Aquí está Maedhros.
Podría añadir más sobre mí y la línea quedaría más completa, pero no mejor: el primogénito de Fëanor y Nerdanel, el alto y el manco, el traidor y el amigo, el capitán y el esclavo; el maldito hasta el fin de los días.
Ahora hubiera cambiado todos los títulos por no tener ese pasado.
Solo ante el abismo, rodeado de azufre y chispas ardientes, voy a morir. Pero nada arde más que el Silmaril. Me desgarra la mano, brillando con tanta fuerza que aún se contempla su antigua hermosura, ahora tétrica y salvaje. Oh, fuego y llamas. La joya por la que he sacrificado mi vida lo dice: estás maldito, cumpliendo tu Juramento te has condenado.
No quiero demorar más mi fin, pero unos recuerdos invaden mi mente. Sollozo; más que el Silmaril queman. Pero sé que no podré irme hasta haber escanciado toda la amargura producida en mi vida, todos los momentos que me han conducido aquí.
1.
Aún ahora, mientras la tierra se rompe a mis pies, me llegan con diáfana perfección los ecos de mi primer error. Es un recuerdo ínfimo, algo que jamás será reflejado en ningún canto o crónica, pero sé que fue cuando, metafóricamente, me detuve al borde del abismo y me preparé para saltar. El comienzo de mi caída.
Cuando escuché esas palabras salir de sus labios me negué a creerle. Su voz era dulce y pegajosa como azúcar y miel. Creo que por eso le creí; pensé ingenuamente que la dulzura jamás escondería maldad, olvidando que la miel siempre cazará más moscas que el arma más mortífera.
Y yo no fui más que una mosca atrapada limpiamente. Cada uno de los engaños me corrompió el corazón y sufrí por rumores maliciosos; justa condena por preferir creer a quien era infinitamente superior a mí en vez de a mi propia razón.
El día era hermoso y límpido, como todos los que se veían en esa tierra inmaculada. El aire traía sonidos del bosque. Sé que la luz le arrancaba tonos fulgurantes a su trenzado cabello, sé que la brisa nos sacudía en la cara, pero no me fijé. Estaba encerrado en mis ideas.
-¡No me mientas! ¡Sabes muy bien de qué estoy hablando!- el tono agresivo que tiñó mis palabras era una de esas cosas de las que te arrepientes durante siglos; tanto hervía de rabia.
-Al contrario: lo ignoro. - Mi amigo, mi hermano en el alma, ni se inmutó.
-No te molestes en negarlo ¡Pensaba qué eras mi amigo, Fingon! ¿En qué ha quedado nuestra amistad, eh?
-La misma pregunta te hago, Maedhros. Estamos en un tierra bendita, feliz; no hay preocupaciones ni problemas. ¿A qué se debe este súbito acceso de desconfianza?
¿Acaso te he fallado alguna vez? -Sus palabras siempre eran tan nobles como sus ideales. La luz no se limitaba a reflejarse en él: lo traspasaba, cada uno de sus pensamientos era brillo y chispa. Por un momento vacilé. Pero el veneno, como una mariposa fugitiva, volvió a posarse en mí y no dudé en atacar.
-Me han dicho que Fingolfin y tú estáis tramando algo contra nosotros.
Esa frase le golpeó en la cara con más dureza que el tono de voz que antes había utilizado.
-¡¿Qué?! ¿¡Cómo puedes decir algo así!? –impulsivo, temerario ante alguien convencido de su culpabilidad, Fingon contestó con ira.- He sido tu amigo toda la vida… ¡Jamás te traicionaría! ¡Jamás!
-“Jamás” es una palabra demasiado larga. –observé, con morbosa complacencia, su enfado súbito.- ¿Aún lo niegas? ¿Tienes el valor de mentirme?
-Mírame a los ojos, Maedhros. ¡Mírame! ¡Mira y ten valor para decir que miento! –en ese momento, algo en mi interior se revolvió. Me reflejé en dos espejos grises y sólo vi mi propio engaño. De nuevo las artimañas de Morgoth me cegaron.
-Veo que eres un mentiroso. –sentencié. Fingon se alejó de mí, con los puños cerrados; rezumaba ira y sorpresa.- ¿Cómo he podido llamarte “amigo” alguna vez? ¿Qué Ainur deslizó una venda ante mis ojos? –me lamenté.
