Porque Eru Ilúvatar amó a Tierra Media con todo su corazón, porque la diseño con toda su alma, porque lloró cuando Melkor se convirtió en Morgoth y porque sufrió cuando los Elfos se transformaron en Orcos.
Muchas cosas sucedieron en Tierra Media pero no todas están escritas en los cuentos de la antigüedad; tal vez porque eran historias demasiado dolorosas o porque hay secretos que nunca fueron revelados y que permanecerán solo en la memoria de quienes los poseen.
Sobre los elfos mucho fue contado, a los enanos no se les hace justicia en los cuentos, a los hombres los alaban como próceres y héroes de innumerables batallas pero se los condena por ser mortales, por ser humanos.
En este cuento no se mencionó a los hombres puesto que aún no habrían sus ojos para ver el mundo. Sobre Tierra Media solo se escribe lo que el valiente corazón de los elfos es capaz de relatar y recordar.
Demasiada sangre se ha derramado sobre Tierra Media, tanta que ni siquiera es capaz de ser plasmada en un papel. Este cuento solo existe en la memoria a Amerië y de aquellos que le siguieron.
Los árboles aún regalaban su luz, las flores de Laurelin aún eran un recuerdo del benigno fuego y Telperion aún reflejaba la luz de las estrellas.
Valinor brillaba en gran esplendor, ese esplendor que solo se da antes de la oscuridad absoluta.
Junto a los árboles se conocieron Finrod y Amerië. El mismo Finrod Felagund que sería recordado por la historia y sería reverenciado por todo su valor. Es él, el responsable del secreto que Amerië llevaría consigo durante la eternidad.
Amerië estaba sentada junto a uno de los árboles de luz, admiraba el resplandor dorado de Laurelin y se sentía enormemente atraída hacia el fuego de sus flores; su mano parecía adquirir vida propia mientras se acercaba a ellas. Hermosas flores que irradiaban luz y que imprimían fuerzas en todos aquellos que las observaban.
Finalmente Amerië tomo la flor en su mano y vio como su magnificencia aumentaba con cada segundo, maravillada por su belleza, Amerië no se dio cuenta de que su mano ardía junto con la flor hasta que Finrod se acercó a ella y retirando la flor con un pañuelo observó la mano marcada de Amerië, sorprendentemente ella no sentía ningún dolor a pesar de la gran herida que tenía.
La elfa no se había percatado de la presencia de Finrod en ese lugar; sorprendida vio a Finrod alejarse y tomar entre sus manos unas hojas que caían al pie de Telperion. Con todo cuidado Finrod elevó una plegaria en el antiguo idioma de Valinor y puso las hojas en la mano de Amerië, de inmediato la mano empezó a sanar y la marca se desvaneció por completo.
Finrod amó a Amerië durante toda la vida, con ese amor constante que nunca pierde su fuerza. Amerië amó a Finrod con todo su corazón, pero su amor, su gran amor residía con su gente, su amor se derramaba en su casa.
Porque el amor de los elfos es más puro y más longevo que el de los hombres, pero no tan intenso como el de estos mortales.
Las estrellas del cielo empezaban a oscurecerse, el mal podía sentirse en el aire; Morgoth estaba libre de su prisión. Después de siglos de cautiverio Morgoth había sido finalmente liberado y su crueldad empezaba a derramarse nuevamente sobre Tierra Media.
Pocos se dieron cuenta de este suceso y quienes fueron lo suficientemente sensibles como para notar el cambio lo hicieron demasiado tarde. La destrucción de la belleza de Tierra Media estaba más cerca de lo que nadie había imaginado.
Se dice que uno de los mayores males de Morgoth fue contra el fuego. Aquel fuego benigno que no sabía construir armas, que nunca había quemado; ese fuego que abrigaba y daba vida fue secuestrado en la oscuridad y en el interior de las fosas de Morgoth aprendió a forjar espadas y flechas, empezó a quemar y a destruir; el fuego aprendió a matar.
