NOTA DE LA AUTORA: Los personajes y nombres de lugares que aparecen en esta pequeña historia no son míos: pertenecen al Maestro Tolkien y a sus herederos. Mi intención al escribir este relato es solamente la de hacer un humilde homenaje al creador de Éowyn, Faramir y la Tierra Media.
"Tampoco partió Éowyn, a pesar del mensaje que le enviara su hermano rogándole que se reuniese con él en el Campo de Cormallen. Y a Faramir le sorprendió que se quedara, si bien ahora, atareado como estaba con tantos menesteres, tenía poco tiempo para verla; y ella seguía viviendo en las Casas de Curación, y caminaba sola por el jardín, y de nuevo tenía el rostro pálido, y parecía ser la única persona triste y dolorida en toda la Ciudad."
J.R.R. Tolkien, "El Retorno del Rey"
La luz del sol y el aroma de flores incontables llenan mis sentidos mientras, como cada mañana desde hace ya unos días, salgo al jardín de las Casas de Curación.
Con pasos rápidos, recorro cada uno de sus rincones: los caminos empedrados entre los árboles, el verde césped, todavía húmedo de rocío, las murallas con vistas a la ciudad. Allí donde paso, busco con la mirada, pero no encuentro lo que deseo.
Él no está.
Hoy, como ayer, tendré que pasear sola.
Me siento decepcionada y triste. Apoyándome contra la pared de la muralla, me dejo extraviar en la oscuridad de mis pensamientos.
No sin esfuerzo, mi ser orgulloso consigue admitir el motivo de mi desilusión: esperaba a Faramir, y no está presente. Me sorprendo al pensar hasta qué punto me es agradable su compañía, y como me llena de tristeza su ausencia.
Quizá lo que busco sólo es compañía.
Pero si sólo buscara compañía, me obligo a pensar, podría recorrer a otra gente fácilmente. Cualquiera de las mujeres encargadas de atenderme me acompañaría en mis paseos si se lo pidiese. Incluso podría hacer llamar al mediano, Meriadoc, que de buena gana compartiría conmigo su tiempo libre.
Así pues, ¿por qué Faramir?
En el fondo, tengo miedo a la respuesta, y por eso evito que mi mente prosiga su razonamiento. No me siento preparada para aquello que estoy a punto de descubrir.
No todavía.
No, cuando el recuerdo de Aragorn es aún un dolor reciente.
El ruido de unos pasos interrumpe el curso de mis pensamientos. No son los pasos de Faramir. Faramir posee un andar más liviano, y a la vez más noble.
Una voz desconocida pronuncia mi nombre, y me vuelvo para mirar al recién llegado.
- ¿Dama Éowyn? Os traigo un mensaje de vuestro hermano. Os ruega que le hagáis llegar vuestra respuesta a través de los mensajeros que partirán esta tarde hacia Cair Andros.
Extiende su mano enguantada, en la que lleva un papel cuidadosamente enrollado y lacrado. Cojo la nota y abro el lacre, dejando al descubierto las palabras de mi hermano, escritas en tinta negra.
Querida hermana,
Ahora que la Oscuridad ha abandonado definitivamente este mundo, espero que hayas recuperado la alegría y la esperanza. Con gran júbilo te escribo estas palabras. Estoy en el Campo de Cormallen, en Cair Andros, junto con mis hombres, y los soldados y Capitanes de Gondor. Nos quedaremos aquí hasta que Aragorn parta hacia la Ciudad Blanca para ser coronado Rey.
Desde este momento y hasta nuestra partida, en Cormallen no cesarán las celebraciones en honor de la gran victoria conseguida, del nuevo Rey de Gondor y del mediano Portador del Anillo.
Me alegraría que vinieras a Cair Andros y te unieras a las celebraciones, pues nada me haría más feliz que compartir estos momentos contigo.
Esperándote verte muy pronto, se despide tu hermano,
Éomer
Después de leer la carta, me quedo mirándola pensativa, pues no hay en las palabras de Éomer motivo alguno de alegría para mí. El mensajero me mira, nervioso e incómodo, esperando una respuesta.
- ¿Seréis vos el mensajero que partirá esta tarde hacia Cair Andros?
- Sí, mi señora - y añade - Antes de media tarde he de ponerme en camino.
- En ese caso, antes de media tarde tendréis mi respuesta.
Con una ligera reverencia, el mensajero se va, dejándome con la carta de Éomer en mi mano y miles de dudas en mi mente.
En la confusión que reina en mí, sólo una cosa sé con certeza: no deseo ir a Cair Andros.
Por qué razón, lo desconozco.
Como intentando encontrar una respuesta, mi mente recorre los acontecimientos sucedidos desde la Derrota de Mordor...
Cuando, hace tan solo un par de días, el Reino de Sauron fue destruido, fue como si un gran peso desapareciera del corazón de todos los hombres, y la alegría volviera a crecer en ellos. Los habitantes de la Ciudad cantaban y reían, el cielo parecía más azul y el Anduin, más brillante.
También Faramir participó de esta felicidad colectiva. Él no cantaba ni reía, pero sus ojos grises, tristes cuando los vi por vez primera, lucían con fuerza.
"No creo en este momento que ninguna oscuridad dure mucho", me dijo, y me besó la frente.