Durante un momento sólo se escuchó la dulce brisa que sacudía la grieta recién formada entre ambos.
-Sea. –murmuró Fingon, solemne, triste.
Y se fue dejando atrás una estela brillante.
¿Fue eso necesario? Ay, ojalá hubiera cambiado, ojalá antes de que se fuera, entrando en razón, hubiera abierto los ojos a la verdad y no le hubiera acusado. Ojalá en aquél momento hubiera guardado silencio y esbozado una disculpa tartamudeante, y lo hubiera olvidado todo. Ojalá. Pero no lo hice y mi amistad quedó condenada durante largo tiempo.
Mirando el abismo tengo ganas de cambiar el pasado.
2.
Sí, mataría por cambiar el pasado. Mataría por cambiar el peor día de mi vida.
Los ríos de lava y fuego son líneas desdibujadas comparadas con el horrible dibujo que por siempre me ha estremecido, primero de gozo y luego de horror. Ardiente, grabado con oro fundido y lava ígnea, lo contemplo entre las nubes de azufre. Aún abriendo los ojos.
Las estrellas titilaban frías en el cielo, pero poco podían competir contra el crepitar de las antorchas. Chispeaban como joyas sucias entre las enredaderas de oscuridad, engarzadas en las calles, en los balcones y en las plazas blancas. Falso efecto. Ante la antinatural luz teñida de humo, las caras se revelaban grotescas, contorsionadas por el dolor y la furia; en muecas salvajes y ojos de luz sangrienta, tanto daba. Pero eso no nos echó atrás. Su voz dio forma a nuestros sueños y pesadillas. Embriagados por la tea y el dolor, enloquecimos, lo olvidamos todo. No éramos más que arcilla moldeable en sus manos. La multitud se estremecía ante las inflexiones de su voz; ora lloraba cuando se enternecía, ora se alzaba colérica ante la dureza de su tono.
Aún recuerdo esas palabras.
—¿Por qué, oh gente de los Noldor, por qué habremos de servir a los celosos Valar, que no pueden protegernos ni protegerse del Enemigo? Y aunque sea ahora un adversario ¿no pertenecen ellos y él a un mismo linaje? La venganza me llama desde aquí, pero aun cuando así no fuese, no querría yo vivir más tiempo en la misma tierra con el linaje del asesino de mi padre y del ladrón de mi tesoro. Y no soy el único en este pueblo de valientes. ¿Acaso no habéis perdido todos a vuestro rey? ¿Y qué más habréis perdido, encerrados en una tierra angosta entre las montañas y el mar?
>>Aquí había luz, una luz que los Valar denegaron a la Tierra Media, pero ahora la oscuridad lo nivela todo. ¿Nos lamentaremos aquí siempre inactivos, pueblo de sombras, moradores de la niebla, vertiendo lágrimas vanas en el mar indiferente? ¿O volveremos a nuestra patria? En Cuiviénen las aguas discurrían dulces bajo estrellas sin nubes, y vastas eran las tierras, por las que podía andar un pueblo libre. Allí están aún, y nos aguardan, a nosotros que locamente las abandonamos. ¡Venid! ¡Dejemos la ciudad a los cobardes!
El sonido que manaba de sus labios restalló entre la multitud como un latigazo. Ante mis ojos discurrían todas sus promesas: libertad, gloria, riquezas, poder. Todo me lo daría él, espíritu ardiente. Carbonizándose en su propio fuego, parecía que el mismo Eru se adueñaba de su voz inflamada.
-¡Glorioso será el fin —exclamó—, aunque el camino sea áspero y duro! ¡Decid adiós a la esclavitud! ¡Decid adiós a la debilidad! ¡Decid adiós a vuestros tesoros! Los haremos de mayores. Porque iremos más lejos que Oromë y soportaremos más
adversidades que Tulkas: nunca nos echaremos atrás. ¡A la persecución de Morgoth hasta el fin de la Tierra! Le haremos la guerra con un odio imperecedero. Pero cuando lo hayamos conquistado y recuperado los Silmarils, seremos nosotros, y sólo nosotros, los señores de la Luz inmaculada y amos de la beatitud y belleza de Arda. ¡Ninguna otra raza nos hará sombra!
