Para Rosi, con todo el cariño de un buen amigo
No sabia donde estaba. Era un lugar oscuro y frio, muy frío y húmedo. Me recordaba a una cueva, pero no podría asegurar qué era ese sitio, estaba demasiado oscuro. Llegué a vislumbrar un cuerpo tendido sobre, lo que imaginé, un altar de piedra, pero desde donde estaba no podía ver su rostro. Su cabello, tan negro, que apenas podía distinguirlo en la oscuridad, se deslizaba hasta el suelo. La poca luz que provenía de lo que parecía ser una salida, reflejó un destello sobre un espejo que se encontraba sobre el altar, cerca de la misteriosa cabellera, pero estaba demasiado afilado…un puñal…
Un ruido como de cacharrería hizo que todo se esfumara.
Me encontré de repente tumbado en una cama, no muy cómoda, pero sabía que las había encontrado peores, así que relaje los músculos antes de intentar levantarme.
No era capaz de recordar donde me encontraba, ni como había llegado hasta allí. Decidí levantarme de la cama y me puse unas ropas que supuse mías. Salí de lo que parecía la habitación de una pobre pero hogareña posada. Bajé unas escaleras que me llevaron a un abarrotado comedor, donde extraños huéspedes pedían a gritos sus desayunos. La mayoría eran hombres y mujeres de apariencia no muy agradable. También alcancé a ver un grupo de ruidosos enanos festejando algo grande. A pesar de la temprana hora, muchos empezaban a emborracharse con las jarras de cerveza que los atareados camareros llevaban de un lado para otro. El solo oler las bebidas hizo que me doliera la cabeza.
-¿Qué hice anoche?- pensé para mi.
-Perdone, señor Tiltap -una rolliza camarera se me había acercado sigilosamente- ¿Querrá desayunar algo antes de partir?
-Emm, no, -respondí sorprendido-gracias
-Como usted guste señor Tiltap -creí oír decir a la camarera-, su cuenta ya esta abonada, cuando quiera puede volver a visitarnos
-Gracias-dije sin estar seguro de lo que me había dicho. Tiltap, Wirl Tiltap. Al oír el apellido de mi padre había empezado a recordar quien era, lo que me había ocurrido la pasada noche, y el extraño sueño, que se habría convertido con total seguridad en una pesadilla si no me hubiera despertado. Me despedí de la camarera y salí de la posada, no sin antes darle una pequeña propina. Por suerte fui capaz de recordar donde llevaba algo de dinero.
Una vez abandoné la posada me encontré en una estrecha calle. La gente iba de un lado para otro con sus quehaceres habituales, los niños jugaban tranquilos correteando por las calles, como yo nunca pude hacer. Parecía un día normal para la gente que me rodeaba, y yo debería disfrutar de este día, como hacía el resto de la gente que cumplía la mayoría de edad. Pero no podía. Debía dirigirme al palacio real, donde mi padre me esperaba para la ceremonia.
El consejero de mi padre, el anciano Rabgol, me había explicado muchas veces en que consistía esta ceremonia. Esta tradición, según los historiadores, se conservaba desde la fundación de nuestro pueblo, cuando el majestuoso palacio al que me dirijo no era más que una simple chabola. El primogénito del monarca debía emprender un viaje al alcanzar la edad adulta, viaje que debía durar al menos un año, para demostrar ante su pueblo que tenia el valor suficiente para heredar el trono. Según me había contado Rabgol, en la actualidad era más un viaje diplomático que una demostración de valor. Eso me tranquilizó sobremanera, no se me daban bien las relaciones diplomáticas, pero peor habría sido tener que demostrar mi valor.
Tras la ceremonia debería coger el camino del Norte y cruzar medio continente para visitar las principales ciudades del Reino y mantener estables las relaciones con los orgullosos nobles norteños. El viaje no sería nada agradable, pero al menos no tendría que pelear con los kobolds ni enfrentarme a los rebeldes del sur. De eso ya se encarga el ejército de Lane. Además me iba a acompañar una escolta elegida de entre los mejores soldados de la guardia real. Aunque en la ciudad no necesitara de una escolta, debido a la tranquilidad que reinaba siempre, a pesar de ser la capital del Reino, me alegraba saber que estaría bien protegido. Iba a ser como un largo paseo, aunque me encontrara con problemas por el camino ni siquiera los vería. Estos pensamientos me animaron un poco, pero no lo suficiente como para aguardar con ansias el momento de mi partida.
