagen de lo que había mordido su anzuelo. Realmente debía de ser un pez gigantesco para que pudiera arrastrar un bote, pescador incluido, a esa velocidad, hacia la zona pantanosa del lago, puesto que era allí hacia donde se dirigían; el autentico reino de Jimmy el Lucio.

Benjamín no se dio cuenta de ello hasta que tubo que apartar a manotazos los juncos, mientras a la vez intentaba no perder la caña. Poco a poco la carrera fue bajando de intensidad hasta que el bote quedó inmóvil en medio de una pequeña zona despejada de los pantanos.

Benjamín dejó escapar un suspiro mientras examinaba el terreno. Ahora se encontraba en verdad muy lejos del pueblo y de cualquier otra zona conocida del lago, donde bajo la sombra de centenarios sauces llorones crecían auténticos prados de juncos y nenúfares, algunos de tal altura que eran verdaderas murallas verdes para el incauto que caía en los barrizales… Como era el caso del propio Benjamín. Me ha llevado en verdad a su trampa, pensó Benjamín, mientras contemplaba desconcertado las oscuras aguas donde se sumergían las raíces de los juncos. Pero lo peor de todo era que su bote había quedado bloqueado en un charco y que había perdido de vista a Jimmy.

Miró en todas direcciones con desánimo, viendo solo a los insectos revolotear plácidamente entre las plantas. Benjamín se sentó en medio del bote con las piernas cruzadas y el ceño fruncido; ya no le importaba que Jimmy se pudiera llevar la caña. ¡Al Diablo con Jimmy el Lucio ! Por su culpa esa mañana no había parado de ir de problema en problema.

Pasaron unos instantes de completa calma y silencio, de esos que solo pueden darse en los días de primavera, hasta que una rana saltó dentro del bote. Benjamín y la rana se quedaron mirando un rato, hasta que otra rana saltó al bote. Y detrás de esa otra. Y otra. Y así hasta una docena de ranas, que pasaron delante los perplejos ojos de Benjamín, que veían como las ranas parecían hacer una carrera forzada, camino a ninguna parte, entrando y saliendo de su bote continuamente.

Después del aluvión de ranas  pasaron otros segundos de tranquilidad, con el suave zumbido de los insectos de fondo. Pero esa calma era tan solo aparente. Como una explosión, una bandada de patos se elevó graznando nerviosamente, casi justo al lado de donde se encontraba el bote de Benjamín, el cual ni podría haber imaginado que a su lado hubiese una bandada de patos.

Pero mientras Benjamín permanecía embobado mirando en la dirección en que se alejaban los patos, no se fijó en el ligero movimiento que se producía bajo las aguas, en el lugar donde antes se había encontrado la bandada de patos. No fue hasta que notó como se apartaban los juncos de delante suyo, como si tuvieran vida propia, que vio la enorme mole verde que se le avecinaba desde las profundidades.

Solo tuvo tiempo de agarrarse al borde del bote para no caer de él cuando Jimmy el Lucio lo embistió con brutalidad, hasta casi hacerlo volcar. En esos instantes confusos pudo Benjamín ver por primera vez a su captura. A pesar del agua y la rapidez del choque pudo ver que las leyendas entorno al pez no iban muy desencaminadas. Jimmy debía de ser un lucio de como mínimo dos o tres metros de longitud, por no hablar de la enorme boca, equipada con una elegante dentadura de dientes translucidos.

Pero a pesar de haberse quedado unos momentos con el corazón en un puño, y gigante o no, Jimmy aún seguía teniendo su minúsculo anzuelo en esa boca y aún era el objetivo de esa aventura. Con presteza, Benjamín cogió la caña y empezó a recoger el hilo; no tardó en toparse con la firme oposición de Jimmy. Resoplando y maldiciendo, pudo Benjamín mantener la presa atrapada, la cuál, con sus intentos de fuga, empezó otra vez la ronda de rodeos entorno el bote.