Entonces se alzó en toda su altura, cerrados los puños, los ojos brillantes como estrellas caídas, pero ya no hermosos, ya no sabios. Por un momento me pregunté cuando había perdido a mi padre. Entonces llegó el auge de su discurso; sus palabras estremecieron hasta las rocas, el viento amainó, las antorchas se inflamaron con un restallido fugaz. El Tiempo pareció detenerse.
-¡No más temores! ¡No más dudas! Todo parece perdido, ¡¡pero yo juro venganza!! ¡A mí, hijos de los Noldor! ¡Escuchadme! ¡¡Escuchad nuestro Juramento!! –tanta fue la fuerza de ese último grito que me alcé como se elevan las olas embravecidas; mis hermanos conmigo. Mi padre nos sonrió por un instante y ocho espadas se desenvainaron. El sonido metálico me agradó, y por un momento imaginé como debía presentarme, alzado ante la multitud, con el fuego a mi izquierda y la espada sangrienta a mi diestra. Enloquecí de gozo.
Y sin más floreos, ni detenciones, sobrevino mi eterna maldición. Desnuda, descarnada la pronunciamos todos; un oleaje de voluntades contrapuestas, un clamor que se elevó al cielo y este se estremeció. Así decía, entre las llamas, la oscuridad y la locura.
Sea amigo o enemigo, ominoso o luminoso,
engendro de Morgoth o brillante Vala,
Elda o Maia, o Después Nacido,
Hombre aún por nacer en la Tierra Media,
ni ley, ni amor, ni alianza de espadas,
temor ni peligro, ni el destino mismo,
lo defenderán de Fëanor, y de la prole de Fëanor,
a quien ocultase o atesorase, o en su mano tomase,
encontrando vigilado o lejos arrojado
un Silmaril. Esto juramos todos:
¡Muerte le daremos antes que acabe el día,
maldito hasta el fin del mundo! ¡Oíd nuestra palabra
Eru Ilúvatar! Con la sempiterna
Oscuridad seamos malditos si el juramento rompemos.
Sobre la montaña sagrada oídlo como testigos
y nuestra promesa recordad, Manwë y Varda!
Ahora, todo se ha consumido y de la gloria sólo quedan cenizas. Melancólicas y dolorosas cenizas bañadas en lágrimas. Con el dolor de quien se va para siempre, pronuncio cada palabra por última vez. Me despediré igual que me maldije; entre fuego y juramentos.
-Sea amigo o enemigo, ominoso o luminoso… ni ley, ni amor, ni alianza de espadas, temor ni peligro, ni el destino mismo… lo defenderán de los hijos de Fëanor…. a quien ocultase o atesorase, o en su mano tomase… un Silmaril. Esto juramos todos: ¡muerte le daremos…! ¡Oíd nuestra palabra, Eru Ilúvatar! ... Con la Sempiterna Oscuridad seamos malditos… ¡Oídlo como testigos y nuestra promesa recordad, Manwë y Varda!
Ya está.
He caído.
3.
La grieta es una profunda herida sin cicatrizar en la corteza de Arda. Mientras mi cuerpo cae, entre la luz, el azufre y las chispas cada vez más ardientes, recuerdo como, aún locos de poder, sublevamos al pueblo y lo arrastramos hasta el puerto…
Repetimos la jugada. Fëanor, el autoproclamado rey, quería arrastrar a los teleri en nuestra guerra particular. Quiso encender su ira, hablándoles como antes nos había hablado a nosotros. Y lo hizo bien. Mi alma se me elevó de nuevo, soñadora…
…Pero por esas circunstancias inexplicables, fracasó. Olwë se negó, amablemente, pero se negó, a dejarnos ni un solo barco. Y mi padre, orgulloso como era, por lo que se había convertido, no pudo aceptarlo.
Lo siguiente que recuerdo es que pasábamos la ciudad a cuchillo y robábamos los barcos.
Mis recuerdos no son claros respecto a esa batalla. Fue la primera, sí, y con algunos recuerdos sueltos puedo reconstruirla. Pero mi propia mente parece una nebulosa de azufre. Ha habido tantas… y todas por el mismo motivo…
… que mientras el Silmaril se hunde conmigo, me pregunto como pudimos luchar tanto por él.
