Prólogo:
Habían pasado varios años desde que todo lo acontecido al Anillo Único, quedó silenciado y sepultado bajo los recuerdos de los que vivieron en sus propias carnes el desgarro de la Guerra. Un dolor difícil de olvidar, pero no imposible de superar.
Rodeado de seres queridos y de la más absoluta felicidad, rehuían de todo aquello que les pudiera perturbar su seguridad. Y la de los suyos.
Cada amanecer anaranjado era un día más ganado, una victoria que añadir a sus existencias. Y rehacían sus vidas intentando ignorar lo que les llevó a unirse, a conocerse y a temer vivir.
Llegado un punto en el que su unión no tenía ninguna finalidad, no había razones por las que permanecer juntos. Ya no. No había amenazas. No había miedo. No existía peligro.
Así pues, Faramir, hijo de Denethor, marchaba a las Tierras de Ithilien junto a su esposa Eowyn, la dulce prima del que fuera uno de los mejores Reyes de Rohan, donde sus retoños no conocerían de sus angustias, más que a través de las canciones cantadas en un idioma que a duras penas conocerían.
Con ellos marcharía Legolas, concentrado en fundar una ciudad con la sombra de una esperanza a sus ideales y evitar caer en la demora de sus anhelos, como era el partir hacia los Puertos Grises. Marchar de la Tierra Media podría dolerle más que morir en ella.
Procurando evadir sus miedos, tan solo permitía entrar en su corazón la voz de su conciencia hablándole de su nueva ciudad.
Peregrin, más conocido hasta ese momento como el Caballero Hobbit de Gondor, después de luchar al lado de sus aliados, amigos con los que compartía una profunda y arraigada amistad, se disponía a regresar hacia su hogar, La Comarca. Absolutamente convencido de haber cumplido ya con su misión y con ansias de volver a vivir en un lugar poblado de campos, amigos y familiares, se alejaría de todo aquello que un día fue su meta; limpiar la Tierra Media de alimañas y así poder dormir por las noches convencido de que ni él ni los suyos correrían ningún tipo de peligro.
Eomer, un Rey joven que gobernaba en las Tierras de Rohan, preparaba su viaje hasta Dol Amroth. El más hermoso de los hijos de Éomund y Théodwyn, ansiaba conocer las Tierras de Gondor de las que tanto y tan bien le había hablado su hermana y su cuñado Faramir, pronto nombrado Príncipe de Ithilen.
Rohan vivía uno de los momentos más dichosos: dentro de su humildad, gozaban de la riqueza del amor incondicional de su Rey, siempre pendiente del bienestar de su pueblo.
Así mismo, Meriadoc, el Hobbit que hasta ese día le había seguido fielmente como una sombra, se preparaba para regresar a su hogar y quedarse allí hasta muchos años venideros; regresó una vez, pero tan solo para limpiar de amenazas El Bosque Viejo, antiguo refugio de maldad y perversidad.
Gimli fue uno de los primeros en partir, alejándose de todos sus amigos, hermanos de corazón. Pues el Señor Enano estaba convencido de que su lugar estaba en las Minas de Moria y por aquella época su misión daba a su fin, la misión de limpiarla de cualquier signo de maldad. Le tocaba descansar y gozar de su victoria.
Aragorn, acompañado por su esposa Arwen, esperaba su segundo retoño; un regalo más que amaría y mimaría, protegiéndole de toda amenaza. Ofreciendo a su familia el amor incondicional de un hombre que ya protagonizó y vivió intensamente una aventura recordada en libros y canciones, ahora gozaba de ofrecerse como un sencillo padre de familia.
Sam llevaba años disfrutando de ello; era padre de cuatro revoltosos Hobbits: Elanor, Frodo, Rose y Merry Gardner. Su risueña esposa estaba esperando un retoño más y a sus dos amigos Hobbits les hacía mucha ilusión poder asistir al nacimiento. Sobre todo a Pippin ya que en su último viaje a La Comarca, recibió la grata sorpresa de saber que Sam había decidido llamar a su retoño, en caso de que fuera niño “si usted me entiende”, el nombre de “Pippin”.