Se volvía a preguntar Benjamín cuánto más tendría que aguantar aquello, cuando de repente el hilo dejó de hacer fuerza. Fue una tregua engañosa que solo duró unos segundos: Las fauces de Jimmy resplandecieron al sol cuando saltó por sorpresa hacia el bote. Y, literalmente, Jimmy saltó dentro del bote, encontrándose entonces Benjamín luchando por pescar un pez de dos metros fuera del agua, en su pequeño bote que no mediría más de lo que media el pez. A fuerza de puñetazos y empujones intentó Benjamín deshacerse de Jimmy, pero el hilo de la caña ya se le había enrollado por todo su cuerpo en su intento de expulsar a Jimmy, de manera que si el pez volvía al agua se lo llevaría consigo, detrás de él. Los dos habían quedado ya unidos en su destino.

Cuando Benjamín se dio cuenta de la situación en la que se encontraba, intentó otro sistema de escape. Buscó con desespero la navaja que normalmente usaba su tío para cortar los hilos que se enrollaban más de lo debido; pero en medio de la escaramuza no pudo hallarla. Al final se decidió por una solución drástica:  hinchándose de valor, Benjamín hundió el brazo en la bocaza de Jimmy para desenganchar el anzuelo allí clavado.

Benjamín notó la carne blanda y fría de la boca del pez, a la vez que este se retorcía y cerraba las mandíbulas entorno a su brazo, no tardando en sentir el dolor en él; pero no por eso dejó de buscar por la palpitante boca el desaparecido anzuelo. Por su parte Jimmy hizo hincapié en todas sus fuerzas para volver al agua, llevándose a Benjamín con él.

Los dos cayeron estrepitosamente en las aguas, rompiendo su habitual calma y quietud. A pesar de que el sol había estado brillando durante toda la mañana, Benjamín notó el helado contacto de esas aguas oscuras, que a la sombra de los sauces no había recibido calor alguno, sintiendo también como sus oídos se llenaron del silencio que reinaba en ellas. Justo en esos momentos abrió los ojos, y en medio de los claroscuros y las burbujas que llenaban el agua, pudo ver el ojo amarillo e inerte de Jimmy, que le observaba con fría rabia.

Con dos coletazos Jimmy volvió a ponerse en movimiento, llevándose a Benjamín agarrado en la boca y a su caña, como si de un delgado pez piloto se tratase. Ahora la mordedura le dolía de verdad a Benjamín. Entumecido por el frío del agua y sintiéndose mucho más pesado debido a sus ropas mojadas, Benjamín contempló las columnas en miniatura que eran las raíces de las plantas acuáticas que se hundían en la negrura del barro y la superficie del lago, que ahora podía ver desde abajo, brillante y cristalina, tachonada por allí y por allá por los nenúfares y las sombras de los juncos.

Sin aire y ánimos, a Benjamín todo aquello le parecía un sueño; un sueño vuelto pesadilla: de aquel sueño aventurero de pescar a Jimmy el Lucio solo quedaba esa penosa realidad, que más que una pesadilla, se asemejaba a esas noticias de desgracias y accidentes de las cuáles iba lleno el periódico del domingo que compraba su padre. Poco a poco, al mismo ritmo en que le iban abandonando las fuerzas, Benjamín recordó una de esas noticias que le había contado su abuelo, ocurrida hace años y que tenia precisamente a Jimmy como protagonista. Benjamín no sabía cuanto tenia de verídico el suceso, pero de ser cierto se arrepentiría de haber intentado capturar a Jimmy, aunque fuese en sus mismísimas fauces. Sucedió que hace años, durante un verano en que las lluvias fueron más comunes de lo deseado, los diferentes ríos que alimentaban el lago Mediano lo engordaron tanto que varios pueblos de la orilla quedaron, si no completamente si en parte, cubiertos por las aguas. Cuando estas empezaron a bajar de nivel mucha gente se aventuró a regresar a sus casas para ver los desperfectos. Una de esas personas fue el viejo Clumpsy; aunque su intención era ver si su perro de caza, que había olvidado en la casa, había sobrevivido a las inundaciones. “Es un perro listo. Seguramente habrá subido al desván” fueron sus últimas palabras antes de embarcarse en un bote en busca de su perro. Después de navegar por entre las calles inundadas, el viejo Clumpsy llegó a su gran casa al final de lo que había sido un callejón sin salida. Era una casa alta de tres pisos, y en verdad el perro se hubiera salvado si tan solo hubiese subido hasta el pie de la trampilla que conducía al desván.

