La Joya
Nuestra amiga Lothmë nos envía este relato, hecho con mucho cariño, del que esperamos que disfrutéis.

Debo aclarar que me atreví a cambiar algunas pequeñas cosas en el párrafo inicial de modo que se ajuste un poco más a la historia que hice. Pero debo aclarar que lo que cambie fue solo un poco de la forma… porque el fondo de la historia continúa siendo el mismo


La Joya

La luz tímida de la aurora que apenas acariciaba las orillas del gran mar lo despertó, no había dormido bien… pero hacía tanto tiempo los recuerdos del pasado lo atormentaban que no le dio mucha importancia, ya casi había olvidado lo que era un buen descanso.
Así que después de comer un poco, recogió sus pocas pertenencias, todavía le queda un largo camino y como siempre muy poco tiempo… Estaba cansado de vagar, esa vida errante, como un proscrito sin descanso ni hogar, le dolía en el alma. Cada paso lejos de su hogar… entonces recordaba las palabras de su padre, su deber, su palabra y se daba fuerza para seguir un poco más.
“Debes hacerlo solo, no podemos correr el riesgo de que alguien se entere de esto”, se dijo, recordando a su padre. Pero ahora luego de tanto tiempo de viajar en total soledad, empezaba a arrepentirse y lo que más deseaba era un amigo, alguien con quien compartir su carga. Aún así lo había jurado, tenía una misión y esta debía realizarse.

Ya estaba cerca, y quedaba menos de un día para que llegara a la gran Mansión de los Enanos, pues era ahí donde estaba guardada, más valiosa que un reino, más deseada que cualquier riqueza, La Joya más hermosa de toda Arda… Bueno, la joya más hermosa que todavía estaba al alcance de los hombres.

Su padre quiso tenerla desde que oyó de su existencia, cuando los laboriosos enanos la encontraron en sus más profundas cavernas. Soñaba con poseerla, su brillo, su poder, hasta que un día se dio cuenta que la necesitaba… a cualquier costo. Entonces hizo jurar a su propio hijo, que la obtendría, para honor y gloria de su rey y padre.

Desde entonces siguió su viaje, y estaba ahí, ahora a las puertas del reino enano buscando la manera de entrar. No iba a ser fácil, se dijo a si mismo, porque al parecer el rey enano valoraba La Joya tanto como su padre la deseaba. Más no por eso iba a ceder en su juramento… así entró furtivamente, escabulléndose hasta donde creía que estaba el tesoro, matando a los guardianes, y la vio, y por primera vez entendió porque era tan deseada, hermosa y brillante como el fuego, que ardía cual llama en su interior. Más antes que alcanzara a salir lo rodeo el rey enano con la guardia real…


El viento azotaba su rostro, mientras corría hacia su hogar, a encontrar aquello que había perdido hacia tanto tiempo, vería a su padre que seguramente estaría orgulloso de él, de lo que había conseguido, de lo que había hecho… Lo que había hecho, no podía quitarse esas horribles imágenes de su mente, el baño de sangre, los lamentos, los gritos y la huida desesperada, sin importarle si alguien venía detrás suyo.

No podía creer de lo que había sido capaz, ¿por qué? ¿Por qué? Se sentía sucio, horrible, lleno de sangre y luto. Lo había logrado, cumplió su juramento y consiguió La Joya para su padre, La Joya que lo haría feliz, pero a que costo.

Es que acaso valía un juramento tanta sangre, tanto dolor y llanto, es que existía algo tan grande que pudiera compensar todo eso, los días y noches en vela, la soledad inmensa queera su vida desde el aciago día que pronunció ese juramento maldito, ese juramento que pronunció sin pensar, sin imaginar siquiera en que convertiría su vida, valía ese juramento la sangre de inocentes, las lágrimas de tantos, el asesino en que se había convertido. Asesino, Asesino…
-¡Maldita sea! – se dijo – Tenía que cumplir mi palabra.

Y lo había hecho, todo, todo, por su padre, por su ambición y por esa joya. La Joya que ahora tenía en sus manos, la más hermosa de Arda, pero que no le traía ningún consuelo.
La vió, la vió en sus manos, y le supo a sangre. Sus manos sucias de sangre… Lo único que llevaba en sus manos era la sangre y el dolor de tantos, de él mismo.
Y dudó… diciéndose que era cierto, que nada valía la pena, que aún podía arrepentirse, era imposible devolver la vida a aquellos que se habían ido. Que él había matado injustamente. Pero aunque no pudiera reparar el daño, trataría. Suplicaría perdón. Porque había algo más grande que un estúpido juramento, que él, que su propio padre, que nunca le dejaría olvidar, continuar su vida, si sabiendo qué era lo correcto no lo había hecho.

Nunca podría retornar a su hogar, lo sabía, pero ahora no le importaba, se había decidido. Y volvió sus pasos justo cuando acababa de cruzar el Gran Río, más antes de llegar a la otra orilla, algo le interrumpió, quitándole el aliento y aunque trató, no pudo más hundiéndose en las frías aguas.
-Listo – dijo el ahora rey Enano, sonriendo. Había matado a su enemigo, al asesino de su pueblo. Había vengado la sangre de su padre y podía ir en paz.

Se dice que nunca nadie pudo encontrar La Joya, aunque no fueron pocos los que lo intentaron luego.

Pero la Joya de sangre, la Joya de muerte y de fuego expió sus pecados en las ahora rojas aguas… hasta el fin.