En ese momento me di cuenta de que algo había cambiado a mi alrededor, algo no iba bien. Desde que salí de la posada todos con los que me había cruzado me habían saludado o reverenciado, es algo que no me gusta, pero como miembro de la familia real he tenido que acostumbrarme a ello, y cuando dejan de hacerlo es señal de que algo malo ocurre, o, como en este caso, que me había desviado de mi camino y había entrado en una parte de la ciudad en la que, aunque se nos respeta, no se nos tienen en gran estima. Concretamente estaba en el barrio habitado por la gran mayoría de los kobolds que hay en Naan, así que decidí salir pronto de allí y retomar mi rumbo.
Los kobolds son una pequeña raza (los individuos mas altos no llegan a los dos tercios de un hombre adulto, y la mayoría suelen andar encorvados) caracterizados por su agilidad y reflejos, físicos que no mentales, y su fuerza, cosa que puede sorprender a mas de un soldado despistado, ya que su aspecto no es de grandes guerreros. En apariencia son similares a nosotros, salvo que muy esqueléticos y con las cabezas muy alargadas, sobresaliendo sus mandíbulas repletas de dientes. A pesar de que su aspecto nos podría indicar lo contrario, los kobolds son una especie civilizada. Son hábiles en la casi totalidad de los oficios que practican, siempre relacionados con trabajos físicos. Aunque los mejores herreros se cuentan entre el pueblo de los enanos, si necesitas una buena espada o una armadura resistente y no puedes permitirte las habilidades de un maestro enano, los kobolds son una buena opción a tener en cuenta. Destacan no solo en la fabricación de armas, sino también en el manejo de estas. Los mercenarios kobolds pueden ser letales en combate gracias a su tremenda agilidad para esquivar a sus enemigos. Los kobolds que viven en las callejuelas de Naan son inofensivos, solo se acercan a nosotros para tratar de negocios. Nunca les hemos gustado y a mi personalmente, no me gustan nada los kobolds, digamos que no son muy estrictos con la higiene corporal. Y, por supuesto, a la familia real no nos consideran mejores. Estos kobolds son, en su gran mayoría, desterrados de las comunidades del este del continente (mas del norte que del sur). El Reino ha estado siempre en pie de guerra con el pueblo de los kobolds pero se les permite a los desterrados habitar en nuestras ciudades. Según Rabgol ayudan a que la economía del Reino mejore.
En todo esto había llegado al mercado principal. Veía gente corriendo en todas direcciones con cestos llenos de comida, tenderos que gritaban su mercancía para atraer a los clientes, incluso un grupo de bardos representando una interesante función. Pero recordé que no debía pararme mucho, al medio día comenzaría la ceremonia. En ese momento vi algo que me obligó a detenerme. No podía perder mucho tiempo, pero esto lo merecía. Me encontraba enfrente de, a mi juicio, la iglesia mas bonita de Naan, y posiblemente del Reino, al menos de las que yo he podido ver. No era la mas grande, la iglesia principal se hallaba cerca del palacio, y ni siquiera era importante, no estaba regida por ninguna sacerdotisa de especial renombre. La encargada de la iglesia era una anciana, muy amable habría que decir, que dedicaba todo su tiempo a su cuidado. Lo que me fascinaba era su ornamentación, que, sin ser la más lujosa, contaba con elementos realmente impresionantes.