El entrechocar de las espadas bajo la luz de las lámparas perladas. La sangre y los cadáveres. Sí, eso lo recuerdo: las delicadas losas nacaradas teñidas de sangre. El aire era turbio y putrefacto. Recuerdo… oh, Eru. Recuerdo como luchamos sobre el arco de puerto. Había un teleri… una estela plateada le seguía. ¿Dudé? ¿Me detuve un momento para pensar lo que estaba a punto de hacer? Debía obediencia a mi padre. Sí, eso sí lo pensé. Y entonces… lo atravesé con la espada. Simplemente, sin más dilación, sin gastar un segundo más en retractarme. Los huesos crujieron, la cara se colapsó en una mueca conmocionada y los ojos quedaron estáticos para la eternidad, mirándome. Me estremecí y aparté súbitamente la espada. Una cascada sangrienta me manchó las ropas.
Sé que yo también olía a muerte.
Más tarde me enteré que se llamaba Elnion. No le conocía de nada, jamás había oído hablar de él; ni siquiera sé algo más de su vida, si su familia me maldijo en silencio o si yo mismo les di muerte. Pero fue el primero.
Lo que siguió, sólo fue carnicería anónima.
Me hubiera gustado cambiar el pasado.
4.
¿Por qué tú?
¿Sabes?, en mi soberbia llegué a creer que yo tenía la solución a todo. Me vislumbraba allí, ante el Trono de Morgoth, arrancándole los dos Silmarils de su Corona. Tú le derrotabas. O era al revés, ¿qué importa? Pero me veía allí, ante la eterna gloria y la eterna luz, y tú conmigo. Amistad eterna.
Estaba tan seguro de ganar… “El Juramento ya ha hecho bastante daño” pensaba “si Beren y Lúthien pudieron quitarle un Silmaril, ¿por qué nosotros no podemos quitarle los restantes?”. Mi propio carácter me perdió. Y te perdió a ti.
Perdóname…
Morgoth era, a mi pesar, mil veces más astuto que yo mismo; e hizo su jugada maestra. Me desvelé demasiado pronto. ¿Quién no conoce lo que sigue? ¿Las lágrimas del pueblo desposeído, el dolor de los humanos, los días entintados de muerte?
Más tarde me contaron algunas cosas… se dice que estuviste magnífico ese día. Seguro que más de lo que yo lo he estado nunca. “Utúlie’n aurë! Eldalië ar Atanatári, utúlie’n aurë!” Sí, el día había llegado. Todo era tan perfecto que fracasó.
Me duele todo. Pero no es por la lava que a punto está de recubrir mi cuerpo y carbonizarlo, ni por el Silmaril que ennegrece mi mano izquierda. Es porque te recuerdo. Recuerdo como aguantaste mis desconfianzas, como nos apoyaste en Alqualondë, como me salvaste del Thangorodrim, cómo fuiste mi mano derecha en la Nirnaeth… y como mi verdadera mano, te quedaste con Morgoth.
Duele lo que resta de tu memoria. Sé que si hubiera sido una pelea justa, ese día yo me hubiera quedado sin amigo, pero Morgoth sin capitán. Pero no hay honor en los ejércitos del que se alza en el poder. Cobarde y traidor, otro balrog vino a empañar tu muerte. Ay, Fingon. Ojalá el hado hubiera sido más benévolo y no hubieras muerto como mi padre, sin llevarte la gloria a Mandos.
¿Sabes?, después de llorar y lamentarme, el único sueño limpio que me quedó fue el matar a ese aborrecido balrog que era Gothmog. Ecthelion lo hizo por mí. Y al perder la única cosa que podía vengarte –y vengar a mi padre-, creo que ya no merezco nada. Me libraste de la muerte y yo te llevé a la tuya…
Y ya, amigo… namárië.
5.
Sería poco decir que tengo repugnancia de mí mismo. Es ahora cuando envidio a los humanos, ¿acaso ellos tienen que sufrir la carga de sus recuerdos eternamente? ¿O con su muerte viene también el olvido?
Y otra vez recuerdo el sonido de las espadas al entrechocarse…
No hay diferencia entre mis dos últimas batallas. La vergüenza por la Nirnaeth es vergüenza, pero vergüenza noble al fin y al cabo. Pero las dos últimas se hermanan, ya sin excusas. Asesino.
Asesino… Muerte… sangre… joyas… muerte…
Ya desvarío. Es el miedo. Aunque lo haya elegido, es el miedo.