En la enciclopedia de Arda dice que el hijo de Pippin se casaría con Goldilocks. Y también leí que con quien se casaba era con Rouse (la 5 hija, Rose es la 3). Así que sin saber si Pippin ya se encontraba o no en La Comarca, opté por la opción de Goldilocks. Y que Pip aun no estuviera en Hobbiton.
Capítulo 1: Gimli
Gimli se encontraba en la cámara de Mazarbul, era la sala de los archivos, situada en el extremo norte del séptimo nivel de Moria.
Habían restaurado las tumbas, sobre todo la de Balin, de forma que no parecía que nunca hubieran sido perturbados su descanso.
Los anaqueles soportaban decenas de cofres de madera dentro de los cuales se almacenaban los libros y registros de los Enanos de Moria.
Al oeste, una puerta de piedra permitía acceder a la cámara desde un amplio corredor, que partía de la inmensa sala vigésimo primera del extremo norte. Enfrente, una puerta más pequeña daba paso a un tramo de pasillos y escaleras que bajaban hasta la gran sala segunda del este, desembocando cerca del Puente de Khazad-Dum. Por encima de la arcada del este, a gran altura, había una abertura en la pared que atraviesa profundamente el flanco de la montaña, lo permitía iluminar la sala de forma natural.
Y era allí donde Gimli se dirigía con paso lento y pesado, oyendo el idioma Enano y el martilleo de sus congéneres a su alrededor.
Algo no iba bien en su interior; se encontraba en casa, rodeado de su gente y sin embargo, se sentía solo y su corazón triste.
Shardivan, uno de los más ancianos de barbas azules con reflejos rojizos, le observó en silencio y suspiró vaciando sus pulmones de aliento sabio.
El Enano que una vez alzó el hacha contra el ser Maligno que aterrorizó a muchos otros, se detuvo observando el puente por el que había huido junto a los nueve, con el corazón encogido en incertidumbres.
-¿Y si esto no está hecho para ti?
La voz gruesa de Shardivan sorprendió a Gimli, que le miró abriendo sus ojos. El anciano se detuvo a su lado y observó como los demás reconstruían afanosamente el Puente.
-Es mi hogar –le contestó Gimli.
-Una vez tal vez lo fuera –Ambos se miraron – Lo que tú viviste es difícil de comprender para aquellos que huyeron y se escondieron, Gimli. Te enfrentaste a la muerte, es más, te enfrentaste a tus temores. –Gimli bajó su mirada pensativo – No es lógico que un Enano abandone a los suyos – Gimli le miró pues el anciano había pronunciado en voz alta lo que estaba pensando – Pero la lógica ya no tiene que ver contigo. Este mundo ya no tiene que ver… -posó su mano en el pecho del Enano que la miró con expectación – contigo.
Gimli reprimió unas lágrimas; pocas veces había derramado alguna y en esa ocasión lo hubiera hecho, dejando escapar un torrente de emociones guardadas con inquietud durante mucho tiempo.
-Partiré de nuevo… -miró a Shardivan tomándole de la mano con sumo respeto y añadió mirándole a los sabios ojos – Y no regresaré.
-Si ese es tu sino, los demás comprenderán. Estas más lejos de nosotros de lo que pudieras imaginarte, Gimli hijo de Gloin y de Ghava. Tu destino no nos pertenece a nosotros, los Enanos. Y si lo único que te ata a tus compañeros es la incertidumbre, la pena o la congoja deberías estar corriendo hacia la salida.
-He…
-Has visto mucho. Has aprendido aun más –le interrumpió el anciano y benevolente Enano que siempre fue tomado por el parlanchín, incluso por Gimli mismo –Márchate, Gimli.