Sin dudarlo un instante me acerqué a la puerta y entré en la silenciosa capilla. No era muy grande, y, al contrario que la mayoría de las iglesias de Naan, era sorprendentemente cálida. Constaba de un altar central, desde donde la sacerdotisa entonaba los cánticos y oficiaba las distintas ceremonias. El techo y el suelo eran de una belleza sorprendente pese a su simplicidad, no tenían tanta ornamentación como los de la catedral, pero era esto precisamente lo que me agradaba de esta iglesia. A ambos lados se podían ver estatuas de los distintos dioses. Eran fabulosas, pero lo que realmente me llamaba la atención de esta iglesia era el fantástico fresco que se encontraba tras el altar principal. En el aparecía el Dios supremo, Ka, acompañado de las tres diosas. Abrazada a su cuello se encontraba Hitpev, la amante y diosa de la vida, con su cabello dorado enredado en él. Sobre su hombro se podía apreciar a la anciana Voethar, la diosa que representaba la muerte y el destino. Y en un primer plano, a la izquierda del fresco, estaba Trarlyan, la imponente diosa de la guerra. Ka creó a las tres diosas, luego, ellas fueron quienes crearon el mundo. Hitpev creó toda la vida sobre este mundo, Voethar tejió los hilos del destino, uniendo toda vida al mundo y Trarlyan se encargó de infundir el espíritu en nuestra raza, así como el coraje y la fuerza para luchar contra el mal. El mal tal como lo conocemos fue creado y puesto en los corazones de la gente por Xa, el gemelo de Ka, quien también creó otras especies en las que esa maldad era aún mayor, como los kobolds. Por suerte el espíritu de Trarlyan es más poderoso que el mal de Xa, y predomina en la mayoría de los corazones, incluso en algunos de los kobolds. Me fascinaba el fresco de la iglesia, pero se me estaba haciendo tarde y debía acudir al palacio.
Salí de la iglesia y continué mi camino. El palacio no se encontraba lejos del mercado. Se encontraba en la zona sur de la ciudad, justo tras cruzar el gran puente sobre el río Biga. El río Biga no es un río realmente, al igual que el continente no es un verdadero continente. El “río” Biga atraviesa el “continente” de oeste a este partiéndolo en dos continentes, pero cuando Naan, la capital del Reino, empezó a crecer, esta se fue expandiendo por ambas orillas del Biga, estando prácticamente construida sobre el “río”, motivo por el cual se considera un solo continente.
Una vez llegué al puente, dos soldados de la guardia real me escoltaron hasta el palacio. Este se encontraba en una gran plaza fortificada y fuertemente protegida donde también se encontraba la catedral y el cuartel de las tropas. En la actualidad las murallas no eran de mucha utilidad, pero supongo que si hubiera una invasión agradecería la presencia de esos fríos muros. Los soldados me condujeron hacia el palacio. Me acompañaron hasta mis aposentos, en lo alto de una de las altas torres con las que contaba el palacio. Debía adecentarme para la ceremonia. No podía presentarme ante mi padre y el gobierno con unas ropas que llevaba desde ayer y que por cierto, olían bastante mal. Vi sobre mi cama las ropas de gala que Rabgol me había preparado. Era más mi consejero y amigo que el de mi padre. Rara vez se tenía en cuenta su opinión en los consejos reales.
Mientras me vestía recordé lo que ocurrió anoche. Mis amigos, los pocos que tenían, me habían preparado una fiesta de despedida. No fue un gran festín como los que organizaba mi padre, ni hubo músicos o bardos. Estuvimos hasta bien entrada la noche bebiendo en la posada en la que me había despertado. Fue una buena idea el pasar allí la noche, tal como estaba, no habría sido capaz de llegar al palacio.
Cuando termine de arreglarme abandone la habitación y unos guardias, no sabría decir si los mismos que me recogieron en el puente, me guiaron hasta la sala del trono en la cual tendría lugar la ceremonia. La sala estaba abarrotada. Entre la multitud, formada por la totalidad del gobierno, parte de la guardia real y numerosos curiosos, alcancé a ver a Rabgol. Su sonrisa me dio fuerzas para lo que tenía que afrontar. Al fondo, sobre el trono, pude ver a mi padre. Sentada a su izquierda se encontraba mi madre, majestuosa y hermosa como siempre. Detrás de ella, en un rincón, pude ver a la primera sacerdotisa, la mayor autoridad religiosa del Reino. Poco antes de llegar al trono, a la izquierda, estaba Lena, la comandante de las tropas de mi padre. Conforme avanzaba hacia el trono la imagen que tenía ante mi me recordaba cada vez mas al fresco de la iglesia que había visitado momentos antes. Aunque no era tan agradable de ver. Al igual que ocurrió en la creación, quien mas influencia tenía eran las tres mujeres. El rey había sido siempre una simple figura, quien realmente gobernaba el Reino eran las representantes de las tres diosas. La cálida sala en la que tantas veces había jugado de pequeño me resultaba ahora demasiado fría. Cuando estuve a la altura de Lena me arrodille y agache la cabeza en señal de respeto.