El fuego está tan cerca… como lo estaba mi condena tras la Tercera Matanza…
Porque no hay una explicación admisible, excepto un Juramento Maldito.
Ya ni tengo fuerzas para desear no haberlo formulado. Sólo me arrepiento de mi debilidad… debí resistirme a mi padre…
Demasiado tarde.
Ya voy… a tocar… el fondo…
6.
Colapso.
El dolor de tus últimos estertores es tibio. Veo la muerte. Es negra y cálida, como un trago de miruvor. Por un momento, se me concede ver mi último crimen, mientras aún soy dueño de mis pensamientos.
Nuestra vida entera fue una maldita comedia. O lo habría sido si no fuera por todos los muertos que me llevé por delante.
Y las comedias deben interpretarse hasta el final.
Eso se lo recordé a mi hermano. Hubiera querido renunciar a todo, pero era tarde.
Y, sabiendo que todo era pura ironía y cinismo, al matar a los guardias no pude menos que pensar… que a esas alturas, que más daba uno más o uno menos…
En mi interior sabía que estaba moribundo de dolor, sabía que estaba condenado, pero era la forma... la única forma… de librarme del Juramento.
Y, al poner mi mano sobre el Silmaril, el ardor que me traspasó como un latigazo vino acompañado de júbilo. Se acabó.
Se acabó como se acaba mi vida, con fuego.
Dos muertes.
No tengo palabras para expresar como se siente el fuego y la euforia.
No tengo palabras porque es imposible, porque aunque supiera como expresarlo…
… ya no tengo como hacerlo.
***
El día es hermoso y límpido, como todos los que se ven en esa tierra inmaculada. El aire trae sonidos del bosque. Sé que la luz le arranca tonos fulgurantes a su trenzado cabello, sé que la brisa nos sacude en la cara, pero no me fijo. Estoy encerrado en mis ideas.
-¡No me mientas! ¡Sabes muy bien de que estoy hablando!- el tono agresivo que tiñe mis palabras es una de esas cosas de las que te arrepientes durante siglos; tanto hiervo de rabia.
-Al contrario: lo ignoro. - Mi amigo, mi hermano en el alma, ni se inmuta.
-No te molestes en negarlo ¡Pensaba qué eras mi amigo, Fingon! ¿En qué ha quedado nuestra amistad, eh?
-La misma pregunta te hago, Maedhros. Estamos en un tierra bendita, feliz; no hay preocupaciones ni problemas. ¿A qué se debe este súbito acceso de desconfianza?
¿Acaso te he fallado alguna vez? -Sus palabras siempre son tan nobles como sus ideales.
La luz no se limita a reflejarse en él: lo traspasa, cada uno de sus pensamientos es brillo y chispa. Por un momento vacilo. Sacudo la cabeza, con una fuerte sensación de “dejà vu”, ahuyentando los malos pensamientos que antes me acosaban.
-Me han… eh… yo… eh…
-¿Sí?
-Verás… tenía la sensación de… de que me estabas dejando de lado. –murmuro apresuradamente. Fingon me mira con incredulidad.
-Nunca. –dice rotundamente.
-Perdona. Creo que ha sido un lapsus. –digo súbitamente avergonzado.
Fingon sonríe, y me parece ver en sus ojos que sabe lo que me pasa. Aunque quizás esté ciego y sólo sea una ilusión.
-Concuerdo contigo en que la vida es una comedia. –dice.- Y también en que tenemos que interpretarla hasta el final…
La brisa sopla suavemente, arrastrando el eco de sus palabras, que casi esperan una contestación mía.
-¿Pero?
-Pero… -mi amigo parece complacido, mientras sus ojos barren el horizonte.- … seguro que, al caer, jamás esperaste que las segundas oportunidades existieran.
-Supongo que lo dirás porque ahora estamos en Arda Curada, teóricamente cantando de alegría… -repongo, mientras pienso que toda la habilidad musical de la familia la acaparó Maglor.
-Sí, claro. –sonríe enigmáticamente.- Y esto también es vida y comedia, y las comedias acaban bien. Con escenas de lo más enternecedoras, por supuesto; eso no falta nunca.
Diría que no eres el único con “dejà vu” superado.
Me giro. Y, entonces, lo veo. Los veo a todos.
Y los veo felices.