La insurrección de Númenor y el nacimiento de Feanolwë
Capítulo tercero – Sauron vs. Feanolwë
Todos estos hechos ocurrieron en los primeros años de mandato de Deldénor, la llegada del ejército con Sauron a Númenor y la posterior marcha de numerosas familias hacia la tierra media para que dieran vida a aquél terreno dañado.
Las décadas se sucedían una tras otra y Sauron, quién podía mostrarse a los ojos de los hombres como alto señor digno de admiración iba ganándose el favor de muchas altas familias que se codeaban con la realeza. Feanolwë, que no se había dejado ver por ningún hombre hasta el momento, permanecía impasible atendiendo con inquietud todo lo que acontecía en su reino, mas sabía que Sauron no era un hombre, si no un Maia, poderoso como pocos y cuyo oscuro corazón jamás se vería libre de la antigua corruptela de Melkor, pero sin embargo no era capaz de leer en su mente cuales eran los planes que tenía para con el reino de los hombres, con su reino, en definitiva, con él mismo, pues Feanolwë era Númenor, nacido de la misma tierra consagrada por Ilúvatar y sus destinos iban enlazados, por ello, aunque de espíritu omnipresente siempre sintió especial preocupación por todo lo que sucedía en torno a Sauron. Pero aún no era el momento de mostrarse ante el rey por cierto, pues Sauron ya se había ganado un alto cargo en la corte Númenóreana y podía ser peligroso buscar un enfrentamiento o crear duda o incertidumbre entre los hombres libres, pero de ello ya Sauron se estaba encargando. Los millares de hombres, mujeres y niños que muchos años atrás el ejército de Elénion transportara desde la tierra media al reino libre guardaban un pequeño rencor hacia los hombres de Númenor, pues no dejaba de atacarles la conciencia el pensamiento de porque los dioses y los elfos habían “seleccionado” o dado preferencia a determinadas familias tras el derrocamiento de Morgoth y a ellos se los abandonó en aquellas tierras muertas, pensamiento que se vio agravado mas aún cuando contemplaron lo sumamente bella que era la ciudad de Númenor, esto lo supo leer Sauron en los corazones de los exiliados y supo que había llegado su hora, la hora de enfrentar a los hombres de Númenor, una idea que aún estaba muy poco madurada y tampoco era su intención precipitarse, de modo que continuó ganándose el favor de los exiliados, quienes ahora formaban la prole dentro del reino, unos plebeyos que en ningún momento estuvieron desestimados ni desfavorecidos pues el rey Deldénor si algo había heredado de su padre era el cariño por su pueblo, todo su pueblo, sea cual fuere su condición y a no hacer distinciones a la hora de entregar nuevas tierras para ser trabajadas, claro que no todos lo veían así, cierto es que a los exiliados se les había concedido tierras al norte del reino, tierras que aún estaban desnudas, mientras se asombraban de cómo vivía el resto del pueblo, sin darse cuenta por supuesto de que aquel pueblo había sido levantado por el trabajo de los mismos hombres y mujeres a quienes ellos envidiaban en secreto.
Siguieron pasando los años, Sauron era ya muy querido entre los plebeyos y gozaba de altísimo rango dentro del gobierno, era uno de los consejeros reales y su ambición dejaba entrever que muy pronto sería el único.
Mientras tanto, no cesaba el trabajo en la tierra media, campesinos y herradores Númenóeranos continuaban navegando hacia el este, la tierra media estaba creciendo, dos fueron los principados que se habían fundado ya, el primero, al noroeste, llamado Arnor, rodeado por impresionantes atalayas que dominaban ya la mayor parte del norte de la tierra media, y otro al sureste, que limitaba con la aún existente pero limpia tierra de Mordor, llamado Gondor, cuya capital, Minas Tirith, estaba compuesta por la mas impresionante obra arquitectónica construida por los mas grandes mineros y artesanos de Númenor, cincuenta años les había llevado levantar esta ciudad excavada en una gran montaña rocosa, la ciudad se dividía en siete niveles uno encima de otro con una base de alrededor de 1 kilómetro cuadrado y que se elevaba en forma de espiral unos 350 pies sobre el nivel del suelo para culminar en una gran torre real brillante como una aguja de nácar y plata; la ciudad blanca se la llamó en adelante por el modo en que centelleaba a la luz del sol, solo comparable a la maravilla del castillo real de Númenor, en la cual estaba sin embargo inspirada. Deldénor vivió lo suficiente como para contemplar su belleza pero ya sus días se apagaban y Sauron comenzaba a mover sobre el tablero, vigilado en todo momento sin saberlo por Feanolwë, quién temía el desarrollo de los acontecimientos posteriores a la muerte del rey. A lo largo de sus diez últimos años el rey estuvo en todo momento acompañado por Sauron, quién sabía que ganándose el favor final del rey antes de su muerte se ganaría al pueblo de Númenor. Y así sucedió, en su benevolencia antes de su muerte y en parte cediendo ante el poder de disuasión de un Maia, Deldénor quiso que ya que Sauron había convivido anteriormente con los exiliados de la tierra media y que éstos a su vez, debido en parte a su ignorancia y en parte a la envidia que tenían por las tierras del sur le veneraban, firmó un acta real en el que declaraba que el reino de Númenor quedaba dividido, al norte, donde vivían ahora los exiliados, gobernado por Sauron y al sur, donde habitaban los auténticos hijos del reino, gobernado por su hijo mayor Elendil.
Deldénor murió cuando contaba doscientos cincuenta años y su tumba fue instalada frente a la de su padre, en esta ocasión, en el ala oriental del patio, como recuerdo de su trabajo en favor de la tierra media.