-Levántate -Era la voz de mi madre, cálida como siempre- .Wirl Tiltap, hijo de Ferd Tiltap, heredero al trono real -Me levante y observe los hermosos ojos verdes de mi madre- . Ha llegado el día de tu vigésimo cumpleaños, tal como dicta nuestra tradición, deberás partir para demostrar al pueblo tu valía y tu derecho al trono. Tu viaje deberá llevarte al norte del continente. La misión que te encomienda tu rey y tu pueblo es dirigirte, en visita diplomática, a las principales ciudades del norte, la portuaria Venn, a orillas del mar septentrional; Draintak, la ciudad enana alojada en las faldas del monte Dranxar y la populosa Tvar, el cruce de caminos. Tu deber será presentarte a sus respectivos señores para que estos renueven sus alianzas con el Reino –aunque podría parecer estricta, la voz de mi madre me reconfortaba- . Se te prometió una escolta para realizar este viaje, pero no va a ser posible facilitártela –Mi cara de tranquilidad se volvió blanca.
-Gran parte de nuestras tropas partieron hace pocos días para controlar una rebelión de kobolds que han tomado toda la orilla norte del Biga –Lena, la comandante de las tropas, era la que estaba hablando ahora. Su voz no era nada tranquilizadora, demasiado fría, al contrario que la de mi madre, aunque diría que lo que no me gusto fue lo que dijo, no como lo dijo- , el resto de nuestras fuerzas deberán permanecer en Naan para la protección de la ciudad y de la familia real en caso de un ataque proveniente del sur.
-¡Pero madre! ¡No puedo emprender este viaje solo! –grité, se que no debería haberlo echo, pero no pude evitarlo- Es demasiado largo y peligroso
-No irás solo. Mañana a primera hora encontrarás en los establos tu compañía y tu montura preparados para partir –Las palabras de mi madre no consiguieron calmarme.
-¿Qué pasará si me encuentro con esos kobolds de los que ha hablado Lena? ¿Qué será de mí? –Parecía mas un niño sufriendo una pataleta que el heredero del rey- Sabes bien que no se manejar una espada, madre.
-La tradición no puede ser destruida porque tu seas un cobarde –sin que nadie lo advirtiera, Satrah, la anciana sacerdotisa se había adelantado y se estaba dirigiendo a mi- . Si su majestad me lo permiten, bendeciré a su primogénito invocando a nuestros poderosos dioses –obtuvo como respuesta un leve movimiento de cabeza.
Satrah comenzó a ungirme con el agua que debía haber bendecido antes y entonó los cánticos ceremoniales en la antigua lengua. Estaba demasiado preocupado por lo que iba a ocurrirme a partir de mañana como para estar pendiente de lo que la sacerdotisa recitaba. Me encontré absorto en mis propios pensamientos. ¿Quién me acompañaría al norte? En ese momento, ya sabía que mañana no encontraría ninguna compañía de soldados para protegerme, Lena no lo habría permitido. Como mucho un par de escuderos que tendrían incluso peor dominio de la espada que yo. No me veía capaz de cumplir con la misión que se me había encomendado, pero no tenía otra posibilidad, tendría que intentarlo.
II
Todo estaba oscuro. No podía ver nada. La habitación parecía estrecha, aunque solo alcanzaba a ver una pequeña y destartalada mesa y la silla sobre la que me encontraba. De repente una luz me cegó, era muy tenue, pero mis ojos parecían tan acostumbrados a la oscuridad que incluso me dañó. Alguien había abierto la puerta del pequeño habitáculo en el que me encontraba. No pude ver quien era, una capucha le tapaba por completo la cara. Por sus vestimentas solo pude averiguar que no pertenecía a la nobleza. Sus botas estaban desgastadas por el uso, aparte de estar empapadas y llenas de barro, al igual que la capa, raída y vieja, con la que se cubría. Fuera debía estar lloviendo, aunque no veía ninguna ventana en las paredes para poder comprobarlo. Antes de que el individuo cerrase la puerta pude vislumbrar una estantería repleta de libros al otro lado de la habitación, no muy lejos de mí. Cuando la puerta estuvo completamente cerrada y mi extraño visitante y yo nos sumimos en la oscuridad escuche una voz. No fui capaz de reconocerla, pero me era muy familiar.