Pero el fuego no podía olvidar por completo su primera naturaleza, su poder creador y constructor.
El fuego estuvo al servicio de dos amos; el bien y el mal, tuvo dos nombres y perdió su identidad hasta convertirse en un simple elemento.
Morgoth repitió esta crueldad con el agua, la tierra e incluso con el aire. Los envenenó con mentiras y llenó sus cabezas con confusión. Todos sirvieron a dos amos, todos perdieron el camino, todos esenciales, todos peligrosos.
El fuego, el agua el aire y la tierra corrieron por Tierra Media destruyendo a su paso; pero también construyendo en los lugares más inesperados.
Pero Amerië sintió el dolor de la herida que había provocado la flor, la marca que se había desvanecido estaba una vez más en su cuerpo. Ella fue la primera en darse cuenta de lo que ocurría cuando sintió el fuego de la flor quemando su mano.
El viento susurraba noticias en Valinor sobre orcos y huestes de maldad pero también hablaba sobre esperanza. Pero nadie puede confiar completamente en el cambiante viento pues este rinde sus honores al envenenado aire.
Finrod y Amerië estaban observando los árboles, los veían como las únicas luces en el mundo incapaces de extinguirse, pero el poder de Morgoth va más allá de la visión de los elfos y pronto sumiría a toda Tierra Media en una tétrica oscuridad.
Nadie sabe que fue lo que Finrod y Amerië conversaron esa tarde frente a los árboles, solo ellos conocen las palabras que fueron cruzadas en ese lugar, pero de alguna forma la conversación giraba en torno al hecho de que la maldad estaba por inundar a Tierra Media y provisiones debían ser tomadas para proteger a aquellos a quienes Finrod y Amerië amaban.
Amerië estuvo inquieta durante mucho tiempo y la ausencia de Finrod durante periodos prolongados no dejaba de asombrar a su gente.
Hasta que un día Finrod finalmente salió de su encierro y entregó en manos de Amerië un gran rollo; ella lo tomó nerviosamente y lo presionó contra su pecho como quien sostiene un gran tesoro.
Esgalund Celenteri, el padre de Amerië, mantenía muy buenas relaciones con los enanos, les enseñaba todo sobre la sabiduría de la tierra, el campo y las cosechas, y los enanos se pusieron al servicio de Celenteri y Amerië.
En completo secreto Amerië reunió a los enanos más hábiles y talentosos. Cuando estuvieron reunidos en consejo Amerië extrajo de un cofre de plata el rollo que le había entregado Finrod y, pidiendo la alianza de los enanos, desplegó el rollo.
Los enanos maravillados ante lo que estaba frente a sus ojos no podían comprender cuál era el objetivo de semejante proyecto.
Amerië vio la expresión de los ojos de los enanos y tomando una pluma en su mano escribió: EL ULTIMO REFUGIO PARA AQUELLOS QUE VINIERON PRIMERO. El rollo era un plano hecho por Finrod para construir, fuera de Valinor y bajo la tierra, un refugio secreto de gran esplendor, ya que los días oscuros estaban por llegar a Tierra Media.
Ardua fue la labor de los enanos pero sus habilidades innatas jamás habían sido reveladas tan hermosas como en este refugio. Ni siquiera los salones de Moria contenían la belleza del trabajo que los enanos habían realizado en este lugar. Grandes salones eran adornados con pilares esculpidos que revelaban las imágenes más hermosas de Valinor; los árboles, los ríos, las montañas. Habitaciones para cada casa de los elfos y lugares de descanso para cada enano. Esta fue la única alianza entre elfos y enanos que no fue dividida en los días de oscuridad.
La luz de este refugio era casi tan clara como la de los árboles pues los enanos habían colocado cientos de candelabros de plata y oro que reflejaban la luz de las estrellas que brillaban parpadeantes en un conmovedor resplandor.
La entrada estaba oculta para todo aquel que quisiera entrar, solo Amerië podía abrir la puerta del refugio ya que los amigos de su padre habían colocado una flor de oro, viva imagen de la flor de Laurelin que lastimó a Amerië y solo el fuego de su mano podía hacer que la flor se abriera y permitiera la entrada a este hermoso lugar.