Gimli soltó la mano de su compañero y sin decir nada se alejó de él.
No era solo a sus amigos a quien dejaba allí, también abandonaba sus expectativas, sus creencias, sus sueños de Enano.
No podía sentirse más confundido.
Ni tan solo iba a preparar una bolsa llena de objetos que no emplearía jamás.
Se iría de allí.
Se marcharía como había llegado; solo.
Caminaba tristemente sin escuchar sus pensamientos; tan solo quería inundar su ser de martilleos, de voces gruesas con acentos bruscos. Empaparse de la convivencia Enana.
Sabía que su buen padre lo entendería; él mismo había vivido una pequeña aventura –una menudez al lado de la suya pero una aventura al fin y al cabo – con el Dragón Smaug. Y conoció a Gandalf. Una vez conocías la Mago, todas tus expectativas cambiaban.
Además, Gloin había acompañado a Gimli hasta Rivendel mismo y allí fue testigo del inicio de todo.
-Gimli, Hijo mío… –Gimli se paró y vio que su padre se acercaba a él con una amplia sonrisa. Le hablaba el Khuzdul y aquello hizo sonreír a Gimli; era un idioma hermoso a su ver - Azanulbizar, el Valle del Arroyo Sombrío, está siendo hermosamente reconstruido.
Miró a los ojos de su hijo y dejó de sonreír.
-Padre…
-Te marchas. – ambos quedaron en silencio – Es algo que vengo intuyendo desde el día en el que regresaste, hace ya ocho, pronto nueve, años. No se cómo tardaste tanto en decidirte….
Gimli se daba cuenta de cosas que antes no le llamaban la atención, como aquella reacción sumamente cariñosa por parte de su padre. O apreciar el canto de los Enanos con mucha más intensidad.
-Marcharé con Legolas, Hijo de Thranduil.
Gloin no dijo nada, tan solo asintió.
-No diré que lo entiendo, para mí los Elfos y en especial los del Bosque Negro, son unos…. – acalló sus palabras con una sonrisa y añadió un movimiento de cejas recordando que su hijo era amigo intimo del mismísimo hijo del Rey de aquellos de los que hablaba.
-Fueron épocas distintas. Circunstancias diferentes. No conocí a Thranduil, pero su Hijo es noble, Padre. Es el mejor Elfo que conocerán mis pobres anhelos de convivir con ambas partes del mundo. Los Enanos y los Elfos.
-¿En Ithilien?
-Seréis bienvenidos allí, siempre.
Gloin sonrió abrazando a su hijo y apartándose de él, le miró a los ojos y le dijo.
-Iré - Gimli abrió sus ojos y abrazó a su padre sin retener lágrimas en sus ojos; esta vez no. Gloin empezó a reír y agregó - ¡No a vivir, de visita nada más¡ - Gimli ya sabía que se refería a eso. Pero saber que volvería a ver a su padre y más en aquellas tierras, en aquellas circunstancias…Y tal vez otros Enanos le acompañarían. Por curiosidad o por fidelidad. –Gimli… -su padre se apartó y le sonrió con estima – Tanto sentimentalismo me pondrá enfermo... –bromeó. Gimli rió por lo bajo – Has de despedirte de tus hermanos y de tu buena madre.
-Lo haré.
-Estoy orgulloso de ti, Gimli. –Gimli exhaló un suspiro; era todo cuanto necesitaba oír – De ti, de lo que has hecho, de lo que harás….Gimli, eres un Enano valiente y serás sabio en adelante. No olvides quién eres, de dónde vienes…
-No, Padre –aseguró Gimli.
-Bien –asintió su Padre - ¡Si nos envías un par de esas cuerdas elficas nos irían bien en la Mina! –ambos sonrieron y volvieron a abrazarse.
Los Enanos no eran sentimentales, no se abrazaban, no lloraban, no bromeaban sobre cosas elficas; pero nadie osaría juzgarles.
A ellos no.