-¿Me has conseguido la información que te pedí?
-Por supuesto, - contestó el hombre de la capa- ¿acaso dudabais de mí?
-Siempre he confiado en tu capacidad de persuasión
Un golpe en la puerta interrumpió la conversación.
Abrí los ojos y vi como Rabgol entraba en ese momento en mi habitación. Tras él había un par de sirvientes que portaban mi armadura de gala. Lujosa pero poco resistente en combate, cosa que no importaba demasiado, ni llevando la mejor armadura fabricada por el mejor maestro enano tendría alguna posibilidad en un combate real. Había pasado muchas horas practicando con Nifla, la maestra de armas, pero lo único que había aprendido era a sujetar la espada, y en esos momentos no estaba seguro de acordarme de cómo hacerlo correctamente. Estaba demasiado nervioso.
-Debes prepararte Wirl –me dijo Rabgol- dentro de poco habrá una multitud en la puerta norte de la ciudad esperando tu partida.
-Lo se –me acerqué a la ventana y mire al horizonte- no hay forma de evitarlo ¿verdad?
-No –se acercó a mi y me puso la mano en el hombro- Tienes que hacerlo Wirl. No estarás solo, en el establo están esperándote un par de escuderos que te acompañaran durante todo el viaje.
-¿Escuderos? –Me volví enfadado- ¿y esos escuderos podrán protegerme de lo que me pueda encontrar en el camino?
-No tienes porque encontrar ningún problema –intento tranquilizarme Rabgol- si no los buscas. El norte es una zona pacífica, la gente es muy amable y todos leales a vuestro padre y no encontraras bandidos por los caminos. Por suerte no tienes que visitar el sur, eso si seria peligroso.
-Pero… ¿y los kobolds? –No me gustaban nada esas criaturas- Lana dijo que habían infectado la orilla norte del Biga, ¿Quién te dice que no subirán hasta el camino por el que tengo que pasar?
-Las tropas de Lana ya están haciéndoles frente a orillas del Biga, no tienes que preocuparte.
Volví a acercarme a la ventana, ya se podía oír el ajetreo típico de la mañana, pero esa mañana no era igual, el ajetreo no se producía por la gente que iba al mercado o a realizar sus trabajos. Ese revuelo era por mí. La gente se estaba congregando en la puerta norte para verme salir con esa lujosa armadura…y acompañado por un par de simples escuderos…
Los sirvientes que entraron con Rabgol empezaron a vestirme. Estaba tan ensimismado en mis pensamientos y en la vista de la ciudad que tenía ante mí, que cuando quise darme cuenta tenía todo el peso de la armadura encima. La armadura estaba hecha por completo de plata. Las grebas que cubrían mis piernas estaban adornadas con un par de grandes rubíes, procedentes de las excavaciones enanas de Draintak. En el peto se podía observar, la corona real en relieve, dibujada con topacios y zafiros de la misma procedencia que los rubíes. Me colocaron sobre los hombros la capa de fina seda color ámbar, bordada con hilo de plata. Debido a mi considerable altura debía tener un aspecto imponente, tan solo me faltaba el yelmo, de plata como el resto de la armadura, adornado en la parte superior por los penachos amarillos y azules que correspondían a la realeza.
Contemplé por última vez la vista desde mi ventana antes de coger el yelmo y abandonar mi habitación. Probablemente no la volvería a ver.
Los guardias que flanqueaban la puerta de mi dormitorio nos escoltaron a Rabgol y a mí hasta los establos. A los sirvientes no los volví a ver. Llevaba todavía el yelmo bajo el brazo para poder escuchar los últimos consejos de Rabgol cuando llegamos a los establos. Allí estaban mis dos acompañantes con sendos caballos. Tan sucios los amos como sus monturas. En cuanto me vieron se arrodillaron sobre la paja. Con la armadura completa supongo que les impondría bastante respeto.
-Levantaros –ordene con voz firme, o al menos lo intente, estaba tan nervioso que apenas me salio un hilo de voz.- ¿Cuáles son vuestros nombres?