Adentrándose en el bosque se podía encontrar la puerta al refugio y un largo pasillo conducía a las afueras de Valinor donde finalmente estaban los salones y las habitaciones.
Pero Morgoth había empezado a sembrar mentiras y división entre los elfos e incluso entre los enanos. Su tiempo de cosecha no tardaría en llegar.
Durante un corto tiempo las cosas parecían estar tranquilas en Tierra Media, pero en las entrañas de las fosas de Morgoth grandes males se estaban tejiendo.
La mano de Amerië empezó a doler otra vez y en ese momento la elfa comprendió que el mal estaba más cerca de lo esperado. Con dos pañuelos de seda en sus manos se fue al monte donde crecían los árboles; entonces Amerië tomó una flor de cada árbol en sus manos y las guardó en un cofre.
Como un último favor de los enanos Amerië les pidió que le construyeran dos cofres, uno de oro y otro de plata con la imagen de los árboles en sus tapas. Amerië guardó las flores en los cofres; la flor de Laurelin en el cofre de oro y la de Telperion en el de plata. Tomó ambos cofres y los llevó al interior del refugio donde nadie pudiera encontrarlas; ella sabía en su corazón que el día llegaría en que los árboles y las estrellas no regalarían más su luz.
El tiempo de la cosecha había llegado y las mentiras de Morgoth tuvieron su fruto; abundante fruto.
Feänor, tío de Finrod, había amenazado de muerte a su medio hermano y eso es algo que los Valar, regidores de toda la tierra, no estaban dispuestos a tolerar.
Toda la casa de Feänor fue desterrada de Valinor, incluyendo a Finrod. Su nuevo hogar sería la decadente Tierra Media.
Finrod le rogó a Amerië que fuera con él en su exilio pero Amerië no lo hizo, no por miedo a la desprotección de Tierra Media sino por amor a su gente y a su casa.
Finrond nunca se casó y nunca perdonó el que Amerië no lo hubiera acompañado; su último pensamiento mientras moría en manos de Saurón fue ella; Amerië y el refugio que la había arrebatado de su lado.
Amerië lloró amargamente al ver a Finrod mientras se alejaba; en silencio y con una capa sobre su cabeza Amerië se adentró en el bosque de Valinor hacia el refugio. Su corazón anhelaba acompañar a Finrod pero su alma le gritaba que ese refugio sería la única oportunidad que tendría su casa para vivir lejos del mal de Morgoth y bajo un resplandor casi tan seguro como en el Valinor.
Amerië entró en el refugio, ese refugio que le parecía enorme y vacío, recorrió cada uno de los salones respirando el aire en cada habitación. Finalmente se sentó en su habitación y tomó una pluma; escribió durante largas horas sobre la creación del refugio, no dejó ni un solo detalle suelto, por mínimo que fuera. Las esculturas de los pilares, la belleza de los candelabros, la magnificencia de los salones; nada quedó fuera de sus escritos.
Al terminar, Amerië guardó su relato dentro del cofre en el que estaba la flor de Laurelin, ante su sorpresa cada hoja de su cuento ardió en llamas dentro del cofre. El refugio se mantendría en secreto para siempre, nadie sabría de su existencia, ni siquiera como un relato o una leyenda.
Mientras observaba las cenizas en el cofre llegó su padre, Esgalund Celenteri; había buscado a Amerië durante horas creyendo que el refugio sería el último lugar donde su hija querría estar en aquel momento. Celenteri llevaba en sus manos un bulto cubierto con un manto de hilo, lo había encontrado en la casa de Amerië con una nota de Finrod Felagund indicando que el objeto debería ser entregado solamente en manos de Amerië y que nadie, excepto la ella, debía poner sus manos sobre el objeto.