El viejo Clumpsy rompió una de las enormes ventanas del segundo piso y se internó remando al interior de la casa. Navegando por dentro de su casa, los que le sobrevivieron solo pueden suponer como se encontró el viejo Clumpsy con las dos grandes y malas noticias que le esperaban en la casa: una, que su perro había desaparecido, y segundo, que escondido entre las sombras, un polizón se había colado en la casa aprovechando las inundaciones. Pero para desgracia del viejo Clumpsy sus verdaderos problemas ya habían empezado cuando Jimmy el Lucio sintió la presencia del pequeño bote, y como alma que lleva el Diablo, despertó de su digestión del perro y subió nadando por las escaleras del inundado primer piso, para abalanzarse con brutalidad contra el bote, devorando al pobre vejete como postres. A Benjamín a veces le costaba creer en dicha historia, pero todo el  mundo en el pueblo estaba convencido de esa “versión oficial” de la muerte del viejo Clumpsy. Incluso algunos aseguraban que si el agua de las inundaciones hubiese bajado más rápido, a Jimmy no le hubiera dado tiempo a escaparse de las intrincadas calles, quedando así muerto en la sala de estar de la casa del viejo Clumpsy, con el anfitrión en su estómago.

Cierto o no, pensó Benjamín, la única verdad era que Jimmy había conseguido escapar, cosa que no se podía decir de él, bien encajado entre los dos cartilaginosos maxilares de Jimmy.

No tardaron en abandonar la zona pantanosa del lago para internarse en lo que era propiamente el lago. Entonces Jimmy empezó a bajar nadando por una suave pendiente de barro que conducía a las profundidades. Benjamín ya había perdido toda esperanza y buena parte del aire que contenían sus maltrechos pulmones cuando de repente percibió un ligero movimiento en el suelo de oscuro limo que tenían debajo. Bajó los ojos y vio como una nube de barro y limo se elevaba como una silenciosa explosión. Solo tuvo unos instantes para contemplarla, puesto que Jimmy aceleró alejándose rápidamente de esa bruma de barro, internándose cada vez más en las tinieblas del fondo del lago. Pero Benjamín pudo contemplar con claridad como una enorme sombra, la cosa más grande que jamás viese Benjamín bajo el agua, salía a gran velocidad de la nube de barro hacia ellos. “Parece la locomotora de Cartwright, pero sin humo y ruido” pensó Benjamín, que con faenas podía mantener la conciencia, al ver la oscura mole que con celeridad les estaba alcanzando. Al poco rato se vislumbró que lo que les perseguía era una gigantesca cueva nadadora; o eso pensó al principio Benjamín al ver solo un enorme agujero negro abalanzándose sobre ellos… hasta que vio los largos y finos bigotes como los de los dragones del jarrón chino de la señora Monday que adornaban los dos lados de la cueva viviente. Benjamín no podía dejar de creérselo: les perseguía un siluro gigante; uno que, por las dimensiones que presentaba la boca, debería medir por lo menos unos siete metros de largo, y que había conseguido pasar desapercibido enterrado en el suelo del lago.

El siluro no tardó en alcanzarlos. Su inexpresiva boca de gruesos labios actuó como una aspiradora que absorbió a Jimmy el Lucio, el terror del lago Mediano. Jimmy había nadado con todas sus fuerzas para escapar, pero ahora su cuerpo se veía atrapado con fuerza entre esos desdentados labios, todo menos la cabeza, en la cuál aún se encontraba Benjamín, que veía los ojillos indiferentes en el ancho y plano rostro del siluro.

A pesar de que los movimientos del siluro eran lentos y calmados, eran tan poderosos y fuertes que, en pocos instantes, el colosal pescado, con la cabeza de Jimmy y Benjamín entero como mascarones de proa, llegó hasta donde hacía unos momentos Jimmy y Benjamín habían pasado nadando por encima de su cabeza.