Enrojezco ligeramente al recordarlo, aunque nada hay de turbador en su gentil gesto. Un beso en la frente es una muestra de afecto habitual, tanto en Gondor como en Rohan, entre parientes o amigos próximos.
Faramir y yo somos buenos amigos, y por lo tanto su conducta está más que justificada.
Aún así, recuerdo vivamente el roce de sus labios sobre mi piel, y como mi corazón palpitó con fuerza en aquella pequeña fracción de tiempo que duró aquel beso...
Pero él no está aquí ahora, y lo que sucedió forma parte del pasado. Ahora debo pensar una respuesta a la petición de mi hermano.
Como buscando una solución entre los árboles, vagabundeo por el jardín, reflexionando.
Ansío ver a Éomer, pedirle que me cuente los detalles de la batalla frente la Puerta Negra, oírle relatar, con voz orgullosa, cuántos enemigos han caído bajo su espada...
Y me gustaría ver reunidos los ejércitos de Gondor y Rohan, con sus estandartes ondeando al viento, y escuchar las canciones que los trovadores han compuesto acerca de la lucha de los Pueblos Libres contra Mordor.
Así pues, ¿por qué no deseo partir a Cair Andros?
Muy a mi pesar, me obligo a admitir la respuesta: porqué allí estará Aragorn. En todo su esplendor, en toda su gloria. El heredero de Isildur, a punto de ser coronado Rey de Gondor.
No deseo verle.
No, cuando la herida que llevo en mi corazón todavía está abierta.
No sin dolor, recuerdo como conocí al futuro Rey...
Ocurrió en un momento en que todo lo que había a mi alrededor se hundía, y el Rey Théoden se hallaba sumido en una lenta agonía, causada por el traidor Grima. El Reino de Rohan entero, sin Rey que lo defendiera de las huestes de orcos que invadían su territorio, parecía inevitablemente destinado a una decadencia deshonrosa.
Y me daba cuenta, con horror, que aquella misma decadencia era también mi propio destino: ver como mi vida se escurría sin poder realizar hazañas dignas de ser cantadas, sin poder aspirar a ser recordada con reverencia por las generaciones venideras.
Había de soportar continuamente las miradas lascivas de Grima, oír sus pasos a mis espaldas por los pasadizos del palacio, y evitar los rincones oscuros en donde podía asaltarme de imprevisto.
Mi hermano se encontraba lejos, sirviendo al Reino, y no podía confiarle mis temores. Me sentía triste y sola.
Y en aquel momento llegó Aragorn, y fue a mis ojos la representación de todo aquello a lo que yo aspiraba: la nobleza, el honor, el coraje. Un rey que parecía salido de las antiguas leyendas, y se disponía a luchar por su pueblo.
Pensé que aquel hombre llevaba consigo una promesa de días mejores, una esperanza de que todo lo que existía de mezquino e indigno en mi vida podía ser eliminado.
Y amé aquella nueva esperanza, amé a Aragorn.
Pero pronto me di cuenta que su destino, cualquiera que fuese, no incluía el mío. Aragorn se fue con la misma prontitud con la que había llegado, y no accedió a mis ruegos de acompañarle.
De nuevo, me envolvía la desesperación y la soledad.
Como me envuelve ahora, a pesar que ha caído el oscuro manto con el que la Sombra pretendía cubrir la tierra.
Puede que mi cuerpo esté sanando, y mi brazo roto recupere poco a poco su antigua fuerza, pero en mi alma sigue reinando la desesperanza.
Ni siquiera las manos del Rey pueden curarla. Para este fin se necesitan remedios más poderosos.
Un súbito viento frío me saca del mundo de mis cavilaciones para volver a la realidad.
Desde que el Señor Oscuro fue derrotado, los días son luminosos y cálidos, aunque de vez en cuando un viento helado del Norte o una brisa fresca del Sur vuelven para recordar a los habitantes de la Ciudad Blanca que ni siquiera Gondor, situado entre las Montañas y el Mar, puede librarse de las inclemencias del tiempo.
El viento no sopla fuerte, pero aún así consigue arrancarme un escalofrío. En este momento me vendría bien haber traído conmigo alguna prenda de abrigo.
Como la capa que Faramir puso gentilmente sobre mis hombros...
Aquella hermosa capa había pertenecido a su madre, que murió cuando Faramir contaba sólo cinco años. Faramir me contó lo poco que recordaba de ella, mientras la tristeza empañaba sus ojos.
En aquel instante deseé abrazarle con todas mis fuerzas, hasta ver desaparecer el dolor reflejado en su rostro, pues no soportaba verle sufrir. Pero mi orgullo se impuso sobre mí, y no lo hice.
Es mejor así.
Pude comprobar con Aragorn que los sentimientos causan dolor, y no quiero herir a Faramir. Tampoco quiero correr el riesgo de herirme de nuevo a mí misma.
Sumida en mis preocupaciones, el tiempo ha pasado deprisa, y me doy cuenta que ha llegado ya el mediodía. El sol brilla en el cenit, y pronto alguna de las mujeres encargadas de mi cuidado vendrá a traerme la comida.
Con Faramir, a menudo comíamos en este jardín, sentados sobre la hierba.
Pero sin él, no me apetece almorzar al aire libre, así que decido volver al interior de las Casas de Curación antes que salgan a buscarme. No puedo entretenerme.
El tiempo apremia, y todavía he de decidir mi respuesta a la carta de Éomer.