El bulto era, ni más ni menos, que un Palantir. Amerië lo tomó en sus manos y disimuló con gran arte la sorpresa que le producía ver la redonda piedra. Su padre no conocía los poderes de un Palantír pero ella había escuchado repetidas veces las historias de los Palantiri.
Finrod le había contado cómo él había espiado a su tío, Fëanor, mientras trabajaba estas piedras hasta convertirlas en maravillosos espejos hacia el mundo exterior; también le contó como había construido un Palantír a partir de lo que había visto de su tío.
Amerië sabía que a la vez que estas piedras eran una bendición, grandes males podían provenir de ellas si eran usadas por manos equivocadas.
Pero el aprendiz Finrod no había ni siquiera igualado la habilidad de su tío y el Palantír que había creado en secreto tenía un defecto; solo permitía ver el mundo exterior mas no comunicarse con él.
Amerië escondió el Palantír pues no quería que su gente, una vez dentro del refugio, tuviera deseos de salir a explorar los males que habitaban en Tierra Media debido a lo que verían en la piedra.
Amerië no solo podía ver el mundo exterior sino que también podría sentirlo, podía sentir su mano ardiendo con cada nueva maldad forjada por Morgoth.
Fuera del refugio, en Valinor, las cosas parecían estar en relativa calma, no existían amenazas cercanas, ni señales de Morgoth sembrando sus mentiras. Pero esta era la paz que acecha antes del ataque; la paz que solo trae guerra.
Durante ese aparente calma que reinaba en Tierra Media, los Valar realizaron un festival y todos los elfos de Valinor fueron invitados, incluyendo a los exiliados tíos de Finrod, su padre también estaba allí.
Amerië estaba presente durante el festival y parecía que la felicidad y risas de ese momento no iban a terminar jamás; pero sucedió lo que ella temía. Su mano se encendió en llamas, aterrorizada vio a lo lejos, como Morgoth y una de sus criaturas asesinaban a los árboles de luz. El tiempo de huir había llegado.
Amerië corrió en medio de la oscuridad buscando a su padre, solo las débiles estrellas iluminaban el cielo de Valinor. Al llegar a su hogar Amerië encontró a su padre junto con toda su casa y la casa de los enanos esperando por ella.
La elfa los guió hacia el refugio alumbrándose únicamente con las llamas provenientes de su mano.
Muchos elfos y enanos la siguieron a través del bosque, su peregrinación hacia el refugio, en medio de un mundo sumido en la oscuridad y el terror, parecía interminable.
Lágrimas fueron derramadas en el camino, la alegría que habían conocido en Valinor nunca podría ser igualada, la luz de los árboles se había extinguido para siempre, la vida empezaba a acabarse.
Una gran cantidad de elfos de otras casas se unieron a Amerië en el camino. La siguieron como quien se guía por una luz cálida y segura.
Por fin llegaron al refugio, ni una sola vida se perdió en el camino. Llegaron a salvo al único refugio que Morgoth aún no había encontrado.
Los años, las décadas y los siglos pasaron por Tierra Media, Morgoth fue vencido y Saurón fue levantado; los anillos de poder fueron forjados y el mundo fue gobernado por los Hombres, por los inconstantes hombres.
De estos sucesos ningún elfo en el refugio tuvo conocimiento, solo Amerië; fue ella quien presenció la muerte de Finrod y el engrandecimiento de los hombres.
Pero en el refugio siempre hubo paz y la alianza de los elfos con los enanos nunca se quebrantó.
Ellos nunca vieron el nacimiento del sol y la luna, pero la luz de las flores marcaban sus días y las llamas de la mano de Amerië les daban calor, esas llamas concebidas por el fuego antes de su corrupción..
En el refugio aún viven muchos de aquellos elfos que pisaron Tierra Media en sus días de gloria; en el refugio aún sobreviven las flores de Telperion y Laurelin; en el refugio aún habita Amerië.
EL ULTIMO REFUGIO PARA AQUELLOS QUE LLEGARON PRIMERO es el secreto mejor guardado de Arda, es el lugar donde la gloria de Tierra Media aún está intacta.