A medida que se iba hundiendo poco a poco otra vez en el lecho del lago, el siluro apretó más a su victima entre sus fauces, hasta que la fuerza de estas obligó a abrir la boca a Jimmy que, al fin, dejó libre a Benjamín. Este no tardó en reaccionar, y con cuatro zancadas salió a la superficie del agua y absorbió una larga bocanada de aire. Bajo sus pies el agua había vuelto a oscurecerse por el barro desplazado por el siluro.

Benjamín notó como volvía a hundirse debido a su ropa mojada. Con un último esfuerzo nadó hasta la orilla más cercana, que se encontraba a unos cien metros. Con pesadez y cansancio se tumbó a la sombra de los sauces que llenaban la orilla, como silenciosos centinelas de éste. Se sentía entumecido y cansado, por no hablar del dolor que sentía en el brazo derecho, allí donde los dientes de Jimmy habían conseguido penetrar en la carne. A pesar de todo eso, consiguió Benjamín vislumbrar su caña flotando cerca de la orilla. “Si el hilo había aguantado como hasta ahora”, pensó Benjamín, “al igual tengo alguna posibilidad de arrancar a Jimmy el Lucio de las mandíbulas de ese siluro”.

No sin dolor y fatiga sacó Benjamín la caña del agua y ató un trecho del hilo a un joven sauce. Pasaron unos momentos en que el hilo se estiró con violencia. Temía Benjamín que éste se rompiera, pero fue el sauce llorón el que cedió: con un estrépito, se inclinó aún más hacia la superficie del lago, hasta tal punto que parecía que las hojas quisieran besar las aguas.

Benjamín miró con nerviosismo que, a pesar de eso, el hilo no se hubiera roto igualmente, ya que ahora parecía que ninguna fuerza tiraba de él. Con presteza tiró Benjamín de él, encontrándolo demasiado ligero. Con desespero iba sacando más rápido el hilo, hasta que al final se encontró con la cabeza de Jimmy el Lucio entre las manos. Aquello fue lo único que el siluro había dejado como “regalo”.

Mirando con horror los translucidos dientes y los ojos sin vida del pez, Benjamín sintió sentimientos contradictorios. Por una parte se podía decir que había pescado a Jimmy el Lucio, y por otra no, puesto que faltaban tres cuartas partes de él. O tenia que sentirse contento por haber salido vivo de aquella pesca o decepcionado por obtener las sobras de esta (habiendo otra presa como era el siluro gigante. ¡Qué cara pondrían sus primos cuando se lo contara!).

Benjamín no sospechaba que, de igual modo, su nombre sería recordado como el del pequeño gran pescador que consiguió atrapar a Jimmy el Lucio. Cada una de las tribulaciones que padeció Benjamín serían recordadas por las gentes que habitasen la orilla del lago Mediano; y, quien sabe, de más allá del propio lago. En los pueblos se contaría a los niños y a todos aquellos que quisieran escuchar como un chiquillo se aventuró en el lago Mediano, el cual se extendía como una lágrima gigantesca de las lejanas Montañas Pardas, para dar muerte a la leyenda del mismo lago: Jimmy el Lucio.

Sí, mirando con horror los translucidos dientes y los ojos sin vida de Jimmy durante un rato, Benjamín pudo sentir una chispa tan solo de esa gloria que le superaría en la muerte.

Pero saboreó Benjamín poco esa victoria cuando fue hallado por su familia. Recibió dos bofetadas por parte de su padre (una de las cuáles por parte de su tío por haber perdido el bote) y una lluvia de reproches de su madre por como había quedado su traje de los domingos. Solo su abuelo se fijó en la enorme cabezota de pez que sujetaba con temblorosas manos. Con desdén, su padre replicó a la historia de la pesca que les contó Benjamín diciendo que ese lucio, como máximo, solo mediría un metro.

Al volver al pueblo, el sol -tan rojo como los abofeteados mofletes de Benjamín- empezaba a declinar, tiñendo el paisaje con una aureola dorada y melancólica.

- Bueno, chiquillo, espero que al final de todo esto hayas aprendido bien una lección - le dijo el padre de Benjamín a éste.

- Sí, que el pez grande siempre se come al pequeño.