La espada de unión y muerte
II
Como cada tarde desde hacía un mes, Zöra acudió a su cita diaria del entrenamiento. En cuclillas sobre una manta de hierba que ya había adoptado la forma de sus rodillas, abrió una estrecha hendidura entre la maleza y espió.
Pero sorprendentemente, nadie había allí. Distraída por la preocupación de no ser vista, no se había percatado siquiera de la ausencia del grupo. Extrañada, asomó ligeramente el rostro. Entonces, se topó con la oscura mirada de Krachek. Zöra se sobresaltó y con un pequeño salto se incorporó. El joven comenzó a acercarse a ella, no obstante, Zöra retrocedía a cada paso que éste daba. La miraba, mudo e inmóvil. Zöra deseaba huir pero era tanta su curiosidad que prefirió esperar a ver que ocurría a continuación.
Repentinamente, Krachek corrió hacia ella con la espada en alto.
El choque de puntas de hierro pilló por sorpresa a Krachek. Aquella joven, con el desafío y el orgullo bailando en su mirada, sostenía una afilada daga entre sus manos. Krachek tan sólo pretendía asustarla un poco pero cuando descubrió el coraje de la joven, sonrió gratamente sorprendido. Zöra le devolvió una sonrisa altiva.
De improviso, Krachek lanzó un golpe lateral que Zöra volvió a frenar. Sin descanso, atacó el lado izquierdo de la joven que ésta esquivó con una grácil vuelta sobre sí misma.
Krachek volvió a atacar. Estaba perplejo con la destreza de la muchacha. El combate duró un par de estocadas más que no sirvieron más que para corroborar la habilidad de la joven desconocida. Para mayor sorpresa del joven, con un fiero mandoble, Zöra le encaró. Empero, la experiencia de Krachek no tardó en aflorar. Viéndola venir, con su espada golpeó la daga que la joven mantenía entre sus manos, la cual salió por los aires y cayó a los pies de éste. Zöra suspiró resignada y vencida, aún así, el orgullo se mantenía intacto en ella. Presuntuoso, giró a su alrededor, sin dejar de mirarla en ningún momento. A continuación se situó frente a ella. Zöra mantuvo fija su mirada. Krachek se acercó más.
- ¿Cual es vuestro nombre? – Inquirió.
- Zöra.
- Zöra....bien. ¿Cuantos años tenéis? – Volvió a preguntar.
- 16.
La sorpresa se reflejó en el rostro de Krachek, pero rápidamente la disimuló.
- Desde hace unos días, soy consciente de vuestra presencia, ¿lo reconocéis u os atrevéis a negarlo?
- Lo reconozco.
- Veo que conocéis bien el manejo de la espada...
- Desde muy pequeña he sido instruida en ella.
Krachek nada dijo. Se limitó a recorrerla con la mirada. Zöra sintió el calor que aquellos ojos azabache desprendían.
- ¿Os gustaría que durante mi estancia aquí, os impartiera alguna clase que otra?
- Oh... – En todo momento, Zöra había mantenido la compostura y había adoptado una actitud serena y solemne. Sin embargo, al escuchar tal proposición, no pudo evitar sonreír y emocionarse - ¡Me encantaría!
Krachek sonrió.
- Bien, pues mañana al atardecer venga por aquí; la estaré esperando.
- Gracias, muchas gracias – Hizo una leve reverencia y se dispuso a marchar.
- Esperad, olvidáis esto – Krachek le ofrecía su daga.
- ¡Qué cabeza la mía! Gracias de nuevo – A continuación y sin pudor alguno, alzó el faldón hasta la altura del muslo y envainó la daga en una funda que bien podía confundirse con un liguero. La sensual vista de su esbelto y torneado muslo desapareció tras el faldón. Con una cálida sonrisa, se alejó de allí.
Krachek no salía de su asombro.