-Yo soy Cilan, mi señor –contestó el que parecía ser el mayor mirándome a los ojos- y esta es mi hermana Maz
-Supongo que sabréis en que consiste nuestro viaje y cual es vuestra misión –no había reparado en que el segundo paje era una chica. Ambos se parecían mucho, nadie duraría que eran hermanos. Los dos eran altos y fuertes, y su pelo negro como la noche. Ella lo llevaba suelto, acariciándole la espalda. Era en verdad preciosa, sus ojos, tan negros como su pelo, me tenían absorto y la sonrisa que dibujaba su boca parecía capaz de enamorar incluso al anciano Rabgol, de hecho, él también estaba petrificado por su belleza.
-Por supuesto señor, todo el reino sabe que hoy debe partir al norte –me sorprendió lo dulce de la voz de la muchacha- deberemos escoltarle en su visita a las ciudades del norte, aunque no necesitaremos de las armas, ya que es una zona bastante tranquila.
-Eso espero- susurré para mi- ¿Tenéis buen dominio de la espada?
-Llevo usándolas desde que tengo 4 años, si encontramos algún peligro sabré defenderos y además mi hermano es un experto con el arco- Cilan me enseñó su arco, parecía estar echo de buena madera, y la espada de Maz parecía un buen trabajo a simple vista, ¿de dónde habrán sacado unos simples escuderos tan buenas armas?
-Señor, -Rabgol interrumpió la conversación- no deberíais demoraros más, debéis partir ya.
Tuve que dejar mis dudas para otro momento, después de todo el viaje sería largo y tendría tiempo para resolverlas. Cilan trajo a Konva, el caballo que me regaló mi padre al nacer. Konva es uno de los mejores caballos del reino, pocos igualan su velocidad en campo abierto, además de ser uno de los más elegantes. Su pelaje albino, muy extraño por estas regiones, y la rara marca negra de su cara, que abarcaba sus ojos como si fuera un antifaz, hacían que cualquiera que lo viese se sorprendiese por su belleza.
Monte en Konva con un poco de ayuda por parte de mi nuevo escudero, me habría sido imposible subir solo debido al peso de la armadura. Una vez arriba Rabgol me entregó el yelmo y en cuanto los dos hermanos estuvieron listos, partimos. Antes de salir del establo me ajusté el yelmo y me despedí de Rabgol. No sabía si volvería a verlo. Nada mas salir del establo la luz del sol nos cegó y un griterío lleno mis oídos. Delante de mí pude distinguir la silueta de Maz, por lo que supuse que su hermano se encontraría por detrás. A pesar de la temprana hora la calle estaba abarrotada, al fin y al cabo, esto no ocurría todos los días, tendrían que esperar muchos años para volver a ver esa imagen, la de un príncipe engalanado abandonando la ciudad. El trayecto desde los establos a la puerta norte se me hizo eterno, solo veía gente y mas gente a ambos lados de la calzada, no sabía cuando iba a llegar. Por fin pude alcanzar a ver la imponente puerta de hierro, todavía cerrada, tras la cual comenzaba mi aventura. A la izquierda pude ver el palco que había sido instalado a la izquierda de la calle, poco antes de llegar a la puerta, en la que se encontraban todas las personalidades del reino. Pude ver a mi padre, sentado al fondo, y a su izquierda me encontré con la sonrisa de Rabgol. Un poco más adelante se encontraba mi madre acompañada por Lane y la sacerdotisa del reino, todos vestidos con las ropas de gala. Cuando llegué a su altura hice que Konva girase para colocarme enfrente de mi madre, pude comprobar que Cilan venía detrás de mí, ya que se colocó a mi izquierda. En ese momento habló mi madre.
-Wirl Tiltap, tu viaje ha de dar comienzo, -su voz sonaba demasiado distante, no era mi madre, era la reina- ya sabes cual es la misión que se te ha encomendado, tu rey espera que no nos defraudes.
Tras estas palabras la inmensa puerta de hierro comenzó a abrirse con un estruendo que apagó los demás ruidos. Mis acompañantes y yo nos dirigimos hacia la puerta, en esta ocasión, ambos se encontraban a mis espaldas, cediéndome el honor de atravesar la puerta en primer lugar. Ojalá no tuviera que recibir este honor. Todo el mundo estaba contento con mi partida, podía oír el ambiente fiestero que impregnaba toda la ciudad. Casi todo el mundo. Gracias a la visera del yelmo, nadie advirtió mis lágrimas.