Ya el tablero estaba dispuesto, los años de la gloria de Númenor tocarían pronto a su fin. Tanto Sauron como Feanolwë comenzaron a mover a sus peones. Al norte, el primer mandato de Sauron fue la construcción por parte de sus súbditos de un gran muro que dividiera sus tierras de las de Elendil, la labor comenzó y al sur la noticia llegó arrastrando nubes de lágrimas innumerables entre la población de Númenor, pues ya en sus corazones crecía el presentimiento de que el reino no perduraría por mucho tiempo, lo que no impidió que se continuara con la construcción del muro, pues Elendil no deseaba una confrontación entre hombres, menos aún tomando como campo de batalla unas tierras largamente trabajadas por sus ascendentes y a las que tenía gran cariño.
Ya todos notaban como a Sauron se le caía la falsa máscara de hombre de paz, ya todos sentían como parte del reino se veía oscurecido, traicionados, engañados en su propio hogar. Mientras tanto en el sur, Feanolwë se hizo corpóreo, y se presentó ante Elendil, por un momento Elendil tuvo que rechazar su mirada pues ésta estaba inflamada con parte del fuego espiritual del creador de todas las cosas, su cuerpo parecía emitir destellos de luz que cambiaban de color según fuera su ánimo, pasados unos segundos se estabilizó y Elendil pudo soportar su vista. Ahora, Feanolwë caminaba por el salón del rey con forma de hombre, alto y fuerte, pero de rostro y cabello peculiares pues no tenía unos rasgos definidos ni su pelo era de un mismo color a todo momento, pero en esa ocasión utilizó el rostro de Elros para que Elendil no se asustara, sin embargo no controlaba el color de su pelo, por momentos era de color violeta como los atardeceres de Númenor, o dorados como sus albas estivales y plateados también como el rocío primaveral. A Feanolwë le costó comenzar a hablar con Elendil, pues era la primera vez que se veía a si mismo dentro de un cuerpo humano y no le resultaba sencillo desenvolverse, giró sobre si mismo y se encaminó rápidamente hacia Elendil, quién perplejo la única palabra que consiguió articular fue; -¿Elros?-. A lo que Feanolwë respondió; -¿Elros, yo? No, yo no tengo nombre, realmente aun no se que o quién soy-. Tras esto, el asombro de Elendil fue mucho mayor cuando notó como el rostro de Feanolwë se desfiguraba mientras hablaba con el como si no pudiera controlarlo, finalmente Feanolwë adquirió unas facciones propias y ya ante la mas absoluta y atónita mirada del rey dijo; -Tú eres Elendil, rey de Númenor, y Númenor es mi madre, pues yo soy hijo de esta tierra y también su alto guardián y protector, y es mi labor advertirte, rey, que en el norte se está levantando un poder que en estos momentos ni tu ni tu pueblo podéis llegar a imaginar pero que yo he augurado, pues supone una amenaza tanto para esta tierra como para mi. Lo que ahora te pido es que salgas un momento a la balconada de tu gran castillo y eches una mirada hacia las tierras que habéis proporcionado a Sauron-. Así lo hizo, Elendil se asomó al balcón y mezclándose con el asombroso encuentro ante Feanolwë lo que observó ahora casi le hizo perder el juicio. El norte de Númenor estaba totalmente oscurecido, unas enormes y terribles nubes negras que estallaban en relámpagos habían tomado el cielo de la tierra de los exiliados, y desde su balcón el rey contemplaba cómo su pueblo se amilanaba ante aquella horrible visión. Elendil se volvió hacia Feanolwë y le dijo; -Dices que eres guardián y alto protector de este reino, mas hasta el momento nada te he visto hacer contra este frente antinatural que nos llega del norte-. Feanolwë le respondió dejando entrever en su rostro una suave pero autoritaria sonrisa; -Es cierto, yo soy Númenor y mi labor es la de salvaguardar su integridad y la de sus habitantes, pero no fui yo por cierto quién se dejo agasajar por las huecas palabras de un conjurador, ni fui yo quién le otorgó poder sobre este reino, pero no te preocupes, yo me encargaré de Sauron, quién como Maia es inmortal pero no por ello invencible, lo que a ti te pido es que alertes a tu pueblo lo mas pronto posible de que la guerra esta próxima, Sauron ya se ha despojado de sus vestiduras de bufón y ha volcado la ira que tiene en vuestra contra a los corazones de los exiliados y creado armas, escudos, yelmos y todo tipo de material de guerra con los minerales de esta tierra, pues desde un primer momento fue esa su estrategia y no os reprocho que no lo vierais venir, Sauron es un gran manipulador de mentes y puede hacer que las personas de rango menor al suyo le vean según sean sus designios pero ahora ya no, vosotros me tenéis a mi y yo me ocuparé de que Sauron pierda esa capacidad, pero contra sus lacayos nada haré, no se me permite arrebatar vidas humanas, vidas que en extraña sensación noto como parte de mi mismo-. Elendil continuó; -Imagino que mi trabajo en este momento es el de dar aliento a mi pueblo, no dejar que les amedrente la oscuridad del norte y prepararlos para la batalla contra los Númenóreanos oscuros, ¿me equivoco?-. .- No, no te equivocas, mas antes de la batalla de otro asunto he de ocuparme, tus hijos, Isildur y Anárion, vendrán conmigo hoy mismo, los llevaré a la tierra media y se encargarán de los principados que allí fueron construidos pues presiento que cuanta mas sangre de Númenor llegue a aquella tierra mayor será su esperanza.